Description
Summary:Selección de novelas y crónicas periodísticas del escritor Alonso Sánchez Baute que resultan una oportunidad de oro para reflexionar sobre el origen de diversos problemas sociales y a su vez enriquecer una mayor apertura mental y una mayor comprensión de las diferencias. La publicación de este libro ha sido posible gracias al respaldo del Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena (IPCC), Banco de la República y la Secretaría de Educación Distrital de Cartagena. La edición y cuidado de texto estuvo a cargo de Emiro Santos García. Leyendo el caribe en el 2017. - Sobre la lectura. - Al diablo la maldita primavera. - Líbranos del bien. - El baile rojo y la muerte de Consuelo. - ¿De dónde flores, si no hay jardín? - No apto para espíritus sensibles. - Sex o no sex. - El síndrome de Marylin. – Perfiles: - El ego de Patillal. - Se fue El Cacique Diomedes Díaz. - Entrevistas: - Belén Sáez de Ibarra: con el ojo afinado para el arte. - Andrés Rodríguez Zorro, entrevista con la muerte. Crónicas: - Happening costeño. - Este muerto está muy vivo. - La parranda es pa’ amanecé. - La génesis vallenata. - Mi propio Cinema Paradiso. - La banda sonora de Cartagena. – Ensayo: Literatura e identidad LGBT. - Alonso Sánchez Baute: “la tela es gasa y la gasa es lo que cura la herida. Alonso Sánchez Baute OBRA ESCOGIDA Fundadores del programa “Leer el Caribe” Adolfo Meisel Roca Alberto Abello Vives Jorge García Usta (q. e. p. d) Organizan Banco de la República de Colombia Observatorio del Caribe Colombiano Secretaría de Educación Distrital, Cartagena de Indias Red de Educadores de Lengua Castellana Apoyan Universidad de Cartagena, Programa de Lingüística y Literatura Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena - ipcc Corporación Cultural 4Gatos RBN&CO. Agradecimientos María Beatriz García (Área Cultural, Banco de la República) Augusto Otero Herazo (Corporación Cultural 4Gatos) Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena - IPCC Alonso Sánchez Baute. Obra escogida “Leer el Caribe” Alonso Sánchez Baute © 2017 Alonso Sánchez Baute © 2017 De esta edición: Banco de la República de Colombia Observatorio del Caribe Colombiano Secretaría de Educación Distrital, Cartagena de Indias Red de Educadores de Lengua Castellana Primera edición: Octubre de 2017 ISBN: Edición y cuidado de textos Emiro Santos García Corrección de estilo Emiro Santos García Javier Córdona Cuevas Diseño Gráfico Rubén Egea Amador Impresión Afán Gráfico Ltda. Esta obra está amparada por las normas que protegen los derechos de propie-dad intelectual. No podrá ser reproducida, ni total ni parcialmente, sin previo per-miso escrito. Todos los derechos reservados. Impreso en Colombia 2017 Edición y cuidado de textos Emiro Santos García leyendo el caribe en el 2017 | 9 Jaime Bonet sobre la lectura | 11 Alonso Sánchez Baute al diablo la maldita primavera | 19 Primer capítulo líbranos del bien | 37 El baile rojo y la muerte de Consuelo ¿de dónde flores, si no hay jardín? | 63 No apto para espíritus sensibles sex o no sex | 99 El síndrome de Marylin perfiles | 111 El ego de Patillal Se fue El Cacique Diomedes Díaz entrevistas | 123 Belén Sáez de Ibarra: con el ojo afinado para el arte Andrés Rodríguez Zorro, entrevista con la muerte crónicas | 151 Happening costeño Este muerto está muy vivo La parranda es pa’ amanecé La génesis vallenata Mi propio Cinema Paradiso La banda sonora de Cartagena ensayo | 197 Literatura e identidad lgbt alonso sánchez baute: “la tela es gasa y la gasa es lo que cura la herida” | 207 Entrevista por Chavely Jiménez Castellanos OBRA ESCOGIDA Alonso Sánchez Baute 11 leyendo el caribe en el 2017 jaime bonet* El escritor Alonso Sánchez Baute se ha convertido en uno de los referentes actuales de la literatura de nuestra región. Nació y creció en Valledupar durante el periodo de bonan-za económica agrícola que resultó de la explotación del cultivo del algodón. En un lapso de veinte años, la capital del Cesar casi había triplicado su población, al pasar de 78 mil habitantes, en 1964, a 230 mil, en 1993, originando una importante transformación rural-urbana. En esa transición demográfica, Alonso Sánchez Baute llegaba a una Bogotá que se consolidaba como la gran metrópoli nacional. Todas estas transformaciones sociales y económicas aparecerían más tarde en sus novelas y relatos, con el entorno urbano como escenario principal. Tal vez por haber nacido en la misma ciudad, y porque también me desplacé a Bogotá a adelantar mis estudios universitarios, me ha resultado muy grato leer la obra de Alonso Sánchez Baute. En su primera novela, Al diablo la maldita primavera (2002), Premio Nacional de Literatura Ciudad de Bogotá en el 2002, descubrí una Bogotá diferen-te a la que había vivido durante varios años, con personajes maravillosos y miradas distintas de la ciudad. Una novela que me capturó y que devoré rápidamente, siguiendo cada uno de los éxitos y fracasos de sus personajes en la gran urbe. Tras este primer éxito, y en medio del conflicto arma-do que vivía Colombia, Sánchez Baute presentó Líbranos del bien (2008). El escenario novelístico se trasladaba de la capital del país a la del Cesar y contaba los terribles acon- * Gerente del Banco de la República, Sucural Cartagena. 12 tecimientos que impactaron la tranquilidad del territorio. Concebir el entorno en que desarrollaron las vidas de dos de los protagonistas del conflicto reciente del país, Simón Trinidad y Jorge Cuarenta, se convirtió para mí en una he-rramienta clave para comprender muchas de las causas y consecuencias de sus decisiones. El componente histórico presente en sus páginas me permitió entender varios acon-tecimientos sobre mi tierra natal, Valledupar, de los cuales desconocía su origen y desenlace; y me llevó, así mismo, a pensar en tantos otros que vivió (y aún vive) el país. Con su más reciente libro, ¿De dónde flores si no hay jardín? (2015), Sánchez Baute se consolida como un gran narrador del medio urbano, captando la problemática de movilidad social colombiana. De manera cruda, cuenta la vida de tres seres relegados: una prostituta, un drogadicto y un deportista en decadencia. Cada uno con un mundo propio y una forma particular de enfrentarlo. Tres realida-des tan similares y distintas que ofrecen luces sobre gran parte de la realidad urbana colombiana. Además de sus novelas, Sánchez Baute ha escrito una se-rie de crónicas periodísticas que se convierten en referen-tes nacionales del género. Si bien he disfrutado muchas de ellas, recuerdo especialmente una sobre la vida nocturna gay en Cartagena. Una vez más, la pluma de Sánchez Baute me llevaba a descubrir otra perspectiva, otro ángulo de la ciudad en la que he vivido durante los últimos años. Es por ello que estoy convencido de que “Leer el Cari-be” ha hecho una gran selección al llevar la obra de Alonso Sánchez Baute a los niños y jóvenes del Caribe. En estos momentos de posconflicto, leer sus novelas y crónicas re-sulta una oportunidad de oro para reflexionar sobre el ori-gen de diversos problemas sociales y a su vez enriquecer una mayor apertura mental, una mayor comprensión de las diferencias. Y todo esto mientras se disfruta de la narrativa de un gran escritor. En nombre del programa “Leer el Caribe” y en el mío, quiero expresar nuestro agradecimiento a Alonso Sánchez Baute por haber aceptado la invitación a participar como autor invitado en este 2017. Cartagena de Indias, abril de 2017 OBRA ESCOGIDA Alonso Sánchez Baute 13 sobre la lectura* por alonso sánchez baute Cuando estudiaba en segundo de bachillerato a todo el curso nos pusieron a leer El coronel no tiene quién le es-criba. En ese entonces en Valledupar solo había una librería (ahora no hay ni una). Se llamaba Silvera, vendía libros de segunda mano y quedaba en una vieja casona colonial en una de las esquinas de la Plaza Alfonso López, frente a la iglesia. Luego de comprar la novela, recuerdo que llegué a casa y comencé a hojearla, pero a la tercera o cuarta página la abandoné. No es que no la entendiera; es que no lo-graba concentrarme. Había tantas cosas que ocurrían más allá de estas páginas que yo no quería perderme ninguna. Cosas que en ese momento eran importantes para mí, por-que cuando uno es niño cualquier cosa es importante: ver televisión, patear fútbol, acompañar a los padres a hacer alguna vuelta. De modo que cerré el libro y me fui a ha-cer cualquier cosa, aunque ahora no recuerdo exactamen-te qué (así de importante era). Los días siguientes, cuando intentaba seguir la lectura, siempre encontraba una razón para no hacerlo. No era la primera vez que tenía un libro entre mis manos; no era la primera vez que leía alguno. Sin embargo, no lograba concentrarme y seguir atento la histo-ria que Gabriel García Márquez cuenta allí. Llegó el día en que hubo que pasar al tablero a hablar del libro y yo no tuve nada qué decir porque no lo había leí-do. El coronel no tiene quién le escriba quedó ahí, a la suer-te de Dios en la casa de mis padres en Valledupar, cuando años después me mudé a vivir a Bogotá. Tenía dieciséis * Texto leído en la inauguración del programa “Leer el Caribe”, del Banco de la República, en Cartagena, el 9 de mayo de 2017. 14 años y hacía sexto de bachillerato, lo que viene a ser hoy el grado once, cuando un compañero de curso me regaló un ejemplar de una novela que acababa de salir al merca-do y ya era todo un suceso. Se llamaba –se llama– Cróni-ca de una muerte anunciada y la había escrito el mismo Gabriel García Márquez que escribió El coronel no tiene quién le escriba que yo me había negado a leer. En ese momento, cuando mi amigo me la regaló, yo es-taba hospitalizado por cuenta de un accidente que me par-tió un brazo en dos. Me la pasaba todo el día en la cama del hospital sin hacer nada, pues ni siquiera había televisión. De modo que abrí la novela y a las dos horas ya la había devo-rado. “¿Quién diablos es este tal García Márquez que es-cribe estas maravillas? ¿Cómo no lo conocía? ¿Cómo no lo había leído antes?”, me pregunté. Le pedí a mi amigo que me llevara más libros de Gabo, y entre los que trajo luego al hospital me entregó una versión de El coronel no tiene quién le escriba. Pasó lo mismo que con Crónica de una muerte anunciada: en dos horas ya la había devorado. Si la novela era tan buena, ¿por qué no me gustó la vez anterior? ¿Por qué ni siquiera lograba concentrarme cuando intenta-ba leerla? Supe entonces que la novela no me interesó la primera vez por una razón minúscula, y hasta infantil, pero poderosa: en el colegio me habían impuesto su lectura, es decir, pretendían obligarme a leerla. Aquello para mí había sido casi una ofensa: ¿cómo un niño libre e independiente como yo iba a permitir que al-guien me obligara a hacer algo que no quería? Para colmo, eso de leer libros no era más que una perdedera de tiempo con tantas cosas de veras importantes para hacer, como andar por la calle o echarme frente al televisor. De modo que no lo hice: no la leí y preferí perder la materia. Me sentí valiente al hacerlo. “A mí nadie me impone nada”, me de-cía a mí mismo para convencerme que estaba muy bien no leerla. Ahora, varios años después, acostado en una cama de hospital, me preguntaba por qué había sido tan estú-pido de no animarme a leerla, si leer era tan divertido. La lectura no es como el cine o la televisión, donde la histo-ria se ve de principio a fin en una pantalla. La lectura nos cuenta la historia, pero además nos permite imaginar lo que OBRA ESCOGIDA Alonso Sánchez Baute 15 nos cuenta. Al lector le corresponde, mientras lee, imaginar cómo es el rostro del narrador o de los protagonistas o de los lugares y los objetos que menciona. La imaginación es la que le permite al hombre ser diferente del animal. Los humanos, como todos los animales, tenemos un len-guaje propio para comunicarnos pero, a diferencia de los animales, los humanos también podemos usar el nuestro para crear ficciones y, como apunta el escritor israelí Yuval Harari, “un humano solo tiene que montar una buena fic-ción (un dios, una bandera o unos colores deportivos) para conseguir, cómodamente, una fuerte unidad colectiva. Por su mayor corpulencia y por su mayor cerebro, un neandertal superaba con creces a un sapiens en el combate uno a uno, pero este último lograba mantener unidos colectivos más numerosos gracias a su habilidad para crear mitos, bulos y chismorreos. El neandertal no desapareció por el cambio climático, sino por su incapacidad para contar mentiras”. Y es la lectura, antes que la televisión o el cine, la que nos ayuda a desarrollar mucho más la imaginación. Al negarme en la niñez a leer aquella novela perdí también una oportunidad. Cuando uno es joven a uno no le interesa lo que significa la palabra “oportunidad”. La oportunidad, dice el diccionario, es el “Momento o la circunstancia con-venientes para algo”, y resulta que yo no solo había tenido la posibilidad económica de comprar la novela, así fuera de segunda mano, sino que además había tenido la oportuni-dad de leerla y hasta de analizarla con un profesor. Pero me fui por el lado cómodo: me convencí a mí mismo que tenía más valor enfrentar al profesor y decirle que lo que pretendía enseñarme me importaba un joropo. Uno cuando es niño se siente muy machito al hacer estas cosas. La mayoría de las veces uno ni siquiera logra darse cuenta que está equivoca-do. Y yo estaba equivocado por dos razones, lo supe durante esos días en el hospital. Colombia es un país feudalista, centralista, clasista, ma-chista, racista y, especialmente, muy mezquino, donde las oportunidades suelen centrase en unas pocas familias o ape-llidos. Este es un hecho que todos conocemos, pero que ol-vidamos con frecuencia. Lo recordamos para quejarnos, para lamentarnos, pero pocas veces para superarlo. Si conoce- 16 mos el carácter de esta nación, si conocemos sus síntomas, las amenazas, las debilidades, ¿por qué no hacemos nada o por qué hacemos muy poco por contrarrestarlas? Que en ocasiones no es fácil hacerlo, es cierto, pero no es imposible. Gabriel García Márquez es, precisamente, el mejor ejemplo al respecto: un hombre que nació en un pueblo perdido en la geografía nacional, en Aracataca, un pueblo del que nadie en el resto del mundo había oído hablar jamás. Y allí creció él, en la mayor de las pobrezas y con el mínimo de oportuni-dades posibles. Y todo lo que consiguió lo consiguió a partir de un solo punto de apoyo: la lectura. La lectura lo armó de inteligencia, de capacidad, de seguridad y lo sacó del país, y cuando Colombia supo de él, ya era un hombre grande a quien la fama universal ya reconocía. Desafortunadamente es más fácil lo fácil. Cuando el éxi-to se asocia con dinero y poder, nunca es suficiente. Visto desde la distancia, cualquiera podría decir que los hombres más ricos de este país son exitosos, pero si les pregunta-mos a ellos seguramente nos dirán que apenas están en el camino del éxito, porque creen que todavía no han logrado todo lo que se merecen. Quien pretende el éxito del dine-ro y del poder siempre quiere más dinero y más poder. El éxito es eso: un animal hambriento al que nada lo sacia. He-mos sido educados en que el dinero y el poder dan respe-to. Y déjenme decirles una cosa: eso no es cierto. Conozco a decenas de personas que tienen dinero, mucho dinero, y aun así nadie los respeta. A los políticos, por ejemplo, pues sabemos que el éxito para ellos es ladronear lo que es de todo el resto. El respeto no se concede, ni se pide. Se gana y se hace valer. Los espacios no son fruto del azar, se logran y se mantienen a punta de determinación y de luchas cons-tantes. La competitividad es tan vigente como la fuerza de gravedad. O estás a la altura o estás afuera, así de simple. ¿Y saben qué tiene de diferente la gente que no basa su éxi-to en el dinero y el poder? Imaginación. Conozco a decenas de empresarios de este país que son, ante todo, grandes consumidores de literatura. Y la literatura no solo nos ayuda a generar imaginación, sino que también nos permite cono-cer al hombre, saber por qué los seres humanos actuamos como actuamos. OBRA ESCOGIDA Alonso Sánchez Baute 17 Y aquí viene la otra razón por la que me equivoqué en la niñez al negarme a leer aquella novela y haber menospre-ciado la lectura. No es la educación lo que nos hace dife-rentes. Si dos de ustedes estudian en el mismo colegio y reciben enseñanza del mismo maestro, en principio ambos tendrían en el futuro las mismas oportunidades, pues, ¿en qué se diferencia la educación que recibe uno de la que recibe otro? En principio, es la misma. Sin embargo, al gra-duarse y entrar al mercado laboral, notarán que las opor-tunidades no serán las mismas para todos y que finalmente los que salgan adelante serán aquellos que mejor uso le hayan dado a la imaginación. El secreto del éxito radica en el talento para crear antes que en los recursos económicos o en las oportunidades sociales. De nuevo cito a Harari: “Si hasta hace unos años la principal fuente de riqueza esta-ba en los activos materiales de las naciones (petróleo, oro, carbón, campos de arroz, de trigo, de algodón), la principal fuente de riqueza hoy es el conocimiento”. El conocimiento está en los libros. “Los libros son el polen que llevan una inteligencia a otra”, leí en alguna parte. Y no hace daño la inteligencia. No teman ser inteligentes. No tengan temor tampoco de ser libres ni teman de las cosas que desco-nocen, porque cuando las conozcan se darán cuenta de que no había razones para temerles. No teman saber más ni se limiten al momento de curiosear. Nada nos ayuda a entender mejor lo que sucede que mirar por las ventanas, que observar con los ojos de las ardillas. No hay que tragar entero nada de lo que se oiga. Hay que especular, hay que preguntar, hay que leer, hay que saber. Los padres no lo sa-ben todo e incluso pueden estar equivocados. La sociedad entera puede estar equivocada, tal cual nos lo demostró Cristóbal Colón. “Las mayorías” son solo una estadística y solo por ser mayorías no significa que tienen la razón. Quiero recordar la frase del discurso que se hizo viral en las redes tan pronto lo pronunció Emmanuel Macron, tras ser electo nuevo presidente de Francia: “Esto va para los jóvenes. Vengan a Francia. Aquí son bienvenidos. Esta es su nación y nos gusta la gente creativa. Queremos gente creativa”. Sean creativos. Necesitamos jóvenes que creen y también gente que crea en Colombia; no corruptos que 18 solo saben esquilmar el futuro del país. La gente corrup-ta no cree en Colombia, porque no sabe crear, porque no tiene talento para imaginar que se puede vivir sin robarle al Estado. Para ellos la única manera de hacer dinero es robarlo, y al robar unos pocos nos quitan todas las oportu-nidades al resto. ¿Eso es hacer de este país un mejor lugar? Ya que menciono a Colombia, sea la oportunidad para decir que el nuestro es un país que enfrenta actualmente un cambio histórico. El proceso de paz no se trata solo de un acuerdo con la guerrilla. Es la posibilidad que tenemos los colombianos de apropiarnos de una nación que hasta el momento solo ha tenido ojos para la guerra. La guerra no deja nada bueno, entre otras razones porque los gana-dores, si los hay, son solo unos pocos, son solo los que de-tentan realmente el poder, es decir, los que están arriba de todos nosotros. “La guerra es una masacre entre gen-tes que no se conocen para provecho de gentes que sí se conocen pero no se masacran”, escribió Paul Valery. ¿Por qué sacrificar nuestras vidas para que se lucren unos pocos sabiendo que todos podemos ganar al sacar adelante jun-tos esta nación? Y para ganar hay que ser creativo, hay que exprimir al máximo la imaginación. Hay que leer. En cada novela hay una pregunta. Al final, la respuesta es que no hay respuesta, la respuesta es la misma pregunta. Esa pre-gunta, quizás, nos ayuda a ser felices. Y, como dice Edwin Rodríguez, en Al diablo la maldita primavera, “en el juego de la vida gana el que es más feliz”. OBRA ESCOGIDA Alonso Sánchez Baute 19 20 OBRA ESCOGIDA Alonso Sánchez Baute 21 al diablo la maldita primavera Primer capítulo -2002- OBRA ESCOGIDA Alonso Sánchez Baute 23 al diablo la maldita primaverra - 2012- primer capítulo Es elegante, todos la admiran, y en su tierra tiene fama. Leandro Díaz Lo conocí en un chat. No puedo decir que una tarde cual-quiera porque podría pensarse que soy un hombre solo, sin amigos ni vida social, que se la pasa aburrido cual ratón de biblioteca matando el tiempo sentado frente a un com-putador. Y eso no es cierto: soy una persona de múltiples ocupaciones, porque mi madre no se cansaba de repetir en mi niñez que hay que mantener la mente ocupada para no terminar arrastrando un cadáver como la loca de la Juana. De manera que cuando no estoy con mis amigos en la terra-za de Il Pomeriggio disfrutando de un buen machiato, trato de mantenerme en movimiento, siempre donde está la ju-gada. Por eso nunca olvido llevar conmigo mi Nokia, para que mis amigos puedan localizarme inmediatamente a tra-vés del celular cada vez que necesiten informarme dónde van a estar, porque es que a mí no me gusta perderme ni la movida de un catre. Aunque ahora que menciono el teléfo-no acabo de recordar algo: debo cambiarlo urgentemente. He oído que ahora los plays son los Startac de Motorola, y aunque sé que son un poco costosos, no me preocupo: ya veré a quién le saco esa platica. Pero volvamos a lo del chat que es lo que nos interesa: reconozco que sí, que es cierto que en ocasiones me gusta sentarme frente a un computador y navegar un rato por in-ternet. No niego que casi ayer no tenía idea de qué era eso (de hecho es lo único que sé manejar de mi PC) pero de un tiempo acá todos mis amigos sólo hablan de e-mails y chats y bits y rams y superautopistas de información y cosas por el estilo, de manera que una mañana hace un par de meses 24 fui a Invercrédito, solicité un préstamo a 36 meses para libre inversión (me explicaron que para compra de equipos eran más costosos los intereses) y compré un Acer Aspire 3000 que, dicho sea de paso, me parece espectacular porque es negro y todo el mundo sabe que el negro es el color más elegante. Hoy nada más, por ejemplo, estuve viendo la últi-ma ¡Hola! que trae la colección primavera-verano de Gucci y prácticamente todos los vestidos son negros. Por lo demás, he oído de buena fuente que Donna Karan y Prada sólo di-señan trajes negros o cafés. Pero computadores cafés no en-contré, sólo vi blancos. Y como dicen por ahí, primero calva que con trenzas: blancos ¡jamás! Se me parecen a los zapatos blancos que usan los corronchos en Barranquilla. En fin, el hecho es que una tarde empecé a navegar en internet y me metí en uno de esos chat rooms de los que tanto hablan, pero en uno gay, por supuesto, porque noso-tros también tenemos nuestro lugar en el ciberespacio y, bueno, terminé conociendo… ¡a un cachaco! Al principio, debo decirlo sin ambages, me pareció jartísimo el cuento que fuera de aquí de Bogotá, porque lo rico es conversar con extranjeros y presumir luego, cuando esté con el parche tomando capuchinos, hoy estuve chateando y conocí a un gatito de Billings, Montana, que parece ser absolutamente divino (siempre me acuerdo de Billings, Montana, porque allá vivía Adam Carrington, el hijo mayor de Alexis y Blake). Mas no, soy tan de malas pero tan de malas en esta vida que tenía que conocer ¡a un cachaco! Pero, en fin, le seguí la corriente y al final el tipo me pareció interesante porque estudia en Los Andes y, según me contó, tiene un Golf rojo y, para colmo de males, le encanta la lectura. Como quien dice: un partidazo. Bueno, la verdad es que lo de la lectura realmente no me lo dijo. Eso lo deduje porque me comentó también que todos los meses lee la GQ. Esto, por supuesto, me encantó, pues no sólo demuestra que habla inglés sino además que es un interesante hombre de mundo. El cuento es que ya llevamos varios meses en esta con-versa y no termino de impresionarme con el hecho de ha-ber conocido, a través de un simple computador, la profun-didad del alma de un hombre que, por demás, se me revela increíble. OBRA ESCOGIDA Alonso Sánchez Baute 25 Obviamente me gustaría conocerlo personalmente en una noche de luna llena, con música de fondo igual que en las películas, y quitarle apasionadamente sus Calvins blan-cos. Y la verdad es que ya me ha propuesto varias veces que nos encontremos en algún lugar bien play de la ciudad pero, no sé, a mí me da mucho temor porque él parece muy sincero y yo no he hecho más que decirle mentiras. No todas, claro está: sólo algunas. Lo que pasa es que si le hubiese contado desde un principio que yo soy Edwin Ro-dríguez Buelvas, ¿a quién se le ocurre que hubiese seguido escribiéndome? Y no es porque sea feo. Por el contrario, soy muy atractivo: tengo una cara hermosa como de mo-delo exótico y, aunque estoy un tris pasado de kilos, eso no me preocupa porque lo disimulo con la ropa. Y con el negro, por supuesto: el negro siempre adelgaza. Sí, claro, ya sé que cuando estoy en drag los vestidos ceñidos no me ayudan mucho, pero eso tampoco me preocupa. Total, sólo mis amistades más cercanas saben que visto en drag y presento shows en La Caja de Pandora. Y en eso pre-cisamente es que me diferencio de Assesinata, porque la gente siempre sabe quién es Assesinata cuando ella viste de hombre. Y no es que yo no lo haga porque me parezca boleta, sino más bien porque claramente a mí no me puedo negar las cosas y soy consciente de que la gente a mí no me quiere igual que a Assesinata cuando no está en drag. O no me comprenden tal vez y no saben de todo este dolor que alberga mi alma. Quizás por eso dicen que soy venenosa: porque cuando soy mala soy la peor. Ni el áspid que mató a Cleopatra destila tanto veneno como yo. Pero ¡qué le va-mos a hacer! La vida me obligó a caminar por este sendero y, total, todas mis amigas también son arpías, y yo no tengo por qué dejarme de nadie. ¡A mí que me respeten, así me odien! Aclaro de una vez: no pienso detenerme un minuto a contar cosas sobre mi niñez o mi adolescencia, ya que hará marras que aprendí que la sensibilidad no es más que vul-nerabilidad aprovechable y, obvio microbio, no me interesa darles a mis enemigas en bandeja de plata datos interesan-tes con los cuales después puedan tratar de humillarme. Además a mí, la verdad, no es que me guste mucho hablar 26 de cosas jartas y cursis, como que llevo a cuestas un trauma infantil por tal causa y que por ello soy así o asá. Pero en-tiendo que para que se comprenda mejor mi carreta debo explicar de una buena vez que desde que era un pelaíto yo entendí que mi rollo era con los hombres y, por lo tan-to, sería la oveja rosada de la familia. Y supe además para entonces que la vida es dura y la gente es mala. Imagínen-se: si hasta le quemaron la casa a la Scarlett, ¿qué podría esperar yo? Así que a muy tierna edad me acostumbré a que todo el mundo me sacara el cuerpo, me rechazara, me evitara. Desdichadamente para mí, en esa época mi cuer-po era débil y enclenque, sin muchas fuerzas físicas para responder con golpes a quienes me criticaban, como es lo usual. Pero sabía que no era la típica linda boba sino que más bien tenía cacumen, así que comencé a defenderme con la lengua, que es mucho mejor que hacerlo con los pu-ños. Siempre fui consciente que poco a poco, cada día más, mi corazón se iba llenando de amargura y mi lengua de veneno: la gente me evadía y yo le gritaba sus sinsabores; la gente me enfrentaba y yo le inventaba sus verdades; la gente era indiferente conmigo, y yo le recordaba los secre-tos de su familia, generación tras generación. Así que la gente terminó siendo amiga mía para que no les escupie-ra todo mi odio. Amigos de apariencias, ya lo sabía, como son siempre los amigos. Pero nunca me la montaron. Sobre todo porque encontré un buen antídoto contra la soledad: el estudio. Nadie quería estar conmigo, pero no importaba, puesto que mi único interés era llenar de conocimientos la astucia de mi lengua. Por ello en el colegio me iba muy bien, sacaba notas sobresalientes en todo menos en mate-máticas, pues siempre he sido una bruta para los números. En cambio mis calificaciones en las demás materias eran excelentes. Sobre todo en historia, ya que amaba leer so-bre la historia universal por dos razones: primero, porque las leyendas de los papitos ricos de los griegos me hacían volar la imaginación con todos esos cuentos de los mance-bos bailando desnudos en el laberinto como sacrificio para el minotauro, y las de los faunos con sus vergas enhiestas, y la del mancito que vio su rostro reflejado en el agua y se enamoró de sí mismo, y la del Ganímedes que fue raptado OBRA ESCOGIDA Alonso Sánchez Baute 27 por Zeus porque era requetedivino, y mil cuentos más que no dejaba de leer nunca. Y, además, porque entendí que de la historia del medioevo podría aprender las mejores enseñanzas de mi vida, con esos reyes malditos que ma-taban a sus propios hermanos procurando el derecho de sucesión, y esos papas que se acostaban con sus hijos, y esas reinas que tenían sexo con todo un regimiento, como en esa película tan rebuena de la reina Margot que vimos en el Festival de Cine de Bogotá creo que el año pasado. ¿O fue el antepasado? En fin, el cuento es que mis califi-caciones escolares quedaban todos los meses en ocho o nueve siempre, siempre, porque, como lo dije, era la única manera de no pensar en las burlas de todo el mundo y, como no tenía amigos para jugar, le dedicaba tanto tiempo como podía a estudiar. Aunque, no lo niego, a veces tam-bién me dedicaba a la «lúdica». Sobre todo, cada vez que podía me entretenía con las barbies de mi hermana (cuando ella no estaba en casa, no hay que especificar). Era mi dis-tracción favorita: diseñar vestidos para las barbies, los más espectaculares vestidos del mundo, en chifón, en lamé, en telitas vaporosas que me encantan aún, en fibras orladas con canutillos tejidos, con lentejuelas doradas… Cualquier tela que encontrara en ese maldito pueblo del demonio yo la compraba con mis ahorritos y me sentaba de noche en mi cama, la puerta de la habitación con llave, y cosía y cosía y cosía todo cuanto se me ocurría, copiando a veces diseños de las revistas y otras, sencillamente, imaginando lo que a mí me gustaría vestir. Al venirme a Bogotá a estudiar en la universidad admi-nistración de empresas imaginé que las cosas cambiarían, y fui feliz al pensarlo. Me comí el cuento de que Bogotá era la Atenas suramericana y, creyendo que sus habitantes eran gente culta y respetuosa de los pensares ajenos, imaginé que podría hacer amigos que me invitarían a sus fiestas, y me llamarían, y me buscarían, y pedirían mis consejos. Pero las cosas continuaron igual, y mis compañeros de estudio, a pesar de que se me arrimaban por aquello de que era buen estudiante, nunca reclamaron mi compañía para asuntos, digámoslo así, «extraacadémicos». Lo grave era que ya no se trataba simplemente del pequeño círculo de mi pueblo, 28 por lo que la soledad, se me ocurrió, era peor. En esa época universitaria conocí gente nueva, gente diferente; algunos con ideas propias, pero casi todos con la idea prestada de que la homosexualidad era algo malo, algo como mañé, algo que debía ser evitado. Así que les contesté de la mis-ma forma que a los barranquilleros: averigüé el pasado de todos cuanto pude, y de quien no podía le inventaba histo-ria y la difundía, hasta que la convertía en verdad. Al final, todo volvió a la normalidad: nadie me evitaba. Pero seguía sabiendo que todo era una farsa, que nadie era amigo mío, que nadie quería que yo estuviese cerca, salvo a la hora de las previas y los parciales. Y por ello, su-pongo, sentía tanto dolor en mi corazón. Así que me fui a buscar a los míos, a los gays, a los que pensaban como yo. No fue difícil encontrarlos. ¡Claro que no! Y mucho menos acercármeles: con este caché natural que siempre me ha caracterizado, buscar su amistad me pareció un juego de tontos ya que aprendí, así de entradita, que como a todos el lujo y la buena vida nos atrae como a las abejas el panal, tan sólo era necesario decir las palabras claves en los momentos adecuados, y como de todas ellas conocía, bastaba abrir mi boca y dejar ver todo mi saber: caviar de Beluga, queso chéster, bordados de Brujas, vino chianti, cristal Baccarat, porcelana Meissen… Supe, ade-más, que la mayoría había vivido infancias iguales a la mía y que en sus corazones había dolor y amargura. Pero tam-bién descubrí algo que habría de utilizar a mi favor: para la gente homosexual lo único que cuenta en esta vida es la belleza masculina. La inteligencia y el conocimiento no im-portan, salvo para pronunciar frases brillantes que opaquen a los demás. ¿Que como cuáles? A ver, les doy un ejemplo que recuerdo ahora con inusitada lucidez: una vez llevaba una camisa Versace comprada en un sale en Macy’s y me encontré con la lenguaraz de la Marcos, que es peor que la Cruella De Vil, y pretendió callarme diciéndome: «Qué camisa tan linda. Aunque se nota que es de una colección vieja de Versace». Pero yo, por supuesto, le salí adelante y la dejé patiquieta: «Claro que es de una colección pasada: eso demuestra que en mi familia siempre ha habido dine-ro ». Lo que significa que a todo momento hay que estar así, OBRA ESCOGIDA Alonso Sánchez Baute 29 con la inteligencia alborotada, para no dejarse apabullar por nadie. Además, a nadie le interesa conversar sobre el acontecer nacional, o la política mundial, o la economía ter-cermundista, o el neoliberalismo, o las tendencias literarias. Dicen que es suficiente tener que hablar todo el día en la oficina sobre esos temas tan jartos, así que cuando se en-cuentran con otra loca ya pueden dejar de fingir, «relajarse» y hablar de las cosas que realmente les interesa: criticar a los arribistas que ya están arriba, comentar sobre el ves-tuario de lady Di, o sobre la última edición de la Jet-Set. Al principio me pareció una excusa bastante peregrina, pero lo pensé con calma y, bueno, como decían los amiguitos de Simba, hacuna matata: la vida hay que tomarla como venga, y si a mis nuevos amigos sólo les interesa la belle-za, tanto mejor: a los que no tienen nada en el cerebro es mucho más fácil manejarlos y, en últimas, si a ellos les gusta hablar sobre esas cosas, no importa. Lo importante es tener amigos y que a uno lo llamen, y lo inviten, y lo escuchen, y llamar la atención en todas partes y que nunca nunca nunca se olviden de uno para jamás estar solo. Y si para eso hay que pasar por boba, ¿qué le vamos a hacer? ¡Si es mejor ser boba que estar sola! Además, a la larga uno termina por acostumbrarse y entender que en esta vida hay que preferir lo light porque es lo único que le interesa a la sociedad. Así fue como me convencí de que debía dejar de perder el tiempo estudiando cosas en una universidad donde no me querían y que a la final no producirían más que dolores de cabeza y rechazos permanentes, tal como imaginaba sucedería con posterioridad, cuando acabara mis estudios y tuviera que enfrentar la necesidad de trabajar en empre-sas en las que mis conocimientos no serían tan importantes como mi condición sexual. Para excluirme, claro está. Por ello fue que comencé a interesarme en otros temas y a rela-cionarme con personas con los mismos gustos míos: gente para la cual yo era importante así fuera para hablar mal de todo el mundo. Sí, claro, ya sé: vuelvo y repito que bajo estos supuestos nadie es amigo de nadie. Pero, como la vida es dura, lo úni-co valioso es estar rodeado de la people, así no se confíe en ellos. Finalmente, me repetí para convencerme, a mí lo 30 que me gusta es llamar la atención, que me quieran, que me consientan, que la gente se voltee a mi paso. Por eso decidí ser la mejor. O, como quien dice, la peor. Amigo de todos, pero enemigo de todos. Mi inspiración primaria fue, por supuesto, Alexis Carrington. Ya en épocas pueriles en Barranquilla no sólo no me perdía capítulo de Dinastía, sino que cada domingo a las diez en punto de la noche metía mi casetico virgen en el betamax Sony de la casa y grababa el capítulo semanal correspondiente para después memorizar los parlamentos de la diva. Pero no sólo ella se convirtió en mi ídolo. Poco a poco me fui llenando de iconos que influ-yeron en mí: todo aquel que tuviera un pasado de amargu-ra me servía para alimentar la sed infinita de mis odios. Fue así como logré lo que siempre quise: hacerme notar. Quien me conocía no podía dejar de hablar de mí, generalmente mal, lo cual es muy bueno porque eso demuestra que uno va un paso más adelante en esta vida. Es que por eso es que la amo tanto, a Alexis me refiero, porque ha sido mi luz, mi faro, y me enseñó, como dije, que en la vida hay que ser perra para sobrevivir manteniendo la alegría, tal como viven las arpías, pero las de verdad, esas águilas que habitan en los Andes peruanos y que, a pesar de comer carroña, son más felices que las perdices. Y para ser una buena perra, ante todo, hay que tener clase. Y tener clase no es sino mantener una sonrisa hipó-crita ante las adversidades mundanas, así uno por dentro se esté muriendo de la ira. Como el día que a Jackie O le derramaron una salsa de nosequé en un restaurante neo-yorquino y le ensuciaron un poco su elegante vestido ne-gro pero, sobre todo, su bello collar de perlas blancas, y ella –se lo leí a Mary Rodríguez Ichaso en Vanidades– sin perder nunca su compostura, dirigiéndose al mesero que estaba preocupado por haberle dañado su hermoso collar, sólo atinó a decirle: «No se preocupe: en mi casa tengo más». ¡Regio! Cuando leí esa historia je sui geleé –como le aprendí a decir a una amiga franchute–. Porque así es como hay que ser: fría. Como Gaviria. Y llamar la atención de to-dos por la serenidad y la compostura. Y aunque reconozco que cuando estoy emotivo se me sale uno que otro gritico barranquillero, ya no me importa: al menos entre la comu- OBRA ESCOGIDA Alonso Sánchez Baute 31 nidad homosexual conseguí el sitio que con tanto ahínco perseguí y ya puedo dedicarme a cantar, como las reinas venezolanas: En una noche tan linda como ésta, cualquiera de nosotras podría ganar, ser coronada Miss Venezuela… De manera que cuando Assesinata apareció en escena sentí tambalear mi pedestal de afamada figura pública. As-sesinata venía de Nueva York luego de haber sido recono-cida como una de las mejores drag queens de la ciudad por su show de soprano en decadencia. En ese momento en Bogotá ni siquiera conocíamos el término drag queen y lo más parecido que teníamos eran los travestis que se vendían al mejor postor en las calles de la Quince y eran perseguidos por la policía. De manera que me tranquilicé pensando que tarde o temprano terminarían rechazando la presencia de Assesinata. Sólo había que mostrarla como la travesti que era para que las amigas le hicieran el fo, porque uno puede ser gay, pero tener amigas travestis ya es mucha boleta, ¿cierto? Aun así, a pesar de trabajar –sotto voce, por supuesto– para conseguir que la evitaran, Assesinata cada día era más admirada y querida. De manera que me acordé de Maquiavelo y cambié de táctica: decidí acercarme a ella y conocerla de cerca para destronarla. Es como hacer un benchmarking –pensé– (que era de lo poco que recordaba de mi paso por la U): apropiarme de lo mejor de la diva para mostrarlo como propio. Desde un principio la soprano me pareció sosa, sin gra-cia aparente, salvo la valentía de vestir en público prendas femeninas. Entendí, por tanto, que mi labor tendría pronto éxito. Tal vez sea este el momento propicio para recordar que soy excelente con la aguja y la tijera, por lo que copiar los diseños de Armani o Versace que veía en las Vanidades y en las Cosmos no fue trabajo difícil. Lo único que llamó poderosamente mi atención fue que no había veneno en las palabras de Assesinata, ni mucho menos amargura en su corazón. Me asaltó la duda, por tanto, de creer que Asse-sinata era straight, que son esos hombres raros que tienen sexo con mujeres. Pero mi Dios es grande y una madru-gada, luego de un after party en algún lugar clandestino de la sabana de Bogotá, me lo encontré en los saunas del Apolo’s Club rodeado de plebeyos mancebitos, por lo que 32 mi temor se desvaneció. Aunque surgió otra preocupación: la gente hablaba mucho de su carisma. Yo les había oído la palabreja a todas las reinas en Cartagena pero, lo confieso, no sabía con exactitud su significado. A pesar de lo buen estudiante que siempre fui, confieso que fue ésta la única vez que tuve un diccionario en mis manos en toda mi vida: Don de Dios. Pues lo decidí entonces: si Dios no me había dado ese supuesto don, yo lo iba a imponer. Creé, pues, mi propio personaje. No puedo decir su nombre puesto que no me interesa que sepan quién soy en realidad. Lo cierto es que comencé a vestir con prendas de mujer cada viernes en la noche, cuando me iba a rumbear a La Caja de Pandora, y fue así como descubrí que podía reír-me de mí misma y acercarme a la gente sin prevención. Y el público me aceptó sin miramientos y me quiso como quería a Assesinata. Además, por ese fuerte deseo de superación que me ha empujado toda mi vida, pedí un préstamo en el Banco Industrial y del Comercio porque el gerente de una sucursal era amigo mío y, como buen colombiano, tomé el vuelo de Avianca una tarde cualquiera, y me fui un mes a Nueva York a conocer el mundo de las dragas. En la Gran Manzana la pasé redivino: estuve en el Rome –el bar donde surgió Assesinata–, y en la Escuelita, y en el Champs, y en el Splash, y en todos los bares famosos de los que hablaba la diva; me mostré en el Festival de Wigstock con un vestido intergaláctico que me diseñó Enrique en Bo-gotá; y fui a Lips en drag con una espectacular minifalda ne-gra y una peluca pelirroja que me prestó el amigo mejicano que me hospedó. Al final volví a Colombia con maletas en-teras de pelucas compradas en la Sixth con Twenty Seventh y de tacones de doce centímetros, y de uñas postizas de todos los colores, y de pestañas, y de maquillaje, y de todo lo que se puede comprar en el Patricia Fields, el almacén preferido por las dragas de Nueva York adonde me llevó mi amiga Pure X, otra gran drag criolla que triunfa en esas lejanías a pesar de que la prensa nacional no le haga tan-tos aspavientos como a otros que también dejan en alto el buen nombre de nuestro país en el exterior. Al regresar encontré una deuda de diez millones en el banco, pero no me importó: ya nadie me desbancaría. OBRA ESCOGIDA Alonso Sánchez Baute 33 Sólo me faltaba una cosa para ser la persona más cono-cida de la ciudad: salir de Cedritos, el barrio distante donde vivía, y buscar un lugar más cool que pudiese convertir en centro de reunión de todas las amigas. Lo conseguí muy pronto: el marido de un paisano acababa de construir unos apartamentos que no se vendían por la recesión que vive el país. Para colmo de la alegría, el edificio queda en pleno corazón de Gay Hills, es decir, en Chapinero Alto, que es donde vive la mayor cantidad de locas en Bogotá. Así que fui donde este arquitecto, me le metí como pude y terminó arrendándome uno que decoré espectacular, puesto que inmediatamente me lo entregaron fui a Bima, eché un tar-jetazo, y me lo compré todo todito: el jueguito de sala bien bonito y con florerito, el de comedor con dos puestos nada más, la camita durita para los amantes de siempre, la mesita de noche para guardar los condones, y todas las cositas de la cocina que siempre se necesitan, aunque yo de cocinar ¡nanay cucas!, la verdad sea dicha. Creo que ahora está un poco arrepentido mi amigo el arquitecto porque le estoy debiendo cinco meses de arriendo. Pero ya le dije que si le decía a una sola persona lo de mi deuda yo le contaba inmediatamente a mi paisano sobre el día que me lo encon-tré en el cuarto oscuro de los saunas del Apolo’s Club en actividades non sanctas. Finalmente llegó el día en que amanecía y me sentía regia. Tenía un nombre, una posición, y todos los que me conocían me temían, que es la mejor forma de adoración, como aprendí del dios Ra. No tenía a nadie conmigo, es cierto. Es decir, ninguna relación sentimental. Pero soy de los que digo que la soledad es una constante homosexual. Existen algunos casos casi exóticos de parejas dizque es-tables, pero son matrimonios que tarde o temprano aca-ban porque siempre hay alguien encargado de meterse en la relación. Ya sabes, si uno está solo, ¿por qué los demás pueden tener a alguien? Incluso yo mismo a veces intento separar a mis amigos cuando se consiguen un hembrito. Y si no logro acostarme con el levante, al menos le inven-to un chisme, pero que acabo el matrimonio, lo acabo, tal como una vez lo hiciera conmigo el zopilote de la Marcos. Obviamente, cuando aparezca en mi vida el machote que 34 siempre he esperado, si alguno de mis amigos pretende volver a meterse en mi relación como lo hizo la malparida esa, te juro te juro te juro –como dice la vieja de la propa-ganda de Dove– te juro que lo acabo. No digo que lo mato, claro está, porque eso sería muy fácil. Pero le hago la vida tan imposible que, por lo menos, consigo que se suicide. En eso iba mi vida cuando lo del préstamo de Invercrédi-to y la compra del computador y la internet y el chat room y el gatito cachaco que no era de Billings, Montana, quien me citó ya una vez para encontrarnos en la entrada de los cine-mas del Andino, pero tuve que incumplirle la cita y quedó sin saber que yo no soy el Richard que firma los e-mails, ni el chico rubio, alto, déclassé, elegante sí, sin duda alguna, porque siempre me consideraron el hombre mejor vestido de Barranquilla por andar à la dernière, pero no con la ropa de Armani de la que siempre hablo. En realidad ni siquiera tengo para un vestido de Ricardo Pava. Lo que pasa es que uno va adentrándose en la mentira y salir de ella puede ser imposible, y lo malo es que con las locas nunca se sabe cuándo se dice la verdad y cuándo no. Por eso, cuando co-nocí en el chat a Jorge Mario, pensé que era otro más de los que se conoce en cualquier Caja de Pandora, que venía con sus ínfulas a tratar de humillarlo a uno con su belleza y su dinero y su buen porte y su familia distinguida. Y como no estoy acostumbrado a que me pordebajeen, inmediata-mente le dije lo mismo que a todo el que me ha conocido en Bogotá: que mi padre no nos abandonó cuando éramos niños sino que murió en el avión de Avianca que se estrelló en el aeropuerto de Barajas; que a mamá no le hace los trajes la costurera del pueblo sino que siempre los encarga a la avenida Montaigne de París porque sólo le gusta usar sastres franceses; que ella, además, proviene de una dis-tinguidísima familia de mi departamento, cuando lo cierto es que es hija natural de un señor Buelvas a quien nunca conocí y que dejó hijos regados por toda la comarca; lo único cierto es que es abogada y que actualmente se des-empeña como fiscal regional del Atlántico, pero ese fue un trabajo que se ganó a pulso, trabajando toda una vida, y no por el honor de ser sobrina del famoso senador Buelvas, el mismo que tantos debates le ha hecho a este gobierno OBRA ESCOGIDA Alonso Sánchez Baute 35 en el Congreso y de quien, por desgracia, no tengo ni un átimo de sangre. Claro que yo tampoco sé si todo lo que me ha contado Jorge Mario es cierto, pero tengo indicios. El más visible es el nombre: se llama Jorge Mario y no Jerson, ni Milton Hamilton, ni John Jairo, ni Wilber Sócrates, ni ninguno de esos nombres extravagantes con que los pobres bautizan a sus hijos; otra cosa es que me ha contado sobre sus viajes a Europa, y le creo porque a veces me escribe, como quien no quiere, un oui, o un caro cuore, y alguna vez me firmó ich liebe dich –que aún no sé ni en qué idioma está pero se me ocurre europeo–; además, siempre escribe con propiedad de sus amigos, y todos son de familia distinguida. Por eso, cuando voy al Barbie Gym dizque a levantar pesas, siempre que veo a alguien hablando con Juan Pablo Shuck, o con John Ceballos, o con María Hembra, o con la niña Mencha, siempre, siempre, siempre me pregunto si será ese mi Jor-ge Mario, si será esa mi princesa rosada, si será mi lindo minino que algún día vendrá a mi cama y me arañará la espalda y me romperá el corazón como se lo rompieron al Alejandrito Sanz, papito divino, que venga y se me arrime pa’ que yo se lo reponga. Anoche, casualmente, estuve en el Barbie Gym, que realmente no se llama así, pero como todas las amigas que tenemos con qué somos socias, pues lo identificamos con ese nombre entre nosotros. Ahora bien, es cierto que es un gimnasio caro, pero yo tengo la fortuna de contar con un buen cupo de sobregiro en mi cuenta corriente del Citibank y, ya sabes, siempre se puede girar un cheque de más. Por otra parte, ir al Barbie Gym es la mejor inversión que uno puede hacer: primero, lo ven a uno personas importantes y de alta connotación social –que ya de por sí es suficiente– y, segundo, siempre puedo contarle a mis amigos que estoy en este gimnasio. Anoche, repito, me fui al Barbie Gym a hacer algo de deporte. Entré y subí directamente a ocupar puesto para la clase de spinning, porque siempre llego tarde y no encuen-tro bicicleta disponible. Así que dejé mis guantes Reebok, que compré en el Sport’s Authority de los Niuyores, ama-rrados del manubrio, y bajé a tomar agua ya que andaba 36 como sediento. Pero me distraje haciendo lengua press –hablando, para que se entienda– con mi amigo Óscar y cuando subí nuevamente, la clase ya había comenzado y –¡guácala!–¿adivinen a quién tenía de vecino? Horror de los horrores: a la Romero. Sí, a la que se imaginan: a la peluque-ra peliteñida que es una mujer total, toda una dama, o diré mejor, todo un travesti, que quién sabe de dónde habrá sa-cado la plata para venir a este gimnasio, que por lo guaba-losa que es debió nacer en el barrio Siloé, aunque se haya criado en El Guabal –porque sé que es de Cali–, y que de la noche a la mañana se volvió tan distinguida que –me contó un amigo intelectual– hasta Poncho Rentería escribe de ella en sus columnas de El Tiempo. Y lo grave es que no sólo me la tuve que soportar sentada en la bici vecina sino que aho-ra resulta que la muy igualada se mandó a hacer un tatuaje de pececitos igualito al que me describió Jorge Mario que se había mandado hacer ahí donde hacen los tatuajes en la Trece con Sesenta, y eso sí me parece muy boleta que los dos tengan un tatuaje idéntico. De manera que ahora estoy preocupado al pensar que a mi gatito precioso lo motile semejante boleta de peluquera. Porque estoy seguro que tuvo que ser de Jorge Mario de quien se copió el tatuaje, ya que ni imaginación propia debe tener ésa. OBRA ESCOGIDA Alonso Sánchez Baute 37 38 OBRA ESCOGIDA Alonso Sánchez Baute 39 líbranos del bien (Fragmento) -2008- El baile rojo y la muerte de Consuelo OBRA ESCOGIDA Alonso Sánchez Baute 41 Líbranos del bien -2008- el baile rojo y la muerte de consuelo Mucho antes de que mi pueblo enfrentara la angustia, la miseria y la sinrazón de la violencia, Ricardo Palmera y sus amigos entendieron que la moda en el país eran los movi-mientos cívicos. Había para todos los gustos, pero el ejem-plo a seguir lo encontraron en Barrancabermeja: el Frente Amplio del Magdalena Medio. Lo fundó Ricardo Lara Para-da, uno de los más famosos seguidores del eln que desertó a tiempo de la guerrilla cuando comenzaron las purgas in-ternas. Ricardo y Ricardo (Lara y Palmera) se conocieron en Bogotá. A Ricardo (Lara Parada) le encantó el trabajo que Ricardo (Palmera Pineda) adelantaba en Valledupar. Enton-ces lo invitó a la ciudad –digo, Palmera a Lara–, para que constatara de cerca lo que le contaba de lejos. Pero así es la vida. Por esos días, como lo contó un testigo, mandaron bajarse a Ricardo –Lara Parada– y ni vivo ni muerto llegó a la ciudad. Como quien dice, Lara se les escapó a las purgas internas pero no a su destino con el más allá. Fecha para la memoria: noviembre de 1985. Pero Ricardo Palmera conservó la idea de fundar ese mismo movimiento cívico que revoloteaba en la cabeza de sus amigos. –¿Con qué base social? –pregunté a Rodolfo Quintero, cofundador de este movimiento junto con Imelda Daza–: ¿No era muy ingenua esa idea de un puñado de hombres inventándose un partido nuevo? –Sí y no –contestó–. Sí, porque sólo contaba con unos pocos votos. No, porque así, en pequeño, es como comien-zan los sueños. Cualquier sueño. Cualquiera que nace de la noche a la mañana. De la noche a la mañana comenzaron a darle forma al movimiento. Quizá haciendo eco de las palabras que algu-na vez Bateman Cayón le confió a la periodista Patricia Lara. 42 La guerra se gana uniendo al pueblo: al pueblo liberal, al conservador, al comunista, al abstencionista, ¡al pueblo en-tero! Pero para unirlo hay que atraerlo primero. Eran tiem-pos efervescentes, cuando las ideas prendían por sí solas, como una colilla encendida en una bodega algodonera. Ricardo presentó con sus amigos de partido a su amiga-cha de la universidad, a Imelda, la villanuevera, la de labia fogosa. De entrada no la aceptaron. La veían como «una ga-lanista sin fundamentos». Pero pasó lo de siempre. Imelda abrió la boca, dijo tres frases inteligentes y todos quedaron atontados y contentos. Contentos pero angustiados por-que la salida del clóset se apresuraba a pasos agigantados. ¿Cómo los iban a tomar? ¿Qué iba a pensar la sociedad? ¿Perderían sus trabajos? ¿Sus amigos de siempre les reti-rarían el saludo? ¿Les dirían de frente que los respetaban mientras se burlaban a sus espaldas? Qué vaina: el partido que alentaban hundía su huella en la izquierda odiada. ¡De-masiado para un pueblo que no soporta las audacias! Para prepararse, organizaron convivencias antes de des-pedirse del anonimato. Eran reuniones de treinta, cuarenta, cincuenta personas, donde dominaba la verborrea, el de-bate era el gran protagonista y se escuchaban frases que hablaban de cambio social. Por caso, nada más oigan esto que encontré entre los papeles de Alicia: Sabemos que la oligarquía liberal y conservadora no va a hacer las reformas que estamos planteando. Tenemos que ga-nárnoslas nosotros y se harán en la medida en que el pueblo sea gobierno, sea poder, se forme un gobierno popular. Pero de aquí a que se forme nosotros tenemos que empujar por las reivindicaciones concretas de la región, por las reivindicaciones nacionales que cobijen a todos los ciudadanos. Hay que aspirar a ese poder. Aspirar a tomarnos la dirección del Estado. Hay que tenerle gusto a eso, ése es el objetivo, es la llamita que nos está atrayendo. Para llegar a esa llamita que nos está titilando como una luciérnaga en noches oscuras, tenemos que caminar por diferentes atajos, pasar ríos, vadear montañas, retroceder, acompañarnos de más gente, pero la lucecita tenemos que irla buscando, y esa lucecita es el gobierno del pueblo. OBRA ESCOGIDA Alonso Sánchez Baute 43 Con los días, el grupo fue creciendo, creciendo, crecien-do, como una de esas bombas de goma que inflan con he-lio en la Plaza de Lourdes. Hasta que salieron del clóset con desparpajo. Al asunto le metieron folclor, le metieron musiquita en vivo, como hacen los gamonales de los gran-des partidos, y un espacio inmenso para que cupiera todo el gentío que habían querido: la gallera Miguel Yanet. La cosa resultó mejor de lo planeado. Las fotos, como aquellas de Fidel en 1959 entrando a La Habana con el Che Guevara y Camilo Cienfuegos, muestran que el movimiento iba en serio, como si de veras al Valle fuera a llegar La Revolución. ¿La fecha exacta? Veintiocho de julio de 1985. Entonces las emisoras locales hicieron eco de las tamboras que tocaban en la gallera mientras se escuchó decir con una voz que sonaba a relámpago: No fue de un momento a otro que un grupo de personas que jamás habíamos participado en las componendas de los grupos familiares de Valledupar y del Cesar se nos dio por par-ticipar en la política. Esto es fruto de un análisis sereno, fruto de descubrir que el sesenta por ciento de las cabeceras mu-nicipales del departamento no poseen alcantarillado, no po-seen acueductos, y aquellos que los tienen no poseen agua tratada que genere condiciones de salud favorable a los seres humanos; fue cuando estudiamos el problema agrario y descu-brimos que el cuarenta por ciento de la tierra laborable de la región está en manos del dos por ciento de los propietarios de la tierra; fue cuando vimos la situación de desempleo, de anal-fabetismo, las condiciones hospitalarias, como el caso concreto del Hospital Rosario Pumarejo de López. Cuando vimos todo esto decidimos no demorarnos un minuto más, no demorarnos un segundo más en salir a ocupar el puesto que la Patria exige a los ciudadanos que tienen dignidad y decoro. Lo que no mostró la radio –ni más faltaba, jamás podría– fueron las camisetas que los «revolucionarios» portaban como estandartes: El que no llora no mama, rezaba la leyenda. Ricardo no estuvo esa tarde sentado en la mesa princi-pal. Lo de siempre. El temor por la familia, por la expulsión 44 del trabajo, por la apariencia social. En adelante se conser-vó como ideólogo en la sombra, junto con esa amiga que de vez en cuando los apoyaba desde su emisora: Consuelo Araújo Noguera, la mujer del primo hermano de Ricardo. El programa donde cada día se transmitían los adelantos del movimiento se llamaba La Cacica comenta, porque cacica llamaban a Consuelo por su don de mando en la tierra de los arhuacos, de los kankuamos, de los tupes, de los arza-rios. Tierra de indígenas admirados y respetados hasta un par de años más adelante cuando aparecieron los contra-guerrilleros, es decir, los paracos. Consuelo y Ricardo, dos inteligencias brillantes que de-bieron de hablar de esta vida y de la otra. Hoy en día pocos en Valledupar creen la historia de que Ricardo, travestido en Simón Trinidad, dio la orden de matar a su comadre. Según informaron las noticias, el ejército trató de rescatarla luego de que fuera secuestrada por el Frente 59 de las farc a las cuatro de la tarde del 24 de septiembre de 2001 cuan-do regresaba a Valledupar de una misa oficiada en honor de la Virgen de Las Mercedes, en el cercano corregimiento de Patillal. Cecilia Monsalvo, compañera de secuestro de La Cacica, me contó que ambas viajaban en la camioneta Toyota de placas OHK­786 cuando fueron interceptadas por dieciocho guerrilleros que habían montado un retén ilegal en cercanías de La Vega, una locación en la vía entre Pa-tillal y Valledupar, dos pueblos distantes a media hora de carretera. Permitamos que sea ella misma quien narre los hechos. El secuestro sucedió un lunes alrededor de las cuatro de la tarde. Yo venía en el asiento del copiloto, al lado del chofer, y en la parte posterior viajaban Consuelo, Luz Estella Molina y su sobrina María Paula Molina. Cuando topamos con el re-tén, Consuelo creyó que se trataba de militares no tanto por las prendas del ejército que vestían sino porque el alcalde Elías Ochoa se había comprometido a que esa carretera estaría mili-tarizada. Mas, los únicos «militares» que aparecieron fueron es-tos soldados de las farc. Pero me devuelvo. Te contaba que al encontrarnos frente a frente con el retén Consuelo dio la orden al chofer de que parara y se identificara. El chofer no sólo bajó del auto sino que buscó al que actuaba de comandante para OBRA ESCOGIDA Alonso Sánchez Baute 45 decirle que transportaba a la esposa de Edgardo Maya. «Vaya y dígale al comandante que conmigo viaja la ex Ministra de Cultura», recuerdo como ayer sus palabras. Los guerrilleros, de quienes todavía no sabíamos que eran guerrilleros, avanzaron directo hasta el carro que venía detrás de nosotros, que eran los escoltas de Consuelo, a quienes obligaron a apearse. Al ver esto, Consuelo se bajó del auto en el acto, que era lo que busca-ban los guerrilleros porque la camioneta en la que viajábamos estaba blindada. Consuelo se apea y es cuando los guerrilleros se presentan. Nosotros somos de las farc. ¡Dios mío, hasta aquí llegamos!, pensamos todas. El que actuaba como comandante ordenó a Consuelo volver a subir a la camioneta. Él se montó en el lugar del conductor. Entonces manejó a lo largo de la antigua trocha que conduce al corregimiento de Atánquez que, como sabes, queda a más de dos mil metros de altura en las faldas de la Sierra Nevada. En el caserío llamado La Vega nos encon-tramos con un grupo grande de retenidos, entre ellos el padre Iseda… ¿Que qué hacían allí? Bueno, como antes te dije, todo comenzó con un retén de la guerrilla. Ese tipo de retenes lla-mados «Pescas Milagrosas» porque no se trata de un operativo planeado para secuestrar a una persona en particular sino bus-cando la posibilidad de un pez gordo. Por eso, a todos los re-tenidos nos sentaron juntos mientras confirmaban los nombres en nuestras identificaciones. A la mayoría de ellos los soltaron al cabo de un par de horas, salvo a dos hombres que tenían amarrados con una misma cuerda y a nosotros ocho, o sea, las cuatro mujeres que te mencioné, el chofer y los tres escoltas. Llegó la orden de embarcarnos de nuevo en el mismo carro, la misma camioneta Toyota. Este nuevo recorrido terminó en Guatapurí, donde dormimos. O mejor, tuvimos un duermeve-la con sobresaltos y temores. Ocurrió ahí mismo, dentro de la Toyota, las tres mujeres de atrás recostadas unas sobre otras y yo un poco más cómoda en la silla del copiloto. Antes de las cuatro de la mañana ya teníamos el ojo abierto. Fue cuando Consuelo dijo: «Me da mucha pena con Edgardo Maya haberle ocasionado este problema». Luego se quitó el anillo que lleva-ba puesto y me lo regaló, quizá presagiando una despedida. Ah, olvidé contarte algo importante. Importantísimo. La noche del secuestro, tan pronto llegamos a Guatapurí Consuelo pidió ir a un baño. Llevaba su mochila arhuaca terciada en el pecho, 46 de la que extrajo su celular antes de arrojarlo por el inodoro. «Ahí hay demasiados teléfonos importantes», fue todo lo que dijo. Luego, de nuevo dentro de la camioneta, sacó el diario que siempre la acompañaba y comenzó a leer algunas páginas que luego arrancó de un tirón y se llevó a la boca. Alcanzó a tragarse una buena cantidad de hojas antes de que apareciera el comandante. Creo que sólo masticó lo último que escribió. Aclaro: lo último que había escrito hasta ese momento porque ella luego recuperó el diario y lo último último que escribió fue «Jesús, hijo de David, ten compasión de nosotros»… ¿Que de manos de quién recuperó el diario? Eso era lo que estaba por decirte. Cuando el comandante se acercó a la camioneta lo pri-mero que hizo fue pedirle a Consuelo su mochila. Además de la mochila, Consuelo le regaló el collar que llevaba puesto. En esa ocasión, junto con el comandante se acercaron otros guerrille-ros que querían conocerla. ¿Sabes? Le hablaban con especial admiración. Pero sigamos en lo que íbamos, y en lo que íbamos era que esa noche dormimos en la camioneta y al día siguiente despertamos mucho antes del alba. Oramos un poco. Ya sabes que las mujeres de por acá somos muy dadas a Dios. El coman-dante se acercó a la camioneta. «Buenos días», dijo en tono amable. Consuelo le preguntó si habría desayuno y él nos hizo llegar una taza de café a cada una mientras cocinaban algo de comer. Consuelo aprovechó la cercanía del comandante y el ambiente tranquilo para comentarle que ella era muy amiga de Simón Trinidad. «Ya lo imaginaba», contestó el guerrillero, «ab-solutamente todos los secuestrados dicen lo mismo». Entonces se escucharon los helicópteros artillados y luego el estruendo de varias ráfagas… ¿Que por qué el ejército llegó de manera escandalosa en lugar de adelantar el operativo con discreción? De eso no tengo idea. ¿Para qué te voy a echar mentiras? Lo que puedo afirmarte es que luego me enteré que esa misma tropa venía de un combate en Curumaní, o sea, estaba cansa-da. Pero sigamos. Todos los guerrilleros salieron corriendo. El comandante se subió en la camioneta. Otra vez en el puesto del conductor. Seguimos por la misma trocha sierra arriba. Creo que debimos llegar a los tres mil o tres mil quinientos metros de altura cuando se acabó el camino. Nos bajamos a las carrer