Summary: | Mi infancia transcurrió en una casa al norte de Cali, cerca de la avenida 3, antes de que pasara el Mío y de que toda la avenida se volviera de vocación comercial. Ya desde entonces había pocos recuerdos de la naturaleza que alguna vez existió en ese sector, reducida a los árboles junto a los andenes: los más notorios eran los guayacanes que adornaban el suelo de colores cuando soltaban sus flores; los mamoncillos de los que pocas veces comí porque los vecinos o transeúntes siempre me ganaban en la carrera por las pepas maduras; los carboneros, con flores de pelos rojos; y los árboles de la chicha bruja que luego supe que no eran nativos y con los que mi mamá, mi hermana y yo jugábamos a mojarnos espichando su vejiguita llena de agua. Además de los árboles junto a los andenes, también existían dispersos algunos parques cuadrados de pocos metros, pero en los que con mis primos jugábamos por la noche a atrapar luciérnagas, de las que en mi vida adulta solo he visto unas dos o tres. Primera edición
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