Capítulo 6 - Entre la legitimidad y la violencia: Colombia 1875-1994 - Primera Edición

Los procesos de modernización económica y social adquirieron velocidad en la segunda mitad del siglo XX. Sus signos: la caída de las tasas de natalidad y mortalidad, el aumento de la esperanza de vida y de la alfabetización, la expansión geográfica de los servicios financieros y administrativos y de...

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Bibliographic Details
Main Author: Palacios, Marco, 1944-
Format: Book Part
Language:Spanish
Published: Bogotá: Editorial Norma 1995
Subjects:
Aun
Vio
Online Access:http://babel.banrepcultural.org/cdm/ref/collection/p17054coll10/id/1024
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Summary:Los procesos de modernización económica y social adquirieron velocidad en la segunda mitad del siglo XX. Sus signos: la caída de las tasas de natalidad y mortalidad, el aumento de la esperanza de vida y de la alfabetización, la expansión geográfica de los servicios financieros y administrativos y de la red de trasportes y telecomunicaciones, el crecimiento acelerado de la producción y distribución de electricidad, a más del 8% anual desde c. 1950, y en las grandes ciudades a más del 10% anual. También se amplió la dotación de agua potable y alcantarillado, aumentaron las cifras de la vivienda propia de los sectores populares urbanos, y en muchas regiones rurales mejoraron las condiciones de vivienda. Pero se hicieron más ostensibles las brechas económicas y sociales: entre las ciudades y el mundo campesino, y entre las regiones periféricas al capitalismo y las que se trasformaban por el ímpetu de las inversiones. Una fuerte concentración del ingreso, el consumo conspicuo de los grupos de ingresos medios y altos, las bajas tasas de inversión y ahorro, índices bajísimos de fiscalidad y fuga de capitales han sido las características económicas de dicho modelo. La prueba más evidente de estos desequilibrios está en que Colombia se convirtió en un país de emigración y los contingentes de trabajadores colombianos en el exterior están aumentando y se calcula que en 1994 llegan a dos millones. CAPÍTULO 6 Grandes trasformaciones dentro de la continuidad Los procesos de modernización económica y social adquirieron velocidad en la segunda mitad del siglo xx. Sus signos: la caída de las tasas de natalidad y mortalidad, el aumento de la espe­ranza de vida y de la alfabetización, la expansión geográfica de los servicios financieros y administrativos y de la red de tras­portes y telecomunicaciones, el crecimiento acelerado de la producción y distribución de electricidad, a más del 8% anual desde c. 1950, y en las grandes ciudades a más del 10% anual. También se amplió la dotación de agua potable y alcantarilla­do, aumentaron las cifras de la vivienda propia de los sectores populares urbanos, y en muchas regiones rurales mejoraron las condiciones de vivienda. Pero se hicieron más ostensibles las brechas económicas y sociales: entre las ciudades y el mundo campesino, y entre las regiones periféricas al capitalismo y las que se trasformaban por el ímpetu de las inversiones. Una fuerte concentración del ingreso, el consumo conspicuo de los grupos de ingresos medios y altos, las bajas tasas de inversión y ahorro, índices bajísimos de fiscalidad y fuga de capitales han sido las características económicas de dicho modelo. La prueba más evidente de estos desequilibrios está en que Colombia se convirtió en un país de emigración y los contingentes de trabajadores colombianos en el exterior están aumentando y se calcula que en 1994 llegan a dos millones. En las grandes ciudades, ruralizadas por el flujo masivo de migrantes, y en el contexto de creciente monopolización de los medios de comunicación social, en particular la radio y la tele­visión, emergió una nueva cultura de masas que colonizó el res­to del país. La cultura de la violencia no sólo no desapareció sino que se ramificaron sus manifestaciones. Tal cultura haría Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 294 ENTRE LA LE GITIMIDAD Y LA VIOLENCIA una combinación explosiva con la pujanza del crimen organiza­do. cuya cristalización más evidente y amenazante ha sido. y es. el narcotráfico. POBLACIÓN. MIGRACIONES, EDUCACiÓN Y POBREZA Después de Brasil y México. Colombia es el país más poblado de América Latina. De 195 I a 1993 la población pasó de 11.6 millones a 35.9 millones. El aumento fue más acelerado de 1950 a 1970; de ahí en adelante comenzó a descender gradual­mente. aunque en el período intercensal 1985-93 fue todavía de 2.2% anual. Hasta c. 1950 la población colombiana se caracterizaba por altas tasas de natalidad y mortalidad. Pero el uso de antibióti­cos y el mejoramiento de las condiciones de higiene y provisión de agua corriente hicieron caer las tasas de mortalidad. parti­cularmente la infantil. Con un rezago de unos 10 años comenzó la caída de las tasas de natalidad. y el promedio nacional de partos cayó del 6,76 por mil en 1950-65 al 2.92 en 1990-95. Caída secuencial. según el estrato social de la mujer. Comenzó por las capas mejor educadas de las principales ciudades y si­guió a los barrios populares; de allí a las cabeceras municipales y finalmente llegó a las veredas campesinas. La mujer está en el corazón del cambio social. Ya se trate de la iniciativa de migrar del campo a la ciudad. del aumento de la escolaridad en todos los niveles. o de la participación en el mer­cado laboral. formal e informal. En el lapso de una generación se trasformaron creencias. valores y comportamientos. Las mu­jeres decidieron emplear diversos métodos anticonceptivos y muchas tuvieron que practicar el aborto. A pesar de ser delito. y aunque es una de las causas más importantes de la mortali­dad materna. lo realiza por lo menos una vez en la vida una cuarta parte de las colombianas. Disminuyeron las tasas de nupcialidad y se retardó la edad para formar una familia. Aumentaron las separaciones y divor­cios. El tamaño de los hogares descendió de seis miembros (1970) a cinco (1990). En las grandes ciudades fue más eviden­te un fuerte aumento del ratio mujereslhombres. similar al ad­vertido en los barrios populares de Bogotá a fines del siglo XIX. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. Grandes trasformaciones dentro de la continuidad 295 Esto tuvo dos consecuencias: primero, aumentó la participación laboral femenina, del 20% en 1960 al 40% en 1990; segundo, aumentó el número de madres adolescentes y solteras y de "hi­jos ilegítimos". Para responder a estos cambios, desde media­dos de los años 70 el derecho de familia, al menos en la letra, consagró la abolición de las discriminaciones legales que aún pesaban sobre la mujer y sobre los hijos ilegítimos. El ciclo demográfico distorsionó el mercado laboral y el de­sarrollo de los servicios públicos. Al aumentar súbitamente la proporción de niños y jóvenes (c. 1950-7°) y el éxodo campesi­no hacia las ciudades, fue evidente la incapacidad de absorción de los sistemas educativos, de salud y de vivienda. Cuando las nuevas cohortes llegaron al mercado laboral, hizo agua el siste­ma legal de relaciones contractuales, con su "carga" de seguri­dad social. El fortalecimiento de la llamada "economía informal" urba­na, fue y continúa siendo la respuesta. Desde c. 1960, Colombia ha registrado sistemáticamente una tasa de desempleo abierto urbano por encima de la media latinoamericana, y son bien co­nocidos los problemas crónicos de baja productividad, desem­pleo y subempleo del campo, Después de rejuvenecerse, la población empezó a envejecer: en 1985 el 43,5% de colombianos era menor de 18 años y en 1993 el 39,9%, lo cual presiona aún más sobre el mercado labo­ral: la población en edad de trabajar crece a tasas superiores al 3% anual. Las ciudades y el sector "servicios" absorben la ofer­ta de trabajo. Pero en última instancia la "terciarización" de la economía dice poco. En términos de ingreso, status y acceso a la seguridad social, los campesinos minifundistas, los vende­dores ambulantes de las metrópolis o los artesanos de los tugurios, están, básicamente, en las mismas condiciones insa­tisfactorias. Colombia se ha convertido en país de emigración. Si desde mediados del siglo XIX las migraciones internas han sido una válvula de escape de la "marmita rural", desde c. 1960 las co­rrientes migratorias internacionales son la válvula de escape de la "marmita nacional". Alivian el desempleo y la demanda Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 296 ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOLENCIA de vivienda y servicios públicos. Las remesas mejoran simultá­neamente el ingreso de sus familias y la balanza de pagos. Día con día aumentan las magnitudes y proporciones de co­lombianos que salen del país en busca de empleo temporal. pero, más importante, de mejores opciones de vida. Los contin­gentes migratorios hacia Venezuela, Estados Unidos y Ecuador aumentan desde c. 1960. Se calcula que a comienzos de los años 80 unos 800.000 colombianos trabajaban en esos países, en su mayoría ilegales e indocumentados. En 1990 la cifra as­cendía a 1,3 millones. Su perfil es similar al de las clásicas mi­graciones internacionales: varones, jóvenes, solteros y con niveles educativos superiores a la media de la fuerza laboral. La pérdida neta para la economía y para la sociedad colom­biana en su conjunto es incalculable y en algunos casos inocultable. Por ejemplo, cerca de la mitad de los médicos titu­lados entre 1965-78, terminaron en hospitales de Estados Uni­dos, aunque el país tenía un médico por cada 2.500 habitantes. En 1985 este ratio había pasado a 1.23° habitantes, aún bajo, comparado con el promedio latinoamericano de 940. Más difícil es medir el nivel educativo de la población. Al con­cluir el siglo xx no se ha construido en Colombia un sistema escolar masivo, aunque descendió la vergonzosa tasa de anal­fabetismo de 1951, del 39% al 12% en 1993. Pese al incremento de la oferta educativa en todos los nive­les, los porcentajes de la población que terminan los ciclos pri­mario y secundario son demasiado bajos. En 1985-90 llegó al quinto grado el 49% de los niños que iniciaron el ciclo, y apenas un 31% aprobó el noveno grado. Las cifras son más alarmantes si consideramos que solamente el 86% de la población en edad escolar pudo iniciar el ciclo. Los aumentos de cobertura suelen atribuirse exclusivamen­te al papel del Estado y a la gestión de los políticos. Pero algu­nas investigaciones muestran que buena parte del impulso viene de la presión de las madres de los sectores populares. De su paciencia y tenacidad ante las puertas de los establecimien­tos para conseguir que sus hijos ingresen a las aulas y más tar­de puedan abrirse paso en la vida. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. Grandes trasformaciones dentro de la continuidad 297 Como en otras naciones. se destaca el incremento acelerado de las magnitudes de estudiantes. maestros. administradores y edificaciones. Incremento en el que son ostensibles la mala dis­tribución geográfica de la cobertura. y el deterioro de la cali­dad. En cuanto a lo primero. es patético. por ejemplo. el rezago de la Costa Atlántica. Sin embargo. San Andrés y Providencia registran. como a comienzos del siglo xx. los mejores índices de alfabetización. Más alarmante es la brecha entre educación urbana y rural. En cuanto a la calidad. y según los resultados de pruebas de lenguaje y matemáticas aplicadas por el Ministerio de Educa­ción en I992 a los estudiantes de tercero y quinto grado de pri­maria. la "mayoría de los alumnos no muestran logros que reflejen el nivel educativo en que están ubicados". Resultados similares se han encontrado en el rendimiento académico de los egresados de secundaria. donde es aún más protuberante la distancia cualitativa entre colegios privados y oficiales. Vista por dentro. la educación colombiana acentuó un perfil dual en el que un subsector estatal brinda educación primaria y secundaria de baja calidad. En estas condiciones. y puesto que la educación continúa visualizándose como un medio de acceso privilegiado al sector moderno de la economía. cualquier fami­lia que esté en posibilidad económica paga servicios educativos si considera que son de mejor calidad. El desarrollo general de la economía y el nivel de ingreso individual están asociados con los niveles educativos alcanzados. Pero la desigualdad de acce­so a la educación de buena calidad parece aumentar en vez de disminuir. En consecuencia. la oferta educativa privada no es supletoria de la estatal. sino la alternativa. En suma. la sociedad colombiana no ha conseguido realizar el ideal democrático de ofrecer educación de buena calidad a toda la población. ni el Estado cumplir uno de sus deberes bási­cos: el método de integrar la nación desde el aula. La ampliación de la escolaridad no vino acompañada de cambios en las modalidades y funciones de las instituciones, ni de capacitación de los maestros y profesores. Tampoco siguió el patrón secuencial de consolidar primero una educación prima- Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOLENCIA ria universal, erigir una secundaria masiva y desarrollar sobre ellas el sistema universitario. El crecimiento de la matrícula por niveles tiende a reflejar más la estratificación social que las llamadas "políticas educativas". La cobertura de la escuela pri­maria aumentó hasta 1978 y comenzó a declinar, aunque se recuperó ligeramente a fines de los años 80. Los especialistas atribuyen estas caídas al ajuste fiscal de 1984-86. Según el De­partamento Nacional de Planeación, la desaceleración en la ex­pansión educativa ocurría precisamente cuando la desigualdad en el acceso al sistema escolar era, después de la India, la peor del mundo. A pesar de su crecimiento, la escolaridad en la educación media exhibe tasas bajas entre países de similar grado de desa­rrollo económico. La superior creció más rápidamente que la de los dos niveles previos. El principal factor de expansión del nivel terciario ha sido la oferta privada en carreras nocturnas y de bajo costo por estudiante (derecho, economía, administra­ción). Aquí las tasas de escolaridad pasaron de un 1,6% en 1960, a un 14% en 1993. Sin embargo, desde hace un cuarto de siglo se diagnosticó que la universidad empezaba a agotarse como medio de movilidad social, y los títulos académicos a devaluarse en el mercado laboral. La distribución de la riqueza y del ingreso son índices aún más esquivos. Poco se sabe de lo primero y en cuanto a distribución del ingreso, los cálculos no toman en cuenta, por ejemplo, las migraciones internacionales. Aun así, Colombia ofrece uno de los peores cuadros de América Latina y, por ende, del mundo. El Banco Mundial calculó en 1989 que el ingreso promedio por habitante del 10% más rico de la población era 37 veces el del 10% más pobre. Debe advertirse, empero, que de los diversos índices de la economía colombiana, éstos son los de menor con­fiabilidad. Medir la distribución del ingreso a lo largo del tiem­po no pasa de ser un ejercicio conjetural. Esto obedece a la mala calidad de las fuentes, a su heterogeneidad y discontinui­dad. Las cifras se ofrecen en deciles y no en centiles. Así, hoyes imposible saber cuánto concentran el 1% o e12% más rico de la población. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. Grandes trasformaciones dentro de la continuidad 299 Empleando una metodología diferente de las de distribución del ingreso, la de las líneas de pobreza, CEPAL asegura que ha descendido el porcentaje de colombianos pobres e indigentes. Según esto, en 1970 el 45% de los colombianos no disponía del ingreso requerido para comprar dos canastas de alimentos ("pobres"), y el 18% no alcanzaba a comprar una canasta de alimentos ("indigentes"). En 1986 esas magnitudes eran del 38% y del 17% respectivamente en el total nacional, pero en el sector rural mostraban una evolución mejor: los pobres del campo bajaron del 54% de la población en 1970 al 42% en 1986. Sin embargo, el debilitamiento de las políticas sociales después de aquel año puede arrojar resultados desalentadores en las actuales magnitudes de pobres e indigentes. TRASFORMACIONES SOCIOECONÓMICAS y NUEVOS PAPELES ESTATALES La velocidad del cambio se aprecia claramente en el cuadro 6: Población total en miles Crecimiento anual (%) Tasa fertilidad Tasa natalidad Esperanza de vida (años) Mortalidad infantil por mil Desnutrición infantil (%) CUADRO 6 PRINCIPLES íNDICES SOCIALES 195 1 - 1993 1951 1964 1973 11548 17484 229 15 2,10 2,23 3,20 6,7 4,7 44.2 34.5 57·9 61.6 92.1 73.0 1985 1993* 30062 35866 2,96 2,21 3.5 3.1 29.2 27.4 67.2 68.2 41 .2 39.7 11.9 (continúa) Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 300 ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOLENCIA 1951 1964 1973 1985 1993* Población urbana (% nal.)** 39.5 52•0 59.5 67.2 74.0 Población 4 ciudades (% nal.)*** 12.9 20.0 25.4 26.8 3°.1 Población Bogotá (% nal.) 5.4 8.3 12.5 13.8 17.6 Empleo sector primario (%) 55.0 48.9 35.2 33.8 Empleo sector secundario (%) 15.8 17.1 22.4 21.4 Empleo sector terciario (%) 28.7 34.1 42.5 44.8 Analfabetismo (%) 38.5 26.6 17.7 12.5 12.0 Viviendas con acueducto (%) 28.8 38.7 62.7 69.7 Viviendas con electricidad (%) 25.8 34.5 57.6 78.2 Viviendas con alcantarillado (%) 32.4 40.7 68.1 77.0 *Las tasas de fecundidad. natalidad y mortalidad infantil (menores de cinco años) corresponden a los períodos 1960/65. 1970/75. 1980/85 Y 1985193. **Como está definida en cada uno de los censos. *** Bogotá. Medellín. Cali. Barranquilla. Fuentes: Para las estadísticas demográficas. véase Álvaro López Toro. Análisis demográfico de los censos colombianos de 195 I Y I 964 . Bogo­tá. 1965. El autor sostiene que hubo una subnumeración del 6% en el censo de 1951 y del 4% en el de 1964. De ser así. los cálculos de las ta­sas de crecimiento del período anterior y posterior tendrían que revisarse. Para los demás años véase DANE. Censos de población. Los estimativos de población empleada por sectores se han tomado del/n­forme final de la misión de empleo. economía colombiana. Separata N° 10. Bogotá. agosto-septiembre de 1985 y los estimativos de servicios públicos de M. Urrutia. Colombia. 40 años de desarrollo. Bogotá. 1990. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. COLOMBIA: PIB. 1925- I 990 COMPOSICIÓN SECTORIAL IOO%ll'~'l'T'llr']i1rniln'rr'l'T'l'r']i1rnilrnill'['l'r'l'r'~iirnlil'~'l'T'l'r']lirnlil'rr'l'~'l'r'1Iirnilrnill'rr'l'~'llrITllrnllnnillIITlll~lllrITilrnllrnlilIITlll[IllrITllrTIlirnil~lnlll~lllrl,lrITI.•~•r n··~·~·'·ITi.l~l.lrl.i~l.l~llrinl~h~i~l~i~l~l 75% 50% 25% 0% 1925 1935 1945 1955 1965 1975 1985 1990 • Primario ~ Secundario o Terciario Fuente: Cepal; Dane. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 302 ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOLENCIA En la base de estas trasformaciones está, obviamente, el cre­cimiento económico, que cambió el perfil del PIB y la composi­ción del empleo. De 192s/29 a 1986/90 el PIB creció al 4,7% anual (2,2% por habitante). Pese a las trasformaciones desencadenadas por es­te ritmo, Colombia sigue siendo un país de capitalismo subde­sarrollado. Hasta mediados del siglo xx su economía estuvo dominada por una agricultura de bajísima productividad. Al finalizar el siglo, predomina un abigarrado sector terciario de baja productividad. Para el nivel de ingreso alcanzado por ha­bitante, US$1.400 corrientes en 1993, el tamaño y el grado de desarrollo tecnológico de la industria colombiana están por de­bajo de la norma internacional. Mil novecientos setenta y cuatro es el parte aguas del creci­miento económico de largo plazo. De 1945 a 1973 el PIB creció alrededor del 5% anual. De 1974 a 1983, cayó por debajo del 4% anual. La depresión fue más severa en la industria que, en ocho años de este decenio, registró un crecimiento inferior al del PIB, y en 1981-83 atravesó la peor temporada de toda su historia. Las tasas posteriores (1984-94), son las más anémicas y errátiles desde la posguerra y muchos analistas se preguntan si los ritmos de 1950-73 son cosa del pasado. En todo el período permanecieron las condiciones básicas del nexo colombiano con la economía mundial: exportación de materias primas, importación de bienes manufacturados, tec­nologías medias y servicios modernos, bajo una tendencia de términos de intercambio negativos. Desde c. 1950 han sucedido cuatro cambios significativos. El más importante es el fin del ciclo secular de la Colombia cafe­tera, evidente a fines de la década de 1980. Coincidió con una transición veloz hacia la caficuHura de alta productividad (kilo­gramos por hectárea) pero con un nivel de costos muy elevado, sólo superado en el mundo por Guatemala y Kenia; la participa­ción de la producción de café en el PIB descendió del 10,3% en 1950-52 al 2,4% en 1988-90; en el producto agrícola del 25% al 11% Y en las exportaciones del 80% al 25%. Segundo, emergió el "sector energético" (petróleo, carbón y fu el oi/) cuya partici­pación en las exportaciones totales cayó de un 15% en 1960-64, Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. Grandes trasformaciones dentro de la continuidad . .- CRECIMIENTO PIB 192 5-9° Hr --- ~ -- Total . Industrial . - "r --- , ii - - Total . . Agropecuaria -r.-. --- , "" - lo. - '''' -- Total . . Servicios Fuente: Cepal; Dane. 3°3 Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOLENCIA al 4% en la segunda mitad de la década de 1970, y se recuperó hasta llegar a un 25% en 1986-90. Por otra parte, la partici­pación de las gasolinas, aceites y otros derivados del petróleo en las importaciones aumentó del 3% al 12% en el período y comprueba el conservadurismo de la política en refinación y petroquímica. Tercero, el Estado promovió las exportaciones de manufacturas. En 1960 eran apenas un 3% del valor de las exportaciones y de 1970 a 1990 llegaron al 20%. En los años 70 el sector más dinámico fue el textilero y las confecciones, inten­sivo en trabajo no-calificado en comparación con el más inten­sivo en tecnología y capital humano de la siderurgia y los plásticos, que creció más rápido en los años 80. Cuarto, conti­nuaron las tendencias de sustitución de importaciones adverti­das desde 1920, concluyendo la de bienes de consumo final y aumentando la importación de bienes intermedios y de capital. En suma, comenzó a desdibujarse el perfil del país netamen­te agrario y campesino del censo de población de 1951 y de las cuentas nacionales de aquellos años. LA AGRICULTURA: MODERNIZACiÓN, POBREZA Y CLASES MEDIAS RURALES La migración masiva de campesinos a las ciudades contribu­yó al aumento de la productividad agraria, al mejoramiento de las condiciones de vida de la población rural en las zonas de expulsión, y a la trasformación de los paisajes. Redefinió los parámetros del regionalismo, y finalmente, cambió los patrones de vida urbana. El éxodo campesino fue una consecuencia de la moderniza­ción agropecuaria posterior a 1950 y de la violencia. La protec­ción industrial había traído de la mano la protección agraria. Detrás de la muralla arancelaria despegó la agricultura inten­siva en capital. El proceso corrió parejo con los subsidios esta­tales a las obras de infraestructura física, crédito bancario y difusión tecnológica. La mecanización, el empleo de semillas y variedades mejoradas y el uso masivo de fertilizantes se con­centraron en las mejores tierras. La producción se orientó a la exportación, a la industria doméstica y a la demanda de las nuevas clases medias, rápidamente habituadas al sistema de Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. Grandes trasformaciones dentro de la continuidad 305 supermercados. Sus productos más dinámicos fueron algodón, caña de azúcar, palma africana, arroz, ajonjolí, banano, cacao y sorgo; flores, ganadería lechera y cebada. Aunque el arroz, la soya y el algodón se estancaron desde c. I975, cuando precisa­mente despegó la caficultura tecnificada. Caso bien distinto fue el del trigo que, desde la Colonia, estu­vo amenazado por la importación de harinas norteamericanas. Las haciendas de los altiplanos. más orientadas a la ganadería de leche, dejaron de producirlo y se convirtió en cultivo típico del pequeño y mediano cultivador. Para abaratar el costo de la vida de los grupos urbanos de bajos ingresos, que, salvo en la región antioqueña consumen pan de trigo. fue importado el ce­real bajo los programas de la "Ley 480" de Estados Unidos. Vendido a precios artificialmente bajos, en I5 años (I960- I 975) erosionó la producción nacional. Las unidades agrarias que surgen de la expansión capitalis­ta de I950-70 no aparecieron a costa de baldíos ni de tierras campesinas. Ocuparon hatos y latifundios subexplotados y de baja productividad que empezaron a fraccionarse por el impul­so del mercado de compraventa. Sin embargo, en el Tolima, Huila, Meta y el Magdalena hubo "capitanes de industria" que limpiaron la tierra de colonos y campesinos arrendatarios, y emplearon redes de gamonales y bandas armadas, en muchos casos levantadas en el ambiente de la violencia. También se beneficiaron de un subproletariado de cosecheros itinerantes al que pagaron salarios bajísimos. La situación cambió a partir de I970. Desde entonces las estadísticas registran una disminu­ción de la brecha entre los salarios urbanos y rurales. En las regiones de agricultura capitalista, y en las de la zona cafetera modernizada, aparecieron vecindarios populares en las peri­ferias de las ciudades, centro de reclutamiento de cosecheros para los cultivos comerciales. Uno de los efectos de largo plazo de la bonanza cafetera de mediados de los años 70, y que llegó hasta comienzos de los años 80, fue la expansión de la producción (de 7,6 millones de sacos en I970-75. a I2,7 millones en I988-92), encabezada esta vez por unidades tecnificadas. La bonanza ahondó algunas Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 306 ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOLENCIA tendencias anteriores: disminuyó el peso e importancia social de las fincas familiares, y los caficultores ricos pasaron a for­mar parte de una burguesía cafetera, a la que también accedie­ron grupos de profesionales jóvenes residentes en las ciudades que, endeudándose en los bancos, invirtieron en fincas moder­nas. El campesino no había desaparecido del mapa. Puesto que el ingreso cafetero representa para él la mejor alternativa, siguió reproduciéndose en los llamados departamentos margi­nales: Cauca, Nariño, Santanderes y en las comarcas tradicio­nales de Cundinamarca y Tollma. El ahorro de la mano de obra de la agricultura capitalista, excepto en el café tecnificado, el banano o las flores, aceleró los flujos migratorios hacia los departamentos más dinámicos, las ciudades y las fronteras agrarias. Estas migraciones se acen­tuaron en la nueva frontera amazónica, cuyos suelos no pueden soportar los sistemas agrícolas andinos. Los costos ecológicos que oculta la modernización agraria son más difíciles de medir. El uso indiscriminado de fertilizan­tes y pesticidas, la extracción incontrolada de agua subterrá­nea y de las fuentes superficiales para el riego en los valles más fértiles, la destrucción del bosque de sombra en cafetales "a pleno sol" y de pendiente, erosionan los suelos y disminuyen la humedad de los microcllmas. A esto debe añadirse la continua­da invasión urbana de tierras agrícolas de buena calidad en la sabana de Bogotá, el valle de Aburrá o el Valle del Cauca. Los jóvenes campesinos, las mujeres en particular, reafirmaron su aspiración a educarse para emigrar y emplearse en las ciudades. Así debilitaron todavía más el precepto de "honrar a padre y madre". La emigración cortó el nudo gordiano del frac­cionamiento de la parcela familiar y las dificultad es de asignar tareas a la segunda generación. La economía monetaria per­meó las relaciones laborales, incluidas las intrafamiliares, de suerte que quienes se quedaron en el campo debieron pagar salarios o buscar técnicas ahorradoras de trabajo. La pobreza rural es manifiesta en la recurrencia de aparce­rías, mingas, compañías y en el agravamiento del subempleo en las laderas andinas erosionadas y de suelos agotados, incluidas Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. Grandes trasformaciones dentro de la continuidad 30 7 muchas zonas campesinas cafeteras, vastas áreas deprimidas de la franja Pacífica (donde las condiciones de vida son del siglo XVII) y la Costa Atlántica, y en los frentes de colonización que se activaron o reactivaron partir del medio siglo: Urabá, Sarare, Ariari, Guaviare, Caquetá occidental. Putumayo y Carare-Opón. En 1987 se calculó que el 80% de las familias de colonos de es­tas comarcas vivían por debajo de las necesidades básicas de nutrición, educación, salud y vivienda. Pero, una vez más, las migraciones campesinas aliviaron la presión sobre la tierra y encarecieron la mano de obra en los centros de expulsión. índices más altos de escolaridad rural, la electrificación, la construcción de carreteras y caminos, inci­dieron en la mejoría de la productividad del trabajo y de las condiciones de vida, en particular la vivienda. Con esto vino el aumento de la diferenciación social interna, que ocurre a dife­rentes ritmos según los estratos y las situaciones familiares es­pecíficas. Surge así un campesinado más moderno, tanto en su comportamiento político electoral. como en la asimilación de las pautas necesarias para obtener crédito bancario o mejores semillas y técnicas. Entre las unidades empresariales altamente capitalizadas y las parcelas precarias de los nuevos colonos, sube y baja una amplia gama de pequeños y medianos propietarios rurales de las regiones andinas de mayor densidad humana, una llamada "clase media agraria" que los gobiernos han identificado como el fiel de la balanza. Más o menos representan un tercio de la población rural. poseen una quinta parte de las tierras cultiva­bles, participan con un 30% en el producto y absorben cerca del 40% de la fuerza de trabajo. La demanda urbana y la emigración han ayudado a consoli­dar estas capas medias, que parecen dispuestas a tomar el ries­go de introducir tecnologías más productivas en sus fundos, y cuyos niveles de vida han mejorado en los últimos 30 años. Aún así, en 1986 Fedecafé estimó que el ingreso anual de Juan Valdez, caficultor y prototipo de estos grupos sociales, era infe­rior al de un trabajador urbano que hubiera recibido salario mínimo legal, sin incluir en éste la seguridad social. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 308 ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOLENCIA PAís DE CIUDADES El tránsito de la sociedad rural a la urbana es el cambio so­cial por antonomasia de la segunda mitad del siglo xx colom­biano. En dos generaciones la poblaci6n urbana pasó del 40% (1951) al 74% (1993). Si en 1950 Colombia todavía podía defi­nirse como un mosaico regional, en 1970 ya era el país de ciu­dades, más integradas entre sí que con su hinterland rural. Las migraciones han sido el principal factor del crecimiento urba­no. Adelante esbozaremos los problemas urbanos vistos desde la ciudades. Por ahora bástenos apuntar algunos problemas de la urbanización desde el punto de vista del país en conjunto. En 1950, una misión del Banco Mundial presidida por el eco­nomista Lauchlin Currie, reportó que en Colombia no se había formado un mercado interno. Colombia aparecía fraccionada en "cuatro zonas o entidades económicas y comerciales, clara­mente separadas y distintivas": la Costa Atlántica, la región de Antioquia, el Gran Cauca y el centro-oriente. Estas cuatro re­giones disponían de recursos agropecuarios para ser autosufi­cien tes y de materias primas para desarrollar autónomamente sus fuentes energéticas e industriales. El comercio inter-re­gional sólo se verificaba con productos capaces de pagar altos costos de trasporte como la sal, el azúcar, el petróleo y sus deri­vados. Las migraciones y la industrialización trasformaron este panorama. Las primeras revolvieron los rígidos patrones de identidad cultural regional y contribuyeron a forjar en los co­lombianos la idea de un país más nacional. La segunda generó el trazado de una red de trasportes en función de las economías metropolitanas de Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla, cen­tros de las cuatro regiones mencionadas. Un rasgo central de la urbanización colombiana es la rela­tiva debilidad de la primacía bogotana y la fortaleza de una ma­lla urbana nacional. Bogotá nunca alcanzó las dimensiones relativas de otras grandes capitales latinoamericanas, aunque empieza a marcarse una tendencia en tal direcci6n: 5,4% de la poblaci6n total en 1951. 13,8% en 1985 y 17,6% en 1993. Desde c. 1950 Bogotá crece más rápido que Medellín, Call o Barran­quilla y, estas cuatro grandes ciudades, crecen más rápido que Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. Grandes trasformaciones dentro de la continuidad las demás. Sin embargo, no como algunos centros entre los que se destacan Valledupar, Villavicencio o Montería, en I95I-73, o Turbo y Apartadó en Urabá, Florencia en Caquetá o Puerto Be­rrío en el Magdalena Medio, durante el período I973-85. Todas estas ciudades se localizan en zonas de colonización y de expansión agropecuaria moderna. Allí, como en las metró­polis, se consolidaron cinturones de pobreza, verdaderos cam­pamentos del ejército de trabajadores temporales marginados de los beneficios de la contratación laboral. Las cuatro metró­polis ocuparon el ápice de una pirámide cuya solidez provenía de una red de unas 80 ciudades que, según una clasificación de I988, estaba compuesta por 34 municipios "mayores" Y 43 "in­termedios". En la base quedaban 230 "municipios menores" y 678 "básicos". Estos 908 municipios apenas perciben alrededor de una décima parte de los impuestos municipales. La urbanización poco afectaría la división de las cuatro macro-regiones. Si bien Bogotá operó como la metrópoli del centro-oriente con Ibagué, Neiva, Villavicencio, Bucaramanga y Cúcuta como centros secundarios, éstas últimas dos ciudades regeneraron la unidad regional santandereana; Medellín fue el centro del país antioqueño y si Manizales, Pe reir a y Armenia funcionaron como ciudades secundarias, el cinturón cafetero que se extendía hasta el norte del Valle del Cauca, empezó a darle mayor coherencia socioeconómica, demográfica y cultu­ral a toda la región. Cali era la ciudad primaria de la región caucana con Pasto y Popayán como secundarias. Por último, pese al eclipse del río Magdalena, Barranquilla consolidó el primado costeño dejando a Santa Marta y Cartagena un papel secundario que luego debieron compartir con Montería, Since­lejo, Valledupar y Maicao. La malla urbana articula los mercados de trabajo, formales e informales, los sistemas de servicios y la distribución de bie­nes. Aún así, es cierto que el relativo equilibro demográfico, tiende a ocultar el acentuado centralismo administrativo, fi­nanciero, de dotación de servicios públicos y educativo de Bo­gotá. En la periferia de la malla persisten el atraso y la pobreza. Aunque el desequilibrio venía de atrás, se acentuó a partir de Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 310 ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOLENCIA 1950. La brecha rural-urbana desplazó la desigualdad inter-re­gional. En 1993. cerca de la mitad de la población colombiana vivía en las ciudades capitales. Sin embargo. el lugar de cada ciudad dentro de la jerarquía urbana depende casi siempre del lugar que ocupe en la jerarquía económica del país. la región de la que es centro. Así. Medellín. Montería y Quibdó son ciu­dades capitales. pero es obvio que pese a ciertas similitudes morfológicas de sus barrios pobres. las dos últimas dependen económicamente de la primera. Definido como la diferencia entre salarios para trabajo no calificado y la desigualdad de oportunidades de acceso al siste­ma educativo y de salud. se aprecia más claramente la hendi­dura dentro de cada una de las grandes regiones. En la Costa Atlántica. por ejemplo. basta contraponer la franja meridional al cordón moderno de las ciudades del litoral. o a los polos ga­naderos y algodoneros. En la primera. territorio reciente de guerrillas. aún se libra la desigual lucha por la tierra entre co­lonos y latifundistas de viejo estilo. El cinturón cafetero del oc­cidente. prolongado hacia el sur por el próspero valle del río Cauca. amplió la brecha de ingresos con la faja del litoral del Pacífico. una de las regiones más pobres y abandonadas del país. También puede mencionarse el caso de Antioquia. Mede­llín y su hinterland histórico formaron una especie de "Antio­quia blanca". que concentró el ingreso. los servicios y el poder. y asumió. además. la representación política de toda la región administrativa. Así quedaron orilladas Urabá y las viejas zonas mineras del nordeste. Integradas tempranamente a los circui­tos del capitalismo antioqueño. quedaron excluidas de los pro­cesos decisorios. y hasta hace muy poco fueron tenidas entre la burguesía de Medellin por "tierra de negros". periferias conllic­tivas. CIUDADES SIN CIUDADANOS Si desde una perspectiva latinoamericana Colombia es nota­ble por la armonía relativa de la distribución geográfica de su población urbana. las ciudades por dentro revelan. mejor que en ningún otro plano de la realidad social. el fracaso del ideal urbano de modernización occidental. En unos 20 años, c. 1950- Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. Grandes trasformaciones dentro de la continuidad 311 70, las avalanchas de inmigrantes arrasaron con la exquisita racionalidad cartesiana de los planos que entre c. 1930-50, tra­zaron urbanistas europeos como H. Bartholomew, Carlo Bru­nner y Le Corbousier en Bogotá, José Luis Sert en Cali, Wierner y Sert en Medellín. Por la época de la República Liberal,la historia urbana empe­zaba a perder la continuidad que podía hacerse llegar desde la Colonia. ¿Qué estaba cambiando? ¿Los trazados urbanísticos? ¿Las modalidades de gobierno municipal? ¿El talante de los habitantes? ¿Las condiciones culturales y ecológicas? ¿Las fun­ciones económicas? Probablemente todo ello al mismo tiempo. Impresionado por el desaseo y la basura en las calles, el es­critor boliviano Alcides Arguedas, definió la capital colombiana de los años 30 como una encantadora ciudad carente de muni­cipio. Treinta años después no había que ser un Arguedas para advertir que, no sólo en Bogotá, sino en toda la malla urbana, el municipio, (la poUs, una forma de organización política), era desbordado por el crecimiento caótico de la ciudad, (la civitas, una forma de vida económica, social y cultural). Para tener una idea de las trasformaciones físicas, y de sus repercusiones en el modo de vida, valga recordar que a finales del siglo XIX la capital colombiana tenía unas 400 manzanas; en 1950, 2.400 Y en 198o, 27.000. El milagro de la multiplicación de las manzanas fue posterior a 1950 y fue replicado, casi sin excepción, en las 30 o 40 ciudades más pobladas. Los perí­metros urbanos legales (aquellos dentro de los cuales se puede urbanizar) y la zonificación que les da un sentido de orden fun­cional (barrios residenciales, industriales, centros administra­tivos, zonas recreacionales), quedaron circunscritos, y en las demás áreas reinó la ilegalidad. Si la ciudad se ha definido co­mo un entramado físico políticamente organizado, parece obvio que las ciudades colombianas desafían abiertamente la defini­ción. Las avenidas, los autobuses y la electrificación dan la ima­gen de la ciudad contemporánea. Se desarrollaron las infraes­tructuras (plazas de mercado, mataderos, estadios, redes de conducción de electricidad, telefonía, agua potable) y se buro­cratizó la administración municipal. En este proceso ascendie- Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 312 ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOl.ENeIA ron heterogéneas coaliciones de nuevos banqueros, tecnócra­tas y especuladores inmobiliarios (legales e ilegales), políticos locales sin lealtad ni ideología definidas, e intereses corporati­vos como los ligados al trasporte. En ciudades como Barranqui­lla la corrupción fue ramapante. Así, llegó a su fin el dominio de la "vieja oligarquía", o del patriciado que desde la época colonial solía dominar los Conce­jos municipales. Desde la década de 1940 el patriciado empezó a perder credibilidad en asuntos como el manejo de las tarifas y licencias de electricidad o de trasporte. En algunas ciudades, los conflictos alrededor de estos temas se coloreaban de nacio­nalismo, como en la Costa Atlántica y el Valle del Cauca contra la American and Foreign Power Co., o de populismo, como la municipalización de los buses en Bogotá bajo la dictadura de Rojas Pinilla. Escudados en el sólido prestigio técnico del Banco Mundial y sus programas de crédito, fueron cristalizando, impercepti­blemente y desde los años 50, nuevos intereses ligados a la ex­pansión y funcionamiento de las empresas municipalizadas de teléfonos, agua o electricidad. Este proceso de modernización municipal promovió banqueros, constructores, urbanistas, im­portadores de equipos, empresarios e intermediarios del tras­porte masivo, y tecnócratas, que terminaron desplazando no sólo a los "oligarcas" de vieja data, sino a los políticos de oficio. Las clases medias profesionales urbanas aparecen como el pro­ducto del feliz matrimonio del sistema escolar y el esfuerzo per­sonal. Pero en el último medio siglo las profesiones liberales no han sido el centro de las clases medias urbanas, y deben com­partir con comerciantes, finqueros, "negociantes". La búsqueda casi obsesiva de prestigio, las ha alejado fíSIca y psicológica­mente del "pueblo bajo". Paralelamente ocurre un fenómeno de movilidad descendente de los pequeños propietarios y comer­ciantes, en las ciudades y en el campo; de los caficultores fami­liares, de los artesanos establecidos. Crecen codo a codo con el proletariado industrial, que como aquéllos sigue segmentado geográfica y culturalmente, sin conseguir desarrollar una per­sonalidad social ni una subcultura propias. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. Grandes trasformaciones dentro de la continuidad 3I 3 Este conjunto de trasformaciones no puede explicarse cabal­mente sin la industrialización por sustitución de importaciones, y sin atender a la peculiar forma que asumió la ocupación mis­ma del espacio. Veamos. La composición del empleo arroja luces sobre la diversidad de las estructuras económicas y sociales urbanas. Desde una perspectiva general pueden anotarse dos empujes. El indus­trial, de I950 a 1973, y el de los servicios a partir de 1960. A lomo de los dos creció el llamado "sector informal". La industria se concentró en las cuatro áreas metropolitanas (en 1987 éstas registraban el 73% de los establecimientos, el 73% del personal y el 68% del valor agregado), aunque ha sido apreciable el dinamismo de Cartagena, Bucaramanga, Pereira o Manizales. Además, casi todo centro de más de 20.000 habi­tante alberga talleres de calzado, vestuario y procesamiento de algunos alimentos. Hasta c. 1965, las plantas de más de 100 trabajadores ab­sorbieron la oferta laboral. En las principales urbes la industria llegó a definir los parámetros económicos, pese a que en ningu­na los trabajadores fabriles pasaron del 10% de la población activa (desde mediados de los años 70 el empleo industrial se estancó en una cifra que está alrededor de 480.000 trabaja­dores). Los servicios bancarios, de trasporte, de provisión eléctrica, dependían de los ritmos de la producción fabril. Las nuevas tec­nologías crearon en las fábricas y en las compañías de servicios una demanda de personal calificado, que fue respondida por entes como el Servicio Nacional de Aprendizaje, SENA, y diver­sos centros de educación media y superior. La división social del trabajo promovida y ahondada por la industria, creó el nexo fundamental entre el nivel de educación y el nivel de ingresos y la tendencia al aumento de la productividad media. De c. I950 a I 970 la tasa de escolaridad de la fuerza laboral saltó de dos a siete años. Hubo claras diferencias en el "estilo de industrialización". ASÍ, Bogotá, por su carácter político-administrativo, su alta densidad financiera, su población mejor educada, ofrecía más oportunidades a la industria. Desde la década de 1950, si no Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 314 ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOLENCIA ant'es, ya era el primer centro industrial del país y el más diver­sificado. Coexistían las grandes plantas monopolísticas con los talleres domésticos. En el medio, se desarrollaban empresas muy competitivas que producían bienes de consumo final o insumos para los dos polos del espectro. En Calí, que desplazó a Medellín como el segundo centro ur­bano en el período 1985-93, las multinacionales, localizadas en Yumbo, reorientaron un trazado urbano que, como en tantas otras ciudades, absorbía las viejas haciendas circundantes. En contraste, Medellin se especializó en la producción de bienes de consumo final, y en 1950 impresionaba a los observadores por el orden y funcionalidad de su entramado físico. Además de la expansión de los servicios estatales y privados y la aparición de una capa burocrática, notable principalmente en Bogotá, y en menor grado en las capitales administrativas, se expandió un "sector informal". En 1985 más de la mitad de la población ocupada en las grandes ciudades colombianas es­taba en dicho sector. Apareció con toda su fuerza la hetero­geneidad social del mundo laboral urbano. La definición del "informal" parte de un punto de vista legal. Informales son quienes trabajan por cuenta propia (como muchos profesiona­les, tenderos o artesanos) o quienes, como las empleadas del servicio doméstico, laboran al margen de los requisitos míni­mos exigidos por la legislación laboral y de seguridad social. Para los informales pobres, los millares de capitalistas sin capital, el asunto ha sido menos de adquirir un nivel de ingre­sos determinado que de sobrevivir. En la década de 1960 los viejos servidores de la calle, voceadores de periódicos, loteros, lustrabotas, vendedores a domicilio, quedaron sumergidos en una marejada de vendedores ambulantes. Sometidos al control de mayoristas, invadían los andenc de la calles comerciales. En las plazoletas proliferaban los sanandresitosl • Como del asfalto, brotaban en las esquinas vendedores de cigarrillos l. Este colombianismo deriva de las islas de San Andrés y Providencia que, desde el gobierno de Rojas Pinilla se incorporaron a la economía colombiana cuando se les dio un estatuto de "puerto libre". Sanandresi­to se asocia a mercancías de prohibida importación. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. Grandes trasformaciones dentro de la continuidad 315 Marlboro, frutas y alimentos, dependientes a su vez de los ven­dedores establecidos en los andenes. En cada semáforo de un área comercial, grupos de niños ofrecían chicles, parabrisas o espejos retrovisores. No pudo faltar a la cita el político, inter­mediario de permisos y licencias en la alcaldía o en la inspec­ción de policía, o asesor en la formación de gremios que buscaban controlar "territorios" mediante una "zonificación". Los "informales" son actores principales, aunque no exclusi­vos, en la historia de los asentamientos populares urbanos, que asemeja la historia de las colonizaciones agrarias. Pero tam­bién intervienen el Estado y sus políticas de vivienda. Abrámos­les un paréntesis. POLÍTICAS DE VIVIENDA, ESBOZOS POPULISTAS Y CLlENTELlSMO Desde la administración Santos, el Instituto de Crédito Terri­torial, ICT, diseñó y financió programas de vivienda popular y de clase media. Pero al promediar el siglo, mucho más de la mitad de la población urbana pagaba un alquiler de vivienda, exorbitante en relación con su ingreso. De allí la importancia que tuvieron el "congelamiento de arriendos" y la reanudación de la construcción de vivienda popular. Con la bonanza cafete­ra, los gobiernos de Gómez-Urdaneta y luego el de Rojas Pinilla erigieron grandes conjuntos habitacionales populares. Surgió un discurso reformista de tono moderno, aunque el clientelismo era evidente. El reformismo no interfirió la especulación inmo­biliaria, ni el acaparamiento de los materiales de construcción. Por la línea de menor resistencia, el rCT, en manos de la cla­se política, compraba a precio comercial lotes alejados de los centros y en ocasiones por fuera del mismo perímetro legal. De este modo, los beneficiarios de la vivienda popular debían resi­dir en zonas cada vez más distantes de los sitios de trabajo o de los centros administrativos. El resultado fue un excesivo costo financioro para el ICT. un precio relativamente alto (en térmi­nos de los ingresos salariales) para el comprador de vivienda. el agravamiento del problema del trasporte. y una carga adicional sobre las empresas de servicios públicos que debían extender las redes. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 316 ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOLENCIA La caída de los precios del café en 1956-57 frenó la política de vivienda. que. ante las avalanchas migratorias estaba en dé­ficit permanente. Habría de reactivarse unos años después bajo la Alianza para el Progreso que acentuó el principio de "autoa­yuda". esto es. la participación comunitaria y de cada familia beneficiaria. En la práctica el papel de las comunidades consis­tía en movilizarse alrededor de programas ya hechos. que que­daron sin fondos una vez que la Revolución cubana dejó de percibirse como un peligro inminente y los gobiernos se con­vencieron de que los cinturones de miseria no representaban la temida amenaza revolucionaria. Con problemas de liquidez. el principal ente estatal de vivienda popular. ellcT. se orientó a la clase media. y no volvió a la vivienda popular hasta el progra­ma de "casa sin cuota inicial" del gobierno de Belisario Betan­curo Alrededor de estos conjuntos habitacionales de origen oficial se establecerían los tugurios. Todavía en 1970 el gobierno nacional planteaba que la ur­banización era un fenómeno positivo siempre y cuando mantu­viera el equilibrio regional. Para ello deberían impulsarse las "ciudades intermedias" (más de 3°.000 habitantes. c. 1970). Esto reduciría. por una parte. la presión demográfica sobre las áreas metropolitanas y. por la otra. alentaría el desarrollo eco­nómico de las respectivas regiones. El gobierno de Pastrana ofreció al año siguiente. un novedo­so proyecto de reforma urbana. Casi simultáneamente presentó el Plan de las Cuatro Estrategias. que lo contradecía. aunque extraía de aquél algunas normas de regulación. En el tema que nos concierne. este plan era una reedición de la Operación Co­lombia. pero circunscrita a Bogotá. Fue el primer intento inte­lectual de excluir la vivienda como elemento de las políticas sociales. para incorporarla de lleno a la lógica del mercado. Se­gún esto. la construcción urbana debía ser el motor del creci­miento económico. La urbanización acelerada y en gran escala era una condición de la vida moderna. y un requisito del desa­rrollo pues traía economías complementarias para las empre­sas, empleo más productivo y por tanto mejor remunerado. costos per cápita más bajos de educación. salud. agua potable. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. Grandes trasformaciones dentro de la continuidad 317 El esquema parecía olvidar que se había agotado la fase de la industrialización intensiva en mano de obra. Asumía que un proceso dirigido de urbanización generaría una reacción en cadena de creación de empleo, demanda de vi­vienda y utilización creciente de recursos productivos de origen local. El esquema tomó forma con el establecimiento de un complejo institucional financiero alrededor de los UPAC, unos tí­tulos al portador y a la vista, con incentivos fiscales superiores a otros papeles y que ganaban un interés real positivo pues su rendimiento estaba ligado al índice del costo de la vida, "la indización", y los cuales servirían para financiar la construc­ción urbana. Se desató un conflicto entre grupos financieros por la capta­ción del ahorro y entre diversos tipos de inversionistas por el sesgo hacia el "sector construcción", del que salieron perdien­do algunos grupos de industrias. Muchos economistas que se identificaban con uno u otro interés dieron argumentos a los políticos que discutían los "efectos inflacionarios". Una parte considerable del ahorro se dirigió a los UPAC, y al año de operar se registraba un crecimiento espectacular de la actividad edificadora y de las tasas de interés. El plan fracasó y los tecnócratas importaron de las Naciones Unidas y del Banco Mundial un nuevo descubrimiento: que la mayoría de familias, y sobre todo las más pobres, estaban a merced de los mercados informales de vivienda, al margen de los programas oficiales o privados o de los planes que lograban los sindicatos de la gran empresa. La oferta legal de vivienda era apenas una fracción del total. No se sabía a ciencia cierta cómo se construían inmensos conglomerados tuguriales, con­juntos de "barrios subnormales" que llegarían a ser más ex­tensos y poblados que "las ciudades kennedy", como Ciudad Bolívar en Bogotá, la Comuna Oriental en Medellín o AguabLan­ca en Cali. Los pobres hacían su propia reforma urbana. Los técnicos y los políticos coincidieron en que había llegado la hora de "normalizar" la ciudad ilegal. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 318 ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOLENCIA LA CIUDAD ILEGAL Al igual que las colonizaciones agrarias, la ocupación del suelo urbano es diversa de acuerdo con la geografía y la cultura particular de cada región y ciudad. Pero sigue una secuencia parecida. De 1920 a 1945 se formaron en las principales ciuda­des, áreas elegantes y exclusivas. Señal de que las nuevas gene­raciones de ricos residían donde querían y no cerca de la plaza colonial, donde les exigía la tradición. Así, pues, subdividieron más los caserones ubicados en los cascos coloniales o republi­canos, convirtiéndolos en inquilinatos, divididos en piezas, como las tiendas bogotanas de medio siglo atrás. Según el Ban­co Mundial, en 1950 por lo menos 200.000 familias colombia­nas vivían hacinadas en habitaciones de 12 metros cuadrados en promedio. Saturados estos espacios, la gente se movió hacia zonas y solares vacíos y creó asentamientos precarios y dispersos que, con los años, formarían nuevos barrios. Allí no se gestaron co­munidades con una identidad de clase al estilo de los centros industriales o mineros de Europa o Estados Unidos. Prevalecie­ron los criterios de movilidad y estratificación tradicionales que hacían convivir "obreros", "empleados" y quienes, como dicen los censos y encuestas, "trabajan por cuenta propia". Cada fa­milia enfrentaba de modo distinto los ciclos inflacionarios o los del empleo y desempleo. Las migraciones encarecían la tierra. La propiedad del suelo urbano estaba regida por unas muy peculiares leyes del merca­do, unidas inextricablemente a la especulación. Las sonoras disposiciones constitucionales de "expropiación" "por motivos de utilidad pública o de interés social definidos por el legis­lador" fueron ahogadas por los intereses. Pese a los preceptos sobre "la función social de la propiedad", viga maestra de la reforma constitucional de 1936, la especulación inmobiliaria seguía protegida por los incisos de los Códigos de Policía y de Procedimiento Civil, y del Código Civil que, en lo pertinente y sustantivo, es el mismo expedido por Napoleón en 1804. Ningún inversionista cuerdo emprendería programas de vi­vienda popular en un sitio céntrico. Al contrario, las compañías urbanizadoras, en colusión con los políticos que decidían las lí- Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. Grandes trasformaciones dentro de la continuidad 319 neas del "desarrollo urbano", acaparaban los solares mejor ubicados, los llamados lotes de engorde. Luego presionaban lí­neas de crédito bancario para adelantar proyectos "multifa­miliares" para las clases medias y los grupos de altos ingresos. En los años 70 vendría la creación de "multicentros" comercia­les y a su alrededor costosas urbanizaciones. Con todo, los sala­rios estables de los bajos empleados oficiales y de los obreros sindicalizados, también empezaron a contar en los nuevos es­quemas de préstamos hipotecarios. Pero sería erróneo suponer que el negocio de la especulación urbana era un monopolio. Al contrario, estas prácticas descendieron la escala social y con el tiempo se reproducirían en las barriadas. El empuje de nuevas avalanchas humanas creó la ciudad ilegal, formada por barrios piratas e invasiones. Ambos son clandes­tinos y, por lo general, los primeros ocupantes son gentes cur­tidas en el trasiego citadino. En los piratas, la urbanización no cumple las disposiciones reguladoras, pero los solares tienen título legítimo de propiedad, en contraste con las invasiones que son ilegales de cabo a cabo. Los gobiernos municipales aceptaron su impotencia para reprimirlas con medidas poli­civas y penales. Con todo, desde mediados de los años 60 abun­daron los incidentes de desalojos policiales de ocupantes y los enfrentamien tos sangrientos. En ciudades como Bogotá la propagación de las invasiones se evitó tolerando y promoviendo al urbanizador pirata. Éste ingresaba buenos activos al sistema clientelar de los partidos y los más exitosos terminaron con un escaño en el respectivo Concejo municipal. Las invasiones, por el contrario, fueron pro­movidas desde la década de 1960 por una organización de fuer­te influencia comunista, la Central Nacional Provivienda. Se calculó que entre 1958 y 1972 fueron ocupadas clandesti­namente en Bogotá 4.000 hectáreas, que se distribuyeron en 220.000 lotes y un millón de personas. No había "dos ciuda­des" . Era evidente la integración de las poblaciones pobres y móviles. Se las acusaba de causar el deterioro ambiental, la densificación desmedida, la desarticulación del entramado, la congestión del tráfico, el déficit del trasporte, y el aumento del Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 320 ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOLENCIA desempleo, el subempleo y la delincuencia. Es la exasperación de un grafitti, o pinta como se dice en el argot, en la Bogotá de los años 80: "¿por qué no construirían las ciudades en el cam­po?". Además, la presión sobre la infraestructura urbana y los servicios públicos agravaba la endémica bancarrota fiscal de los municipios. Pronto los tugurios entrarían al laberinto de la legalización. Su efecto neto: la multiplicación de los propietarios. La historia particular de cada vivienda parecía correr paralela a la historia del barrio. De las paredes de cartón, latas y madera podrida, se pasó a la fachada de ladrillo y ventanas de marco metálico; del techo de láminas de zinc, a la "plancha" de concreto reforzado que permitiría construir uno o dos pisos más, con volantes so­bre la calle para ganar unos preciosos metros cuadrados. Y del asentamiento pirata se ascendió al barrio con todas las de la ley. El proceso de arreglar los papeles de propiedad de los habi­tantes, hacer el trazado de calles y andenes, construir líneas de acceso al acueducto, alcantarillado y energía eléctrica, y abrir una escuela, un centro de salud y conectar el barrio a la red de trasporte público, toma de 10 a 15 años. Los partidos callan sobre estas poblaciones, aunque los urbanizadores piratas que toman riesgos pueden obtener re­compensas y prebendas, y los políticos que medran en los pro­gramas de Acción Comunal pueden asegurar escaños. Cuando aumentaron las tasas de participación electoral del pueblo ur­bano, el voto por Rojas Pínilla fue abrumador. Desde entonces poco se lo moviliza. Su participación electoral, baja, discreta y fraccionada, la han canalizado los intermediarios de la legali­zación de estas poblaciones. Deliberadamente o no, el Estado parece encontrar conve­niente su apatía electoral. En las grandes concentraciones de pobres, como Ciudad Bolívar en Bogotá, con 1,3 millones de habitantes en 1992 (y lo mismo puede decirse de la Comuna Oriental de Medellin y de Aguablanca en CalO, el día de eleccio­nes escasea más que de costumbre el trasporte público. Allí se pone una mínima fracción de centros y mesas de votación. en flagrante contraste con las zonas céntricas y los barrios de las Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. Grandes trasformaciones dentro de la continuidad 321 clases medias, donde los domingos de elecciones parecían días de carnaval. LA CULTURA URBANA La ciudad, más ruralizada y heterogénea, creó una cultura de masas que colonizó las culturas regionales. Se esfumó la he­gemonía de la cultura letrada y elitista, laica o religiosa. A la formación cultural urbana concurrieron otros factores como el menor aislamiento del país a partir de la posguerra, el aumento de las tasas de escolaridad y la integración de los colombianos a una matriz de comunicaciones centrada en la radio y la tele­visión. En un país demográficamente rejuvenecido, las cohortes de niños y adolescentes parecieron más dúctiles a los lenguajes y símbolos de la radionovela,la telenovela, el cine, el deporte y la música. Allí se fraguaron nuevos significados culturales, creen­cias y modos de expresar los afectos, que rompieron con la es­trechez y rigidez del catolicismo entonces prevaleciente, como se vio, por ejemplo, en el campo de la sexualidad y de la forma­ción de la vida de pareja. Las trasmisiones radiales de fútbol profesional desde 1947, de La Vuelta a Colombia en bicicleta que empezó en 1951, de los programas musicales y humorísticos y de festivales folclóri­cos, empezaban a fabricar en serie encarnaciones de orgullo regional y local en la forma de futbolistas, ciclistas, boxeadores, cantantes y reinas de belleza. Cada ciudad importante debía ofrecer al menos una docena de reinas y uno o dos equipos de fútbol. Los de Bogotá tomaron los colores simbólicos azul y rojo, por fuera de una connotación partidista. A tiempo que amplios segmentos de la población empezaban el aprendizaje de los modos de vida urbana, contribuían a alte­rar la reglas preexistentes. Los primeros toques de alarma ante el advenimiento de las supersticiones modernas fueron dados por prelados tradicionalistas. ¿Qué hacer ante la irrupción ma­siva y comercial de imágenes e iconografías que induCÍan a nuevos paganismos? En el mensaje de la Semana Santa de 1950 el obispo Builes precisó que: u Aparte de los consabidos el mundo, el demonio y la carne, en la mitad del siglo xx aparece, Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 322 ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOLENCIA en primera línea, más amenazante que los reinados de belleza, los desnudos de los balnearios y las incitaciones del cine y del baile, el avance de la revolución comunista". Tan lejos de los balnearios como de la influencia comunista, muchos campesinos encontrarían la ciudad y sus luces como algo traumático. En su manifestación más aguda tenemos el caso de los adolescentes que, separados de sus familias, se in­ternaban en las ciudades soñando con la liberación personal y la promoción social. para encontrar soledad, segregación y dis­criminación. Las epidemias de suicidios dan un indicio. Prime­rO, la de jóvenes trabajadores y empleadas domésticas a raíz de la muerte del cantante y actor de cine mexicano Jorge Negrete a mediados de siglo; luego, siguió una oleada de lanzamientos al vacío en el Salto del Tequendama, cerca de Bogotá, paraje central en la mitología cmbcha. Casi simultáneamente apare­cieron los envenenamientos con pólvora barata o raticidas que aumentaban en las temporadas religiosas de Semana Santa y fin de año, que, dicho sea de paso, también es época propicia para decretar alzas de impuestos,