Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente Tomo 1 - Libro Primero

Preparativos para el viaje y exploración de América del Sur por Alejandro de Humboldt. Travesía por el continente europeo para llegar a Tenerife para tomar el barco que lo llevaría al “nuevo mundo”. Título con la ortografía original de la época. - Libro Primero. - Capítulo I. - Capítulo II. - Capítu...

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Bibliographic Details
Main Author: Humboldt, Alexander, Barón von, 1769-1859
Other Authors: Bonpland, Aimé Jacques Alexandre, 1773-1858
Format: Book Part
Language:Spanish
Published: París: Rosa 1826
Subjects:
Nes
Aun
Vio
Sog
Ege
Reu
Rae
Online Access:http://babel.banrepcultural.org/cdm/ref/collection/p17054coll10/id/2482
Description
Summary:Preparativos para el viaje y exploración de América del Sur por Alejandro de Humboldt. Travesía por el continente europeo para llegar a Tenerife para tomar el barco que lo llevaría al “nuevo mundo”. Título con la ortografía original de la época. - Libro Primero. - Capítulo I. - Capítulo II. - Capítulo III. VIAGE Á LAS REGIONES EQUINOCCIALES DEL NUEVO CONTINENTE. LIBRO PRIMERO. CAPÍTULO PRIMERO. Preparativos. — Instrumentos. — Partida de España. — Arribada á las Islas Canarias. iuüANDo un gobierno ordena expediciones marí-timas que contribuyen al conocimiento exac-to del globo y al adelantamiento de las cien-cias físicas, nada se opone á la ejecución de sus designios. La época de la partida y la di-rección del viage pueden ser fijadas tan luego 2 LIBRO I. como el apresto de los navios está terminado y se han escogido los astrónomos y naturalistas destinados á recorrer mares desconocidos. Las islas y las costas , cuyas producciones deben ser reconocidas por los viageros, no están sugetas á la influencia europea. Si sucede que guerras pro-longadas interceptasen la libre comunicación del Occeano, las potencias beligerantes acuer-dan mutuamente sus pasaportes los rencores y enemistades particulares callan cuando se trata del progreso de las luces, que es la causa común de todos los pueblos. No sucede lo mismo cuando un simple parti-cular emprende á su costa un viage en lo interior de un continente sobre el cual la Europa ha ex-tendido su sistema de colonización. El viagero deberá meditar el plan que le parezca conveniente para el objeto de sus observaciones y sobre el es-tado politico de las regiones que quiere recorrer: tiene que reunir todos los medios que , lejos de su patria, puedan asegurarle por largo tiempo una existencia independiente : obstáculos imprevistos se oponen á sus designios en^l momento mismo en que cree poderlos poner en egecucion. Pocos CAPÍTULO I. 5 particulares han tenido que vencerlas numerosas dificultades que se me presentaron antes de mi partida para la América española; hubiera preferido no tener que hacer la narración de ellas y comenzar esta relación por el viage á la cumbre del Pico de Tenerife si no hubiesen faltado mis primeros proyectos y no hubiesen influido en la dirección que he dado á mis correrías desde mi vuelta del Orinoco. Expondré pues con rapidez es-tos acontecimientos que deseo presentar con toda claridad ápesar de que no ofrecen interés alguno para las ciencias. Como la curiosidad pública generalmente se dirige mas hacia las personas de los viageros que sobre sus obras, se ha desfigurado de una manera extraña ^ lo que tiene relación con los primeros planes que me habia propuesto. * Observaré con este moti vo que no he tenido conocimiento de una obra que ha parecido en seis volúmenes en casa de VoIImer en Hamburgo con el extravagante titulo de Fiage al rededor del mando y en la America meridional por A. Humboldt. Esta relación hecha á mi nombre, ha sido redac-tada, á lo que parece, según las noticias publicadas en los diarios y las memorias aisladas que leí en la primera clase dellnstituto. El compilador para fijar la atención del público. 4 LIBRO í. Desde mi primera juventud me sentí con una viva inclinación y ardiente deseo de hacer un viage á regiones remotas y poco visitadas por los Europeos. Este deseo caracteriza una época de nuestra existencia en que la vida nos parece como un horizonte sin limites, y en que nada tiene para nosotros tantos atractivos como las fuertes agita-ciones del alma y la imagen do los peligros físicos. Criado en un pais que no tiene ninguna comu-nicación directa con las colonias de las dos Indias, habiendo habitado después en montañas distantes de las costas y célebres por el laboreo y beneficio de las minas, sentí excitarse en mí una pasión viva por el mar y por dilatadas navegaciones. Cuando los objetos nos son solo conocidos por las rela-ciones de los viageros, tienen sobre nosotros un encanto particular; nuestra imaginación se com-place con todo lo que es vago é indefinido y los goces de que nos vemos privados , parecen pre-feribles á los que tenemos diariamente en el es-ha cieido poder dar á un viage hecho en algunas partes del nuevo continente el título mas atractivo de Viage ai rededor del inundo. CAPÍTULO I. 5 trecho círculo de la vida sedentaria. El gusto de las herborizaciones, el estudio de la geologia, una correría rápida hecha en Holanda , en Inglaterra y Francia con M. Jorge Forster, hombre célebre, que tuvo la fortuna de acompañar al capitán Gook en su segunda navegación al rededor del mundo, contribuyeron á dar una determinada dirección á los planes de viages que yo habia for-mado á la edad de diez y ocho años. No era el deseo de la agitación ni de la vida errante el que me animaba , sino el de ver y observar de cerca una naturaleza salvage, majestuosay variada en sus producciones; y la esperanza de recoger algunos hechos útiles á los progresos de las ciencias lla-maban sin cesar mis deseos y votos hacia estas bellas regiones situadas bajo la zona tórrida. No permitiéndome mi posición individual egecu-tar por entonces unos proyectos que ocupaban tan vivamente mi espíritu , tuve tiempo de pre-pararme por espacio de seis años á las obser-vaciones que debia hacer en el nuevo continente, de recorrer diferentes partes de la Europa, y es-tudiar esta alta cadena de los Alpes, cuya estruc-tura he podido comparar después con la de los 6 LIBRO I. Andes de Quito y del Perú. Como me ocupaba en trabajar con instrumentos de diferentes cons-trucciones, fijaba mi elección en los que me pa-recían mas precisos, y menos susceptibles de quebrarse en su transporte; tuve la ocasión de rectificar medidas que hablan sido hechas según los métodos mas rigurosos^ y aprendí á conocer por mí niismo el límite de los errores á que yo podía estar expuesto. Aun cuando en 1796, había atravesado una parte de la Italia, no pude visitar los terrenos volcánicos de Ñapóles y de la Sicilia. Sentía de-jar la Europa antes de haber visto el Vesuvio, Stromboldí y el Etna; conocía que, para juzgar hiende un gran numero de fenómenos geológicos y sobre todo de la naturaleza de las piedras de formación trápana, era preciso examinar de cerca los fenómenos que ofrecen los volcanes que es-tan todavía en actividad. Me determiné pues á volver á Italia en el mes de noviembre de 1797. Hice una larga permanencia en Viena, en donde las soberbias colecciones de plantas exóticas y la amistad de los señores de Jacquin y del caballero José Vander-Schott me fueron muy útiles para CAPITULO I. 'J nlis estudios preparatorios recorrí , con el ca-ballero Leopoldo de Buch , que después ha pu-blicado una excelente obra sobre la Laponia, muchos cantones del país de Saltzbourg y de la Styria, dos regiones igualmente interesantes para el geólogo como para el pintor paisagista : pero al momento de pasar los Alpes del Tirol, las guerras que agitaban entonces la Italia entera me obliga-ron á renunciar al proyecto de ir á Ñapóles. Un hombre que estaba apasionado por las bellas artes y que para observarlos monumentos de ellas, habia visitado las costas de la Iliria y de la Grecia, me habia propuesto poco tiempo antes que le acompañase á un viage al alto Egipto. Esta excur-sión debia durar solo ocho meses provistos de instrumentos astronómicos y acompañados de há-biles dibujantes, debíamos remontar el Nilo hasta Assouan examinando por menor la parte del Said comprendida entre Tentyris y las Cataractas. Aun-que hasta entonces no habia yo fijado mis miras en una región situada fuera de los trópicos, no podia resistir á la tentación de visitar unos paises tan célebres en los fastos de la civilización hu-mana. Acepté por consecuencia las proposiciones 8 LIBRO I. que se me hacian, con la expresa eondicion de que, á mi regresode Alejandría, quedarialibrepara continuar mi víage por la Siria y la Palestina. Daba desdor entonces una dirección á mis estu-dios que estaba conforme con este nuevo proyecto de que me aproveché en lo sucesivo, examinando las relaciones que ofrecen los monumentos bár-baros de los Megicanos, con los de los pueblos del antiguo mundo. Me conceptuaba muy próximo al momento de embarcarme para el Egipto, cuando los acontecimientos políticos me hicieron abandonar un plan que me prometía tantos go-ces. Tal érala situación del Oriente que un simple particular no podia esperar el seguir los trabajos, que aun en los tiempos mas pacíficos exponen con frecuencia al viagero á la desconfianza de los go-biernos. Se preparaba entonces en Francia una expedi-ción de descubrimientos en el Mar del Sur, cuyo mando debia ser confiado al capitán Baudin. El primer plan que se habia trazado era grande, atrevido y digno de ser egecutado por un gefe mas ilustrado. La expedición debía visitar las po-sesiones españolas de la América meridional desde CAPÍTULO I. 9 la embocadura del rio de la Plata hasta el reino de Quito y el istmo de Panamá. Después de haber recorrido el archipiélago del grande Occéano y reconocido las costas de la Nueva-Holanda, desde la tierra del ÍDiemen hasta la de Nuits, las dos corbetas debian arribar á Madagascar y volver por el cabo de Buena-Esperanza. Llegué a Paris en el momento en que se comenzaban los preparati-vos de este viage. Tenia yo muy poca confianza en el carácter personal del capitán Baudin que habia dado motivos de descontento en la corte de Viena, cuando estaba encargado de conducir al Brasil al joven botanista Yander-Schott uno de mis amigos; pero como no podía esperar hacer á mi costa un viage tan largo, y ver una hermosa partedelglobo,resolví correrlos riesgos de esta ex-pedición. Obtuve el permiso de embarcarme con los instrumentos que habia reunido en una de las corvetas destinadas al mar del Sur, y me reservé la libertad de separarme del capitán Baudin cuan-do lo juzgase oportuno. El caballero Michaux, que ya habia visitado la Persia y una parte de la América septentrional y el caballero Bonpland , con quien contrage los lazos de amistad que nos lO LIBRO I. han unido después, estaban destinados á seguir la expedición como naturalistas. Me habia entretenido durante muchos meses con la idea de participar en los trabajos dirigidos hacia un fin tan grande y tan honroso, cuando se encendió la guerra en Alemania y en Italia, y de-terminó al gobierno francés á retirar los fondos que habia acordado para este \iage de descu-brimientos y á suspenderle hasta nueva orden. Cruelmente engañado en mis esperanzas y \iendo destruirse en un solo dia los planes que habia for-mado para muchos años de mi vida, buscaba como ala aventura, el medio mas pronto de dejar la Europa y de arrojarme en una empresa que pu-diese consolarme de la pena que experimentaba. Hice conocimiento con elcaballero Skioldebrand cónsul de Suecia, que, encargado por su Corte de llevar y presentar los regalos al Dey de Argel, pasaba por Paris para embarcarse en Marsella. Este hombre estimable permaneció largo tiempo en las costas de África : como gozaba de una con-sideración particular cerca del gobierno de Ar-gel, podia proporcionarme facilidades para re-correr libremente aquella parle de la cadena del CAPITULO I. 1 1 Atlas que no habia sido el objeto de las observa-ciones interesantes del caballero Desfontaines. Expedía anualmente un buque para Túnez sobre el cual se embarcaban los peregrinos de la Meca , y me prometió hacerme pasar por el mismo con ducto, á Egipto. No vacilé un momento en apro-vechar una ocasión tan favorable y me creí en vísperas de ejecutar un plan que habia formado antes de mi llegada á Francia. Ningún minera-logista habia aun examinado esta alta cadena de montañas que, en el imperio de Marruecos, se eleva hasta el límite de las nieves perpetuas. Podia estar seguro que después de haber hecho algunos trabajos útiles en la región alpina de la Berbería, experimentaría en Egipto, de parte de los sabios ilustres que se hallaban hacia algunos meses reu-nidos en el instituto del Cairo, las mismas señales de interés con que habia sido colmado durante mi permanencia en París. Completé á toda priesa la colección de instrumentos que poseía , y me proporcioné la adquisicíonde las obras que tenían relación con los países que iba á visitar. Me separé de un hermano que, por sus consejos y por su egemplo habia egercído una gran influencia en *^ LIBRO I. la dirección de mis pensamieiUos aprobó los motivos que me determinarán á separarme de la Europa : una voz secreta nos anunciaba que volveriamos á vernos. Esta esperanza, que no ha sido engallada, mitigaba el dolor de una larga separación. Dejé Paris con el designio de embar-carme para Argel y para Egipto , y por el efecto de estas vicisitudes á que están sujetas todas las cosas de esta vida , volví á ver á mi hermano á mi regreso del rio de las Amazonas y del Perú sin haber tocado en el continente del África. La fragata Sueca, que debia conducir al ca-ballero Skioldebrand á Argel , había esperado en Marsella en los últimos días del mes de octubre. El caballero Bonpland y yo, nos dirigimos á di-cha ciudad casi á la misma época, con tanta mas celeridad cuanto que durante el viage es-tábamos agitados por el temor de llegar tarde y faltar á nuestro embarque. No preveíamos en-tonces las nuevas contrariedades á que estaría-mos bien pronto expuestos. El caballero Skioldebrand estaba tan impa-ciente como nosotros por llegar á su destino. Visitamos muchas veces por día Ja montaña de CAPÍTULO I. l3 Nuestra Señora de la Guardia^ desde donde se goza lina soberbia vista sobre el Mediterráneo. Cada vela que se descubría en el horizonte, nos causaba una viva emoción : pero después de dos meses de continuas y vanas inquietudes supimos por los diarios que la fragata sueca, que debia conducirnos, habia sufrido mucho en una tem-pestad en las costas del Portugal y que para re-pararse, se habia visto obligada á entrar en el puerto de Cádiz. Las cartas particulares confir-maron esta noticia y nos dieron la certeza que el Jaramas (este era el nombre de la fragata) no llegarla á Marsella antes de la primavera. No teníamos valor para prolongar nuestra per-manencia en Provenza hasta esta época. El pais y el clima sobre todo nos parecían deliciosos; pero el aspecto del mar nos recordaba continua-mente nuestros proyectos frustados. En una ex-cursión que hicimos á Hieres y á Tolón , halla-mos en este último puerto la fragata la Boiideuse que se estaba aparejando para la isla de Córcega, la cual habia sido comandada por M. Bougain-ville en su viage al rededor del mundo. Este ilustre navegante me habia dispensado una par- l4 LIBBO I. ticular estimación durante mi permanencia en París, cuando me preparaba para seguir la ex-pedición del capitán Baudin. No podré pintar la impresión que me hizo la vista del buque que condujo á Commerson á las islas del mar del Sur. Hay disposiciones en el alma en las cuales un sentimiento doloroso se mezcla en todo cuanto sentimos. Persistiamos siempre en la idea de dirigirnos á las costas de África y faltó muy poco para que esta perseverancia no nos fuese funesta. Habia en el puerto de Marsella en esta época un buque de Piagusa pronto á hacerse á la vela para Túnez: nos pareció ventajoso aprovechar una ocasión que nos aproximaba al Egipto y á la Siria. Con-venimos con el capitán el precio de nuestro pa-sage , y en que nuestra partida seria al dia si-guiente. Estando colocados los animales que deberian servirnos de alimento durante nuestra travesía en la cámara mayor, exigimos se hi-ciesen en ella algunos arregios para la comodidad de los pasageros y para la seguridad de nuestros instrumentos. Durante este intervalo se supo en Marsella que el gobierna de Túnez trataba con CAPITULO I. l5 rigor á los Franceses establecidos en Berbería, y que todos los individuos que iban allí proce-dentes de algún puerto de Francia , eran metidos en un calabozo. Esta noticia nos evitó de un pe-ligro eminente, nos obligó á suspender la ege-cucion de nuestros proyectos , y resolvimos pa-sar el invierno en España con la esperanza de embarcarnos en la primavera próxima , bien en Cartagena ó bien en Cádiz , si el estado político del Oriente ío permitía. Atravesamos el reino de Valencia y la Cata-luña para dirigirnos á Madrid. Visitamos las ruinas de Tarragona y las del antiguo Sagunto : fuimos desde Barcelona al Mont-Serrat ^ , cuyos eminentes picos están ocupados por hermitaños y que, por el contraste de una vigorosa vegeta-ción y unas enormes masas de piedras desnudas y áridas , ofrece un paisage de un carácter par-ticular. Tuve la ocasión de fijar por medios astronómicos, la posición de muchos puntos » El caballero Guillermo de Humboldt , que ha recorrido loda la España poco tiempo después de mi partida de Eu-ropa, ha hecho la descripcioQ de esta situación en las £/e-merides geográficas de fVeimar para el año i8o3. l6 LIBRO I. importantes para la geografía de España; deter-miné con ayuda del barómetro la altura de la • corona central ^ , é hice algunas observaciones sobre la inclinación de la brújula y sobre la in-tensidad de las fuerzas magnéticas. Tomo los resultados de estas observaciones han sido pu-blicados separadamente no entraré en ningún * Véase m¡ Nolicia sobre la configuración del suelo de Es-paña, en el Itinerario de ftl; de La Borde, T. i% c. 167. Según M. Bauza, la altura media del barómetro en Madrid, es áGpuIg. 24 lineas, de donde resulta; según la formula de M. La Place, y el Nuevo Coeficiente de iVI. Ramond, que la capital de España se eleva á Sog toesas por cima del nivel del Occéano. Este resultado se acuerda bastante bien con el que ha obtenido D. Jorge Juan, y que M. de Lalande ha publicado y según el cual la altura de Madrid por cima del nivel de Paris es de 294 toesas. (^Mem. de la Acad., 1776, pag. 148.) La montaña mas elevada de toda la Pe-nínsula no es el monte Perdido como se ha creído hasta aquí, sino el Mulahacen, que hace parte de la sierra nevada de Granada. Este pico, según el nivelamiento geodésico de D. Clemente Rojas, tiene 1824 toesas de altura absoluta, mientras que el monte Perdido, en los Pirineos, solo tiene 1765 toesas. Cerca de Mulahacen se halla situado el pico d& Veleta y elevado á 1781 toesas. CAPÍTULO I. ,^ J por menor sobre la historia física de un pais en que no he permanecido sino seis meses , y que ha sido recorrido recientemente por viageros instruidos. Llegado á Madrid , tuve bien pronto ocasión de felicitarme por la resolución que habíamos tomado de visitar la Península. El barón de Fo-rell , ministro de la corle de Sajonia cerca de la de España, me manifestó una amistad que me fué sumamente útil reunia unos grandes cono-cimientos de mineralogía al ínteres mas puro para empresas propias á favorecer el progreso de las luces. Me hizo ver que, bajo la admi-nistración de un ministro ilustrado , como lo era el caballero don Mariano Luis de ürquijo , podia esperar y obtener el permiso de visitar á mi costa el interior de la América Españo-la. Con esta promesa, y bajo los auspicios del caballero cónsul de Sajonia, no titubee un instante en seguir esta idea, después de tantas contrariedades como acababa de experi-mentar. En el mes de marzo de 1799, me presenté en la corte de Aranjuez : y el rey se dignó acogerme ,g LIBRO I. con bondad. Le expuse los motivos que tenia para emprender un viage al nuevo continente y á las islas Filipinas y presenté sobre este objeto una memoria en la primera secretaria de estado. El caballero de Urquijo apoyó mi demanda y allanó todas las dificultades. El proceder de este ministro fué tanto mas generoso, cuanto que yo no tenia con él ningún lazo de amistad personal. El zelo que constantemente manifestó para la ejecución de mis proyectos , no tuvo otro motivo sino su amory adhesión alas ciencias; razón por-que es de mi deber y tengo una satisfacción en publicar aquí los servicios que me hizo este dig-no ministro. Obtuve dos pasaportes, uno en la primera se-cretaria de estado y otro del consejo de Indias. Jamas se habia acordado á ningún viagero ni dado permiso mas completo; ni se habia honrado á ningún extraiigerohasta entonces con tanta con-fianza por el gobierno español. Para disipar cuan-tas dudas pudiesen oponer los virreyes y capi-tanes generales que ejercian la autoridad en la América con respecto á la naturaleza de mis tra-bajos, el pasaporte déla primera secretaria de CAPÍTULO I. ,Q estado expresaba « que estaba autorizado para servirme libremente de mis instrumentos de fí-sica y geodesia; que podia liacer, en todas las posesiones españolas , observaciones astronómi-cas, medir la altura de las montañas, recoger las producciones del suelo, y ejecutar todas las operaciones que juzgase oportunas y útiles al progreso de las ciencias ^ » . Estas órdenes de la Corte han sido constantemente seguidas, aun después de los acontecimientos que obligaron al caballero Urquijo á dejar el ministerio. Por mi parte he tratado de responder á las considera- ^ Ordena S. M. á los capitanes generales, comandantes, gobernadores, intendentes, corregidores y demás justicias no impidan por ningún motivo la conducción de los instru-mentos de ñsica, química, astronomia y matemáticas, ni el hacer en todas las posesiones ultramarinas las observa-ciones y experimentos que juzgue útiles, como tampoco el colectar libremente plantas, animales, semillas y minerales, medir la altura de los montes, examinar la naturaleza de estos y hacer observaciones astronómicas y descubrimientos útiles para el progreso de las ciencias : pues por el contrario quiere el rey que todas las personas á quienes corresponda, den al barón de Humboldt todo el favor, auxilio y prbtec- <^¡on que necesite. (De Aranjuez, 7 de mayo 1799.} QQ LIBRO I. clones de un interés tan constante , ya con mi gratitud, ya con mis observaciones, y ya con las producciones que he remitido para el gabi-nete de historia natural y de ciencias de Es-paña. He presentado durante mi permanencia en América , á los gobernadores de las provin-cias, copias exactas de los materiales que he re-cogido y que pueden interesar á estas y á la Metrópoli , propagando algunas luces sobre la oeografía y la estadistica de las colonias. Con forme á la promesa que hice antes de mi partida, dirigí muchas colecciones geológicas al gabinete de historia natural de Madrid como el fin de nuestro viage era puramente científico, M. Bon-pland y yo conseguimos conciliarnos á la par la benevolencia de los colonos y la de los Europeos encargados de la administración de estas vastas regiones. Durante los cinco años que hemos cor-rido el nuevo continente , no hemos notado la mas breve señal de desconfianza. Me es muy agradable recordar aquí, que en medios mas penosas privaciones , y luchando contra los obs-táculos que son consiguientes al estado salvage de estos países , no hemos tenido que quejarnos CAPÍTULO. 2 1 de la injusticia de los hombres. Muchas consi-deraciones hubieran debido empeñarnos á pro-longar nuestra permanencia en España : el cura Cabaniilas , tan distinguido por la variedad de sus conocimientos, como la fineza de su espí-ritu y talento, el caballero Née, que en unión con M. Haenke había seguido como botánico á la expedición de Malaspina, y que solo él había formado uno de los mayores herbarios que se han visto en Europa Don Casimiro Ortega , el cura Purré , los sabios autores de la flora del Perú , y los señores Ruiz y Pavón , nos mani-festaron- sin reserva sus ricas colecciones. Exa-minamos una parte de las plantas de Mégico descubiertas por los señores Sessé, Mociño y Cer-vantes, cuyos dibujos fueron enviados al museo de historia natural de Madrid. Este grande esta-blecimiento , cuya dirección estaba confiada al señor Clavijo, autor de una elegante traducción de las obras de Butrón , no nos ofreció , es ver-dad , ninguna serie genealógica de las Cordil-leras; pero M. Proust tan conocido por la ex-trema precisión de sus trabajos químicos , y M. Hergen, mineralogista distinguido, nos dieron 22 LISRO T. excelentes y curiosos informes sobre muchas substancias minerales de la América. Mucho mas útil hubiera sido para nosotros el estudiar mas largo tiempo las producciones de los paises que debian ser el blanco de nuestras investigacio-nes, pero estábamos demasiado impacientes para aprovechar el permiso que la corte acababa de concedernos , para que retardásemos nuestra partida. Eran tantas las dificultades, que hacia un año estaba experimentando , que apenas pe-dia persuadirme que mis mas grandes y mas ardientes votos fuesen en fin cumplidos. A mediados de Mayo salimos de Madrid atra-vesamos una parte de Castilla la Yieja , el reino de León y la Galicia , y nos dirigimos á la Co-ruña , en donde debiamos embarcarnos para la isla de Cuba. Sin embargo de que aquel invierno fué muy frío y prolongado , gozamos durante el viage, de esta dulce temperatura que bajo una la-titud tan meridional solo pertenece ordinaria-mente al mes de marzo ó abril. Las nieves cu-brian las altas cimas graníticas del Guadarrama; pero en los profundos valles de Galicia que re-cuerdan las situaciones mas pintorescas de la CAPITULO I. 2^ Suiza y del Tirol , los Gistos cargados de flores y los brezos arborizados matizaban todas sus rocas. Se dejan sin pena las llanuras que coronan las montañas de las Castillas, que casi por todas par-tes están desnudas de vegetación y en las cuales se experimenta un ñio bastante riguroso en in-vierno y un calor molesto en verano. Según las pocas observaciones que he podido hacer por mi mismo , el interior de la España forma una vasta llanura que , elevada 3oo toesas por encima del nivel del Occeano , está cubierta de formaciones secundarias , de gredas , piedras para hacer yeso (espejuelo) , sal gema y piedras calizas del Jura^ El clima de la Castillas es mucho mas frió que el de Tolón y Genova porque su temperatura media apenas se eleva á 1 5° del termómetro cen-tígrado 2. Es admirable el ver que bajo la latitud de la Calabria , de la Tesalia y del Asia menor ' * Departamento de Francia. * En esta obra están explicadas las variaciones de la tem-peratura según la escala centígrada del termómetro con mercurio siempre que no se previene lo contrario; para evi-tar los errores que puedan originarse de las reducciones de diferentes escalas y de la frecuente supresión de las frac-ciones decimales, he hecho imprimir las observaciones par- ^4 IIBRO I. no produzcaQ los naranjos en campo raso '. La corona central de las montañas está rodeada de cíales, según las ha producido el instrumento de que me he servido. He creído deber seguir sobre este particularla marcha adoptada por el ilustre autor de la Base delSystema métrico. X Como en el curso de esta relación histórica se trata con frecuencia de la influencia de la temperatura media en el desenlace de la vegetación y los productos de la agricultura, 5ercí útil consignar aquí los datos siguientes, fundados en observaciones precisas y propias para subministrar términos de comparación. He aumentado ademas un asterisco á los nombres de las ciudades, cuyo clima está singularmente mo-dificado , sea por su elevación sobre el nivel del Océano, ó bien por otras circunstancias independientes de la latitud. Latitud. Tempei-.med. Umeo Petersburgo *. . . üpsal Stockholm Copenhague. . . . Berlín París Ginevra *.•. . Marsella Tolón * Roma Ñapóles Madrid * Mégico* Vera-Crux* , . . . Equador al nivel del Océano, . Quito " 63° 5o' 59° 56' 59° 5 2/ 590 20/ 55° 4i' 52° 3i' 48» 5o' 46° 12' 43° inr 43° 3/ 41° 53' 40° 5o' 40° 25t 19° 25' 19° 11/ i 0° o' 0° i4' o", 7 (Noezen y Bucb). 3%8 5°,5 5° n SM 10°, 7 10°, I i4°,3 »r,5 i5°,7 i8°,o i5°,o i7> 25°,4 (Euler). (Buch). (Wargentin). (Bugge). (Bouvard), méd. de 7 ans. Altura, 396 va. Saint-Jacqnes. Montañas al norte. (Guillermo de Humboldt). Altura , 6o3 m. Altura, 2277 m. Costa árida , Arenas. 2 7°,o 1 5°, o ! Altura, 2908. "Esta tabla se diferencia ligeramcute de la que yo he dado en CAPÍTULO I. 95 una zona , baja y estrecha, donde vegetan en diversos puntos sin sufrir los rigores del in-vierno , el chamoerops , la palmera , la caña de azúcar , el plátano y otras muchas plan-tas comunes á la España y al África septen-trional. Bajo los 56 á 4^ grados de latitud , la temperatura media de esta zona es de 17 á 20 grados y por una reunión de circunstancias que seria muy largo desenvolver aqui , esta región feliz y dichosa ha llegado á ser la fu-ente principal de la industria y de la cultura intelectual. Subiendo en el reino de Valencia, las costas del Mediterráneo hacia las altas llanuras de la Mancha y de las Castillas, parece reconocerse en lo interior de la tierras , y en las escarpaduras prolongadas, la antigua costa de la península. Este fenómeno curioso trae á la memoria las tradiciones de Somotraces, y otros testimonios históricos, según los cuales, se supone que la la introducción de la Química de Tompson, T. 1°, pag. 99, y que no ha sido construida sobre obserYaciones igüalmeuic precisas. 26 IIBRO í. irrupción de las aguas por los Dardauelos , agran-dando la hoya del Mediterráneo, ha roto y tra-gado la parte austral de la Europa. Si admitimos que estas tradiciones deban su origen , no á sim-ples sueños gealógicos , sino á la memoria de una antigua catástrofe , vemos que la altura general de la España ha resistido á los efectos de estas inundaciones hasta que el derramamiento de las aguas por el estrecho formado entre las colum-nas de Hercules , hizo bajar progresivamente el nivel del Mediterráneo, y volver á aparecer sobre su superficie, el bajo Egipto de un lado, y las fértiles llanuras de Tarragona , Valencia y Murcia por otro. Todo lo que se refiere á la formación de esta mar » cuya existencia ha in- ^ Diodor. Sical. 3 ed. iVesseling. Amstelodan. , 174^* lib. IV, cap. XVIÍI, pag. 356; lib. V, cap. XLVII, pag. 569. Dionjs. Halicarn., ed.Oxoii., 1704!» lib. 1% cap. LXI, pag. 49- Aristot. Opp. omn. ed. Casaub. Lungdun, 1690. Metereolog., lib. 1% cap. XIV, t. 1°, pag. 556. H. Strabo. Geogr., ed. Tilomas Falconer; Oxon, 1807, t. I., pag. 76 y 83. {Tamefortj Viage al Levante, pag. i2Í[. Pailas, Viage d Rusia, t. 5, pag. 195. Choiseul-Gouffier, Viage pintoresco, t. II, pag. 1 16. Duran de la Mallc, Geografía física del mxr CAPITULO I. 27 fluido tan poderosamente en la primera civiliza-ción de la especie humana , ofrece un interés particular. Podría creerse que la España , for-mando un promontorio en medio de los mares , ha debido su conservación física á la altura de su suelo; pero para dar algún peso á estas ideas sistemáticas, seria preciso aclarar las dudas que se han elevado sobre la ruptura de tantos diques Negroj pág. iS^j 1 96 y 341- OüvierViage enPersia, t. III, pagina i5o. Meincrs uber (lie Versckicdenkeilen, dei' Mens-clienniiturerij pag. 118. Entre los geógrafos antiguos, los unos, como Straton, Eratosthénes y Strabon pensaban que el Mediterráneo, hinchado por las aguas del Puente-Euxin, del Palus Meotides, del mar Caspio y del lago Aral, había que-brado las columnas de Hercules; los otros, como Pomponio Mela, admitían que la irrupción se había hecho por las aguas del Océano. En la primera de estas hipótesis la altura del suelo, entre el mar Negro y entre los puertos de Cele y de Burdeos, determina el límite que la acumulación de las aguas puede haber tomado antes de la reunión del mar Negro, del Mediterráneo y del Océano, tanto al norte de losDardanélos, como al este de esta lengua de tierra que unía en otro tiempo la Europa a la Mauritania y de la cual, en tiempo de eslra-bon existían aun algunos vestigios en las islas de Juno y do la Luna. 28 LIBRO I. transversales, y dcberia discutirse la probabilidad de que el Mediterráneo haya sido dividido en otro tjempo en muchos estanques separados , cuyos antiguos limites parece marcar la Sicilia y la isla de Gandía. No emprenderemos resolver aquí estos problemas y nos contentaremos con llamar la atención sobre el contraste notable que ofrece la configuración del suelo en las extremi-dades orientales y occidentales de la Europa. Entre el Báltico y el mar Negro apenas se ele-va el terreno hoy dia á 5o toesas sobre el nivel del Océano, mientras que la llanura de la Man-cha, situada entre los manantiales del Niemen y del Borysthenes, figurará como un grupo de montanas de una altura considerable. Si es inte-resante recordar aquí las causas que pueden ha-ber contribuido á mudar la superficie de nuestro planeta , es mas seguro el ocuparse de los fenó-menos tales como se presentan á las medidas y á la observación del fisíco. Cerca de la Corulla se elevan cimas graníticas que se prolongan hasta el cabo Ortegal y que parecen haber estado contiguas en otro tiempo á las de la Bretaña, y Cornouaille, siendo quizá CAPÍTULO I. 29 los residuos de una cadena de montañas des-truidas y sumergidas por las olas. Grandes y hermosos cristales de feldspath caracterizan esta roca : la mina de estaño común , se en-cuentra diseminada , y es para los habitantes de Galicia el obgeto de un laboreo penoso y poco lucrativo. Llegados á la Coruña encontramos este puerto bloqueado por dos fragatas y un navio ingles, que estaban destinados á interceptar la comu-nicación entre la metrópoli y las colonias de América; porque era de la Coruña y no de Cá-diz que salia en esta época, un correo marí-timo {paquebot) todos los meses para la Ha-vana, y otro cada dos meses para Buenos-Ayres, ó la embocadura del rio de la Plata. El primer ministro de Estado nos recomei;idó muy particularmente al brigadier Don Rafael Clavijo, quien muy luego fué encargado de la dirección general de correos marítimos. Este oficial célebre y ventajosamente conocido por su talento en la construcción de navios, estaba empleado en establecer nuevos astilleros en la Coruña : nada perdonó para hacernos agradable 5o CAPITULO I. nuestra permanencia en aquel puerto : y nos aconsejó embarcarnos en la corbeta ^ Pizarro, que estaba destinada para la Havana y Mágico. El caballero Clavijo ordenó que se hiciesen á bordo de esta Corbeta los arreglos convenientes para colocar nuestros instrumentos y para faci-litarnos, durante nuestra travesía, los medios de hacer experiencias físicas sobre el aire. El capi-tán del Pizarro recibió la orden de detenerse en Tenerife el tiempo que nosotros Juzgásemos ne-cesario para visitar el Puerto de Orotava, y para subir á la cima del Pico, El puerto del Ferrol y el de la Goruña se co-munican con una misma bahía, de suerte que un buque, que por malos tiempos, está cargado sobre la tierra, j^uede anclar en uno, ú otro puerto , según que el viento lo permita. Esta ventaja es inapreciable en los parages en que el mar es constantemente fuerte y de leva, como sucede en el cabo Ortegal y el de Finistére, que son los promontorios Trileucum y Artabrum de ^ Según la terminológia española el Pizarro era una fra-gata lijara. capítulo i. 5i los antiguos geógrafos. Un canal estrecho entre rocas graníticas, cortadas á pico, conduce á la vasta ria del Ferrol. La Europa entera no ofrece un fondeadero tan extraordinario con respecto á su posición avanzada en lo interior de las tierras. Se diria que el paso estrecho y tor-tuoso por donde entran los navios en el puer-to , ha sido abierto por la irrupción de las olas , ó bien por los sacudimientos repetidos de los mas violentos terremotos. En el nuevo mundo sobre las costas de la Nueva -Andalu-cia , la laguna del Obispo ofrece exactamen-te la misma posición que el puerto del Ferrol. Los mas curiosos fenómenos geológicos se en-cuentran repetidos en grandes distancias sobre la superficie de los continentes : y los físicos que han tenido la ocasión de examinar diversas partes del globo , se admiran de la semejanza extrema que se observa en el rompimiento de las costas , en los rincones y recodos que hacen los valles, en el aspecto de las montañas y en su dis-tribución por grupos. El concurso accidental de las mismas causas ha debido producirlos mismos efectos y en medio de esta variedad que pre- 52 LIBRO I. senta la naturaleza, se observa una analogía de estructura y de formas en el arreglo de las ma-terias brutas y en la organización interior de las plantas y animales. Durante la travesía de la Coruña al Ferrol, en un bajo fondo, ó bancal cerca del señal blanco^ en la bahía que según d'Anville, es el Portm Magnm de los antiguos, hicimos, por medio de una tienta termométrica, algunas experiencias sobre el tem-peramento del Occéano y sobre la disminución del calórico en las camas de agua soErepuestas una á otra. El instrumento manifestó^ en el banco, á la superficie 12° 5 á i5° 5 centígra-dos, mientras que en cualquiera otra parte en que el mar era muy profundo , el termómetro marcaba 15° ó i5°,o, estando el ayre á 12° 8. El celebre Franklin, el caballero Jonatán Williams, autor de la obra que se publicó en Filadélfia , bajo el titulo de Navegación termométrica ^ han fijado la atención de los físicos sobre los fenó-menos que ofrece la temperatura del Océano en los bajos fondos y en esta zona de aguas cálidas y corrientes, que desde el golfo de Mégico, se dirigen al banco de Terra-Nova y en las costas capítulo i. 33 septentrionales de Europa. La observación de que la proximidad de un banco de arena está indicada por una baja rápida de temperatura del mar en su superficie, no solamente interesa á la física, sino que puede llegar á ser muy im-portante para la seguridad de la navegación. El uso del termómetro no debe ciertamente ha-cer desechar el de la sonda; pero muchas ex-periencias que citaré en el curso de esta re-lación , prueban suficientemente que las varia-ciones de temperatura , sensibles por los instru-mentos mas imperfectos, anuncian el peligro mucho tiempo antes que el navio se encuentre en los fondos altos. En este caso la frialdad del agua puede obligar al piloto á echar la sonda en los parages donde crea que hay mayor se-guridad. En otro lugar examinaremos las causas físicas de estos fenómenos complicados; basta recordar aquí que las aguas que cubren los altos fondos , deben en gran parte la diminución de su temperatura á su mezcla con las camas de agua inferiores que remontan hacia la superficie de los bancos. Un mar fuerte de nord- oeste nos impidió 1. 3 34 i-i^^o ^' continuar nuestras experiencias , en la bahía del Ferrol, sobre la temperatura del Océano. La grande elevación de las olas era el efecto de un impetuoso viento que habia soplado en alia mar^ y por el cual los navios ingleses se hablan visto obligados á alejarse de la costa. Quisimos apro-vecharnos de esta ocasión para hacernos á la vela; embarcáronse inmediatamente nuestros instrumentos, nuestros libros y el resto de nuestros efectos pero el viento del oeste, que refrescaba de mas en mas, no nos permitió le-vantar el ancla y aprovechamos esta dilación para escribir á nuestros amigos de Francia y Alemania. Cuando por la primera vez se deja la Europa, se experimenta cierta emoción impo-nente. Por mas que se considere la frecuencia de comunicaciones entre los dos mundos, y que se reflexione en la extrema facilidad con que por la suma perfección de la navegación , se atraviesa el Atlántico , que en comparación del grande Océano no es mas que un brazo de mar de muy poca extensión , el sentimiento que se experimenta al emprender un primer viage de larga duración está acompañado de una viva y CAPÍTULO I. 35 profunda emoción, que en nada se parece á nin-guna de las impresiones que hemos recibido desde nuestra primera juventud. Separados de los objetos de nuestros mas tiernos afectos, y entrando por decirlo así , en una vida nueva , nos vimos obligados á concretarnos en nosotros mismos y nos hallamos en un aislamiento que hasta entonces nos había sido desconocido. Entre las cartas que escribí en el momento de nuestro embarque, había una, cuya influencia ha sido muy grande en la dirección de nuestros viages y en los trabajos á que nos dedicamos en lo sucesivo. Cuando yo salí de París con el de-signio de dirigirme á las costas de África, pare-cía que la expedición de descubrimientos en el mar del sur permanecería suspendida por mu-chos años y convine con el capitán Bandín que si contra toda esperanza , su víage tubiese lugar en una época mas próxima , y la noticia pudiese llegarme á tiempo , trataría de pasar desde Argel á un puerto de Brancía o de España para reu-nirme á la expedición. Reiteré esta promesa al partir para el nuevo continente, y escribí á M. Baudin que, si el gobierno le obligase á to- 56 LIBRO I. mar el camino del cabo de Hornos, buscaría to-dos los medios para encontrarle, bien fuese en Montevideo, Chile, Lima ó en cualquiera otro de los puertos de las colonias españolas en que él arribase. Fiel á esta promesa , mudé el plan de mi viage, tan luego como supe por los diarios americanos , en 1 8o i , que la expedición francesa habia salido del Havre para dar la vuelta al globo del Este al Oeste. Fleté una pequeña embarca-ción que me condujese desde Mataban, en la isla de Cuba, á Puerto-Bello y desde allí, atravesando el istmo, á las costas del mar del sur. El error de un diarista nos hizo hacer, á Bonpland y á mi, un viage de mas de ochocientas leguas por un país que no teníamos intención de atravesar. Hasta Quito no pudimos tener ninguna noticia de la expedición pero allí encontramos una carta de M. Delambre, secretario perpetuo de la primera clase del Instituto, en que nos decía que el capi-tán Bandín tomaba el camino del Cabo de Buena-Esperanza sin tocar en las costas orien-tales ú occidentales de la América. No sin senti-miento traigo á la memoria una expedición que está ligada con muchos acontecimientos de mi capítulo i. 57 vida, y cuya historia acaba de ser trazada por un sabio ^ tan distinguido por el número de des-cubrimientos debidos á su nombre, como por la noble y alentada resignación que ha desplegado su carrera en medio de los mas crueles sutri-mientos y privaciones. Separados de nuestros instrumentos, que esta-ban á bordo de la corbeta , permanecimos aun dos dias en la Coruña. Un brumazón que cubria el horizonte anunciaba al fin la mudanza de tiempo tan vivamente deseada. El 4 de junio por la noche, volvió el viento al nordeste, dirección que en las costas de Galicia es mirada como muy constante durante el verano. El Pizarro se apa-rejó en efecto el 5 aunque pocas horas después se recibió la noticia de que en el vigía de Sisarga se h^abía anunciado una escu^^dra inglesa la cual parecía caminar hacia la embocadura del Tajo. Las personas que vieron que nuestra corbeta levantó el áncora, decian altamente que seria- * M. Perón, que murió á la edad de 55 años,despues deuna larga y dolorosa enfermedad. Veáse una noticia interesante sobre la vida de este viagero por M. Deleuze, eo los Anales del Museo, t. XVII. 58 LIBRO I. mos apresados antes de tres dias, y que, forza-dos á seguir el buque sobre que nos hallábamos, seriamos conducidos á Lisboa. Este pronóstico nos causaba tanta mas inquietud cuanto que habíamos conocido en Madrid algunos Megica-nos que, al volver á Vera-Cruz se habian em-barcado por tres veces en Cádiz y que habiendo sido apresados casi á la salida del puerto, ha-bian entrado en España por la via de Portugal. El Pizarro estaba para hacerse á la vela á las dos de la tarde. El canal^, por donde se navega para salir del puerto de la Coruña, es largo y estrecho : como el paso se abre hacia el Norte y el viento nos era contrario, tuvimos que correr ocho pequeñas bordadas de las cuales tres fue-ron casi perdidas : hizose una virada de bordo aunque con mucha lentitud, y por algunos ins-tantes estubimos eíi peligro al pie del fuerte de san Amaro, porque la corriente nos condujo muy immediatos á las rocas que el mar azota con vio-lencia. Nuestra vista se fijó sobre el castillo de san Antonio, en el que el desgraciado Malaspina ^ 1 Ensayo político sobre Mégico, 1. 11, pag. 484 de la edi-ción en 8'\ Obscrv. astron., t. I, pag. 54- CAPITULO I. 39 gemía entonces en una prisión de Estado. Al momento de dejar la Europa para visitar las regiones que este ilustre viagero habia recor-rido con tanto fruto, hubiera deseado ocupar mi pensamiento con un objeto menos triste. A las seis y media pasamos la Torre de Hér-cules, que es el Fanal de la Coruña, de que hemos hablado arriba y en el que se sostiene, desde los tiempos mas remotos, un fuego de car-bón de piedra para dar dirección á los navios y advertirles el puerto. La claridad de este fuego no corresponde con la hermosa construcción de un tan vasto edificio : la luz es tan débil que los buques no la perciben sino cuando están y a en peligro de ser estrellados contra las rocas. Hacia la noche el mar se puso mas duro , y el viento comenzó á refrescar. Caminamos hacia el nor-deste para evitar el encuentro de las fragatas inglesas que suponíamos cruzar en estos parages. A cosa de las nueve de la noche descubrimos la luz de una cabana de pescadores de Sisarga, úl-timo objeto que nos ofrecían las costas de Eu-ropa. Esta débil luz se confundía con las estre-llas que cubrían el horizonte, á medida que nos 4o LIBRO I. alejábamos, y nuestras miradas quedaban pues-tas sobre ella involutaiiamente. Impresiones de esta naturaleza no se borran jamas de la me-moria de aquellos que han emprendido largos viages á una edad, en que las emociones del alma están en todo su vigor ¡ que de memorias des-pierta en la imaginación un punto luminoso que, en medio de una noche obscura, apareciendo por intervalos sobre las agitadas olas , designa la costa del pais natal ! Como nuestra travesía desde la Gorufia á las islas Canarias duró trece dias, fué bastante larga para exponernos, en parages tan frecuentes co-mo lo son las costas de Portugal , al peligro de encontrarnos con los buques ingleses. Los tres primeros dias , ninguna vela pareció sobre el ho-rizonte, con lo que la tripulación, que no estaba en estado de sostener un combate, empezó á tran-quilizarse. El siete cortamos el paralelo del cabo de Fi-nisterre. El 8 al ponerse el sol , se descubrió desde lo alto de los palos , un comboj'^ ingles costeando hacia el sudeste. Para evitarle cam-biamos de rumbo durante la noche, y se nos CAPÍTULO I. 4" prohibió desde este momento el tener luz en la cámara temiendo que la advirtiesen los in-gleses. Esta precaución empleada á bordo de todo buque mercante y prescripta en los regla-mentos de los correos-maritimos (paquebots) de la marina real, nos lia causado un fastidio mortal durante las travesías que hemos hecho cinco años consecutivos. Hemos estado cons-tantemente obligados á servirnos de fanales, ó sean liternas ocultas, comunmente llamada^ farol de ronda , para examinar la temperatura del agua del mar, ó para leer la división del limbo de los instrumentos astronómicos. En la zona tórrida , en donde el crepúsculo solo dura algunos minutos, se halla uno reducido á la inacción desde las seis de la tarde. Este estado de cosas me incomodaba tanto mas, cuanto que por mi constitución, jamas me he mareado, y que al contrario me sentía con un extremo ardor para el trabajo mientras rae hallaba embarcado. El 9 de Junio , hallándonos á los og" 5o' de latitud ya 1 6* i o' de longitud al oeste del me-ridiano del Observatorio de París, empezamos á sentir el efecto del gran corriente que , desde 4^ LIBRO I. las islas Azores, se dirige hacia el estrecho de Gihraltar y las islas Canarias. Comparando el punto, deducido de la marcha del relox marino de Luis Bertoud con el de estimación de los pi-lotos, estaba en estado de descubrir hasta las mas pequeñas mudanzas en la dirección y cele-ridad de las corrientes. Desde los o^" hasta los 3o° de latitud , el buque fué llevadlo en algunas ocasiones, en 24 horas, de 18 á 26 millas al Este. La dirección del corriente era al principio E. ^S. E. pero mas cerca del estrecho, estaba directamente al Este. El capitán Maskintosh, y Sir Erasmus Gower uno de los navegantes mas instruidos de nuestro tiempo , han observado las modificaciones que experimenta este movi-miento de las aguas en las diferentes estaciones del año. Muchos pilotos se han hallado en las costas de Lanzarote , cuando esperaban atracar su buque en la isla de Tenerife. El caballero Bougainville » en su tránsito desde el cabo de Finisterre á las islas Canarias , se encontró á la vista de la isla de Hierro de 4" mas que su es-tima le indicaba. i Via^e al rededor del inundo^ t. I, p. 10. CAPÍTULO I. 45 Se atribuye vulgarmente el corriente que se hace sentir entre las islas Azores , las costas me-ridionales del Portugal y las islas Canarias á esta tendencia hacia el Este , que el estrecho de Gi-braltar imprime á las aguas del Océano Atlán-tico. En las notas que M. Fleurieu añadió al viage del capitán Marchand observa que el Me-diterráneo, perdiendo por la evaporación mas agua que la que de los rios puede recibir, causa un movimiento en el Océano su vecino , y que la influencia del estrecho se hace sentir en lo ancho á una distancia de seiscientas leguas. Sin desmerecer de los sentimientos de aprecio que conservo por un navegante , cuyas obras Justa-mente célebres me han proporcionado mucha instrucción , me será permitido considerar este importante objeto bajo un punto mucho mas general. Cuando se echa una ojeada sobre el Atlántico, ó sobre este profundo valle que separa las costas occidentales de la Europa y de la África de las Orientales del nuevo continente , se distingue una dirección opuesta en el movimiento de las aguas. Entre los trópicos , sobre todo desde la 44 LIBRO I. costa del Senegal hasta el mar de las Antillas , el corriente general y el mas antiguamente cono-cido de los marinos, se dirige constantemente del Oriente al Occidente , y se le designa con el nombre de corriente equinoccial. Su rapidez me-dia , correspondiente en diferentes latitudes es casi la misma en el Atlántico y en el mar del Sur : puede esta valuarse á 9 ó lo millas en veinte y cuatro horas, y por consiguiente á 0,69 ó o, 65 pies por segundo. ' Las aguas corren en estos parages hacia el Oeste con una rapi-dez igual á la cuarta parte de la de los grandes rios de Europa. El movimiento del Océano, opuesto al de la rotación del globo, no es-tá verosímilmente ligado á este último fenó-meno sino cuando la rotación muda en vientos alisios los polares que, en las regiones bajas de la atmosfera , atraen el aire fresco de las altas ' Reuniendo las observaciones que he tenido ocasión de hacer en los dos emisferios, con las que se cuentan en los viages de Cook, Laperouse, d'Entrecasteaux, Vancouver, Macartnay, Kreusenstern y Marchand, encuentro que la rapidez de la corriente general de los trópicos varia de 5 á 18 millas en 24 horas, ó de o, 5 á j, 2 pies por segundo. CAPÍTULO I. 45 latitudes hacia el ecuador. » A la impulsión ge-neral que estos vientos alisios dan á la superficie de los mares, debe atribuirse la corriente equi-noccial , cuyas Yariaciones locales de la atmósfera no modifican sensiblemente la fuerza y rapidez. En el canal que el Atlántico ha ahondado entre la Guyana y la Guinea, sobre el meridiano de 20 á 25 grados, desde los 8 ó 9 hasta 2 ó 3 grados de latitud boreal , en que los vientos alisios son con frecuencia interrumpidos por los que soplan^ del sur al sur sudoeste, la corriente equinoccial es menos constante en su dirección. Hacia las costas del África los buques se hallan arrastrados al sudeste, mientras que en la bahía de todos los Santos y hacia el cabo de San Agustín , cuyos atra-caderos son temidos de los navegantes que se di-rigen hacia la embocadura del rio de la Plata, el movimiento general de las aguas está oculto por ' Halley on t/ie cause of tlie general trade Winds^ en las Phil. Trans. for t/ie year 1735, p. 58. Dalton, Meteorogical, cxp. andEssays, 1793, p. 89. La Place, Exposition duSys-téme da monden p. 277. Los limites délos vientos alisios han sido determinados por la primeras vez, por Dampierre, en 1666. 46 LIBRO I. una corriente particular. Los efectos de esta úl-tima corriente se extienden desde el cabo de San Roque hasta la isla de la Trinidad : y hace en el nordeste con una rapidez media de un pie, á pie y medio por segundo. La corriente equinoccial se hace sentir, aunque ligeramente, mas allá del trópico del Cáncer por los 26 y 28 grados de latitud. En el vasto lago del Océano Atlántico, á seis ó setecientas leguas de las costas de África , los buques destinados á las islas Antillas encuentran su marcha acelerada antes que lleguen á la zona Tórrida. Mas hacia al norte, entre los paralelos de Tenerife y de Ceuta, por los 46 y 48 grados de longitud , no se observa movimiento alguno constante, porque una zona de 1 4» leguas de anchura separa la cor-riente equinoccial , cuya tendencia es hacia el oc-cidente, de esta grande masa de agua que se di-rige al oriente y se distingue por su temperamento singularmente elevado. Sobre esta grande masa de agua, conocida bajo el nombre de Gulf-Stream i » Sir Francisco Drake observó ya este movimiento ex-traordinario de as aguas pero no conoció su temperatura elevada. CAPITULO I. 47 las excelentes observaciones de Franklin y de sir Carlos Blagden han llamado la atención de los físicos desde el año de 1776. Como su dirección ha sido recientemente un objeto importante de exámenes é investigaciones entre los navegantes americanos é ingleses no debemos abrazar de mas lejos este fenómeno en su generalidad. La corriente equinoccial lleva las aguas del Océano Atlántico hacia las costas habitadas por los Indios Mosquitos y hacia las de Honduras. El nuevo continente, prolongado del sur al norte, se ojione como un dique á esta corriente. Las aguas se dirigen desde luego al nordeste; y pasando el golfo de Mégico por el estrecho que forman el cabo Catoche y el de San Antonio, siguen las vueltas y revueltas de la costa megicana desde Vera-Cruz hasta la embocadura del rio del Norte, y desde este á las bocas del Misisipi y á los bajos-fondos situados al oeste de la extremidad austral de la Florida. Después de este grande remolino al oeste, al norte, al este y al sur, la corriente se dirige de nuevo al norte arrojándose con Ím-petu al canal de Bahama. En el mes de mayo de 1804 observé en este canal, bajo los 26 et 27 48 LIBRO I. grados de latitud , una celeridad de 8o millas en veinte y cuatro horas, ó de cinco pies por se-gundo, auu cuando en esta época el Tiento norte soplaba con una fuerza extraordinaria. Al desem-bocar los buques del canal de Bahama, bajo el paralelo del cabo Cañaveral , el Gulf-Stream ó la corriente de la Florida se dirige al nordeste. Su rapidez parece á la de un torrente y á las veces es de cinco millas por hora. El piloto puede juz-gar con alguna certeza acerca del error de su punto de estima y de la proximidad de su atra-cadero sobre New-York , sobre Filadelfia ó sobre Charlestown ', luego que haya alcanzado la cor-riente porque el temperamento elevado de las 1 La corriente de la Florida se aleja de mas ea mas de las costas délos Estados-Uüidosy á medida que se avanza hacia el norte. Estando su posición bastantemente indicada en los nuevos mapas marinos, el navegante encuentra la longitud del navio con la precisión de un medio grado, cuando al borde de la corriente donde comienza el Eddy ó Contra- Corriente^ tiene una buena observación de latitud. Este mé-todo está en práctica entre un gran número de buques mer-cantes que hacen la travesía desde Europa á la América septeatríonal. CAPÍTULO I. ^q aguas, su gran salumbre, su color azul obscuro y sus rastros de fuco que cubren su superficie , lo mismo que el calor de la atmósfera que la circunda , muy sensible en invierno , hacen re-conocer el Guif-Strea?Ji. Su rapidez disminuye ha-cia el norte á medida que su anchura aumenta y que las aguas se enfrian. Entre Gayo Bizcaino y el Banco de Bahamá , , esta anchura no es mayor de quince leguas , mientras que bajo los 28 grados y de latitud es ya de 17, y en el paralelo de Gharlestown, enfrente del cabo Hen-lopen , de 4o á 5o leguas. La rapidez de la cor-riente alcanza de tres á cinco millas por hora en donde el río es mas estrecho : pero no tiene mas que una milla en la progresión hacia el norte. Las aguas del golfo Mégicano llevadas con fuerza al noroeste , conservan en tal punto su alto tem-peramento, que, bajo los 4o y 41 grados de latitud, los he encontrado aun de 22" 5, (iS'R.) , » Journal of Andrew Ellicot, Commissioner of tlie united States for determining tlie houndary on tlie Oliio anUMississipi, »8o3, pag. a6o. Hydraulic and naut. obser. on tlie AHanlic Occean, by Gov. Po)»naL (Lond. 1787J. 4 5o LIBRO I. cuando fuera de la corriente, el calor en la su-perficie del Océano, apenas era de 17° 5', (i4° R.). En el paralelo de la Nueva-York y de Opor-to, el temperamento del Gulf-Stream iguala por consecuencia al que los mares de los trópicos nos ofrecen por los 18 grados de latitud , es decir sobre el paralelo de Puerto -Rico y de las islas del Cabo-Yerde. Al este del puerto de Boston y sobre el meri-diano de Halifax, bajo los 4l' zb' de latitud y 67 grados de longitud , la corriente tiene casi 80 leguas marinas de anchura. La corriente se di-rige de un golpe al Este, de modo que encorban-dose , llega á ser su margen occidental el limite boreal de las aguas corrientes , y rasa la extre-midad del gran banco de Terra-Nova, que M. de Volney llama muy ingeniosamente la barra de la embocadura de este enorme rio marítimo K Las aguas frias de este banco que, según mis experiencias , tienen un temperamento de 8* 7' ^Descripción del clima y suelo de los Estados -Unidos, t. I, pag. a5o. Romme, Relación de los vientos, de las mareas y corrientes, t. I. pag. 333. CAPÍTULO I. 5l á 10° (7° ú 8° R. j , ofrecen un contraste ex-traordinario con las aguas de la zona tórrida, llevadas al Norte por el Gulf-Stream, cuyo tem-peramento es die 21"* 22'° 5. (i7''á i8° R. ). En estos parages se encuentra el calórico en él Océano de una manera estraña : las aguas del banco son de 9" 4% mas frías que el mar in-mediato, y este mar es de 3* mas frió que la corriente. Estas zonas no pueden ponerse en equilibrio, porque cada una de ellas tiene un origen de calor ó una causa de frialdad que le es propia , y cuya influencia es perma-nente I. Desde el banco de Terra-Nova ó desde los 5 2 1 Al tratar de la temperatura del Océano , es necesario distinguir cuidadosamente cuatro fenómenos muy diferen-tes, á saber : i° la temperatura del agua en su superficie correspondiente á diversaslatitudes, considerando el Océa-no en reposo a° la diminución del calórico en las camas de agua sobrepuestas unas á qtras; 3° el efecto del bajo fondo sobre la temperatura del Océano 4» la temperatura de las corrientes, que con una rapidez adquirida, hacen pasar las aguas de una zona por medio de las aguas inmó-viles de otra zona. 52 LIBRO I. grados de longitud hasta las islas Azores, el Gulf' Stream continua dirigiéndose hacia el Este y al Este Sudoeste. Las aguas conservan allí una parte de la impulsión que han recibido á la distancia de cerca de mil leguas, en el estrecho déla Florida, entre la isla de Cuba y los bajos de la Tortuga. Esta distancia es el doble del largo del curso del rio de las Amazonas, desde Jaén ó el es-trecho de Manseriche al Gran-Pará. En el me-ridiano de las islas de Corbo y de Flores , las mas occidentales del grupo de las Azores, la corriente ocupa una extensión de mar de 1 60 le-guas de ancho. Guando los buques, á su regreso de la America meridional para Europa, Tan á reconocer estas dos islas para rectificar su punto en longitud, perciben constantemente el movi-miento de las aguas al Sudoeste. Por los 33 gra-dos de latitud , la corriente equinoccial de los trópicos se encuentra sumamente próxima del Gutf-Stream. En esta parte del Océano se pue-de entrar en un solo dia de las aguas que corren hacia el Oeste á las que se dirigen al Sudoeste ó al Este Sudoeste. Desde las islas Azores la corriente de la Fio- CAPÍTULO I. 53 rida se dirige hacia el estrecho de Gibrailar, la isla de la Madera y el grupo de las islas Ca-narias. La abertura de las Columnas de Hercu-les ha acelerado sin duda el movimiento de las aguas hacia el Este. Bajo este concepto puede decirse con razón que el estrecho por donde el Mediterráneo comunica con el Atlántico, hace conocer su efecto á una grande distancia pero es probable también que sin la existencia de este estrecho , los navios que hacen vela para Tene-rife, fuesen arrojados á Sudoeste por una causa que es preciso buscar en las costas del Nuevo- Mundo. Todos los movimientos se propagan en este vasto lago de mares, en el Océano Aéreo. Siguiendo las corrientes hasta su mas remoto origen , reflexionando su verdadera celeridad , tan pronto en disminución, entre el canal de Bahamá y el banco' de Terra-Nova, tan pronto aumentada como en las inmediaciones del estre-cho de Gibraltar y cerca de las islas Canarias, no podrá dudar se que la misma causa que hace dar tantas vueltas á las aguas en el golfo de Mégico, las agita también cerca de la isla de la Madera. Al sur de esta isla puede seguirse la corriente 54 LIBRO I. en su misma dirección al sudoeste y al sur-sudoeste entre el cabo Cantin y el cabo Bo-jador. En estos parages un navio, quedado en calma, se encuentra empeñado sobre la costa cuando, según la estima no corregida, se cree aun muy distante de ella. ¿Si el movimiento de las aguas fuese causado por la abertura del estrecho de Gibraltar, porque al sur de este no seguiría una dirección opuesta? Al contrario, por los aS y 26 grados de lati-tud, la corriente se dirige desde luego y en derechura hacia el sur, y después al sudoeste. El Cabo-Blanco, que después del Cabo-Yerde, es el promontorio mas elevado y agudo, pa-rece influir sobre esta dirección, y su para-lelo, que, es el mismo que el de las aguas cuyo curso hemos seguido desde las costas de Hon-duras, hasta las del África, se mezclan en la grande corriente de los trópicos para volver á comenzar su vuelta de Oriente á Occidente. Hemos advertido arriba que muchos cente-nares de leguas al oeste de las Canarias, el movimiento, que es propio á las aguas equi-nocciales se hace sentir en la zona templada des- CAPÍTULO I. 55 de los 28 y 29 grados de latitud norte; pero en el meridiano de la isla de Hierro, los navios ade-lantan al sur hasta el trópico del Cáncer, antes de encontrarse por la estima al Este de su ver-dadera posición. He creido dar algún interés al mapa del Océa-no Atlántico boreal que he publicado * , tra-zando en ella con un cuidado particular, la direc-ción de esta corriente retrogradada que, parecida á un rio cuya cama se estiende gradualmente , recorre la vasta estension de los mares. Me li-songeo que los navegantes que han estudiado los mapas de Jonatán Williams , del gobernador Pownall, de Heater y de Stricklan, hallarán en la mia muchos objetos dignos de su atención. Ademas de las observaciones que he hecho du-rante seis travesías , á saber : de España á Cu-maná, de Cumaná á la Havana, de la isla de Cuba á Cartagena de Indias, de Vera-Cruz á la » Este mapa que comencé á trazar en 1804, ofrece, ade-mas déla temperatura del mar, algunas observación sobre la inclinación de la abuja de marear, las líneas sin declina-ción, las bandas de Fuco 6 ovas flotantes, y otros fenó-menos que interesan la geografía física. 56 LIBRO I. HavaDa , de este puerto á Fíladélfia , y de Fila-délfia á las costas de Francia, he reunido en ellas todo lo que una curiosidad activa me ha hecho descubrir en los itinerarios, cuyos autores han podido emplear los medios astronómicos para determinar el efecto de las corrientes. He indi-cado asimismo los parages en donde el movi-miento de las aguas no se hace sentir constan-temente; porque asi como el límite boreal de la corriente de los trópicos y la de los vientos ali-sios son variables según las estaciones , así tam-bién el Gulf-Stream muda de sitio y de dirección. Estas mudanzas se hacen muy sensibles desde los 38 grados de latitud hasta el gran banco de Terra-Nova. Lo mismo sucede entre los 48 gra-dos de longitud occidental de París y el meri-diano de las islas Azores. Los vientos variables de la zona templada y el derretimiento de los yelos del polo boreal , de donde refluye , en los meses de Julio y de Agosto, una gran cantidad de agua dulce hacia el Sur, pueden ser tenidas como las causas principales que en estas altas la-titudes modifican la fuerza y dirección del Gulf- Stream. CAPÍTULO I. 57 Acabamos de ver que entre los paralelos de 1 1 y de 43 grados las aguas del Océano Atlántico son impelidas por las corrientes y forman un torbellino perpetuo. Suponi