Las palabras del origen: breve compendio de la mitología de los Uitotos

Los relatos míticos aquí consignados pertenecen a la tradición oral de una nación de la Amazonia colombo-peruana. Luego de múltiples trabajos de campo, documentados por igual con transcripción de la oralidad y fotografías, el filósofo e investigador Fernando Urbina (Pamplona, Norte de Santander, 193...

Full description

Bibliographic Details
Main Author: Urbina Rangel, Fernando, 1939-
Other Authors: Villa Largacha, María
Format: Book
Language:Spanish
Published: Bogotá: Ministerio de Cultura 2010
Subjects:
Aun
Nes
Raa
Vio
Online Access:http://babel.banrepcultural.org/cdm/ref/collection/p17054coll8/id/4
Description
Summary:Los relatos míticos aquí consignados pertenecen a la tradición oral de una nación de la Amazonia colombo-peruana. Luego de múltiples trabajos de campo, documentados por igual con transcripción de la oralidad y fotografías, el filósofo e investigador Fernando Urbina (Pamplona, Norte de Santander, 1939) los recopiló de boca de Abuelos sabedores. Durante cuarenta años, y hasta 2004, fue profesor de la Universidad Nacional de Colombia. Sus trabajos en Amazonia, Orinoquia, Chocó y Guajira fructificaron en seis decenas de artículos y seis libros. Los dieciséis mitos que integran este volumen proceden de la narración de ocho sabedores (Abuelos) uitotos y de una Abuela que cuenta para iniciar en la tradición a los niños. Es una memoria todavía no reseñada de forma académica, y que se mantiene vigente. Los relatos hablan del origen de la realidad en su conjunto, del principio del hombre o bien de su reconstrucción, de diluvios y restablecimientos de la cultura, de héroes culturales que aportan soluciones a la humanidad, de la configuración de los rituales principales y de las plantas sagradas. El compilador Fernando Urbina conceptúa así sobre este acervo: "Lo que más poderosamente llama la atención de los uitotos es que en los variados mitos con que aluden a lo primordial se transparenta un afán por llegar a lo más abstracto posible, para con ello fabricar la realidad. No puedo dejar de pensar en los presocráticos y su búsqueda del arjé, el elemento primero en el cual van consistir todas las realidades". PRÓLOGO pág. 13 1 NOFÏDEÑO, Los nombres de la madre pág. 43 2 EL RAFUE UUIKÏ. EL CORAZÓN DEL PADRE Mito y rito del juego de la pelota pág. 52 3 JITOMA Y FÏBOI, La contienda entre Sol y su hermano Luna pág. 67 4 JITOMA Y NOKAIDO, La contienda entre el Sol y el Tucán pág. 96 5 DÏÏJOMA, El hombre que se volvió Anaconda y Águila pág. 105 6 NOFÏZAZIMA, La reconstrucción del cuerpo del hombre pág. 114 7 EL DILUVIO Y EL ORIGEN DE LOS BAILES, De cómo se rehace un mundo pág. 121 8 EL ORIGEN DE LA COCA, El don de los dioses pág. 141 9 LA METAMORFOSIS DE YIIDA BUINAMA, Origen del maguaré, el tambor sagrado pág. 155 10 MONAIRU EJITOMA Y NOFÏDA JITOMA Aventuras de los dos soles pág. 172 11 YAROKAMENA, El árbol formidable y el gusano exterminador pág. 193 12 JUMA, Historia del raudal de Jidïma pág. 217 13 KANIFAIDO, Los peligros de la infidelidad pág. 225 14 KUGÏ Y NOKUERAI, Las muchachas perdidas pág. 230 15 GUYATAIBA, La mujer descuidada pág. 243 16 KONAGOO cómo burlarse de los poderosos pág. 246 ministerio de cultura BIBLIOTECA BÁSICA DE LOS puebl os INDÍGENAS DE COLOMBIA Fernando Urbina Rangel Las palabras del origen Breve compendio de la mitología de los uitotos MINISTERIO DE CULTURA Paula Marcela Moreno Zapata Ministra de Cultura María Claudia López Sorzano Viceministra de Cultura Enzo Rafael Ariza Ayala Secretario general Germán Mejía Pavony Asesor del Despacho para el Bicentenario Clarisa Ruiz Correal Directora de Artes Melba Escobar de Nogales Coordinadora del Área de Literatura Viviana Gamboa Rodríguez Coordinadora de la Biblioteca básica de los pueblos indígenas de Colombia APOYAN Dirección de Poblaciones Biblioteca Nacional de Colombia BIBLIOTECA BÁSICA DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS DE COLOMBIA NACIÓN DESDE LAS RAÍCES Comité editorial Enrique Sánchez Fredy Chikangana [Wiñay Mallky] Hugo Jamioy Juagibioy Vito Apüshana Miguel Rocha Las palabras del origen: breve compendio de la mitología de los uitotos / compilado por Fernando Urbina Rangel. Bogotá : Ministerio de Cultura, 2010. 296 p. – (Biblioteca básica de los pueblos indígenas de Colombia; Tomo 4) ISBN Colección 978-958-753-014-8 ISBN Volumen 978-958-753-015-5 1. MITOLOGÍA. 2. MITOLOGÍA COLOMBIANA. 3. INDÍGENAS - MITOLOGÍA. 4. AMAZONAS (COLOMBIA). 5. UITOTOS 6. IDENTIDAD CULTURAL CDD 398.20986 Primera edición: Bogotá, agosto de 2010 © 2010 Ministerio de Cultura © 2010 Fernando Urbina Range isbn 978-958-753-014-8 Colección isbn 978-958-753-015-5 Ministerio de Cultura Carrera 8ª 8-09 Bogotá 571-3424100 Línea gratuita 01 8000 913079 www.mincultura.gov.co José Antonio Carbonell Blanco dirección editorial María Villa Largacha edición Emperatriz Arango Blanquiceth gestión y comunicación Juan Andrés Jamioy ilustración de portada Camila C. Costa + C. Umaña diseño Guillermo Zea Fernández asesoría jurídica Fundación Tridha administración Impreso en Colombia por Nomos Impresores Printed in Colombia Reservados todos los derechos. Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio, o tecnología, sin autorización previa y expresa del editor o titular 7 Contenido P R Ó L O G O 13 L O S M I T O S 1 NOFÏDEÑO Los nombres de la madre 43 2 EL RAFUE UUIKÏ. EL CORAZÓN DEL PADRE Mito y rito del juego de la pelota 52 3 J I TOMA Y FÏBOI La contienda entre Sol y su hermano Luna 67 4 JITOMA Y NOKAIDO La contienda entre el Sol y el Tucán 96 5 DÏÏJOMA El hombre que se volvió Anaconda y Águila 105 6 NOFÏZAZIMA La reconstrucción del cuerpo del hombre 114 7 EL DILUVIO Y EL ORIGEN DE LOS BAILES De cómo se rehace un mundo 121 8 EL ORIGEN DE LA COCA El don de los dioses 141 9 LA METAMORFOSIS DE YIIDA BUINAMA Origen del maguaré, el tambor sagrado 155 1 0 MONAIRU E J I TOMA Y NOFÏDA J I TOMA Aventuras de los dos soles 172 1 1 YAROKAMENA El árbol formidable y el gusano exterminador 193 1 2 JUMA Historia del raudal de Jidïma 217 1 3 KANIFAIDO Los peligros de la infidelidad 225 1 4 KUGÏ Y NOKUERAI Las muchachas perdidas 230 1 5 GUYATAIBA La mujer descuidada 243 1 6 KONAGO O cómo burlarse de los poderosos 246 9 FERNANDO URBINA RANGEL Prólogo Los uitotos En la literatura etnográfica se conoce con el nombre de uitotos a los integrantes de una nación amerindia que habita en la Amazonia colombo-peruana. En la actualidad, su dispersión es muy amplia. Los principales asentamientos se ubican en los ríos Igaraparaná, Carapa-raná, el curso medio del Caquetá, y en algunas localidades peruanas. Grupos más reducidos se encuentran principalmente en Leticia, Puer-to Leguízamo, Florencia e incluso en Bogotá, la capital de Colombia. A comienzos del siglo xx la etnia contaba con no menos de treinta mil individuos, pero la acción etnocida y genocida de las empresas caucheras –nacionales y extranjeras– diezmó la población. Al finalizar el primer tercio del siglo pasado no sobrevivían más de tres mil. Hoy sus efectivos suman unas seis mil personas. En la mitología fundacional de cada cultura se considera «lugar de origen» el territorio donde alguno de sus pensadores cobró plena conciencia de ser un pueblo diferenciado claramente de otros por su lenguaje, mitología, sistema de parentesco, atuendos, rituales y mane-ras propias de estructurar y manejar el mundo. Así, los uitotos tienen a la región de La Chorrera en el río Igaraparaná, afluente del Putuma-yo, como su ámbito originario. Desde allí, su influjo se extendió a un amplio territorio cuyos límites extremos fueron en el pasado motivo de guerras y alianzas con otras naciones indígenas. Hoy este conflicto tiene como actores principales la población aborigen frente a la colo-nización creciente, la acción disolvente de los grupos guerrilleros y paramilitares, entretejidos con la presencia del narcotráfico, y con la consecuente y drástica (mas no siempre apropiada) intervención de los organismos de represión y control del Estado. Respecto del etnónimo –término para denominar una etnia– uitoto, la polémica sobre su aceptación parecía haberse clausurado (ingenua-mente) en 1990, cuando en una reunión entre lingüistas y autoridades tradicionales indígenas en Araracuara, se acordó adoptarlo por ser ya de uso tan general que de cambiarlo se producirían confusiones. Pero Fernando Urbina Rangel 10 este tipo de asuntos –el nombre de la nación– es un problema cultural profundo que no se resuelve con una declaración formal. En los docu-mentos de los estudiosos ya se usa mayoritariamente la expresión ui-toto, pero en el trajinar de la cotidianidad tribal, los antiguos términos vuelven a aparecer. Rastrear los factores en juego obliga a remontarse varios siglos atrás. La cultura de los uitotos, como la de la totalidad de las naciones aborígenes, ha estado sometida a drásticos cambios, sobre todo a partir del contacto con la llamada cultura dominante, es decir, aquella que se ha venido implantando a partir de la invasión europea. Su propio nombre, «uitoto», proviene de los contactos violentos con otra etnia, la karibe, que en tiempo de la llegada de los europeos se hallaba en franca expansión. Esta etnia de temibles guerreros, fue además em-pleada a fondo por los conquistadores «blancos» para allegar mano de obra esclava, antes de que ella misma fuese diezmada. Las guerras intertribales se hicieron más frecuentes motivadas por la necesidad de prisioneros para intercambiar por las codiciadas herramientas prove-nientes de allende el mar. Algunos clanes uitotos también se dedicaron a este género de pillaje. Lo cierto es que los karibes utilizaban la palabra itoto para designar al integrante de las otras naciones aborígenes contra las que se guerreaba («enemigos») en orden a obtener «prisioneros» que se comerciaban como «esclavos». La palabra itoto llegó a tener esas tres connotaciones. Los karibes, provenientes de la Orinoquia (Guyanas), extendieron su frontera de guerra hacia el sur, hasta llegar al río Caquetá en su curso medio y allí chocaron con las gentes que más tarde terminarían aceptando el nombre de uitotos. Siglos más tarde, ya en la tenebrosa época de las caucherías, «salir a uitotiar» consistía en asaltar las malocas de los indígenas –cualesquiera que fuesen– para capturar gente a quien esclavizar, o para aterrorizarlos y que aceptaran trabajar para los em-presarios caucheros mediante el compulsivo sistema del «endeude». Se los obligaba a recibir mercancías (trajes, botas, ollas y demás he-rramientas) tasadas a altísimos precios, que debían cancelar mediante pago en especie (alimentos, servicios personales, pero sobre todo cau-cho), reconociendo descuentos mínimos por los trabajos y productos nativos; esto hacía que las deudas se acumularan y pasaran de padres a hijos y hasta nietos. Valiéndose de un eufemismo, un empresario Prólogo 11 cauchero podía «vender la deuda» a otro empresario, lo que equivalía en la práctica a vender la gente. Las autoridades gubernamentales to-leraban y protegían ese sistema esclavista. Aun en un año tan reciente como 1968 (a más de treinta años de la expulsión de los caucheros peruanos) presencié cómo en el Vaupés la Policía Nacional conducía a la fuerza en canoas a los indígenas hacia los barracones de trabajo de caucheros colombianos, por mostrarse remisos a «cancelar deuda». La Caja Agraria estaba obligada, por ley puntual al respecto, a adquirir todo ese caucho, así fuera de mala calidad y más costoso que el malayo. Con estos dineros los caucheros colombianos mantenían el circuito estafador. El principal defensor de los caucheros en los conventículos gubernamentales fue senador gracias a los votos clientelizados (por la fuerza) de los indígenas endeudados; además, el personaje llegó a ser alcalde de una ciudad importante, embajador y candidato presiden-cial. No hay que olvidar que, haciendo paralelos, Julio Arana –dueño de la genocida empresa cauchera, de tan triste recordación gracias a la denuncia hecha en La vorágine de José Eustasio Rivera– fue senador en el Perú; y Leopoldo II de Bélgica fue rey y con tal autoridad esta-bleció en el Congo uno de los regímenes de explotación más crueles en la historia execrable de la colonización. A su haber se incluyen la muerte y esclavización de más de diez millones de nativos africanos… y todo por el caucho.* Pasado un tiempo, la Caja Agraria, institución estatal adscrita al Ministerio de Agricultura, resultó haciéndose cargo del Predio Putumayo –propiedad de la Casa Arana–, enorme extensión que fue restituida a Colombia luego de la guerra con el Perú, si bien los Arana recibieron una muy extraña indemnización millonaria que se terminó de pagar en el gobierno del presidente Valencia. Durante la administración del presidente Betancur, el gerente de la Caja Agraria pretendió, con beneplácito del Gobierno Central, propiciar una masiva colonización de la Amazonia por gente del interior; las instalaciones de la antigua Casa Arana (reconstruidas) se definieron como punto logís-tico de esa nueva invasión a los territorios ancestrales de los uitotos y de otras naciones indígenas. Ante esta nueva amenaza los aborígenes, con sobrada razón, empezaron a llamar la Caja Agraria «Casa Agraria», para * La analogía entre Arana y Leopoldo II se la adeudo al geógrafo Camilo Domínguez. Fernando Urbina Rangel 12 mostrar que en el fondo, en cuanto a abusiva posesión de su territorio, se trataba de «el mismo perro con distinto collar». Con la resistencia indígena organizada por los curas católicos, la presencia activa de los científicos indigenistas y el afortunado cambio de gobierno, la amenaza cedió y el presidente Barco con sus asesores, en un acto de buena go-bernanza en 1988, le entregó «legalmente» (es lo propio en Colombia) a las naciones indígenas el Predio Putumayo, territorio que luego fue ampliado con nuevos resguardos. Este fue el reconocimiento cabal y elementalmente justiciero que hizo Colombia a un gran conglomerado indígena de sus plenos derechos sobre el hábitat ancestral. Durante el acto de entrega a los indígenas del Predio Putumayo había una pancarta que decía: «Quitarle la tierra a los indígenas es matarlos». Hoy día hay miles de desplazados indígenas en todo el país, y la oleada continúa y aumenta a medida que algunas empresas transna-cionales y nacionales exigen «limpiar territorios» para que nadie ponga cortapisas a sus acciones, por lo general desastrosas para el medio ambiente y funestas para las poblaciones humanas. Las instalaciones de la Casa Arana, reconstruidas por la Caja Agraria para oficina de colonización, se transmutaron en un colegio de bachillerato para gente de la región. Las viejas «redes» caucheras, ya en cabeza de nacionales, sirvieron luego a la estructura del narcotráfico. Un ex cauchero colombiano llegó a producir en el Vaupés, durante la década de los setenta, la cocaína más apreciada en el inmenso y rico mundo de los consuetudi-narios y cada vez más numerosos usuarios. En el Vaupés, la decidida presencia de la Iglesia Católica, del Instituto Lingüístico de Verano (institución norteamericana apoyada por el Pentágono) y una no tan permisiva acción del Estado evitaron que el nuevo tráfico arrasara con las comunidades indígenas.* Después vendría la guerrilla, que * Esto se les abona en lo que a aspectos humanitarios mínimos se refiere, si bien tanto el ilv como la Iglesia Católica y el Estado han contribuido a arrasar con las culturas indígenas. No en la forma crudelísima en que lo hicieron los caucheros, pero sí con maneras más sofisticadas: los cristianos, en sus diversas modalidades, por declarar reite-radamente que las creencias religiosas de los indígenas eran o absurdas (en el mejor de los casos), o diabólicas (en el peor); y el Estado, por no reconocer sino hasta hace muy poco los derechos culturales plenos de los aborígenes, amén de que este reconocimiento de nada sirve sin las implementaciones necesarias para hacerlo efectivo, por ejemplo mediante la formación sistemática de maestros indígenas bilingües. Es inconcebible que Prólogo 13 por un tiempo –los efectos aún se perciben– se hizo cargo del «go-bierno » de buena parte de las zonas rurales de la Amazonia, y de-limitó la acción de los narcotraficantes al reglamentar a su manera los precios de la hoja de coca, lo cual generó su aquiescencia entre los cultivadores minoritarios y, sobre todo, entre los recolectores de hoja («raspachines»). En el inicio del año 2010, la guerra por el control entre el Gobierno Nacional, los alzados en armas, el narcotráfico, la delincuencia común y la de «cuello blanco» (que incluye sectores de la administración estatal), y la paulatina presencia de nuevos colonos fruto de los desplazamientos por la continuada violencia en el interior del país, perpetúan las confrontaciones en diversos puntos de la re-gión amazónica afectando negativamente y en profundidad la vida de las comunidades indígenas. Pero antes de que los karijonas (karibes) hubieran aplicado el pe-yorativo «itoto» a quienes luego serían llamados «uitotos», ¿cómo se autodenominaban estos? De nuevo aquí hay que dar un rodeo y hacer intervenir otra nación indígena, ya no enemiga de los uitotos sino su tradicional aliada: la Muinane. Los muinanes constituyen una cultura de tan arcaica data como la de los uitotos, y sus hábitats tradicionales fueron vecinos desde tiempo inmemorial. Poseen una lengua empa-rentada con el bora (que también denomina otra nación amazónica), razón por la cual los lingüistas la denominan «muinane-bora». Cuando les pregunto a los muinanes cómo llaman a los uitotos, me responden diciendo que los llaman murui; pero esa es una palabra que puede ser un préstamo del propio uitoto, que tiene la palabra murumio para designar el occidente, el punto cardinal, que en la geografía de los uitotos equivale a las cabeceras de los ríos que fluyen hacia oriente. Y es que en los antiguos hábitats tradicionales, los uitotos eran gente de cabeceras en tanto que los muinanes lo eran de las bocanas. Así pues, «los uitotos son de arriba», en tanto que «los muinanes son de abajo». Las cosas serían muy sencillas si los propios uitotos no hubieran introducido una nominación para distinguir dos grandes sectores de su propia nación: a los clanes que vivían más arriba, más hacia occidente, contando con la gran masa de misioneros, aun después del Concilio Vaticano ii, que abrió las puertas para el diálogo intercultural, los estudios y la recopilación del corpus de tradiciones hayan sido tan escasos y faltos de rigor, teniendo en cuenta sus largas permanencias en estas zonas. Fernando Urbina Rangel 14 más alejados de los muinanes, los llamaron murui; y a aquellos que eran vecinos de los muinanes, o sea los que vivían más abajo, más hacia oriente, a esos los denominaron muina o «muinanes no propios», como si fueran muinanes pero sin serlo. Reuniendo los dos tendremos enton-ces la denominación murui-muina, que algunos antropólogos (especial-mente los Calle-Crooke) usaron para designar a los uitotos buscando evitar el peyorativo que encierra la expresión de procedencia karibe. El asidero principal para proponer la denominación murui-muina para los uitotos tiene que ver con una institución ritual. Las malocas indígenas tradicionalmente se han venido escalonando a lo largo de las riberas de los ríos, que son la principal vía de transporte. Así, cuando la gente de una maloca invita a las de otras a un baile, los invitados han de concurrir desplazándose desde arriba –cabecera del río–, o desde abajo –a donde fluye el río–; se dice entonces que «quienes lle-gan desde arriba, vienen como murui», y «quienes llegan desde abajo, vienen como muina». El clan que invita será «el del centro». Esto del «centro» tiene sentido, y doble. Por un lado, simbólicamente se tor-nan el «centro del mundo», pues el papel fundamental de los bailes es armar la realidad o, al menos, sostenerla desde ahí. Pero también se hace alusión a que los uitotos son «la gente del centro» por vivir hacia el centro del interfluvio Caquetá-Putumayo. Ahora bien, si un grupo es invitado a una fiesta en una maloca que se ubica subiendo el curso del río «ha de ir como muina», pero si el mismo grupo es invitado unos días después a una maloca ubicada hacia abajo «ha de ir como murui». Ir como murui o como muina impone llevar canciones especiales y cierta parafernalia distintiva. Así, los murui portarán hojas de helecho y los muina, varas pintadas. Antes, lo normal era que cada grupo se denominara con el nom-bre que le correspondía como clan: «gente churuco», «gente hormiga arriera», «gente de pintura»… Antes del genocidio eran más de cien. Y si hubo alguna nominación para autodesignarse como etnia, podría haber sido algo que sonara a «komïnï», que es la palabra para nombrar a la «gente». Es bien sabido que la mayoría de etnónimos –cuando no son los sobrenombres insultantes endilgados por vecinos enemigos*– * Fue muy frecuente nominar las naciones conquistadas con los nombres que sus enemigos fronterizos –recién dominados o contactados– les daban. El caso es que el Prólogo 15 equivalen a «nosotros somos la gente, la verdadera gente». Esto tiene que ver con el sistema simbólico que maneja el grupo. Quienes no participan de él es evidente, o al menos se presume, que «no son gente propia». Es el caso del prejuicio lingüístico extendido universalmente: aquellos a quienes se pueda entender poseen «verdadero lenguaje»;* a quienes no, «gruñen» en el peor de los casos; en el mejor «poseen un lenguaje imperfecto», «hablan enredado».** Los muinanes, los «verdaderos», dicen que son «de abajo», refirién-dose con ello a que vienen del oriente, donde desembocan los ríos. Para ellos todos los uitotos son murui, gente de arriba. Los primeros insisten en que ciertos elementos culturales que partieron en dos la historia de las tribus amazónicas (especialmente las herramientas) fue-ron obtenidos de manos de los comerciantes «blancos» en primer lugar por ellos; solo después los reciben los murui. Los muinanes habrían actuado como intermediarios culturales entre la «civilización» que viene del oriente remontando los ríos, y las tribus «menos sofisticadas tecnológicamente» que vivían en las cabeceras. Muinájema, antepa-sado mítico de los muinanes, figura en los mitos como el dueño de los instrumentos principales: fuego, hacha, etcétera. Ver al respecto el conquistador (quien fuere) al avanzar, sojuzga a un pueblo y le pregunta a los vencidos cómo se llaman los pueblos que tienen en sus fronteras; estas son, por lo general, lindes de guerra. Los interrogados responden dando el nombre con que insultan a sus ene-migos. El conquistador toma nota y con ese nombre en mente avanza y llama así a los nuevos avasallados. Así se han perpetuado infinidad de nombres de naciones que no son aceptados por sus gentes, que se auto designan con otros, desde luego no denigrantes sino laudatorios: «nosotros somos los verdaderos humanos». Esta operación simbólica se puede exacerbar hasta el extremo de fundamentar etnocentrismos, racismos y nacio-nalismos a ultranza. * Los griegos y romanos llamaron «bárbaros» a quienes no hablaban griego o latín, res-pectivamente. Utilizaban una onomatopeya para referirse a esos lenguajes para ellos ininteligibles: «barbarbarbarbar». ** Por otra parte, existe la oposición hombre-animal. Es frecuente encontrar las fórmulas «cuando los animales eran gente» y «cuando la gente era como animal», ambos estadios previos a su diferenciación plena. En los mitos se establece la «confirmación de los ani-males en su ser» sacándolos de la indefinición inicial. El verbo que se utiliza en esos ca-sos es faidode, sus cuatro significados «castigar», «condenar», «maldecir» y «transformar» están concatenados, toda vez que el animal es castigado por no ejecutar bien algo que el humano verdadero sí puede; y se le condena mediante una maldición a quedar trans-formado definitivamente en animal, por cuanto antes era «como gente». Faitade tiene el sentido de «encantar», como cuando se dice «lo encantó dejándolo convertido en sapo para siempre». Fernando Urbina Rangel 16 mito nº 7 en que figura la traída del fuego, y en el nº14 la nota referente al hacha. Los uitotos (murui), en cambio, según los muinanes, son los mejores poseedores de las técnicas de brujería, hecho explicable si se considera que este grupo está menos «alejado» del mundo natural, son «más salvajes». Es del ámbito silvestre de donde proceden las cosas de poder (los medios) que permiten las prácticas maléficas. Desde luego, los uitotos plantean el asunto en términos más favo-rables para ellos y algunos de ellos dirán, basándose en la tradición de la Serpiente Ancestral –de la que dicen haber salido* en forma privile-giada**–, que también vienen de abajo, desde la bocana del Amazonas y que al haber sido los primeros en recorrer todo el río hasta las cabe-ceras de los tributarios, poseen mayores conocimientos y cosecharon más poderes prístinos, si bien están prontos a reconocer que fueron los muinanes los primeros en obtener las herramientas por haberse quedado más abajo y que gracias a su conducto los uitotos –gentes de cabeceras– también pudieron apropiárselas. Por mi parte, los seguiré llamando «uitotos». Pervivencia cultural. Tradición oral Una de las prácticas más funestas para la pervivencia de la cultura de los uitotos –y de otras tales como la muinane, bora, andoque, mira-ña– fue la matanza sistemática de sabedores indígenas para arrebatarle a los grupos el llamado permanente de estos líderes a conservar la tra-dición y resistir desde ella al opresor: decenas de clanes desaparecidos, * Hay dos versiones complementarias del mito de origen uitoto. Uno los hace partícipes del mito de la «Serpiente Canoa Ancestral», que propone una migración marina para explicar el poblamiento de la Amazonia, por la desembocadura del río-mar. Se sabe que el gran tema de la Serpiente, origen de la humanidad, es el de mayor presencia en la Amazonia, si bien –como lo atestigua el título del libro de Friedemann-Arocha, Herederos del Jaguar y la Anaconda–, algunos pueblos se sienten originados en el Jaguar mítico. En la otra versión, el poblamiento de la Amazonia se da atravesando selvas y llanuras, en épocas en que por baja pluviosidad los tupidos bosques habían dejado paso a sabanas herbáceas y bosques de galería (véase más abajo el aparte dedicado a los mitos antropogénicos). ** En algunas versiones de los mitos el orden de salida del interior de la Serpiente An-cestral (o Anguila Ancestral), los trozos repartidos o los recipientes en que se reciben confieren prevalencias; hay otras que insisten en que los trozos fueron iguales para que ningún grupo se sintiera superior a otro. Prólogo 17 dialectos que no dejaron hablantes, tradiciones rotas, especializaciones rituales sin continuadores, mitos perdidos, crónicas de clan olvidadas. En el transcurso de una generación (veinticinco años más o menos) pasar de treinta mil integrantes, según las cuentas cortas, a tan solo tres mil sobrevivientes significa una hecatombe descomunal para cual-quier cultura, máxime si no se cuenta –como fue mayoritariamente el caso–* con registros escritos. No obstante, la cultura era tan coherente y fuerte y estaba tan interiorizada (los niños y adolescentes, tal como ahora, habían memorizado mitos, canciones, oraciones y crónicas) que los pocos sobrevivientes mantuvieron y pasaron la llama de la sabiduría en esa carrera de relevos que es toda cultura. Además, quedó uno que otro sabedor «cuajado». Esos restos de la gran nación echaron sobre sus hombros la tarea imponderable de armar de nuevo el mundo a la manera uitota. Los uitotos actuales conservan una variada tradición oral, es-pecialmente representada por innumerables y extensos mitos que constituyen una instancia narrativa desde la cual se entienden sus intrincados rituales;** con estos las comunidades buscan la armonía cósmica, social y personal, tarea siempre incompleta, siempre abierta, en la que transcurre la vida. Pero en los mitos no se agota la tradición oral. Se da toda una tradición sapiencial que se puede concretar en la palabra «consejos para el buen vivir», el yetarafue, acervo más venerado que la misma mitología aunque se apoya en ella, llegando a ser en definitiva su quintaesencia. En La Chorrera (río Igaraparaná), que fuera la gran sede amazó-nica de la Casa Arana, los hablantes del dialecto búe y mïka utilizan la forma bakakï para referirse a los mitos; los del dialecto nïpode dicen ïïgaï y los del mïnïka dicen jagaï. El contenido simbólico de la fórmula bakakï es particularmente importante toda vez que bakï se utiliza para referirse a aquello prohibido que puede ser causa de contaminación * Para los uitotos tenemos la fortuna de contar con las reseñas de mitos y canciones hechas por Preuss en plena época de las caucherías (1914), entre indígenas que habían buscado refugio en el piedemonte oriental. A pesar de lo extenso de la obra (veintiséis mitos y aproximadamente cien canciones), ella es solo una mínima parte de sus tradi-ciones orales. ** Sin que haya una contraposición mito-ritual, toda vez que las narraciones hacen parte de los rituales. Fernando Urbina Rangel 18 religiosa. Así, por ejemplo, hay alimentos que son bakï para alguien, ya sea en forma permanente u ocasional. El término –en uso en Occiden-te– que más se le aproxima es tabú. La razón de aplicarlo a los mitos reside en que una variedad muy importante de estos relatos contienen la historia (arquetipos) de acciones prohibidas. El rafue* es el discurso positivo en general, y en él figura especial-mente la trilogía primordial de demiurgos en lo que tiene que ver con el ser humano y lo que más lo hace tal: el alimento cultivado y ritual. El rafue no centra su atención en los seres silvestres. En este sentido se puede afirmar que el bakakï, el ïïgaï o el jagaï son palabras ligadas a los orígenes de los seres anteriores al hombre; por ser muy primerizos están todavía contaminados con una fuerza no domeñada del todo, no del todo decantada, no morigerada y endulzada y diferenciada. En contraposición, el humano es el ser más y mejor cocido, elaborado, purificado, que ha requerido experimentos previos para llegar a cons-tituirse plenamente. En una lectura de cuño patriarcal –propia de los sabedores uitotos y muinanes actuales– la acción de la Gran Madre Primordial –que en la mítica menos publicitada de los uitotos y muinanes antecede al Pa-dre– es superada por la acción purificadora del Padre, quien mediante el fuego produce la alquimia que endulza lo primordialmente amargo, haciéndolo manejable para la humanidad. Si seguimos el mito nº 7 se ha de contar con que este principio femenino se bifurca en dos: uno, Buinaiño, más favorable a los hu-manos y otro, Jerofaikoño, favorable a las bestias y a lo silvestre en general, de donde se tiene la expresión muy común de «madre de los animales» para referirse a una entidad que actúa como detractora del padre, suplantando a la verdadera madre, haciendo que el hijo se equivoque y se rebele contra el progenitor.** El rafue es una palabra ya purificada, referida a los actos culturales más decantados, más pro-bados, repetidos, como son los que aluden al alimento cultivado y procesado, especialmente cocinado; aquel cuya ingestión va a permitir * Raa es «cosa», especialmente cosa de poder, fuerte; fue es «boca». Así pues, rafue sig-nifica el «ente que está o sale de la boca», y en este caso, «palabra cargada de fuerza, eficiente». ** Sobre el matriarcalismo como una necesidad de la lógica mítica, y no como aconteci-miento histórico, ver mi artículo «La mujer en el mito» (Urbina, 1999). Prólogo 19 que el hombre sea humano* en un mundo humanado, mundo últi-mo, superación de los anteriores –que son como borradores, pero que mantendrán por siempre su secreta presencia con toda su fuerza–. Aproximación al concepto de mito Pero lo dicho sobre los términos que manejan los uitotos para refe-rirse a sus tipos de relatos no me excusa de aludir a qué se entiende por mito en la cultura dominante. El tema es de una sabrosura excepcional toda vez que en su dilatada historia ha pasado de contener la verdad por excelencia a equivaler, de forma vergonzante, a la mentira y al error.** Y desde luego se dan infinidad de formas intermedias: medio verdad y medio error, o mentira a medias. El siglo vi a.c. parece constituir el quiebre entre la muy arcaica concepción del mito como el relato válido por excelencia, por estar garantizado por la tradición y los dioses, frente al discurso nuevo ba-sado en la razón (logos) que ofrecía garantía de verdad sobre la base de argumentos. Esta polémica se libra en la antigua Grecia y gira en torno a tres palabras claves: mythos, aletheia y logos. Cada palabra, en cualquier idioma, nos pone en la pista de la ma-ravillada experiencia que llevó a crearla. El problema inquieta, obliga a disparar preguntas. Toda palabra es la respuesta a un problema. Maravilla el haber dado con ella. En algunas palabras el ejercicio de reconstrucción de su forma y sentido originarios se facilita; en otras, el camino no está suficientemente desbrozado. Quienes adelantan esta tarea son los filólogos. Con Gustav Stählin (ver Duch, 1998: 65) se espera haber llegado –luego de una acalorada polémica, dos veces centenaria– a una con-clusión sólida en relación a los significados que pudieron desplegarse * El discurso del rafue también puede aludir al origen de los elementos, plantas y ani-males; pero se referirá a ellos de modo más general, de manera más sintética, no en la forma detallada y prolija como se hace en el bakakï o en el ïïgaï. Es el caso del texto de Preuss (continuación del transcrito aquí): una simple enumeración. ** San Gregorio Nacianceno, uno de los integrantes de ese formidable movimiento in-telectual que fue la Patrística (pensar el cristianismo en términos de la cultura clásica grecorromana), llamaba al cristiano mytholatris: (adorador del Mythos), haciendo una identificación entre mythos y Cristo, igual a como se hizo entre logos y Cristo en el co-mienzo del Evangelio de san Juan. Aun entonces (siglo iv d. C.) se conservaba el sentido sagrado, verdadero y fuerte de la palabra mito, al punto en que servía para designar al dios cristiano. Por oposición, hoy día usamos el término mitómano para designar a quien tenga la manía de mentir. Fernando Urbina Rangel 20 en la palabra mythos, a saber, conocimiento, pensamiento y, sobre todo, recuerdo. Fueron seguramente sus sentidos más antiguos, que se re-montan a más de tres milenios a partir del presente, y con muy alta probabilidad hasta a más de cuatro, toda vez que los dialectos griegos empiezan a cristalizar al sur de los Balcanes alrededor de 2500 a.c. Los muchos términos que derivan del sustantivo mythos y del verbo mythein parecerían contribuir a confirmar semejante antigüedad. Lo cierto es que más de un milenio después Homero (o los sucesivos homeros) ya la empieza a utilizar para referirse a la palabra, conser-vando los sentidos originarios, pues las palabras vehiculizan el pensar, guardan el conocimiento y atesoran recuerdos. Pero será en el ámbito penumbroso de las religiones mistéricas donde el plural mythoi va a adquirir una especial resonancia, al ser utilizada para referirse a los relatos que cuentan la vida de los dioses, historias que preparan a quien se está iniciando para la manifestación del dios (del respectivo culto) en el rito culminante.* Y de allí nos vendrá esa acepción que dice que la mitología es el conjunto de relatos acerca de las aventuras de los dioses. Esos relatos eran sagrados, tenidos por la verdad plena por estar sustentados por la propia divinidad, y estar ritualizados, además, ser respetables por haber sido heredados de los ancestros. Pero hubo un momento en la historia de la cultura griega en que algunos pen-sadores empezaron a rechazar esas tradiciones por no considerarlas consistentes.** Y esto ocurrirá tímidamente a partir del siglo vi a.c. Es * El propio cristianismo es una típica religión mistérica. Los evangelios cuentan las aventuras de Cristo de nacimiento a muerte (sacrificio) y resurrección. Recitando estos relatos considerados sagrados se invitaba a la gente. Una vez enterado del asunto (quién es Cristo, sus hechos, milagros y propuesta de vida), el invitado resolvía entrar o no en ese nuevo culto o religión salvífica que implicaba aceptar esos relatos como verdades y un estilo especial de exigente vida virtuosa. Solo entonces era bautizado; pues siendo niño no era posible ni barruntar a qué se iba a comprometer. Así, en el enaltecido sen-tido inicial que tuvo la palabra mito, no con su carga peyorativa posterior, los relatos llamados evangelios son mitos. ** El más incisivo fue Jenófanes quien introdujo un sano relativismo acerca de las figuras de los dioses y, por lo tanto, de la invalidez del absolutismo de las excluyentes mitolo-gías nacionalistas donde se describen tales dioses. Al fin y al cabo fue un gran viajero que visitó muchas culturas y se dedicó a compararlas y, después de hacerlo, a tomar lo elementalmente común y generalizarlo, eliminando rasgos particulares. Lo que se busca recordar con el mito no es tanto la acción principal, muy prolija en detalles –el cuento propiamente dicho–, sino los elementos que utiliza para armarse y que al constelarse en el relato coherente de una aventura, no se olvidan. Por ejemplo, en el mito del diluvio y Prólogo 21 el albor del llamado racionalismo griego del que ya hay atisbos en el propio Homero. Esta corriente nueva preferirá utilizar la palabra logos para recoger y expresar sus raciocinios, que consideran más consis-tentes que las fórmulas provenientes de la tradición. La filología nos dice que logos tiene que ver con el verbo legein, una de cuyas muchas acepciones se refiere al acto de reunir en gavillas las espigas del cereal, o recoger los huesos de las piras funerarias. Y se aplicaba a la palabra por cuanto ella recoge en un haz aspectos de lo que nombra. Más tarde logos servirá para designar eso que llamamos la razón por el mismo motivo, ya que la capacidad racional es la que reúne en el concepto (que se expresa en palabras) aquello que constituye lo esencial de los seres. Se terminará por decir, con Aristóteles, que el «hombre es el animal que tiene logos», es decir razón (mente capaz de conocer y de juzgar el mundo y de hacer creaciones –obras– llenas de sentido). Por si fuera poco, estos nuevos pensadores empezaron a radicalizar otro contenido que ya se venía abriendo paso en la palabra verdad. En griego, verdad se dice aletheia. Los racionalistas consideran que la verdad es lo opuesto al error y la mentira. Pero, ¿qué significaba aletheia en su origen? ¿Qué nos dice la palabra misma? En ese remoto pasado en que se fundaron las palabras clave de esa asombrosa cultura que en buena parte fundamenta a Occidente, a alguien se le ocurrió la palabra aletheia al buscar con qué nombrar aquello fundamental que debe tenerse siempre presente, que debe re-cordarse. Lo que sucedió a continuación fue el chispazo, algo que lo dejó maravillado; aplicó una receta del pensar: nominar negando lo que es contrario a lo nominado. Concluyó entonces, que lo fundamental y digno de recordarse ha de ser lo opuesto al olvido. Y aquí, para crear esa palabra nueva que negaba el olvido, los mitos vinieron en su ayuda. El Leteo (Letheo) es en la añeja geografía mítica griega uno de los ríos del mundo de los muertos. Sus aguas producen el olvido. La mejor descripción de ese lugar la dará Platón en su madurez filosófica, al final de La República, cuando introduce el decir de Er, un personaje que durante diez días ha permanecido como muerto luego de una batalla. Er describe su experiencia en el ultramundo. Las almas, antes el origen de los bailes (nº 7), lo principal es recordar que no se debe buscar mujer cerca sino lejos, con el fin de evitar la endogamia. Fernando Urbina Rangel 22 de reencarnarse han de beber del Leteo para olvidar las experiencias habidas en sus pasadas existencias* y reiniciar la vida aparentemente sin nada en la memoria. Quien creó la palabra aletheia bien sabía que lethe significaba olvido. En griego, igual que en español, el prefijo a- equivale a una nega-ción. Así en castellano tenemos ateo, sin dios o que niega a dios; acéfa-lo, sin cabeza; amoral, sin moral, etcétera. La iluminación consistió en lo sencillo de ligar a y lethe, palabra que terminó como aletheia. Pero aquí se impone una conclusión: para el muy arcaico constructor de la palabra verdad entre los griegos esta no era lo contrario al error o a la mentira, como vendría a ser después, y mucho menos algo que se pueda tener y administrar como se tiene y administra un objeto entre el bolsillo. La verdad era más un ejercicio: un oponerse al olvido, un luchar contra el olvido. Y así tendremos una esclarecedora coincidencia: si mythos posee en su origen la significación de recuerdo y aletheia en principio signifi-có oponerse al olvido, entonces el mito no se opone a la verdad sino que la realiza al recordar. Vista así, el acento principal de la palabra verdad no excluye: ¡Incluye! Y es tarea inacabable, no posesión. Mucho ganaría la civilización planetaria –eso que ha de ser la su-matoria comprensiva y crítica de todas las historias culturales–, si se adoptara esa manera arcaica de considerar la verdad: aquello que se opone al olvido. Resumiendo, el mito es un relato en el que mediante simbolismos –en ocasiones, muy sofisticados, en otras, extremadamente sencillos– se conservan asuntos considerados fundamentales en la cultura respectiva. En cuanto discurso, consiste en una estrategia narrativa para recordar. En ocasiones las tramas pueden ser elementales y aparentemente muy * Platón y parte de los griegos creían en la reencarnación, doctrina que habían impor-tado de Oriente, donde se estipulaba que cada alma peregrinaría de cuerpo en cuerpo durante diez mil años hasta purificarse de una culpa congénita (una especie de pecado original). Había dioses que morían y resucitaban y en cuyos cultos prometían salvar a sus adeptos de tan larga y molesta peregrinación, y llevarlos a la plenitud solo en el espacio de la presente vida y de una sola muerte. Es un tema central en las religiones mistéricas. La gran propuesta platónica consistió en que a través de una sola vida vir-tuosa dedicada al conocimiento (filosofar) se podía tener acceso a la plenitud después de la muerte. Prólogo 23 fantásticas, pero esas tramas permiten ir colgando consejos, moralejas, conocimientos y reflexiones del orden más diverso. Y para terminar, si se me permite diré, con un fragmento del poe-ma dedicado a unos hacedores de máscaras:* El mito es un decir siempre confiado que alguien nos trae de un ayer difuso, es su tarea recordar comienzos retrayendo en palabras, trazo o gesto los arquetipos con que se hace mundo. Por supuesto, se trata del mundo concebido por la cultura a la que tal mito pertenece. Todo mito se inscribe dentro de un conjunto de relatos que se van engarzando hasta constituir una constelación desde la cual cada sím-bolo termina por develar siempre un poco más su sentido sin poder agotarlo. Es la «máquina mitológica» la que más incentiva crear en la perenne y creciente búsqueda y construcción de sentido. Además, los mitos hacen parte a su vez de ese código inmenso que es cada cultura: la vertebran, la estructuran; pero es desde ella –desde cada cultura– de donde se pueden cosechar los más profundos y valederos signifi-cados de los mitos. Solo que toda cultura está siempre abierta.** No estarlo sería ir contra la esencia misma del hombre. Lo creado siempre requiere de una nueva creación que al tratar de englobarlo resulta diversificándolo, agregando algo… y así siempre. Con un proceder opuesto jamás se habría salido de la nada o, lo que es lo mismo, del paraíso, de la uniformidad esencial: sería en el fondo el aburrimiento absoluto, aburrimiento del que salieron los dioses cuando tuvieron la buena idea de crear el ser humano, un ser díscolo, travieso, que no hace otra cosa que inventar mundos nuevos, y nuevas divinidades. Eso a los dioses les debe parecer muy divertido, por eso expulsaron al hombre del paraíso para darle la oportunidad de ser como ellos: creadores y capaces de generar hasta lo absurdo. Todo mito queda en cierta medida abierto. Nunca concluye del todo, * Se trata de Luz Myriam Gutiérrez y Manuel Alberto Torres, autores del libro De lo sagrado en el arte y el pensamiento mítico, el cual tuve el honor de prologar. ** Aun aquellas que el modo eurocéntrico –tan afincado en la idea de progreso– califica como «sin historia», es decir «sin cambios». Fernando Urbina Rangel 24 su trama generalmente se despliega y continúa en otros relatos. Es una manera de continuar fraguando la creación, ya sea porque con los mitos se descubren nuevas facetas de la realidad o bien porque se generan. Lo que se cierra (obtura) por definición es el dogma, que no es más que un mito fosilizado, con pretensiones de absoluto, traicionando con tal actitud lo esencial del espíritu, que es la infinita apertura a complementos y cambios. Los seres humanos ante todo ansían segu-ridad. Para lograrla no vacilan ante la tentación de declarar que hay verdades absolutas, y terminan por asirse a la ilusión de que pueden poseerlas. Hasta llegan a afirmar que dichas verdades vienen de fuera, se imponen por sí mismas y terminan poseyendo al hombre. Son los dogmas, monstruos de la razón, que al declarar el asunto cerrado (por eso es dogma, y por eso son monstruosos), impiden que la imagina-ción continúe en su labor infinita de buscar otras razones distintas o de hacer variaciones sobre las dadas y admitidas en una determinada coyuntura. De ahí el papel dinamizador del mito, siempre abierto a constelar de otra manera para enriquecer aquello que se piensa. Sien-do la variación su esencia, el mito resulta lo contrario del fanatismo. Las variaciones de los dogmas son tildados desde el dogma como he-rejías. Desde luego hay herejías, casi todas fanáticas; el fanatismo se vislumbra en quienes predican la bondad de morir por la verdad, pero se comprueba a plenitud en quienes matan por ella. Volviendo a los uitotos, no habría una palabra para equiparar con lo que se ha entendido por mito en Occidente. La que más se aproxima es rafue: palabra-obra. Pero entonces tendríamos que hablar de mito-poiema, expresión de origen griego que conjugaría mythos con aquello que es la quintaesencia del habla: poiema. Poema, en su origen, fue toda obra en cuya producción el creador, dios u hombre, pone todo su ser en juego.* Los mitos de los uitotos En la antología que presento en este volumen figuran desde algu-nos graves mitos cosmogónicos, hasta dos cuentos de aquellos que las * Ineludible recordar al milesio Tales quien, al preguntársele «¿Quién es el ser más bello?», respondió: «El cosmos porque es el poema de Dios». Prólogo 25 abuelas usan para entretener e iniciar en la tradición a niñas y niños (incluidos al final). Por supuesto, se pasa por mitos o fragmentos de mitos que hablan del origen del hombre o de su reconstrucción, de diluvios y restablecimientos de la cultura, de héroes culturales que aportan soluciones a la humanidad, de la configuración de los rituales principales y de las plantas sagradas; en fin, un apretado muestrario de lo que es esta vastísima mitología, gran parte de la cual todavía no ha sido reseñada de forma académica y que, por fortuna para la vida, aún se mantiene vigente y ofreciendo la oportunidad a nuevos investigadores para que la penetren y la brinden al mundo. Por fortu-na hoy son los propios indígenas quienes vienen trabajando también en esta recuperación, hablando con los pocos grandes sabedores que recibieron parte al menos, pero muy importante, del saber ancestral. Y ya no solo lo acopian, también lo reelaboran y expanden. Me referiré a algunos aspectos puntuales de esta colección y agre-garé pequeños apartes, considerados clave, y que no figuran en los relatos traídos a cuento en extenso. En las referencias bibliográficas se encuentran obras que profundizan algunos temas aquí tratados, y otras que están en preparación. MITOS COSMOGÓNICOS Al igual que toda cultura, sin excepción, la uitota se ingenió formas de constelar múltiples experiencias que permitirían, al organizarlas, dar cuenta del origen de la realidad como conjunto y de los múltiples factores que la conforman, incluyendo el humano y el divino, con sus minuciosas interacciones, impuestas por su complejo manejo del mun-do. Parte de una de esas cosmologías queda expresada en este bello fragmento de un mito cosmogónico que fue incluido en una recopila-ción de la década del ochenta hecha por la antropóloga Blanca Vargas:* La Madre existía cuando no existía nada, nada, solo ella. Ella es aire, es agua, es conocimiento. Fue ella quien calladamente dio el primer suspiro * Quien lo tomó de labios de un gran sabedor, el Abuelo Enókayï del clan Mafafa-roja, en Araracuara, río Caquetá. Su trabajo investigativo de la década del ochenta culminó en la primera tesis laureada en Antropología de la Universidad Nacional de Colombia (1986), que tuve el honor de dirigir. Fernando Urbina Rangel 26 para que de ese suspiro, como una burbuja naciera el Padre Creador, el padre Unámaraï. Y él se posa como una nube por encima de la Madre, sustentado por ella, porque es ella quien lo sostiene. Y la Madre y el Padre engendraron a su Hijo, Áñïraima. De las numerosas variantes de este mito, alguna cuenta cómo el Hijo hace visible la Creación, que era solo ensueño, vibración y palabra en sus progenitores. El dolor y el esfuerzo de su propia gestación y naci-miento lo limitan, igual que los bejucales de la manigua intentan ahogar una palma joven. Al desembarazarse de sus problemas, Áñïraima los va convirtiendo en plantas que en lo sucesivo servirán a los humanos como remedio para sus dolencias. Y desde entonces, queda así: toda creación es la concreción de un esfuerzo y la sublimación de un dolor. Este ritmo de pensamiento no es excepcional entre los creadores aborígenes colombianos. Un muy conocido texto con resonancias similares fue reseñado por Reichel-Dolmatoff entre los kogis de la Sierra Nevada de Santa Marta. Los fragmentos iniciales de este gran mito de creación rezan así: Primero estaba el mar. Todo estaba oscuro. No había sol, ni luna, ni gente ni animales, ni plantas. Solo el mar estaba en todas partes. El mar era la Madre. Ella era agua y agua por todas partes y ella era río, laguna, quebrada y mar, y así ella estaba en todas partes. Así, primero solo estaba la Madre… la Madre no era gente, ni nada, ni cosa alguna. Ella era aluna. Ella era espíritu de lo que iba a venir y ella era pensamiento y memoria. Así la Madre existió solo en aluna en el mundo más abajo Prólogo 27 en la última profundidad sola. Otro fragmento con el mismo aliento de alta poesía y tono metafí-sico* se lee al comienzo del «Poema de la Creación», el recopilado por Konrad Theodor Preuss entre los uitotos del quebradón de La Niña María, cerca de Florencia, en 1914. Su obra, en dos volúmenes, fue titulada Religion und Mythologie der Uitoto, publicada entre 1921 y 1923. Es la recopilación más importante que se ha hecho en Colombia de una mitología aborigen. Prueba del descuido de los colombianos por su «historia cultural propia» es que la traducción al español del libro haya demorado más de setenta años. La obra bilingüe uitoto-alemán, cuenta con una minuciosa introducción al amplio corpus de textos en vernáculo. Se incluye un diccionario uitoto-alemán, que he-mos consultado para resolver problemas de significado en el presente trabajo. En la versión al español uitoto, publicada por la Universidad Nacional de Colombia en 1994, los traductores –Eudocio Becerra (Bi-gïdïma) y Gabriele Petersen– llevaron a cabo una cuidadosa revisión de las transcripciones del vernáculo hecha por Preuss, estableciendo la versión castellana desde el corpus uitoto ya revisado. Además de realizar trabajos etnográficos entre los kágaba (kogis) de la Sierra Ne-vada de Santa Marta y de grupos mexicanos, Preuss fue un cuidadoso arqueólogo. En Colombia es célebre su trabajo sobre la estatuaria de San Agustín, y fue precisamente con ánimo de encontrar un marco conceptual de referencia que viajó a la Amazonia para tratar de inda-gar, en las tradiciones orales y rituales conservadas allí, las claves para la interpretación del complejo agustiniano. Y fue siguiendo esas huellas que viajé a Araracuara, en el centro de la Amazonia colombiana, a continuar mis investigaciones: los glifos milenarios de su arte rupestre, y las tradiciones orales y rituales en los grupos supérstites, para desde allí aventurar hipótesis sobre San Agustín y Tierradentro. Pero terminé quedándome en los mitos y en los petroglifos. (Preuss, 1994). * Uso el término pensando en Parménides y no en los promotores de «la nueva era». Es bueno recordar en este prólogo que Parménides fue el escultor de la fórmula que funda lo esencial de la metafísica, fórmula a la que llamó mito: «Solo un mito queda cual camino: el ser es», fórmula que es puesta en boca de una diosa. Fernando Urbina Rangel 28 La bellísima traducción al español del documento, dice así:* Era la nada, [naaïno] no había cosa alguna. Allí el Padre palpaba lo imaginario, lo misterioso. No había nada. ¿Qué cosa habría? Naaïnuema, el Padre, en estado de trance, se concentró, buscando dentro de sí mismo. ¿Qué cosa habría? No había árboles. Rodeado de la nada, el Padre la controló con ayuda de un hilo soñado y de su aliento. En todas partes reinaba el vacío; el Padre examinaba el fondo de ese vacío pero no había nada. Recitó la oración de la nada, mas todo era vacío. Ahora, el Padre buscaba aquello que es nuestra vida el comienzo de nuestra historia, pero solo había un vacío. Intentaba palpar el fondo de la nada atarlo con la ayuda del hilo soñado, pero todo era vacío. En estado de trance obtuvo las sustancias mágicas arebaikï e izeikï con las cuales sujetó el fondo de la nada, tomó posesión de la nada, para luego sentarse en aquel plano que es nuestra tierra, e intentar extenderlo. […] Y con estos dos tipos de texto nos podemos aproximar a lo mejor de la estética literaria y a la finura de conceptualización del que todavía es visto por muchos colombianos como «pensamiento de los primitivos», expresión en que el adjetivo manejado peyorativamente (como «burdo», «imperfecto», «no evolucionado») impide hacerse cargo de una de sus * Introduje una división en los renglones; me saben a verso. Prólogo 29 connotaciones más profundas: el ser primordial; algo que ha de cons-tituirse en el fundamento enaltecido de nuestros orígenes genéticos, conceptuales y estéticos antiquísimos, ciertamente. El calificativo de «nuevo» con que se describe el «Continente Prodigioso» (Nuevo Mundo) es consonante con el concepto de primitivos (sin comillas y en el sentido más peyorativo) que se le endilga a los primeros pobladores del mundo que encontraron (no descubrieron) Colón y sus acompañantes. Los recién llegados no eran tan civilizados como para tener las mentes abiertas al estilo de Co-pérnico y de los que vendrían después, sino que estaban empotrados en la actitud de donde saldrían quienes juzgaron y condenaron a Ga-lileo y asaron a Bruno. Empiezo diciendo radicalmente que los seres humanos se encuentran, no se descubren. Y el encuentro es mutuo. Continúo afirmando que las culturas que aquí se venían desenvol-viendo desde hacía más de cincuenta mil años, y que ya traían un prodigioso bagaje, tuvieron largo tiempo para llegar a sofisticaciones lingüísticas, conceptuales, artísticas y morales que resultan hoy día envidiables para todas las culturas de nuestro tiempo, y no tanto para aquellos siglos (xv y siguientes) cargados de un fanatismo a ultranza que impedía ver belleza, grandeza moral e inteligencia en quien era diferente: el otro. Desde luego, ninguna cultura hace perfecto a un ser humano. ¡Lo que hubiera avanzado la humanidad si en lugar de una mítica Babel, que nos incomunicó, le hubiésemos apostado al diálogo! Como el tiempo es largo, aún hoy es tiempo. Todo diálogo auténtico parte de confiar y desconfiar un tanto de lo propio, y en confiar mucho y desconfiar un tanto del otro. El requisito mínimo para crear el ámbito de la posibilidad de construir algo mejor es partir de que se puede estar equivocado o que se puede perfeccionar aquello en que se está. «Abya-Yala» llamaron los kunas al continente, que luego de co-nocerse las cartografías de Américo Vespucio, fue denominado «América», nombre casual, de poco contenido: otro infortunado acci-dente. En tule, la lengua de esa gran nación indígena del Darién y del archipiélago de San Blas, la expresión Abya-Yala quiere decir «Tierra en plena madurez». Todo lo contrario de lo que se pretende significar cuando se la califica de «Nuevo Mundo». O bien todas las culturas son «inmaduras» para su momento o, mejor, ninguna lo es, o todas tienen Fernando Urbina Rangel 30 un tanto de lo uno y de lo otro. Y quizás el único criterio válido para juzgarlas sea según el principio que dice que «es bueno lo que no se opone a la vida». Y se opone a la vida y a la plenitud de la mujer el que se le extirpe el clítoris para impedirle experimentar placer en la cópula, como lo impusieron los machos en alguna tribu indígena, alegando que así se garantizaba su fidelidad (la de ellas, no la de ellos). O que se confine al anciano en un ámbito de reclusión impidiéndole continuar la inapreciable labor de orientar con su sabiduría las nuevas generacio-nes, como se acostumbra cada vez más en la cultura dominante, debido a que la generación de los adultos se siente incómoda con ellos. Solo que el caso de los mutiladores está en franca extinción, en tanto que el de los ancianos reclusos se encuentra en franca expansión. En los dos fragmentos de mitos cosmogónicos transcritos, el privi-legiar uno al principio femenino y el otro al varonil, permite asomarse a una polémica de decidida actualidad, toda vez que el mundo y el país nacional están entrando –¡por fin!– en la vía ancha del reconocimiento de los derechos de la mujer, escamoteados por la estupidez de un ma-chismo a ultranza presente en casi todas las culturas o, al menos, en algunos momentos de las culturas de ayer y de hoy. Por otra parte, la presencia de dos tradiciones –matriarcal la una, patriarcal la otra– nos ponen en claro la necesidad de volatilizar otro prejuicio que se manifiesta en expresiones tales como «los uitotos piensan así o asá»,* como si pudiésemos meter en un costal todo un pensamiento vivo que ofrece lo mejor de sí en las variaciones. Es que no hay acuerdo, es que no todos los integrantes de una cultura piensan igual desde su tradición –que ya viene diversificada–, requisito sim-plificador para tratar de manejar una cultura desde fuera. Peor aun cuando tratan de meter a todas las culturas indígenas en el mismo saco generalizador y ahí los dejan, no haciéndose cargo –porque incomoda– de su complejidad. Presento en esta obra una selección de los mitos que he venido allegando de labios de muchos sabedores hablantes de uitoto. Si bien * Lo apropiado sería decir «algunos uitotos». Lo que pretendo destacar es que estamos en presencia de un tipo de pensamiento y tradición con muchos matices y variables. Requiere para su comprensión ampliar la mente o, si se prefiere, el espíritu, y no, como ha venido ocurriendo, arrasando con dichas culturas por el hecho de ser diferentes, es decir, por manejar un conjunto de ideas y valores (cosmovisión) distinto. Prólogo 31 algunos de ellos pertenecen a la etnia muinane, contaron con pre-ceptores uitotos, dada la estrecha proximidad entre estas dos etnias que hoy ocupan prácticamente los mismos enclaves. Por ser un grupo con menos efectivos que los uitotos, los muinanes se diluyen un tanto entre ellos, de modo que hay muchos sabedores muinanes que hablan uitoto, pero pocos uitotos que hablen muinane. Todos los relatos que se incluyen de boca de sabedores muinanes fueron narrados en uitoto. Conviene considerar que los mitos reputados como más antiguos lo son en el orden de la lógica lineal, pero no en el orden de su configura-ción inicial. Creo que los grandes mitos cosmogónicos que dan cuenta de los orígenes absolutos son el resultado de los análisis de grandes pensadores (presentes en todas las culturas), quienes al meditar sobre el conjunto de las tradiciones más puntuales, o sea, aquellas que hablan dando razón de lo más cotidiano, de lo más inmediato, ven la necesi-dad de fundamentarlas. Lo que más poderosamente llama la atención de los uitotos es que en los variados mitos con que aluden a lo primordial se transparenta un afán por llegar a lo más abstracto posible, para con ello fabricar la realidad. No puedo dejar de pensar en los presocráticos y su búsqueda del arjé, el elemento primero en el cual van a consistir todas las realida-des. Estas realidades se originarían en dicho arjé y desde ahí llegarían al presente mediante múltiples transformaciones. Así lo postularon los tres milesios: Tales vio el «agua» en el comienzo; Anaxímenes, el «aire»; y Anaximandro, lo «indeterminado». El Efesio (Heráclito) se inclinará por el «fuego» y Empédocles de Agrigento, más ecléctico, nos dirá que fueron los cuatro elementos básicos: el agua, la tierra, el aire y el fuego, teoría que se mantuvo vigente por casi dos milenios. Regodeémonos en la maravillosa aventura del pensamiento entre los uitotos. Echaré mano de varios mitos. Los creadores necesitan una materia prima con qué hacer la obra. ¿Qué es lo más inasible en la selva amazónica, pero que al mismo tiempo aparece en ella con una mínima materialidad? ¿Una frágil se-milla aérea? ¿No será mejor, algo que se descubre más porque opone resistencia que por ser percibido por la vista? Un hilo, la casi imper-ceptible hebra de una telaraña que, al compactarse mediante un mo-vimiento rotatorio en la yema de los dedos, generará un pequeño copo de donde saldrá todo. Pero como esto no es suficientemente abstracto, Fernando Urbina Rangel 32 se irá más allá y se mentará un hilo de araña, pero un «hilo soñado». Con él se atará la nada y allí comenzará todo. O puede ser que el creador sea solo corazón, corazón bueno, co-razón que habla, un ser sin extremidades, solo corazón. Entonces ese corazón busca las palabras con las que él mismo fuera formado. Y así la palabra, que es solo vibración, será el elemento con el cual se construya todo. Por eso, en el fondo del canasto cósmico donde reposa lo primor-dial solo hay palabras, solo aire, solamente ilusión, solo sueño. Pero los uitotos van más allá: es necesario generar el órgano que permita ver lo que va a ser primero. Es que sin un contemplador nada existe. El Abuelo Siake de la nación Okaina,* etnia muy cercana cultural y lingüísticamente a los uitotos, especula así: En el principio el Padre abrió su vista. Su ojo estaba vacío y no vio nada. Después de mucho parpadear terminó por percibir un puntito entre la nada, «una basurita de nada». A medida que parpadeaba y parpadeaba con su ojo vacío ese puntito fue creciendo, se acercaba y se alejaba se agrandaba y se achicaba esa basurita de nada… hasta que ese punto se metió entre su ojo y se convirtió en la pupila. Pero a esto mismo, a esto que era casi nada, lo empezó a extender y a darle consistencia hasta que fue bien firme aquella cosa. En ella se sentó y comenzó a crear. Y su forma de crear fue haciendo explotar ese banco en que estaba sentado igual a como estalla la gran cápsula donde la ceiba roja atesora sus semillas aéreas; Al reventarse el viento las dispersa por doquiera. * Fue entrevistado en la década del ochenta por mi alumna María Cecilia López (que hoy tristemente ya no está con nosotros). Poco tiempo después el abuelo me amplió esa versión. Prólogo 33 Y luego termina de configurar todas las cosas nombrándolas. Un dios que es solo vacío y que comienza por inventar el ojo que le per-mitirá ver lo que va a nombrar. Ojo: asiento de la realidad, el que hace posible fraguar realidad. MITOS QUE ALUDEN A TERRITORIOS Aparte de estos graves mitos cosmogónicos que constituyen el jabo rafue, «el saber más fuerte», los que con más frecuencia se cuentan por contener las normas inmediatas del buen vivir y los ejemplos que no se deben seguir porque terminaron en fracasos, son los discursos referidos a las aventuras de los héroes culturales. Son aventuras con que se van signando los vastos y complejos escenarios amazónicos, ha-ciéndolos aptos para la vida humana que terminará humanizándolos, volviéndolos territorios tribales. En otro gran mito –«El árbol de la abundancia»– se cuenta cómo se origina la Panamaz