Bogotá, ciudad memoria

Este libro es otra mirada a la historia, desde los espacios públicos (edificios, calles, monumentos, plazas, parques) que son huellas latentes y que transforman a Bogotá en un gran mapa que refleja toda la violencia política nacional, así como las luchas sociales y las grandes apuestas por la paz. A...

Full description

Bibliographic Details
Main Author: Centro de Memoria, Paz y Reconciliación
Format: Book
Language:Spanish
Published: Bogota: Centro de Memoria, Paz y Reconciliación 2012
Subjects:
Bia
Nes
Vio
Roa
Online Access:http://babel.banrepcultural.org/cdm/ref/collection/p17054coll4/id/9
Description
Summary:Este libro es otra mirada a la historia, desde los espacios públicos (edificios, calles, monumentos, plazas, parques) que son huellas latentes y que transforman a Bogotá en un gran mapa que refleja toda la violencia política nacional, así como las luchas sociales y las grandes apuestas por la paz. Agradecimientos pág. 4 De la memoria pág. 5 Presentación; La memoria, un mapa por armar pág. 9 Cómo usar este libro pág. 13 El voto nacional por la paz al comenzar el siglo XX pág. 19 La época del terror, llamada La Violencia pág. 29 El Frente Nacional y los conflictos armados de baja intensidad pág. 47 Guerras cruzadas y pactos de paz pág. 61 Conflicto de alta intensidad y la paz entre fuegos pág. 99 Bogotá en el siglo XXI pág. 131 El Centro de Memoria, Paz y Reconciliación pág. 157 Bibliografía de referencia pág. 183 Bogotá, ciudad memoria Bogotá, ciudad memoria Alcalde Mayor de Bogotá D. C. Gustavo Petro Urrego Secretario General de la Alcaldía Mayor de Bogotá José Orlando Rodríguez Guerrero (e) Secretario Distrital de Gobierno Guillermo Asprilla Coronado Subsecretario de Asuntos para la Convivencia y Seguridad Ciudadana Édgar Ardila Amaya Alta Consejera para la Atención a las Víctimas y la Reconciliación Ana Teresa Bernal Director de Derechos Humanos y Apoyo a la Justicia Camilo Castellanos Rodríguez Director del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación Camilo González Posso © Centro de Memoria, Paz y Reconciliación Carrera 19B No. 24-82, Bogotá D. C., Colombia Primera edición: noviembre de 2012 ISBN: 978-958-8411-50-7 Centro de Memoria, Paz y Reconciliación Alejandra Gaviria Serna Antonio González Carlos Eduardo Espitia Cueca Christian Soto Darío Colmenares Millán (Coordinador técnico) Diego Luis Angulo Martínez José Darío Antequera Juan Carlos Jiménez Juan Diego Delgadillo María del Mar Pizarro Mónica Álvarez Olga Lucía Fuentes Roberto Romero Ospina Textos Camilo González Posso Roberto Romero Ospina Walter Joe Broderick Dirección Archivo de Bogotá Gustavo Adolfo Ramírez Ariza Edición, diseño & diagramación Taller de Edición • Rocca® S. A. taller@tallerdeedicion.com www.tallerdeedicion.com Fotografías Archivo de Bogotá - Unidad de Memoria y Derechos Humanos (fotos de: Jorge Silva, Vicky Ospina, Sady González y Hernán Díaz) Archivo del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación -Juan Carlos Jiménez Diario El Tiempo Archivo Semanario Voz Secretaría Distrital de Cultura Recreación y Deporte -Idartes (fotos: Carlos Mario Lema) Impresión y acabados Disonex S. A. Bogotá, noviembre de 2012 impreso en colombia El texto aquí presentado compromete a sus autores, y no es la posición oficial de las instituciones editoras de la Alcaldía Mayor de Bogotá, D. C. www.centromemoria.gov.co centromemoriaypaz@gmail.com PAZ Y RECONCILIACIÓN Centro de memoria Contenido Agradecimientos 4 De la memoria 5 Por: Gustavo Francisco Petro Urrego, Alcalde Mayor de Bogotá Presentación La memoria, un mapa por armar 9 Por: Juan Manuel Roca Cómo usar este libro 13 El voto nacional por la paz al comenzar el siglo xx 19 La época del terror, llamada La Violencia 29 El Frente Nacional y los conflictos armados de baja intensidad 47 Guerras cruzadas y pactos de paz 61 Conflicto de alta intensidad y la paz entre fuegos 99 Bogotá en el siglo xxi 131 El Centro de Memoria, Paz y Reconciliación 157 Bibliografía de referencia 183 4 Agradecimientos La publicación de este libro del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación ha sido po-sible por el aporte de muchas personas. El plan general de la obra fue coordinado por Camilo González Posso y contó, además de sus escritos, con los textos de Ro-berto Romero y aportes o comentarios de todos los integrantes del equipo profesional del Centro. Joe Broderick contribuyó con la revisión editorial de la primera versión del libro. Las fotografías que se incluyen constituyen parte esencial de la obra. Para fortuna se contó con el fondo de imágenes que tiene el Archivo de Bogotá, que generosamente per-mitió el acceso a fotos de destacados artistas; el Instituto Distrital de las Artes también nos aportó testimonios fotográficos de la vida artística en Bogotá y se pudo contar con imágenes de los archivos de El Tiempo, Semanario Voz y revista Semana. Los registros de Juan Carlos Jiménez permitieron incluir fotografías del proceso de gestación y construc-ción del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. La base del libro es la Cartografía Bogotá Ciudad Memoria que, a partir de la idea original propuesta por la fundación H.I.J.O.S., se ha ido llenando de registros de huellas de memoria en las calles, plazas y construcciones que en Bogotá rememoran eventos de la historia de violencia política y de luchas por la democracia y la paz. El Taller de Edición Rocca, con el concurso de todo su equipo creativo y editorial, ha hecho el cuidadoso trabajo de diseñar y armar este libro, resituando cada palabra, cada foto, página a página, para entregar finalmente a Bogotá y al país una obra de alta calidad. La Secretaría de Gobierno de Bogotá y la Alta Consejería para los Derechos de las Víctimas, la Paz y la Reconciliación, han hecho posible esta publicación que está destina-da a la consulta en los centros de estudio y en las bibliotecas. Es un libro para mirar y leer entre varios, un pretexto para conversar sobre la memoria que hay en las calles y plazas, y que nos recuerda a personas que fueron silenciadas y a sueños que siguen esperando su momento. Centro de Memoria, Paz y Reconciliación 5 De la memoria1 Nueve de abril, Día Nacional de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas. Es deber del Estado su conmemoración haciendo memoria y reconocimiento de los hechos que han victimizado a los co-lombianos y colombianas, como lo expresa la ley. Un nueve de abril, hace sesenta y cuatro años, con el asesinato de un líder, Jorge Eliécer Gaitán, Bogotá se llenaba de víctimas que eran enterradas afanosamente en fosas comunes. No se enterraban solamente víctimas sino sueños, esperanzas, ideas de un cambio. Día de la memoria para no olvidar dice la ley; pero también día de la solidaridad con las víctimas de la violencia presente. Violencia que no cesa, que ha llenado las ciudades de Colombia de millones de personas que no solamente huyen del terror, sino que llevan en su corazón a los desaparecidos, asesinados, tortura-dos y secuestrados. Millones de personas a las cuales les han usurpado su mayor bien: la tierra. Desde hace sesenta y cuatro años, la sociedad colombiana, incluida la bogotana, se ha convertido en una de las sociedades más desiguales de la humanidad. Violencia y desigualdad han ido de la mano. Violencia que sigue a otras violencias, que se conjuga con el rencor, que nos lleva a más violencias y que nos ha con-ducido a una sociedad sin derechos, sin garantías para la gente más excluida, a una sociedad donde la tierra y el agua son de unos pocos. El actual Gobierno Nacional presentó ante el Congreso una ley, que aprobada hoy, por primera vez habla de la reparación integral a las víctimas. Quisimos en ese entonces apoyar esa ley. No sabíamos que para su aplica-ción íbamos a estar al frente de la Alcaldía de Bogotá; pero bienvenida la oportunidad, no solamente de apoyar en su momento la aprobación de la ley, sino de tener la posibilidad de aplicarla por primera vez en Bogotá, ciudad en donde habitan cien mil familias, que son cuatrocientas mil personas de los aproximadamente cuatro millones de víctimas que hay en el país. 1 Día de la Memoria y la Solidaridad con las Víctimas. Apartes de la intervención del Alcalde Mayor de Bogotá, Gustavo Petro Urrego, en el evento realizado en la Plaza de Bolívar, 9 de abril de 2012. 6 Bogotá, ciudad memoria Frente a esta aguda problemática humanitaria y de derechos, la respuesta del Estado ha sido discon-tinua y débil; para Bogotá en particular, es un reto avanzar en políticas y estrategias que permitan ma-terializar el goce efectivo de derechos de la población víctima en los diferentes componentes de atención. […] La ley contempla la reparación integral de las víctimas; lo que significa salud, educación, y vivien-da, entre otras necesidades. Lo que nos preguntamos entonces es, ¿quién pagará la reparación integral de las víctimas? La primera respuesta indudablemente debería ser: los victimarios; aquellos que se apropiaron de las tierras y que quedándose con ellas, condenaron a generaciones enteras quizás a cien años de soledad, y han obtenido poder, porque tierra y poder en mu-chas regiones de Colombia son sinónimos. Aquellos que obtuvieron la tierra y el poder gracias al terror con un solo objetivo que no es el de hacer producir café, yuca o banano en las tierras, sino que es el de utilizarlas como el mecanismo fundamental del la-vado de activos del narcotráfico. Si hay algo claro, es que no solamente el Estado y los actores de la violencia han sido los generado-res de la misma, sino que de manera primordial el motor que condujo a la usurpación de la tierra en Colombia a partir del uso generalizado y sistemático del terror, que condujo la historia reciente de Colom-bia al genocidio, al delito de lesa humanidad, al cri-men contra la humanidad, es ni más ni menos que el narcotráfico. Que los narcotraficantes en Colombia, se quedaron con las tierras fértiles no para producir 7 Bogotá, ciudad memoria Así mismo, es el deber del Estado definir y faci-litar los mecanismos y canales para que la sociedad en su conjunto y las víctimas en particular, tengan la posibilidad de recuperar, generar y mantener la memoria en el camino de búsqueda de la verdad his-tórica, la reparación y la no repetición. Así, en defensa y fortalecimiento de lo público, nuestro Plan de Desarrollo 2012-2016 Bogotá Huma-na, asume el reto de contribuir a la reparación colec-tiva y la recuperación de la memoria histórica de las víctimas, con la reconstrucción del tejido social y la búsqueda de la verdad como factores de reconcilia-ción y construcción de paz. Hace sesenta y cuatro años, por poner sólo una fecha, se recrudeció la violencia en Colombia. Un nueve de abril exactamente en este mismo lugar que hoy visitamos, se iniciaron sesenta y cuatro años de odio y de terror. Que hoy nueve de abril podamos con este acto solidario, conjunto, colectivo, festejar por lo menos, el primer día en el que la sociedad colombiana deci-dió, no un acto de rencor, no un acto de odio sino un acto de amor, de la política del amor mediante el re-conocimiento y ejercicio del deber de garantía, en el día de las víctimas y de la memoria, con cien mil fa-milias que hoy habitan en Bogotá, con la expectativa de abrir un camino conjunto hacia el mayor anhelo de los colombianos y las colombianas: la paz. Gustavo Francisco Petro Urrego Alcalde Mayor de Bogotá D. C. alimentos sino para lavar activos, que se quedaron con segmentos enteros del poder político y del Esta-do en nuestro país. Ellos son los que tienen que hacer la primera gran reparación. Ojalá de manera volunta-ria pudiéramos obtener del narcotráfico la tierra. Pero además de los victimarios hay otros que tie-nen que reparar a las víctimas. ¿De dónde saldrá el dinero para la escuela, para la salud, para la vivien-da, para las cuatrocientas mil personas que habitan en Bogotá y los millones de víctimas en Colombia? Tiene que salir del Estado. Es deber del Estado, generar los mecanismos que conduzcan a las clases pudientes, las más altas capas de la sociedad bogotana, a través del impues-to predial y del impuesto de Industria y Comercio (ica), las que pagaban el impuesto al patrimonio con destino a la guerra; hoy, a través de estos mismos impuestos, generen los recursos con los cuales el Estado pueda de manera real y eficaz, garantizar la reparación y restitución plena de derechos. Así, el mismo Legislativo que expidió la Ley de Víctimas, está llamado a trabajar en el ajuste fiscal que garan-tice los recursos para el desarrollo de acciones defi-nitivas hacia la reparación integral a las víctimas del conflicto en el país. Ese es el compromiso de la Bogotá Humana. Es el compromiso de esta Alcaldía. Sin la garantía del goce efectivo de derechos a las víctimas no tendre-mos paz. Volverán y seguirán los días aquellos en los que mientras abrimos la boca y suspiramos, se llenan de sangre los territorios, las comarcas, las al-deas y los caseríos de nuestra querida Colombia. 9 Presentación La memoria, un mapa por armar El país, como esos muros que bajo muchas ca-pas de pintura guardan mensajes e historias olvidadas, parece solamente atender al último suceso, para cobijarse en la desmemoria. En esos muros hay una especie de almanaque de otros días que no pocas veces da cuenta de crímenes y vejámenes, de hechos soslayados o sepultados en los diarios, pero que hay que descascarar para encontrarlos. Así sucede en este libro Ocurre que nuestra historia oficial –podemos repe-tirlo una y otra vez como un mantra por ser una ver-dad ineludible–, está contada más que por la punta del lápiz por el lado del borrador. En buena parte el miedo generado como herra-mienta de amedrentamiento también conduce a pro-vocar el olvido, a asordinar la verdad o a conculcarla. Nos movemos entre un pasado hipotético y un olvido que nos lleva a vivir en la periferia del otro, en la indiferencia por lo que nos ocurre al cobijo de una ceguera histórica, de una ceguera impuesta. “La historia es el reverso del traje de los amos”, decía René Char, un poeta de la resistencia francesa que se negaba a la desmemoria y a los pases hipnó-ticos del olvido. Este libro es la mirada desde el otro extremo del catalejo, no del lado que aleja los sucesos sino del que los acerca. Es, como todo lo que quiere hacer luz sobre la historia, el reverso del traje que otros nos han hecho a su antojo, a su gusto y sus medidas. Para lograrlo, para avivar la memoria, los au-tores de esta obra necesaria han armado una suerte de rompecabezas, de mapas fragmentados de nues-tra violencia, una especie de geopatía, de enferme-dad del paisaje que se puede señalar en los lugares donde han caído, víctimas del odio, desde notables hombres públicos hasta incontables e inolvidables desconocidos. Nadie es un N. N. para su núcleo fa-miliar, a nadie le asignan el nombre del vacío. Un mapa así, que más que geográfico es social, puede abarcar desde Jorge Eliécer Gaitán hasta el muchacho anarquista muerto por balas oficiales en una calle que antaño tuvo el nombre ostentoso de Real, una arteria de la ciudad que cuenta en un ába-co de luto una legión de muertos. Es una calle –allí también asesinaron a Rafael Uribe Uribe–, que desde el trasunto de la violencia tiene los visos de una calle Irreal. El libro refuerza la generación, como lo hace de manera extraordinaria el Centro Memoria, Paz y 10 Bogotá, ciudad memoria Reconciliación, de una conciencia colectiva sobre las víctimas de la ya larga encrucijada histórica que vi-vimos como Nación. Una encrucijada que nos hace decir, con dolorosa ironía, que en Colombia la guerra siempre viene des-pués de la posguerra, pero también que proyectos como este ayudan a darle el punto final a esta larga situación enajenada y cruenta. Memoria, paz y reconciliación es el trípode en el que se monta una obra que no es privativamente el cuadro clínico de los colombianos como conglome-rado social en el marco de la violencia, sino también un reconocimiento a las víctimas y a sus familiares, que también lo son. Es curioso que se nos revele acá, como si el azar mirara su necrómetro, que haya sido a una misma hora, a la una de la tarde, cuando mataron a Uri-be Uribe y cuando mataron a Gaitán. Hoy dos pla-cas registran en los lugares de los magnicidios los execrables hechos. Pero, en verdad, son pálidos los homenajes, los monumentos que recuerden a los caídos, como ocurre con el mariscal Sucre en uno, si no el primero, de los hechos sicariales de nuestra historia. Quizá no sea un simple azar que el Museo Gai-tán no se termine de construir tras varias décadas, si pensamos que lo mismo ocurre con nuestra memo-ria colectiva, que siempre está en obra negra. Hemos visto pasar a nuestro lado una legión de desaparecidos, de desplazados que llegan a una ciudad donde no pueden echar raíces pues ya se las han cortado. Hemos visto crecer una ciudad que se expande cada día en las montañas configurando un mapa de la exclusión. Hemos visto dos veces el Pala-cio de Justicia en llamas y, con contadas excepciones, hay un registro de estos hechos en el arte público de la ciudad. Hemos visto exterminar a todo un partido de izquierda, hemos visto atropellos oficiales y gue-rrilleros. Y sólo algunos lo recuerdan. Por eso es bueno registrar en este mapeo de nues-tra tragedia ciudadana la escultura de Edgar Negret en homenaje a Manuel Cepeda o la de Eduardo Ra-mírez Villamizar a la memoria de Guillermo Cano, dos hombres de orillas políticas distantes a los que los une la muerte. El crimen es una forma hasta de matar a la muerte, un suceso atroz que se adelanta a un hecho natural, algo legitimado por cualquier vio-lencia irracional. Como el arte no se mueve privativamente en un medio abstracto, acá está, como testimonio perma-nente en el viejo columbario del Cementerio Central, ahora acogido dentro del bello espacio arquitectóni-co del Centro Memoria, Paz y Reconciliación, la obra de Beatriz González, esas sombras pintadas con la paleta indeleble de la memoria. La artista se niega a la desmemoria, al aturdimiento intelectual en esta Nación que es, según el aserto de un viejo poeta co-lombiano, “el país de la adormidera”, de esa plan-ta silvestre a la que basta darle un simple roce para cerrarse. El libro recuerda un lugar en el mapa de la vio-lencia colombiana que parece escrito con ceniza, con sangre y ceniza. Soacha, elegida por los narco-traficantes para asesinar a Luis Carlos Galán, pero 11 Bogotá, ciudad memoria también elegida para el negocio necrofílico de desa-parecer y matar civiles camuflados de guerrilleros. Camuflados, sí, como la verdad. Miembros de la Fuerza Pública, con el fin de recibir honores milita-res y beneficios económicos montaron un tinglado, hicieron una puesta en escena y llevaron a cabo una pésima y cruel obra de teatro, de la misma estirpe inmoral de la reinserción y mascarada de los falsos guerrilleros. Hay que resaltar que esta obra suscitadora como pocas entre las recientes publicaciones que atienden a nuestra realidad y devenir, nos deja grandes lecciones y grandes preguntas. A mí, particularmente, me deja el deseo de que esta ciudad y el conjunto del país erijan más hue-llas, más obras que recuerden y respeten a las vícti-mas. En Berlín, en los sitios de donde fueron sacados miles de judíos hacia los campos de concentración y hacia la muerte, se han incrustado lápidas, tarjas que recuerdan un pasado que no deja de anidar en el incierto presente. Pocas veces se crean espacios de reflexión tan só-lidos y serenos como este, en un verdadero acto de dignidad colectiva que atiende a una reconciliación que no implica el olvido. Acá las víctimas no son menos recordadas, como tantas veces suele ocurrir, que sus victimarios. Juan Manuel Roca Bogotá, octubre 19 de 2012 13 Este es un libro de calles y plazas. No es un libro para leer. Mejor dicho, no es solamente para leer. Es también para mirar, discutir, subrayar, tomar notas y compartir. En este libro aparecen varios fragmentos del mapa de Bogotá. En ellos están calles principales, carreras y avenidas trazadas, es decir, la malla vial de la ciudad y sobre ella hay retratos de hombres y mujeres que fueron víctimas de actos violentos en los que perdieron su vida. Los mapas estarán cerca del texto en el que se hace referencia a algún hecho violento y servirán para saber en qué parte de Bo-gotá sucedió. También hay edificios que recuerdan eventos trágicos de estos últimos tiempos. Y otros, por fortuna, que recuerdan hechos de paz. Algunas personas al observar los mapas segura-mente pensarán o recordarán que tal vez un miembro de su familia, un amigo o amiga ha sufrido abusos, o ha muerto en forma violenta, o acaso ha sido secues-trado o desaparecido a la fuerza, sin dejar rastro, de un día para otro en ese trazado de calles, carreras y avenidas que son el entramado urbano de la ciudad. Cómo usar este libro En la capital del país La mayoría de los casos aquí descritos han sucedido en Bogotá. Y siguen sucediendo. Aunque la muer-te, la desaparición o el maltrato quizá no nos hayan tocado personalmente, es decir, a un familiar o un amigo cercano, casi todos conocemos de situaciones próximas a nosotros. Nos referimos, también, a violaciones, asesinatos y masacres que han tenido lugar en otras regiones del país, pero que de alguna manera repercuten en la capital, pues en Bogotá converge todo. Basta pensar, por ejemplo, en las decenas de miles de personas del campo, despojadas de sus tierras y que han tenido que abandonar su terruño a causa de amenazas de muerte, o han tenido que huir de su tierra después de asesinatos colectivos para venir a buscar amparo en la ciudad y aquí se encuentran en muchas partes, sin vivienda, sin trabajo, sin dinero, pidiendo limos-na en los semáforos. Bogotá está llena de puntos que nos recuerdan –o que nos deben recordar– la violencia que vive Co-lombia. Ahí está, pues, el reto. Recordar los efectos de la violencia es justamente la primera tarea que nos propone el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. Mapa “Bogotá, ciudad memoria”, Versión de octubre de 2012. 14 Bogotá, ciudad memoria Lugar en el Congreso de la República donde fue atacado a hachazos Rafael Uribe Uribe el 14 de octubre de 1914. Su muerte ocurre el día 15. La memoria Si traemos los sucesos violentos a la memoria, si no permitimos que queden en el olvido y comprende-mos sus causas y sus consecuencias, se estará abrien-do la posibilidad de cambiar la situación que produjo semejantes hechos y podremos ayudar a evitar que estos jamás se repitan. La meta es modificar la pe-nosa realidad para llegar algún día a vivir todos en armonía y paz. Sobra decir que todos los colombianos queremos la paz. Lo complicado es convencer de parar la guerra a quienes creen que pueden ganar algo prolongándola. Sin embargo pareciera que, entrada la segunda década del siglo xxi, todos esos actores armados o desarma-dos, ideólogos de la guerra, usufructuarios de bienes y poderes obtenidos mediante la violencia, guerrilleros, narcotraficantes, paramilitares, e incluso agentes del Estado, han comenzado a dar muestras de tomar de-cisiones que conduzcan a terminar con esta pesadilla. Una vez que hayamos examinado las posibles cau-sas de la violencia con su saldo de víctimas –asesina-dos selectivamente, es decir cuando el ejecutor escoge a quién ultimar, los muertos en masacres y desapare-cidos–, el destino de las riquezas arrebatadas o el re-parto de poderes, podríamos empezar a entender qué es lo que está pasando. Este libro obliga a preguntarse muchas cosas, como por ejemplo, ¿por qué sucedió y quiénes son responsables de la muerte de cada una de las personas asesinadas que aparecen en este libro? Las calles también hablan (Si las calles hablaran…) Las ilustraciones en donde aparecen mapas mues-tran distintos lugares donde se han cometido críme-nes en años recientes, así como en un pasado no muy remoto. Sabemos, por ejemplo, que el general Rafael Uri-be Uribe, líder del Partido Liberal, que había firma-do la paz tras la guerra civil, llamada “Guerra de los Mil Días”, fue atacado a hachazos por dos artesanos, al grito “usted nos tiene jodidos”, en las escalinatas Bogotá, ciudad memoria Casa de la familia Gaitán. Calle 42 No. 15-52, barrio Santa Teresita de Bogotá. del Capitolio, en plena Plaza de Bolívar, a la luz del día, el 14 de octubre de 1914. Muere al día siguiente. Jorge Eliécer Gaitán, el gran líder popular, fue asesinado el 9 de abril de 1948, a la una de la tarde, cuando salía de su oficina, en la esquina de la carrera Séptima con la Avenida Jiménez, en pleno Centro de Bogotá. En estos dos casos, como muchos otros aquí rese-ñados más adelante, se trata de magnicidios, es decir, la eliminación mediante el asesinato de una figura pública que cuenta con una gran simpatía popular: se trata de golpear, con su eliminación, todo lo que un personaje de estos representa y debilitar la fuerza social o política que promueve sus ideas. Estos crímenes cometidos sobre líderes que conta-ban con amplio respaldo ciudadano repercutieron in-mediatamente en todo el país. Igual como paralizaron a toda Colombia otros más recientes: el de Luis Carlos Galán Sarmiento, el jefe liberal asesinado en Soacha el 18 de agosto 1989. Y en esa misma época electoral serían también abaleados por sicarios los candidatos presidenciales Bernardo Jaramillo Ossa, de la Unión Patriótica (up), y Carlos Pizarro Leongómez, de la Alianza Democrática M-19. El primero, el 22 de marzo 16 Bogotá, ciudad memoria y el segundo, el 26 de abril de 1990. Otro aspirante a la Presidencia, que obtuvo una gran votación –casi el 5 por ciento en su primera campaña de sólo tres me-ses–, Jaime Pardo Leal, presidente de la up, caería acri-billado el 11 de octubre de 1987 cuando conducía su automóvil en la vía La Mesa-Bogotá. Estos cuatro can-didatos cayeron en la Administración del presidente Virgilio Barco Vargas, que se vio inmersa en una de las más cruentas escaladas de violencia. Otro asesinato que entristeció a toda la Nación fue el de Jaime Garzón Forero, muerto a tiros el 13 agosto de 1999 cuando se dirigía a su trabajo en una emisora de Bogotá. Garzón era un destacado perio-dista que incursionó en el campo del humor político y se había ganado el cariño de las gentes por sus de-nuncias en programas de televisión y radio. ¿Por qué los mataron? ¿Y de qué manera sus muertes afectaron el país en su conjunto? Para el caso de Jaime Garzón cabe preguntarse, ¿por qué lo asesinaron? No era un político profesional, sino un periodista crítico y gran humorista. En Bogotá pasan de medio centenar los crímenes cometidos contra grandes personalidades en los úl-timos sesenta y cinco años, y lo mismo ha sucedido en todo el país; centenares de crímenes que por des-gracia no ve cuándo terminarán. Si tratamos de contestar las preguntas anteriores estaríamos haciendo dos cosas: primera, acercarnos a entender lo que hay detrás de las muertes de estos personajes; es decir, comprender qué motivos tuvie-ron quienes los asesinaron y qué pensaban lograr. Y segunda, entendiendo las causas, tal vez estemos en capacidad de saber por qué tantos otros –gente mucho menos conocida, algunos prácticamente anó-nimos, cercanos sólo a sus familias y amigos– tam-bién han sido víctimas de asesinatos, masacres y desapariciones. El mapa de la memoria Los fragmentos del mapa de Bogotá indican sitios de la ciudad. Las imágenes de personas que aparecen sobre los pequeños planos acompañados de texto corresponden solamente a algunos de los más cono-cidos personajes que han sido asesinados o desapa-recidos por sus convicciones. Pues bien, los sitios mostrados no solamente tie-nen que ver con los lugares en que se cometieron los crímenes. Hay también algunos que señalan dónde se han realizado actos encaminados a detener esta ola de sangre, de buscar un camino hacia la paz. Marchas de protesta contra la violencia, foros en tor-no a la mejor forma de lograr la paz y variadas ma-nifestaciones de los familiares de las víctimas, son algunas de las expresiones de la ciudadanía. Tam-bién figuran en los mapas sitios y calles que fueron los escenarios de construcción de democracia y paz, donde, por ejemplo, se realizó la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, o las acciones del Mandato Ciudadano por la Paz que llevaron a más de diez millones de votos en contra de la guerra. Conmemoramos la vida de aquellas víctimas públicamente reconocidas por las autoridades o sus amistades. Usted, como lector y usuario de este li-bro, puede ir identificando o marcando otros puntos 17 Bogotá, ciudad memoria Foto: Hernán Díaz. en los mapas si sabe de algún familiar, amigo o cono-cido muerto en forma violenta, desaparecido o que de alguna manera haya sido víctima de la violencia generalizada que estamos viviendo en Colombia. También puede recordar y escribir sobre sitios que considere importantes por haber ocurrido allí accio-nes colectivas en contra de la violencia, por la defen-sa de la vida y los derechos humanos. Este libro es una herramienta que ayuda a acer-carnos a nuestro complejo pasado, sin el cual no es posible entender el presente y avizorar el porve-nir, aprendiendo de los errores para transformar la realidad. 18 Bogotá, ciudad memoria 19 Bogotá, ciudad memoria El voto nacional por la paz al comenzar el siglo xx 20 Bogotá, ciudad memoria 21 El Voto Nacional por la paz al comenzar el siglo xx Plaza de Los Mártires y Basílica Menor de El Voto Nacional, Avenida Caracas con calle décima. Foto: Archivo del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. La Plaza de Los Mártires Quizá todo el mundo en Bogotá sabe que hay un lu-gar conocido como la Plaza de Los Mártires y que allí existe una iglesia llamada El Voto Nacional. Pero también es posible que muchos de nosotros no sepamos a cuáles mártires se refiere esa plaza, ni por qué una iglesia tenga ese nombre tan raro. ¿Por qué se llama así en lugar de tener, como casi todas, el nombre de un santo o de una virgen? La Plaza de los Mártires se encuentra a pocas cua-dras del Centro de Bogotá, entre las calles 10 y 11 con las carreras 13 y 15, colindando con la Avenida Caracas. Seguramente quienes viven más hacia el norte o al occi-dente no han tenido ocasión de caminar por esos lados. Estos dos sitios guardan recuerdos de uno de los momentos más importantes de nuestra historia. La Plaza de Los Mártires, como sugiere su nombre, hace referencia a un lugar de violencia y muerte. En cam-bio, la iglesia ofrece esperanza y sosiego, después de una guerra larga y cruel. Son instantes que ha vivido Colombia, en especial Bogotá, que dejaron su hue-lla para siempre. Buscamos aquí, precisamente, evo-car ese pedacito de memoria del país que se guarda –muchas veces sin ser percibido– en cada rincón de la ciudad capital. Sigamos entonces con la parte triste: los mártires. ¿Quiénes eran? Pues unos colombianos, mejor dicho, “neogranadinos”, como se llamaban en ese entonces; gente de la Nueva Granada, quienes doscientos años atrás se levantaron contra la dominación española. Eran patriotas y querían un país libre e independien-te, pues rechazaban ser mandados y explotados por un rey que vivía en un país lejano. Además, el mo-narca se beneficiaba con las riquezas del territorio de lo que hoy es Colombia desde el llamado “Descubri-miento”, la Conquista y la Colonia. Los criollos en todos sus sectores entendieron que había llegado el momento de emanciparse. Ante el levantamiento por los derechos de la Nación, el rey envió un jefe militar para aplastar la rebelión y liquidar así la nueva República que nacía independiente de España. Se trataba de Pablo Mori-llo, quien aunque se hiciera llamar “El Pacificador”, obraba como un hombre cruel y despiadado. Ordenó a sus tropas matar a miles de neogranadinos e hizo fusilar a todos los líderes que habían encabezado la insurrección contra la Corona española. Fueron fu-silados cientos de hombres patriotas que luchaban 22 Bogotá, ciudad memoria Plaza de Los Mártires. Foto: Archivo del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. Monumento a Los Mártires de la Independencia. Foto: Archivo del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. Básilica Menor de El Voto Nacional, construida como voto por la paz al terminar la Guerra de los Mil Días. Foto: Archivo del Centro de Memoria Paz y Reconciliación. por la Independencia, uno tras otro, en la huerta de la casa de un español de apellido Jaime. En la histo-ria, esto se conoce como los trágicos sucesos de “La Huerta de Jaime”. La pared de adobe que encerraba el sitio servía de paredón para los fusilamientos. En este lugar cayeron fusilados, entre otros, los próceres Camilo Torres, Francisco José de Caldas y Jorge Tadeo Lozano, cuyos nombres registran los li-bros de historia patria. Muchos años después, cuando Colombia ya se había liberado del yugo español, y aún se llamaba Nueva Granada, se construyó una plaza en el lugar de los fusilamientos a la que se le dio por nombre el de Plaza de Los Mártires, buscando honrar la memoria de quienes habían dado su vida por la cau-sa de la Independencia. Casi un siglo después, en 1902, comenzó la cons-trucción de esa gran iglesia que se levanta en la plaza: El Voto Nacional. Se llamó así porque fue el lugar en donde las autoridades civiles y religiosas de la época se comprometieron ante Dios a construir una iglesia si pronto se terminaba la guerra. Ese fue su “voto”. Un voto a favor de la vida tras casi cien años de guerras civiles. Las guerras civiles del siglo xix La cruda realidad es que después de lograr la In-dependencia de España, los colombianos siguieron 23 Bogotá, ciudad memoria 24 Bogotá, ciudad memoria enfrentándose cruentamente en una interminable secuela de conflictos y guerras civiles. Es decir, cho-ques armados entre hermanos, entre ciudadanos. No es que a las gentes sencillas del pueblo las motivara el odio. No se trataba de eso. Más bien que ciertas esferas de políticos, en sus ansias de poder, in-citaron a sectores del pueblo, con llamamientos sec-tarios, a pelear por sus egoístas intereses políticos y económicos. Los jefes políticos, ligados al sistema que pre-dominaba, se habían dividido en dos grupos prin-cipales. Por un lado, estaban los dueños de grandes extensiones de tierra, los hacendados, quienes lu-chaban por conservar y agrandar sus propiedades. Y por el otro, los comerciantes, los dueños de las nacientes factorías y los exportadores. Los primeros pugnaban por conservar el poder local y mantener el país como una confederación de Estados. Los se-gundos estaban interesados en un Gobierno fuerte y centralizado para promover mejor sus negocios. Los unos eran “federalistas”, los otros, “centralistas”. Y así nacieron los partidos, el Conservador (los primeros) y el Liberal (los segundos), cada uno con grandes influencias del pensamiento europeo y nor-teamericano. Con el prestigio de los generales de la Independencia como Bolívar y Santander, así como de todos los jefes en las provincias que habían contri-buido a derrotar a la Corona española, las dos colecti-vidades ganaron rápida influencia entre la población, que hasta el día de hoy existe de manera importante en los sectores populares. Estos dos partidos, llamados 25 Bogotá, ciudad memoria “tradicionales”, han dirigido la Nación en estos dos-cientos años de Independencia, intercambiándose el poder. Los caudillos y directorios de los dos partidos, en el fondo, no tenían profundas diferencias de ideología y los unía el común interés de mantener el estado de cosas y un clima propicio para la pros-peridad de sus negocios particulares. Lo dijo clara-mente el presidente conservador, por tres períodos, Rafael Núñez, quien en sus inicios fue liberal: “[…] las sanas doctrinas liberales y conservadoras son en el fondo idénticas”. Quizás la diferencia entre unos y otros consistía en los métodos para afianzarse en el poder, cómo impulsar los beneficios económicos de industriales, comerciantes y hacendados, y man-tener al pueblo sumiso y conforme. La gente del común no lograba entender eso. Y era presa fácil de las pugnas entre los partidos que no apuntaban a los problemas de fondo de la socie-dad. Los colombianos daban crédito a sus líderes. Creían que estar de acuerdo con este u otro partido era luchar por un país mejor, sin darse cuenta de que derramaban su sangre defendiendo los intereses de unos pocos. Pasadas las guerras, esos mismos po-bres de los dos partidos, lo seguían siendo. El Voto Nacional En esas guerras civiles murieron muchos miles de colombianos, en su mayoría, gentes que vivían en condiciones de pobreza. Sobre todo en la última con-tienda, conocida como la Guerra de los Mil Días, en-tre 1899 y 1902, aunque realmente duró más tiempo. Placas que se encuentran a la entrada de la Básilica de El Voto Nacional que dan por terminada la Guerra de los Mil Días. Foto: Archivo del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. 26 Bogotá, ciudad memoria Fue entonces, como ya se dijo, cuando se cons-truyó la Basílica Menor de El Voto Nacional, su verdadero nombre. Y allá los obispos y gobernan-tes consagraron a Colombia al Sagrado Corazón de Jesús, bajo la promesa de que los colombianos nun-ca más resolverían sus diferencias por medio de las armas. Hoy en día el templo y sus anexos están en gran parte deteriorados o en ruinas. Caen a pedazos. Como ha venido cayendo, también a pedazos, el sueño de un país unido y en paz. El siglo xx comenzó relativamente en paz. Con la finalización de la Guerra de los Mil Días sobrevino la pérdida del territorio de Panamá, para esa época departamento de Colombia, pero también comenzó un período de treinta años sin guerras entre los co-lombianos. Sin embargo, la violencia no había cesa-do del todo. Rafael Uribe Uribe, el magnicidio El 14 de octubre de 1914, a la una de la tarde, en ple-no Centro de Bogotá, dos hombres atacaron con ha-chazos al general antioqueño Rafael Uribe Uribe, jefe del Partido Liberal; fallecería al día siguiente. Y fue un magnicidio pues el pueblo lo consideraba como un héroe de la Guerra de los Mil Días, aunque su partido había sido derrotado en la contienda. Sus asesinos le propinaron heridas mortales en las esca-linatas del Capitolio Nacional. En el mapa aparece la imagen del general, pero vestido de civil. Allí está con su sombrero y sus bigotes. 27 Monumento a Rafael Uribe Uribe en el Parque Nacional, carrera Séptima con calle 36. Foto: Archivo del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. Rafael Uribe Uribe fue muy admirado por sus seguidores, tanto que hicieron construir un monu-mento en su honor. Es una estatua parecida a la ima-gen de Cristo bajado de la cruz y descansando en brazos de su madre. El monumento está ubicado en uno de los lugares más queridos de los bogotanos: el Parque Nacional. Lo mataron por sus convicciones sociales. Él in-tentaba unir a liberales y conservadores en torno a un proyecto que favoreciera a los pobres, a los sim-ples trabajadores y no a los poderosos de siempre. Su programa era muy avanzado para la época, el gene-ral repetía que “[…] el liberalismo debía beber en las canteras del socialismo”. Esto no sonaba muy bien a los oídos de la sociedad de entonces, conservadora y apegada al pasado. Y no olvidemos que precisamen-te los conservadores habían resultado vencedores en la Guerra de Los Mil Días. Ahora bien, el magnicidio de Uribe Uribe no fue el primero en nuestra historia. ¿Quién se acuerda hoy del mariscal Antonio José de Sucre? Ese gran líder de la revolución contra el dominio español, de apenas treinta y cinco años. Fue asesinado en 1830, cuando la nueva República de Colombia estaba aún en su in-fancia. Simón Bolívar se enteró de aquel crimen poco antes de su propia muerte. Al oír la fatídica noticia, declaró que “[…] la bala cruel que le hirió el corazón a Sucre, mató a Colombia, y a mí me quitó la vida”. 28 Bogotá, ciudad memoria 29 La época del terror, llamada La Violencia 30 Bogotá, ciudad memoria 31 Jorge Eliécer Gaitán El 9 de abril de 1948, treinta y cuatro años después del asesinato de Uribe Uribe, se produjo un nuevo magnicidio, el de otro jefe liberal y líder popular, Jor-ge Eliécer Gaitán, y cuyas consecuencias aún siguen sufriendo los colombianos. Fue asesinado a bala, a la misma hora en que mataron a Uribe Uribe: la una de la tarde y también en pleno Centro de Bogotá. La muerte de Gaitán partió en dos la historia del país. Los colombianos, que ya soportaban los estragos de “La Violencia” –como se llama a ese amargo pe-ríodo de la historia nacional en el que perecieron más de ciento cincuenta mil personas entre 1942 y 1963–, continúan hasta hoy, 2012, sin que el país haya podido conocer un solo día de completa paz. Los asesinos de Gaitán, que ya le habían declarado la guerra a Colom-bia, lo reafirmaron con este magnicidio. Sí, algunos historiadores parecen creer eso. Siem-pre han existido muchas dudas, muchas preguntas, sobre quiénes estaban detrás y podrían haber sido los autores intelectuales del crimen. ¿Quiénes man-daron matar a Gaitán? Nunca se sabrá a ciencia cierta. Hombres que pa-saban en ese momento por la calle cayeron sobre Roa, el infeliz asesino, y lo mataron a golpes. En el acto La época del terror, llamada La Violencia Gaitán se dirige a los miles de manifestantes que coparon la Plaza de Bolívar el 7 de febrero de 1948 en la Marcha del Silencio. Allí pronunció su célebre “Oración por la Paz”. murió el único testigo que podría haber revelado la verdad, que podría haber contado quién lo contrató para cometer el crimen. El joven Roa, desemplea-do, desilusionado de la vida, también pagó con ella la osadía de su acto. Hasta el día de hoy el crimen continúa en la impunidad, es decir, nunca hubo de-tenidos ni acusados y menos condenados, como ha sucedido con miles de crímenes en Colombia. Para entender el asesinato de Jorge Eliécer Gai-tán, lo mismo que para comprender lo que había detrás de otros magnicidios que vamos a reseñar, es importante tener en cuenta el momento histórico. Hay que conocer todo lo que estaba en juego. Para los colombianos, en 1948 Jorge Eliécer Gai-tán representaba un desafío a los sectores domi-nantes de los dos partidos tradicionales. Incluso el tribuno popular formó su propio partido, el unir, que no tuvo mayor aceptación. Se enfrentó a los jefes conservadores y liberales y en las elecciones presidenciales de 1946 se atrevió a ir en disidencia enfrentándose al candidato oficial del Partido Libe-ral, Gabriel Turbay. Divididos los liberales, ganó la jefatura del Estado el candidato del Partido Conser-vador Mariano Ospina Pérez, en medio de la peor violencia política que haya vivido Colombia. Y del 32 Bogotá, ciudad memoria genocidio, es decir, el crimen colectivo y sistemático para exterminar a todo un grupo político o social, en este caso el gaitanismo, que identificaba a sectores mayoritarios que irrumpían en la vida social con las transformaciones de mediados del siglo. El país del siglo xix, gobernado por terratenientes y sus generales de quince guerras, se vio confrontado por la emergencia de nuevas realidades, campesinos colonos y cultivadores pequeños y medianos de café, crisis de la aparcería y de las formas de servidumbre, formación de industrias y crecimiento de la pobla-ción urbana asalariada, dedicada al comercio o a las letras. Colombia se abría lentamente al mundo y a sus corrientes de pensamiento influenciadas por Europa por el ascenso de los socialismos o por la doctrina so-viética en la era de Stalin. De la Primera y la Segun-da guerras mundiales, con sus millones de muertos, quedó una aparente polarización entre el comunismo soviético y el capitalismo occidental, que no lograba ocultar la confrontación entre el resurgimiento de las ideas socialistas o de la democracia liberal, opuestas al totalitarismo, al colonialismo y a nuevas formas de dictaduras que a nombre de la civilización imponían la antidemocracia y el poder arbitrario. Los gobiernos liberales de los años treinta, en especial el gobierno de Alfonso López Pumarejo, habían introducido algunas reformas sociales que favorecían a los trabajadores de la ciudad y el cam-po y propugnaban por una reforma agraria que le diera la tierra a quien la trabajara. También promo-vieron la regulación del trabajo y la educación mo-derna. Era la concepción de los grandes industriales El presidente conservador Mariano Ospina Pérez, en la toma de posesión el 7 de agosto de 1946. Ganó las elecciones ante la división de los liberales que se presentaron con dos candidatos: Gabriel Turbay y Jorge Eliécer Gaitán. Foto: Sady González. 33 Bogotá, ciudad memoria El presidente liberal Alfonso López Pumarejo, quien gobernó el país en dos periodos: 1934-1938 y 1942-1945. Estragos en las edificaciones de Bogotá, 9 de abril de 1948, tras el asesinato de Gaitán. Foto: Sady González. y comerciantes que buscaban un clima menos hostil en el mundo laboral, que con algunas mejoras en la seguridad social, encauzara al país hacia el progreso y lo conectara con el mundo. Pero los conservadores llegaron de nuevo al poder en 1946. Ya no se hablaba más de reformas sociales y por el contrario, se prote-gía el régimen de tenencia de tierras en manos de los grandes hacendados y los intereses de las grandes plantaciones. Mediante la violencia se enfrentaba la aspiración de reformas que demandaba el pueblo y las clases medias rurales y urbanas. En medio de ese mundo anticuado y opresor de las mayorías, Jorge Eliécer Gaitán surgió como la voz con otro concepto de sociedad. Sus discursos condu-jeron a que millones de colombianos soñaran con un país más justo, con menos desigualdad y mayor bienestar para todos. Gaitán le quitó la base social a la tradicional oligarquía liberal y apareció como el inevitable Presidente de la República en las elec-ciones de 1948. Lo único que lo podía detener era la muerte. Y como por arte de magia, de las sombras, salió el joven Juan Roa y le propinó el disparo mortal. A partir de ese instante, los gaitanistas de Bogo-tá se insurreccionaron y se volcaron al Centro de la ciudad; convertidos en multitudes enfurecidas, co-rrieron por las calles exigiendo la caída del gobierno de Ospina Pérez. Asaltaron el edificio del Capitolio Nacional reclamando la cabeza de Laureano Gómez, jefe del Partido Conservador, y arremetieron contra el Palacio presidencial buscando linchar al presiden-te Ospina. Los guardias abrieron fuego. Los revol-tosos replicaron con descargas de rifles y escopetas. Muchos policías se pasaron a la revuelta. El pueblo se armó con cualquier cosa que encontró a su alcan-ce: machetes, escopetas o fusiles, antorchas, piedras y palos. En cuestión de horas habían destrozado gran parte del Centro de la ciudad. Al anochecer, se veían aterrorizados hombres y mujeres buscando conocidos o familiares entre los cadáveres regados en las cunetas o amontonados en las plazas, calles y andenes. Trataban de hallar pa-rientes que no habían alcanzado el refugio de sus ca-sas. Se movían como fantasmas entre el humo y las cenizas de edificios, que ya no eran sino estructuras 34 Bogotá, ciudad memoria 1 2 35 Bogotá, ciudad memoria 3 4 5 6 7 8 36 Bogotá, ciudad memoria chamuscadas, o al lado del armazón de los tranvías aún en llamas sobre los rieles. Ráfagas de metralletas traqueteaban en la oscuridad. Así fue el mal llamado “Bogotazo”; una espon-tánea rebelión popular que terminó con miles de muertos sacrificados en las calles. Muchos de ellos fueron enterrados como seres anónimos en fosas comunes. Para que la ciudad no los olvide, para esas miles de víctimas anónimas y en nombre de centenares de miles que las siguieron hasta hoy, se construye el Memorial por la Vida que emerge de la tierra en el edificio del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación construido en Bogotá. Para la recuperación de la memoria, en Bogotá existe una Casa Museo del caudillo popular; allí se puede saber cómo vivía Gaitán con su familia, pues la residencia del líder, una casa de dos pisos, con-serva el mobiliario y adornos de la sala, el estudio, Oración por los Humildes, Casa Museo Gaitán. Foto: Archivo del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. Fotos 1 y 2: Bogotá en la víspera de “El Bogotazo”, tranquilidad en sus calles céntricas. Foto 3: el pueblo enardecido, con todo tipo de armas, manifiesta su rechazo ante el magnicidio de Gaitán. Fotos 4, 5, 6, 7 y 8: ruinas del Centro de Bogotá tras el levantamiento popular del 9 de abril. Fotos: Sady González. 37 Bogotá, ciudad memoria las alcobas, cocina y comedor. En esa casa del barrio Santa Teresita de Bogotá también se guarda el pro-yectil que segó la vida del líder popular. La fachada de la oficina del caudillo también se encuentra en ese espacio, pues el inmenso portón del Edificio Nieto, en donde quedaba su despacho, fue trasladado de la carrera Séptima con Avenida Jiménez al Museo Gai-tán que es uno de los más importantes edificios –aún sin terminar de construir– destinado a la preserva-ción de la memoria del pueblo colombiano. Una ley ordenó en 1998 construir en dos manza-nas que rodean la casa de Gaitán, un edificio y plaza dedicados a la memoria de las luchas sociales; pero a pesar de la ley, ese edificio que se conoce como “El Exploratorio” ha quedado inconcluso y hoy está en ruinas por decisión de gobernantes que han preten-dido borrar la memoria de Gaitán y del genocidio de mitad del siglo xx. En una esquina del “Explora-torio”, más allá de las ruinas, está el museo, situado en la calle 42 con carrera 15 de Bogotá. La tumba de Gaitán, que siempre tiene rosas frescas de sus admi-radores, está en ese lugar. La Violencia El Centro de Memoria, Paz y Reconciliación recuerda a todas las víctimas de esa época conocida popular-mente como de “La Violencia”, que tuvo en Bogotá episodios decisivos para la suerte de todo el país. Esa trágica etapa de la historia del país había comenzado antes del asesinato de Gaitán; pero con su muerte, la violencia se recrudeció en todo el país. En 1949, el presidente conservador Laureano Gómez, que había ganado las elecciones como can-didato único, o “en solitario” –pues el liberalismo no participó por falta de garantías–, continuó go-bernando el país bajo el régimen de Estado de Sitio, que facultaba al Ejecutivo a gobernar por decreto. El Congreso permanecía cerrado. Las cicatrices de esos tiempos sólo con una alta dosis de verdad se podrán borrar. La violencia desembocó en crueldades hasta El dirigente conservador Laureano Gómez en un evento en Bogotá. Atrás se aprecia a Gaitán, su gran rival político. Gómez sería presidente de la República en 1949, en unas elecciones sin ningún contrincante pues el Partido Liberal, ante la falta de garantías, se abstuvo de ir a los comicios. Foto: Manuel H. 38 Bogotá, ciudad memoria El general Rojas Pinilla: los militares en el poder Al comienzo de la década de los cincuenta, la cla-se dirigente, es decir, los jefes políticos de los parti-dos Conservador y Liberal se dieron cuenta de que habían perdido el control del país y este se sumía cada vez más en el caos y la incertidumbre. Habían permitido o desatado una violencia tan feroz que se les había salido de las manos. Recurrieron entonces a los militares para poner orden y eligieron al gene-ral Gustavo Rojas Pinilla para salvar la situación. Lo llevaron al poder y lo declararon el nuevo libertador del pueblo tras un incruento golpe de Estado contra Laureano Gómez Castro, quien saldría expulsado del país con sus hijos, los ya jefes conservadores, En-rique y Álvaro Gómez Hurtado. El Partido Liberal y la otra facción del Partido Conservador dirigida por el ex presidente Mariano Ospina Pérez, apoyaron el llamado “golpe de opi-nión”, al tiempo que los conservadores laureanistas nunca reconocieron a Rojas. Pero de hecho, la violencia disminuyó en algo durante la dictadura militar de Rojas Pinilla. A los guerrilleros liberales de los Llanos, se les convenció para que depusieran las armas y volvieran a la vida civil, cosa que hicieron millares de alzados en armas a quienes se les ofreció toda suerte de garantías. Su jefe más admirado, Guadalupe Salcedo, fue asesinado inerme en Bogotá en el momento de su detención. En el lugar en donde cayó acribillado, en la zona indus-trial de Puente Aranda, por la acción de un destaca-mento policial el 6 de junio de 1957, no hay una placa entonces inimaginables y refinó como método y sis-tema el uso de la violencia en las relaciones políticas, luchas de poder y modos de enriquecimiento. Se for-maron guerrillas bajo la bandera del Partido Liberal, que fueron estimuladas –pero nunca reconocidas– por los jefes del Partido. La lucha de los guerrilleros liberales, especialmente en los Llanos Orientales, fue aprovechada como justificación por el Gobierno con-servador para desatar una persecución sistemática a los liberales en los pueblos. Se vivía en un clima de zozobra permanente. En los departamentos de Tolima, Antioquia, el Valle, los del Eje Cafetero, y en los Llanos Orienta-les tenían lugar múltiples masacres; esos asesinatos colectivos en donde en forma indiscriminada eran muertos cinco, diez o más personas de un solo tajo, incluidos niños y mujeres. Miles de familias enteras fueron expulsadas de sus casas y tierras. Agentes ofi-ciales y sus aliados, los llamados “pájaros” –los pa-ramilitares de aquella época–, llegaron a los peores extremos de crueldad y sevicia como lanzar niños al aire para ensartarlos en la punta de las bayone-tas; cortaban las orejas de sus víctimas y las exhibían como trofeos en los cuarteles; le abrían el pecho a las víctimas para sacar sus entrañas, o practicaban el macabro “corte de franela”; aviones de guerra des-cargaban prisioneros como bombas humanas para atemorizar a los campesinos. O se jugaba fútbol con las cabezas de las víctimas. En los libros publicados en los años sesenta bajo el título de La Violencia se incluyen relatos tenebrosos de estas historias. 39 Bogotá, ciudad memoria El diario conservador de Medellín El Colombiano, de orientación ospinista, saluda el golpe de Estado del general Rojas Pinilla contra Laureano Gómez en su primera página del 14 de junio de 1953. 40 Bogotá, ciudad memoria recordatoria ni se han realizado homenajes oficiales. Otros más corrieron con la misma suerte. Entonces aparecieron grupos de bandoleros, que no luchaban por una causa popular como el derecho a la vida y la paz, sino en su propio beneficio delinquiendo en los ya asolados campos colombianos. Los estudiantes La caída de la dictadura militar fue precedida por grandes protestas y entre ellas por las de los estu-diantes, que en Bogotá fueron reprimidos cuando realizaban una manifestación recordando a Gonzalo Bravo Pérez, Uriel Gutiérrez Restrepo y nueve uni-versitarios más, que fueron asesinados. Por estos dolorosos acontecimientos se recuerda el 8 de junio. Es una fecha memorable especialmente por los estu-diantes universitarios. Todos, de una u otra manera, en alguno de sus semestres oyeron hablar de estas jornadas. En 1929, el Partido Conservador llevaba más de cuatro décadas en el poder. Fue en el último Gobier-no de ese largo período cuando sucedió la matanza de las bananeras, descrita por Gabriel García Már-quez en Cien años de soledad, y la gente estaba alzada en protestas contra los abusos del Gobierno. Grandes movilizaciones tuvieron lugar, espe-cialmente en Bogotá. El 8 de junio de 1929, una mar-cha de estudiantes de la Universidad Nacional, a su paso por el Palacio de la Carrera –nombre que tenía la actual Casa de Nariño– fue hostigada por la Poli-cía. Con ráfagas de fusilería, la tropa empezó a dis-persar a los manifestantes. Y uno de los estudiantes, Placa a los estudiantes muertos el 8 y 9 de junio de 1954. Edificio Murillo Toro, calle 12 con carrera Séptima. Foto: Archivo del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. Tropas del Batallón Colombia disparan el 9 de junio de 1954 contra los estudiantes en la calle 13 con carrera Séptima. Nueve universitarios resultaron muertos tras la protesta por el asesinato de Uriel Gutiérrez el día anterior en la Universidad Nacional de Bogotá. 41 Bogotá, ciudad memoria 42 Bogotá, ciudad memoria Al otro día, 9 de junio de 1954, se organizó una protesta que se traduciría en una gigantesca marcha hacia el Palacio Presidencial. El general Rojas Pini-lla, quien se preparaba por esos días para celebrar su primer aniversario en el poder, autorizó la moviliza-ción y seguramente pensaba recibir a los adoloridos estudiantes. Sin embargo, a los miles de estudiantes de las universidades Nacional, Javeriana, Externado, Libre, Rosario, Gran Colombia, América y algunos alum-nos de bachillerato, se les impidió el paso a la altura Placas en homenaje a los estudiantes caídos de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá. Foto: Archivo del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. Gonzalo Bravo Pérez, de cuarto año de Derecho de la Universidad Nacional, cayó víctima de las balas oficiales cuando acompañaba a un familiar a una guarnición militar, a las diez de la noche, al frente de Palacio. Gonzalo Bravo Pérez se convirtió en un símbolo de la unidad nacional contra el despotismo. Su sepe-lio movilizó a millares de capitalinos. Y a menos de un año después de la tragedia, el régimen conserva-dor perdió las elecciones y comenzó un período de gobiernos liberales. Desde entonces, los universitarios consideran el 8 de junio como el “Día del Estudiante”. Duran-te años se conmemora con una visita al Cementerio Central de la calle 26 para recordar a Bravo Pérez. Veinticinco años después, ese 8 de junio tendría un sabor amargo para todo el país. Tras la visita a la tumba del primer estudiante caído, el desfile, que había salido de las puertas de la Nacional en la calle 26, regresó a los predios de la Universidad. La paz reinante en el campus fue rota por la pre-sencia de un fuerte piquete policial que ordenó el despeje de los estudiantes. Estos se opusieron férrea-mente y entre ellos descolló Uriel Gutiérrez, un forni-do muchacho de veinticuatro años, alumno de cuarto año de Medicina y segundo de Filosofía, proveniente de Aranzazu, departamento de Caldas. A la entrada de la Ciudad Blanca, Uriel se dio a la tarea de blo-quear el paso de la tropa con alambre de púas. Otra ráfaga de disparos, como la de 1929, cegó su vida. Murió de un tiro en el cerebro. 43 Bogotá, ciudad memoria Elmo Gómez Lucich, Jaime Moore Ramírez, Rafael Chávez Matallana y Carlos J. Grisales. Jaime Pacheco Mora, otro estudiante indignado, fue perseguido y asesinado a dos cuadras al norte, en plena Avenida Jiménez. Los heridos de bala pasa-ron de una veintena. El general Rojas Pinilla atribuyó el atentado a sus enemigos políticos, argumentando que estos querían buscar cualquier pretexto para crearle mala imagen y luego derrocarlo. Nunca se supo quién había dado la orden de abrir fuego. Sin embargo, el triste epi-sodio significó el comienzo del fin para el régimen de Rojas Pinilla. La matanza quedó en la absoluta impunidad. Para seguir con el tema de los estudiantes, recor-demos a Jorge Enrique Useche, un muchacho de pro-vincia que luchaba por la autonomía universitaria. Corría el año 1965. El 28 de abril los Marines de Estados Unidos invadían el territorio de la República Dominicana para derrocar al presidente constitucio-nal, Juan Bosch, bajo el pretexto de “evitar otra Cuba”. La intervención produjo en toda América Latina una reacción en cadena con inmensas movilizaciones de repudio. En Colombia no se hicieron esperar las demos-traciones de rechazo. El 20 de mayo hubo varias marchas estudiantiles en Bogotá. Una de ellas partía de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, en la calle 23 con carrera Quinta. Miles de estudiantes se dirigían a eso de las cinco de la tarde a la carrera Séptima con sus banderas y pancartas, escoltados por varios piquetes policiales. Placa en el hall principal de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, dedicada al estudiante Jorge Enrique Useche, asesinado el 21 de mayo de 1965. Foto: Archivo del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. de la calle 13, entre carreras Octava y Séptima. Blan-diendo pañuelos blancos, optaron por sentarse en los andenes, coreando consignas de justicia y condena a los asesinos de Uriel Gutiérrez. A eso de las once de la mañana, tropas del Bata-llón Colombia, que acababan de regresar de la Gue-rra de Corea, con la derrota a cuestas –Colombia fue el único país de América Latina que envió tropas a esa lejana nación de Asia– dispararon contra los inermes estudiantes. Nueve muchachos caían aquel 9 de junio en el Centro de Bogotá. Sus nombres siem-pre serán recordados por el movimiento estudian-til: Álvaro Gutiérrez Góngora, Hernando Ospina López, Hugo León Velásquez, Hernando Morales, 44 Bogotá, ciudad memoria Calle 24 con carrera Cuarta, sede principal de la Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano. A pocas cuadras, sobre la carrera Séptima fue asesinado Jorge Enrique Useche cuando salía en una marcha en defensa de la autonomía universitaria el 21 de mayo de 1965. Foto: Archivo del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. Muy pronto comenzó la refriega y una andanada de uniformados arremetió contra la gruesa columna de manifestantes, blandiendo sus sables y bolillos. Jorge Enrique Useche, alumno de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, recibió la peor parte, muriendo poco después por heridas en el cráneo. Al día siguiente, la huelga estudiantil se exten-día aún más en medio del duelo por la muerte de Useche. Universidades privadas de Bogotá, como La Gran Colombia, Libre, Externado y América, se unían a la protesta. El Gobierno, ante la firmeza del estudiantado y el temor de que otras fuerzas sociales se sumaran a la protesta, no tuvo otra opción que atenuar las medidas represivas, desmilitarizando varias universidades públicas. El 22 de mayo Jorge Enrique fue sepultado en su natal Cúcuta. Y el mismo día, en los predios de la Uni-versidad Nacional de Bogotá, tuvo lugar el entierro simbólico de Useche. Más de quince mil estudiantes se hicieron presentes, acompañando un ataúd cubier-to con una sábana negra en medio de flores. El orador central fue el cura Camilo Torres Restrepo. El crimen de Useche permanece en la impuni-dad. La Policía de la época, en una torcida explica-ción a la familia, se limitó a decir que había muerto a causa de una explosión. 45 Bogotá, ciudad memoria Jorge Enrique Useche Calle 24 con carrera Cuarta 46 Bogotá, ciudad memoria 47 Bogotá, ciudad memoria El Frente Nacional y los conflictos armados de baja intensidad 48 Bogotá, ciudad memoria 49 El Frente Nacional y los conflictos armados de baja intensidad En la foto aparecen los máximos jefes del Frente Nacional en un acto político en 1957. De izquierda a derecha: el ex presidente conservador Laureano Gómez, el liberal Alberto Lleras Camargo quien fuera el primer presidente del Frente Nacional (1958-1962), el dirigente liberal Carlos Lleras Restrepo (presidente en el período 1966-1970), y el conservador Guillermo León Valencia, quien asumiera la presidencia en 1962. Liberales y conservadores firmaron un pacto para gobernar el país alternadamente por dieciséis años. Titular de El Tiempo, dando cuenta de los resultados del plebiscito que dio nacimiento al Frente Nacional el 1° de diciembre de 1957. Retomando la historia del descontento en con-tra de la dictadura, se llega al momento en que los jefes de los dos partidos –en todas sus alas–, se pusieron de acuerdo para derrocar al militar que ellos mismos habían puesto en el poder. El gene-ral Rojas Pinilla no se limitó a cumplir las tareas de pacificación que le habían encomendado y pretendió forjar su propio proyecto de poder, acercándose al nacionalismo militar similar al que simbolizó Perón desde la Argentina. Rojas convocó a sus partidarios a una Asamblea Constituyente para autoprolongarse el mandato, y enfrentó brutalmente a la oposición anti-dictadura encabezada por los estudiantes y los reductos rebel-des que desde el campo continuaban reivindicando banderas transformadoras, semejantes a las procla-madas por el gaitanismo o los demócratas de todos los partidos. Alberto Lleras Camargo y Laureano Gómez fir-maron, en 1957, un pacto para volver a gobernar el país, pero por turnos: cuatro años para un Gobier-no liberal, seguido por cuatro años de un Gobierno conservador; así sucesivamente durante dieciséis años. Ningún otro partido diferente al Liberal o al Conservador tenía derecho a postular candidatos a 50 Bogotá, ciudad memoria Caricatura de Espartaco, Manuel Parra Pardo, “¡Sálvese quien puedaaa!”: Alberto Lleras Camargo, el general Alberto Ruiz Novoa y jefes políticos intentan salvar “el tesoro” del Frente Nacional. Voz Proletaria, 23 de julio de 1961. Tomado de: http://old.lablaa.org/ blaavirtual/revistas/credencial/ octubre1990/octubre1.htm Encuentros en La Uribe durante el fallido Proceso de Paz de Bentancur con las farc. De izquierda a derecha, Pedro Gómez, Noemí Sanín, ministra de Comunicaciones; Jaime Castro, “Ja