Capítulo 4 - Entre la legitimidad y la violencia: Colombia 1875-1994 - Primera Edición

Para ordenar un poco la descripción política de un fenómeno asaz abigarrado, podemos considerar cuatro fases, que pueden ser cuatro facetas de la violencia: 1) la del sectarismo tradicional, 1945-49. 2) La que abre la abstención liberal a fines de 1949 y cierra el gobierno militar en el segundo seme...

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Bibliographic Details
Main Author: Palacios, Marco, 1944-
Format: Book Part
Language:Spanish
Published: Bogotá: Editorial Norma 1995
Subjects:
Aun
Vio
Online Access:http://babel.banrepcultural.org/cdm/ref/collection/p17054coll10/id/1022
Description
Summary:Para ordenar un poco la descripción política de un fenómeno asaz abigarrado, podemos considerar cuatro fases, que pueden ser cuatro facetas de la violencia: 1) la del sectarismo tradicional, 1945-49. 2) La que abre la abstención liberal a fines de 1949 y cierra el gobierno militar en el segundo semestre de 1953. 3) La de los pájaros, de 1954 a 1958. Y finalmente, 4) la residual que, de la caída de Rojas a 1964, presenta un cuadro de descomposición, gamonalismo armado e intentos de reinserción de las bandas a la vida civil. CAPÍTULO 4 A la sombra de la violencia La modernización capitalista vino acompañada de la violencia, sin que de ello se derive un orden de causalidad como el de la violencia y el autoritarismo político. En el Estado de derecho colombiano, el autoritarismo se expresó en estado de sitio per­manente, arma jurídica empleada para neutralizar los efectos políticos y sociales de la creciente presencia de masas urbanas, convertidas en base de opinión y de electorado, por las movili­zaciones liberales. La imágenes básicas que ordenan nuestras ideas y concep­ciones de la violencia se diseñaron en los albores del Frente Nacional (FN). En ese entonces apareció como una tragedia po­pular y campesina antes que una tragedia nacional. A medida que la opinión pública conocía sus detalles y modalidades, más le parecía una regresión de la historia humana a la historia na­tural. En el gobierno militar fue imposible plantear el tema de sus causas, contextos y parámetros (para no mencionar investi­gaciones judicia]es), por razón de sus alianzas con ]os conser­vadores. Para ordenar un poco la descripción polÍlÍca de un fenómeno asaz abigarrado, podemos considerar cuatro fases, que pueden ser cuatro facetas de la violencia: 1) la del sectarismo tradicio­nal, 1945-49. 2) La que abre la abstención liberal a fines de 1949 y cierra el gobierno militar en el segundo semestre de 1953. 3) La de los pájaros, de 1954 a 1958. Y finalmente, 4) la residual que, de la caída de Rojas a 1964, presenta un cuadro de descomposición, gamonalismo armado e intentos de reinser­ción de las bandas a la vida civil. Cada una de estas fases tuvo un ámbito geográfico más o menos dominante, y no implica una ruptura completa con la anterior. La primera se presentó en áreas de alta densidad de Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 190 ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOLENCIA población, y como la de la década de 1930, presentó un patrón de "exportación" de unos municipios a los vecinos, atizados por la lucha electoral y la clerecía. La segunda está más asociada con las regiones de frontera, ámbito propio para la lucha irre­gular de la guerrilla y la contraguerrilla: los Llanos, el norte ca­fetero del Tolima, el Sumapaz, la zona de Urrao en Antioquia, Muzo en Boyacá o el bajo Cauca y el Magdalena medio. La ter­cera, recorre la zona cafetera del Quindío geográfico, y en una perspectiva de largo plazo parece ser expresión del conflicto endémico de la colonización antioqueña. Quizás nunca sepamos la verdadera cifra de asesinados, li­siados, desposeídos y exiliados. La de 300.000 muertos goza de gran favor en Colombia. Pero, en muchas comarcas y períodos, las líneas que separan la criminalidad común y la violencia fue­ron demasiado tenues. Un estudio reciente informa de 194.000 muertos, distribuidos en una "violencia temprana" (c. 1945- 1953) en 230 municipios con 159.000 muertos y otra "tardía", (I954-1966) con unos 35.000 en un centenar de poblaciones. I A LA BÚSQUEDA DE LA VIOLENCIA Al llegar el FN, la llamada "generación de mayo", surgida de las jornadas contra la dictadura militar, era marginal en el per­sonal político, extraído del mismo fondo de jefes, subjefes y lugartenientes que venían actuado desde las décadas anterio­res. Todos ellos guardaron silencio sobre las responsabilidades pasadas y desplegaron elocuencia sobre las tareas futuras. La paz partidaria debía prevalecer sobre la verdad y sobre lajusti­cia. Entonces la violencia fue concebida como una clave socio­lógica para auscultar las entrañas del pueblo campesino, pero no las entrañas de la organización política. Como si en estos acontecimientos población. Estado. partidos e Iglesia hubieran lo Paul Oquist, Violencia, conflicto y política en Colombia, Bogotá, 1978 págs. 322-24. Su autor toma los datos estadísticos de una conocida em­presa de estudios de opinión de orientación liberal. Desafortunadamen­te las series anuales no están desagregadas por departamentos y mu­nicipios. Todas las cifras citadas en este capítulo provienen de esta fuente. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. A la sombra de la violencia sido entes separados, cada uno con vida propia, sin interferir el uno en el otro. Contra la fraseología bipartidista de la violencia se rebela­ron algunos artículos aparecidos entre fines de los años 50 y comienzos de los 60 en la revista Mito, dirigida por el poeta Jor­ge Gaitán Durán, una de las voces más renovadoras de la inte­lectualidad colombiana en los cruciales años de c. 1955-1962, y en el semanario La Calle, órgano de una nueva disidencia libe­ral de izquierda. El poeta pedía examinar las razones por las cuales los institutos armados fueron propensos a una "implaca­ble represión a los campesinos" en todo el período de la violen­cia. Pero los liberales se habían conservatizado y llegado al punto de callar, y también de acallar a quienes se preguntaban. La interpretación intelectual y la simbolización de la vio­lencia, recorren los meandros del pasado y los del presente, puesto que ésta permanece en el sustrato de la vida y cultura colombianas. En cuanto tradición oral, los episodios de 1945- 64 aparecen como una colección de testimonios más o menos verídicos, trasformados en leyendas fragmentarias por la in­contable sucesión de narradores. Los años 50 y 60 dieron alien­to a una ola de ensayos, novelas, representaciones teatrales, producciones cinematográficas y creaciones de las artes visua­les. La violencia acechó la literatura colombiana con sus temas predominantes de malestar, desesperación y muerte. En 1959 Y 1960 los escritores se preguntaron si una "novela de la violen­cia" era pertinente para dar cuenta del fenómeno. En 1962 Ale­jandro Obregón ganó el premio nacional de pintura con su óleo "Violencia", representación de una mujer embarazada que ya­ce muerta. Sus senos y su vientre abierto de un tajo rojo-viole­ta, sugerían la desolación desparramada por los flancos de los volcanes y cordilleras de los Andes colombianos. 2 Aquel año, la flamante Facultad de Sociología de la Universidad Nacional pu­blicó La violencia en Colombia, controvertido libro de monseñor Germán Guzmán, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna, que moldearía la visión de las clases medias lectoras. Y algunas 2. CC. Juan Gustavo Cobo Borda. Obregón. Bogotá. 1985. págs. 47-48. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOLENCIA interpretaciones posteriores, como la de Camilo Torres, sacer­dote, sociólogo y guerrillero del ELN en Jos últimos meses de su vida (1965-66), contribuirían a justificar la acción armada de]a izquierda. Pero la violencia no terminaba, de suerte que de este esfuerzo artístico e intelectual quedaría un collage de opiniones ambiguas, poses fúnebres, sentimientos de culpa y ontologías pesimistas que apenas empieza a desvanecerse ante el vigor de nuevas investigaciones y análisis. Los hechos elementales de un prontuario: en la violencia fue­ron mínimas las bajas causadas en contactos entre guerrillas y cuadrillas de un lado, y ejército, policía o contraguerrillas, del otro. Emergió un patrón de grupos armados, legales o ilegales, que sometían un territorio e imponían su ley a la población. Las víctimas no cayeron en lo que comúnmente se llama acciones bélicas, sino en cadenas de atrocidades y venganzas expedi­tivas. No quedan testigos o los testigos no hablan. Más tarde, al­gunos rememoran, pero ¿cómo reconstruyeron su memoria? Se conservan descripciones del "cuerpo del delito": un 80% de los cadáveres correspondía a varones, incluidos niños y ado­lescentes; civiles inermes y no gente armada; campesinos y no citadinos; pobres y no ricos; quizás en su mayoría analfabetos. Aparecían baleados a quemarropa o, lo que fue más usual, acu­chillados y macheteados; a veces descuartizados, degollados o incinerados, dentro o cerca de sus viviendas, cuando no flotan­do en los ríos. La cuota femenina de las víctimas alcanzó una quinta parte, y son excepcionales las noticias de mujeres que perpetraran directamente actos sangrientos. En cambio, fue­ron frecuentes las masacres infligidas a familias enteras, acom­pañadas de violación de mujeres, incendios de casas, robo de ganado y café y destrucción de cosochas. Algo de las circunstancias sociales: como en las guerras civiles del siglo XIX, la violencia fue una palanca de movilidad as­cendente para quienes ocupaban posiciones de liderazgo en pueblos y regiones. Confluyeron a ello la fragilidad de las insti­tuciones estatales, la recomposición de ]a clase política depar­tamental en los remezones electorales de fines de los años 40, y Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. A la sombra de la violencia 193 la penetración de valores capitalistas en la sociedad agraria que desarregló viejos órdenes y deferencias, creó más delin­cuencia y abrió oportunidades. Asida a la vida de veredas, aldeas, pueblos y comarcas, la violencia desarrolló formas entreveradas de resistencia cam­pesina, bandolerismo nómada, negocio lucrativo, clientelismo y agrarismo. Arraigó y ganó más autonomía en las fronteras agrarias sacudidas por la economía de mercado, que en las co­marcas campesinas de viejo asentamiento. Finalmente, y con efectos de muy largo plazo, degradó el incipiente aparato judi­cial y la policía, así como los fundamentos morales de la acción política. La violencia se propagó de una manera todavía más laberín­tica que las amnistías, desmovilizaciones, entregas de arma­mento, rehabilitaciones, con las cuales se creía ponerle punto final. De éstas, dos tuvieron éxito evidente: la del gobierno mili­tar en los Llanos Orientales, Boyacá y Santanderes, y la del pri­mer gobierno del Frente Nacional en el Tolima. Aunque muchos califican la violencia de guerra civil y, qui­zás pueda ser incluida entre los numerosos conflictos naciona­les gestados en el Tercer Mundo al calor de la Guerra Fría, aquí interesa retener lo específico de esta hecatombe colombiana. En bastardillas, (también suelen emplearse mayúsculas) el vo­cablo alude a unos 20 años de crimen e impunidad facilitados por el sectarismo (1945-1965), que dislocó la vida de decenas de miles de familias y comunidades. En las regiones andinas y en los Llanos Orientales, un 40% de la población padeció direc­ta o indirectamente su impacto. Pero en la Costa Atlántica fue apenas marginal en unas po­cas comarcas de los actuales departamentos de Magdalena, Ce­sar y Córdoba. Aún no desciframos su razón. Sabemos que desde la guerra de los Mil Días la región costeña no conoció la beligerancia electoral con la frecuencia e intensidad de otras regiones del país. Hubo momentos de excepción como la cam­paña electoral de 1931, en la que abundaron incidentes en Car­tagena, Lodca, Cereté y Montería. En esta última población se registró uno de los más graves de la historia electoral colombia­na, con saldo de 28 muertos, antioqueños en su mayoría. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 194 ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOLENCIA Además de los bajos niveles de violencia electoral, una clave podría residir en la geografía humana. Una mirada al mapa elaborado por el geógrafo James (1941)3, nos recuerda la im­portancia del estudio de la distribución y difusión espacial de la violencia. La cartografía pone en evidencia el espléndido aisla­Iniento en que viVÍan las concentraciones de población costeña . en relación con las del interior andino. Estaban separadas de las más próximas, o sea las antioqueñas y las santandereanas, por montañas y sabanas de una bajísima densidad de pobla­ción, cuando no deshabitadas. Las vías de comunicación eran muy precarias. Recordemos que desde 1930 el río Magdalena empezaba la fase de su decadencia, y en 1950 ya no era el prin­cipal medio de trasporte y comunicaciones del interior con el mundo. Todos estos factores deben ayudar a explicarnos por qué en la Costa no pudo replicarse el fenómeno de propagación de la violencia, típico en las cordilleras Occidental y Oriental, incluido el piedemonte llanero. VIOLENCIA SECTARIA Y MOVILIZACIÓN POPULAR En 1946 Ospina ganó con el 41% de los votos y reconoció la imposibilidad de formar un gobierno de partido. Los liberales controlaban los cuerpos colegiados, el poder judicial y casi to­das las policías departamentales y municipales. Los grupos em­presariales, de los cuales provenía el presidente, sentían gran afinidad con la Unión Nacional. Su candidatura había sido una fina maniobra de GÓmez. Eficaz gerente de Fedecafé en los años 30, ahora se dedicaba a la especulación del suelo urba­nizable. Empresario y pragmático como su abuelo, el presiden­te Mariano Ospina Rodríguez, y como su tío, el presidente Pedro Nel Ospina, a diferencia de éstos era débil en la maquinaria conservadora y más bien desconocido en las bases rurales del oriente colombiano, aunque se movía como pez en las aguas clientelistas del occidente cafetero. Gaitán apenas obtuvo el 26% de los votos pero se quedó con el liberalismo. Había ganado en la mayoría de las capitales, 3. Preston E. James, Latin America, Nueva York, 1942, mapa 20, pág. 95· Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. DENSIDAD DE POBLACIÓN EN EL NOROESTE COLOMBIANO O U ~ U < a. O z < ·UJ U O ATLÁNTICO CalJca . Urbana • Más de 100.000 • Menos de 100.000 Rural Cada punto 1.000 Mapa tomado de Preston E. James, Latín America, The Odyssey Press, Nueva York, 1942. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 196 ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOLENCIA aunque en Medellín y en el cinturón cafetero, obtuvo una vota­ción exigua. Afinó su discurso contra "el maridaje inadmisible de la política y los negocios". Anotó la existencia de un nexo sis­temático entre la creciente desigualdad social y el ostensible ascenso de la plutocracia y adujo que, como el hambre del pue­blo, los oligarcas tampoco tenían partido. En 1947 obtuvo la mayoría frente a Eduardo Santos y se convirtió en "jefe único del liberalismo". Ahora debía atender la participación de su partido en el gobierno de Unidad Nacional, las relaciones con los aparatos sindicales y con las clientelas regionales, persegui­das en muchos lugares. Durante los tres últimos años de su vida (1945-48) Gaitán fue el político más influyente del país y el primero que aplicó con rigor metódico las técnicas de movilización de masas. Su oratoria hundía las raíces en una tradición asociada a los cau­dillos míticos del liberalismo popular. Con un lenguaje de reso­nancias socialistas revitalizó un sistema electoral caracterizado por altas tasas de abstención, que ni el conflicto Gómez-López Pumarejo había conseguido abatir. Creyente y cultor del principio del poder de la voluntad en el individuo y en las colectividades, Gaitán se convirtió en sin igual vendedor de ilusiones. Con su lema de que "el pueblo es superior a sus dirigentes", abrió las puertas del sistema político a miles de colombianos. Así lo comprueba la participación en las elecciones para Cámara de Representantes: 1941, 45%; 1943,43%; 1945,38%; 1947,56% y las de 1949,63%, cuando estaba viva la imagen del caudillo recién asesinado. Gaitán entendió mejor que la mayoría de políticos, que el pueblo urbano continuaba aferrado a los valores individualis­tas campesinos prevalecientes en las tierras frías del oriente o en las zonas cafeteras del occidente. Según el censo de 1938, en las actividades artesanales la razón "dueños, patronos y ge­rentes" y "peones y obreros" era 1: 1 y en muchas ramas arte­sanales se habían censado más "patrones" que "obreros". Los artesanos no sabían bien si eran "obreros" o "patrones". Sin embargo un agudo comentarista de la época, Alejandro López, apuntó que se llevaba a cabo una lucha desigual entre "la in­dustria casera" y "el fabriquismo" y argumentó a favor de la Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. A la sombra de la violencia 197 primera toda vez que "los pequeños negociantes, los profesio­nales, los artesanos y sobre todo los terratenientes pequeños, pertenecen a este grupo Gas clases medias) que entre nosotros son como la columna vertebral de las sociedades y lo son real­mente de la nuestra". Las bases obreras reflejaban el atraso técnico de la industria moderna y su falta de tradición política propia. Pero crecían más rápido que los artesanos urbanos. En 1925-3° había en promedio menos de 100.000 obreros fabriles y cerca de 200.000 artesanos. En 1948-53 las cifras respectivas aproxi­madas eran 25°.000 y 33°.000, pero el producto artesanal va­lía casi tres veces menos que el de las fábricas. Con todo y sus erupciones radicales, los artesanos habían sido un puntal de estabilidad. Ahora sufrían la irremediable desventaja dentro del "dualismo" del sector manufacturero. La "producción de base maquinística y de energía eléctrica" que en la década de 1930 era reclamada por algunos sectores como prioridad nacional, desplazaba y proletarizaba sectores de ar­tesanos o los dejaba en los márgenes de la vida moderna, es decir, atendiendo a las nuevas poblaciones urbanas y rurales de bajos ingresos. El mismo sector "fabril" era un tanto indefi­nido: una quinta parte de sus "obreros" trabajaba en talleres y plantas que, por su tecnología y capital eran artesanales. El pueblo urbano, que sentía día a día los azares de la repro­ducción de sus condiciones de vida, y aspiraba a mejorarlas, captó al instante los registros morales del discurso gaitanista que castigaba los excesos del capitalismo salvaje y el aparea­miento de los grandes negocios con las cúpulas del Estado. Las ilusiones populares de promoción, dignidad e integración, en­cajaban mejor en la visión gaitanista, culturalmente más afín que en las del socialismo marxista. La ecología de la pobreza urbana y la dinámica demográfica también ayudan a compren­der el porqué de su fuerza. Baste recordar que Bogotá quintu­plicó sus habitantes entre 1918 y 1951 Y ciudades como Cali crecieron aún más rápido. El sistema político se indigestaba con tanta participación elec­toral. En el trance de la modernización social, los dirigentes li- Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 198 ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOLENCIA berales, asustados quizás por las demandas de un pueblo que habían movilizado, optaron por el viejo modelo de caciques, notables y arribistas. Los conservadores ganaron la iniciativa política y se lanzaron a recuperar sus bases municipales. Re­crudeció la violencia sectaria que ya había recibido una llama­da de atención en el mensaje presidencial de vísperas de las elecciones de 1946. En muchos municipios los partidos encu­brían la criminalidad común y fomentaban la impunidad. Los jurados de conciencia en los procesos penales y los jueces en todos los negocios favoreCÍan a sus copartidarios, mientras que el Congreso pasó a ser foro del conflicto liberal-conservador y de la refriega de las facciones liberales. Ahora el péndulo esta­ba del lado conservador, como lo comprueban sus ganancias de congresistas en 1947. Los electorados aún eran mayoritariamente rurales y pue­blerinos. Con el apoyo presidencial vino un fuerte sacudón de las elecciones de concejales de octubre: los liberales perdieron una cuarta parte de los concejos municipales que controlaban. Las amenazas, atentados y asesinatos de líderes políticos, los incendios de periódicos locales y residencias, se presentaron primero en ciudades importantes: Pasto, Palmira, Tuluá, Arme­nia, Ibagué, Rionegro, Mirafiores, Socorro, para luego propa­garse en forma de limpiezas sectarias en los municipios vecinos de mayor conflictividad. En 1947 y 1948 los liberales crearon en muchas ciudades "casas de refugio" y refugiados comenzaron a llamarse quienes huían de los cascos municipales y veredas. Los vecinos de mu­chas ciudades liberales se acostumbraron a la azarosa presen­cia de los refugiados que dormían en los andenes de calles céntricas, en parques y lotes de engorde. Apareció una corre­lación ominosa: a mayor pobreza de un municipio. mayor pro­pensión a la violencia sectaria. Así. del "Memorial" en que Gaitán, poco antes de su muerte y en la célebre "manifestación del silencio". denunciara ante el presidente la violencia política en 57 poblaciones, se desprende que un 90% estaban en el ran­go de las más pobres del país. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. A la sombra de la violencia 199 EL ASESINATO DE GAITAN Y SUS SECUELAS Gaitán cayó asesinado en pleno centro de Bogotá el 9 de abril de 1948, cuando trascurría la Novena Conferencia Intera­mericana. Estaba en el cenit de su popularidad. "¡Si me matan, vengadme!", solía decir a sus masas. A los pocos minutos del magnicidio, el oleaje de la furia popular desembocó en el co­razón de la capital, descontenta tras interminables meses de racionamientos de agua y electricidad a raíz de una intensa se­quía en 1947, que se prolongó en 1948. Además, en un gesto que causó irritación en el liberalismo, el canciller Laureano Gómez lo había excluido de la delegación colombiana a la con­ferencia, pese a que los delegados pertenecían a los dos parti­dos y Gaitán era el jefe único del partido liberal. Turbas ebrias y soliviantadas, que luego serían llamadas los nueveabrileños, incendiaron templos, tranvías, edificios pú­blicos civiles y religiosos; abrieron las cárceles y saquearon al­macenes y ferreterías. Esto fue el bogotazo, en el que cayeron miles de personas, abrumadoramente civiles anónimos, repli­cado por levantamientos espontáneos en otras ciudades y en un centenar de cabeceras municipales. La acción de algunos inte­lectuales y universitarios de izquierda quedó circunscrita a la toma de algunas radiodifusoras durante unas pocas horas des­de las cuajes llamaron a la insurrección, impartieron órdenes contradictorias e improvisadas y dieron noticias falsas y alar­mistas. Esa misma noche, líderes liberales representativos consi­guieron ingresar al palacio presidencial. Hacia las ocho de la noche, con la ausencia ostensible de Laureano Gómez, el único jefe político que sugirió entregar el poder a una junta militar, empezó una negociación que tomaría 12 horas. En ese lapso el gobierno aseguró la lealtad absoluta del ejército y el control mi­litar de la capital. Un pertinaz aguacero bogotano ayudó a so­focar las llamas, aunque la pestilencia de la carne humana quemada, permanecería algunos días. Los liberales, que acu­dieron a pedir la renuncia del presidente para que el primer designado, Eduardo Santos, asumiera el poder, anunciaron a la mañana siguiente que participarían en un gabinete biparti­dista. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 200 ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOLENCIA Los liberales oficialistas, los gaitanistas y los comunistas, achacaron la barbarie nueve abrileña a "delincuentes que des­virtuaron el auténtico dolor del pueblo". Con ello dieron alas a las más extravagantes versiones, algunas racistas, sobre la im­posibilidad de proseguir el civilismo con esa clase de pueblo: expresiones como "país de cafres" y del "inepto vulgo" se vol­vieron moneda corriente. Las interpretaciones conservadoras de aquel viernes san­griento fueron variaciones de una pastoral del obispo Miguel Ángel Bulles, según la cual los sucesos habían sido inspirados por el comunismo pero ejecutados por el liberalismo. El gobier­no salió fortalecido institucionalmente y Ospina ganó en las bases de su partido una autoridad que nunca había tenido. De­nunció un complot comunista y rompió relaciones con la URSS. Según Ospina, una conspiración soviética acechaba en el punto más estratégico de los intereses de Estados Unidos en el hemis­ferio: la industria petrolera. Su presidencia había sido recibida por una sucesión de huel­gas y asonadas en Bogotá, Cali y otras ciudades. De éstas, la más prolongada y radical fue la de la Tropical en Barrancaber­meja, que desbordó las demandas gremiales, planteó la nacio­nalización del petróleo, y fue muy influyente en el clima que llevó a la creación de Ecopetrol. El 9 de abril los trabajadores ocuparon las instalaciones de Barrancabermeja y controlaron por unos días el puerto. Su huelga de 50 días, acompañada de otra de 40 días en la zona de la Concesión Barco, explotada por la Colombian, contribuyeron a una importante caída de la pro­ducción de crudo en 1948. Ospina tejió a la misma leyenda del complot soviético, la solidaridad de Rómulo Betancourt y su partido Acción Democrática de Venezuela, con los liberales co­lombianos. Como otros gobernantes latinoamericanos, Ospina confiaba en que en la Conferencia lnteramericana de Bogotá el gobierno norteamericano se comprometería a apoyar los esquemas la­tinoamericanos de desarrollo económico, industrialización y cambio social pacífico. Todo esto a cambio de aceptar el anti­comunismo y la política de contención de la administración Truman. Pero debió salir decepcionado con los resultados. Así, Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. A la sombra de la violencia 201 por ejemplo, la petición de fundar un banco de fomento, el futu­ro BID, tendría que esperar hasta 1962, cuando la Revolución Cubana creó otra caldeada coyuntura de la Guerra Fría. El pacto del 10 de abril dio frutos en la legislatura de 1948. Un clima de conveniencia más que de convivencia facilitó las disposiciones de amnistía e indulto para los involucrados en los sucesos del 9 de abril y para los militares condenados por su participación en el golpe de Pasto de 1944. Una de las leyes más importantes fue sin duda la de reforma electoral que eliminó los jurados municipales, ordenó la recedulación (uno de los le­mas más eficaces de Gómez atribuía un carácter fraudulento a las mayorías liberales, pues decía que "había un millón ocho­cientas mil cédulas falsas"), y estableció un poder electoral in­dependiente del gobierno y del Congreso. La ley aplazó las elecciones presidenciales hasta junio de 1950. Para rematar el acuerdo, el 17 de diciembre de 1948 fue levantado el estado de sitio. El bogotazo fue una insurrección espontánea que, por haber fallado, no unificó al liderazgo político. En 1949 la civilista clase política colombiana ventiló sus disputas en son de guerra. El pacto del 10 de abril de 1948 saltó en pedazos so pretexto del 9 de abril de 1948. Al acercarse las elecciones legislativas de 1949, los gobernadores y alcaldes, subordinados a la razón de partido, se rebelaron contra el "cruce" de puestos públicos, esto es, a nombrar funcionarios del partido adversario. Algu­nos, como el gobernador conservador de Antioquia, desafiaron abiertamente al Ejecutivo nacional. En mayo, el liberalismo, di­vidido pero confiado en sus mayorías, se retiró del gobierno. Por entonces, grupos familiares, de parientes y amigos, se reunían alrededor de un aparato de radio a escuchar y a co­mentar Las primeras radionovelas. Pero las mayores emociones las producirían los debates del Congreso, radiodifundidos en Bogotá y repetidos en todo el país. La temporada parlamentaria que, como todos los años abrió el 20 de julio, incluyó la novedad de pitazos que orquestaba un hijo de Gómez, Álvaro. A princi­pios de septiembre, una balacera en la Cámara de Represen­tantes apenas dejó un congresista muerto y uno herido que moriría después, aunque se dispararon más de cien tiros. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 202 ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOLENCIA El Congreso provocaba al Ejecutivo nacional con iniciativas como la elección popular de alcaldes y gobernadores, o la con­firmación de los ministros como en un régimen parlamentario. La más descabellada fue la de poner bajo control directo del Congreso una policía nacionalizada. Más grave, a pupitrazo limpio, las mayorías liberales impusieron una reforma electoral que convenía a sus intereses inmediatos: anticipaba en siete meses las elecciones presidenciales, fijándolas para el 27 de noviembre y, como corolario, suspendía la recedulación. Ospi­na objetó la ley por inconstitucional; el Congreso insistió, y, a fines de septiembre, la mayoría liberal de la Corte Suprema de Justicia la declaró exequible. El lenguaje de los grandes diarios nacionales, replicado en cada municipio importante por los periódicos locales, recalen­taba el ambiente. El léxico buscaba producir efectos calculados entre los líderes nacionales, liberales y conservadores, quienes compartían valores, normas de conducta, principios institucio­nales que le daban sentido a una civilidad específicamente co­lombiana. Pero esta lógica no operaba con la misma limpidez entre los lugartenientes departamentales o en las clientelas y las bases de los partidos. Los primeros ganaban méritos con la invectiva pugnaz, y las últimas la tomaban al pie de la letra, porque, como decían los textos escolares de la época, la letra con sangre entra. El incendiarismo parlamentario aceleraba esa espiral de agravios, amenazas, riñas y asesinatos que te­nían por teatro fondas, tiendas y cafés; plazas de mercado, ga­lleras y campos de tejo. La autodestrucción del cónclave liberal-conservador fue un episodio breve. El 2 de octubre el liberalismo proclamó la can­didatura presidencial de Darío Echandía. En la quincena si­guiente aumentó la violencia en 101'1 municipios. Ahora fueron los liberales quienes usaron la consigna de la falsificación de cédulas. El 12 de octubre el conservatismo proclamó la candi­datura de Laureano GÓmez. Algunas conversaciones en torno a un acuerdo bipartidista continuaron a puerta cerrada y el 21 el candidato liberal a la presidencia ofreció la fórmula de un "go­bierno mixto para pacificar el país". Pero al día siguiente, la matanza perpetrada por la policía en la Casa Liberal de Cali, Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. A la sombra de la violencia 203 que dejó 24 muertos y 60 heridos, disipó las esperanzas de un arreglo. El 23 renunció el Registrador del Estado Civil, Eduardo Ca­ballero Calderón, quien tres años más tarde publicaría en Bue­nos Aires El Cristo de espaldas, una de las novelas primordiales de la violencia y el caciquismo en el altiplano cundiboyacense. Con espíritu militante, el funcionario denunció que la flagrante intimidación de las autoridades conservadoras en 126 munici­pios, hacía del proceso electoral una "farsa sangrienta". El 24, el gobierno consultó al Consejo de Estado si podía declarar el estado de sitio y al día siguiente la corporación, dominada por liberales, respondió que no había base legal puesto que eran los mismos funcionarios gubernamentales quienes perturbaban el orden. Ese mismo día el gobierno prohibió todas las manifesta­ciones públicas. El 25 de octubre, con el apoyo de los gremios empresariales, Ospina llevó mucho más lejos las ideas de López Pumarejo de institucionalizar un gobierno de coalición bipartidista. Propuso aplazar las elecciones en cuatro años, lapso en el cual goberna­ría una junta bipartidista de cuatro miembros, investida de am­plios poderes constitucionales; también deberían ser paritarias la Corte Suprema de Justicia, el Consejo de Estado y la Corte Electoral y el Congreso funcionaría con mayoría de dos tercios. Allí estaban en germen algunas de las instituciones básicas del Frente Nacional (1968-74). El presidente debió suponer que su fórmula, a más de tardía, habría de ser rechazada. Tanto López Pumarejo como Lleras Camargo, amigos de la conciliación, ta­charon la iniciativa de "dictadura pactada" y el conservatismo, montado en la campaña presidencial de Gómez, se desinteresó. El 26 el Consejo de Estado "tumbó" un decreto presidencial que reconocía la central obrera conservadora UTC porque ello equivalía a establecer el "paralelismo sindical", es decir com­petiría con la pro-liberal CTC. El 28, el director del partido libe­ral, Carlos Lleras Restrepo, proclamó en el Senado que estaban rotas las relaciones públicas y privadas entre los dos partidos y ese mismo día los ex presidentes liberales se retiraron de la Corte Electoral. También el 28 fue atacada la Casa Liberal de Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 204 ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOLENCIA Medellín y por esos días cundieron rumores que llevaron a mi­les de clientes a retirar dinero de los bancos. El 2 de noviembre, esgrimiendo razones parecidas a las de su antecesor, renunció el nuevo Registrador del Estado Civil. El 3, en un característico discurso, Gómez rechazó cualquier posi­bilidad de pacto con los liberales e invitó a su partido a votar copiosamente el 27 de ese mes. El 6 de noviembre el primado de la Iglesia abogó con cierta energía por la paz política. Al día siguiente, elliberaJismo retiró su candidato y, como los conser­vadores en 1934 y 1938, proclamó la huelga electoral. En la mañana del 9, los presidentes liberales del Senado y de la Cámara de Representantes informaron al presidente de la república que el Congreso tramitaría una acusación en contra suya por violar la Constitución. Al instante Ospina impuso el es­tado de sitio en todo el país, acordonó con tropa el Capitolio Nacional, disolvió el Congreso y las Asambleas Departamenta­les, cambió el sistema de votaciones internas de la Corte Supre­ma de Justicia, decretó la censura de prensa hablada y escrita. El estado de sitio reinaría hasta 1958, cuando se lo levantó, aunque brevemente. El autogolpe tomó a los liberales por sorpresa. Lleras Camargo, Secretario General de la OEA, lo condenó pero ahí terminó su gesto: el gobierno norteamericano se desentendió del asunto y, además, en su informe al Departamento de Estado el emba­jador responsabilizó por igual a los dos partidos y justificó la actitud del gobierno. Un fallido paro genera], convocado la an­tevíspera de las elecciones, la balacera de la fuerza pública co­metida al día siguiente contra una pacífica manifestación encabezada por Darío Echandía en Bogotá, en la que cayó ase­sinado un hermano del jefe liberal, y 01 abortado lovantamiento de un capitán en Villavicencio en asocio de algunos jóvenes y de un jefe local, Eliseo Velázquez, "Cheíto", quien había depuesto a las autoridades de Puerto López el 9 de abril de 1948, daban cuenta del desconcierto liberal. Con el autogolpe conservador y la abstención liberal, la vio­lencia corrió como pólvora por las regiones andinas y los Lla- Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. A la sombra de la violencia 205 nos, y la democracia representativa alcanzó el clímax de su cri­sis en el siglo xx colombiano. Fracasada la sublevación de Villavicencio, "Cheíto" cayó so­bre Puerto López y prosiguió por el río Meta, dejando una estela de familias conservadoras y policías acuchillados. Los jefes li­berales, sin excepción, lo convirtieron en el portaestandarte de la resistencia al régimen. El mismo domingo de las elecciones, Rafael Rangel, el ex comandante de la policía de San Vicente de Chucurí quien se había unido a la sublevación de Barrancaber­meja el 9 de abril, regresó a la primera población y asesinó a 200 conservadores, hombres, mujeres y niños. Al día siguiente, e ignorantes de acontecimientos como los de San Vicente, 144 prohombres liberales, encabezados por Ló­pez, Santos y Echandía, se dirigieron al presidente Ospina. Pro­testaron que el liberalismo "se vio alejado de las urnas por una coacción oficial sin precedentes" caracterizada como "un régi­men de terror organizado y sistemático, no conocido en Colom­bia desde la época del pacificador español don Pablo Morillo". Precisaban que "millares de familias liberales que han sido arrojadas violentamente de sus domicilios andan hoy desterra­das dentro de su propia patria . y aun han sido obligadas a cru­zar la raya fronteriza (con Venezuela, M. P.) en demanda de protección". Reiteraban que el anuncio gubernamental de pro­longar indefinidamente el estado de sitio constituía "una dicta­dura de inequívoco tipo totalitario". No era eso lo que pensaban "los hombres de trabajo", zarandeados en la misiva libera1.4 LA REVOLUCIÓN DEL ORDEN Cuando Gómez tomó posesión de la presidencia, el país esta­ba bajo estado de sitio. Conforme al prototipo francés en que se inspira. el estado de sitio no es ni "estado de paz" ni "estado de guerra". El presidente y toda la rama ejecutiva adquieren pode­res extraordinarios y excepcionales para definir discrecional­mente qué conductas políticas constituyen atentados al orden, 4. El documento fue publicado por el gobierno de Ospina. Véase La opo­sición y el gobierno. Del9 de abril de I948 al9 de abril de I950, Bogotá. 195°· Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 206 ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOLENCIA quedando excluidos de la jurisdicción ordinaria, y por esta puerta desaparece el habeas corpus. Pero las instituciones políticas no seguían el curso que qui­siera fijarles un poder ejecutivo fragmentado, e inmerso en una maraña de intereses. Por ejemplo, las Fuerzas Armadas queda­ron todavía más expuestas al clientelismo conservador, en tan­to que las principales agremiaciones económicas en el plano nacional, las "fuerzas vivas" de los departamentos y los caci­ques en los municipios seguían disputándose el control de las palancas administrativas. Los "hombres de trabajo" manejaban cuadrillas de abo­gados, escritores a sueldo y políticos del régimen prestos a tra­ducir sus demandas en artículos de prensa censurada o en artículos de algún decreto extraordinario. Gómez ya era el más popular y el más controvertido de los caudillos conservadores del siglo xx colombiano. Para sus ad­miradores representaba "la síntesis de un conjunto de cualida­des aptas para crear, orientar y conducir los sucesos presentes y futuros del país". Para sus enemigos era "el monstruo" o "el resentido". El presidente era un político profesional de gran habilidad para dar virajes inesperados y conducir con el cambio de rever­sa. Instrumental en el escándalo que llevó a la renuncia de Suá­rez en 1921, su carrera rezumaba pragmatismo. Con la misma seguridad intelectual con que embistió en 1939-42 contra la política latinoamericana de Estados Unidos, envió a Corea el Batallón Colombia (1951-54) y la fragata Almirante Padilla. Justificaría el viraje con los argumentos típicos de la Guerra Fría. A finos de 1952 presentó un proyecto de reforma consti­tucional de corte falangista, y afirmó que era "el precepto de salvación nacional". Cinco años más tardo , casi con las mismas palabras y fuerza de convicción, defendería el proyecto de re­forma constitucional de la coalición bipartidista que encabeza­ba con Alberto Ueras y que aspiraba instituir una democracia limitada pero de estirpe liberal. En 1950 postuló "la revolución del orden". Sus temas políti­cos centrales fueron una reforma constitucional inspirada en los Estados de Franco y Oliveira Salazar; la vuelta al principio Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. A la sombra de la violencia 207 regeneracionista de "Cristo y Bolívar", y un devastador ataque a los "politicastros" y al caciquismo, que recuerda el emprendi­do por el dictador Miguel Primo de Rivera en la España de los años 20. Los contextos eran, obviamente, diferentes. La política conservadora necesitaba reforzar sus considerables bases ru­rales antes de neutralizar a las mayorías liberales de las gran­des urbes. Es decir, el caciquismo era vital para conservatizar el país como lo había demostrado con creces la turbulenta ex­periencia municipal de 1945-50. "La revolución del orden" suponía una relación axiomática entre anarquía y movilización. El orden sería restaurado una vez se desmovilizara el pueblo. Si bien, desde 1948 se empeza­ron a desmantelar las organizaciones populares e instituciones que mejor simbolizaban la República Liberal, el efecto perverso de esta política había desatado en las zonas rurales la moviliza­ción anárquica que ya se conocía como la violencia. En el "gobierno político" de Gómez adquirieron cierta pre­eminencia una cultura y una ética de Estado. ¿Habría bases políticas, organizativas e institucionales para trasformarla en acción? Las administraciones locales y las maquinarias políti­cas en manos de "politicastros", la misma Iglesia, con sus pro­blemas de insuficiencia de parroquias urbanas, y el Ejército, cada vez más incómodo con el manejo de la Policía Nacional, desatendieron esta terapia de choque ideológico. El caudillo conservador creyó comprar el apoyo de la Iglesia devolviéndole el control educativo. Los jesuitas y los Hermanos Cristianos recuperaron una influencia que no habían disfrutado desde la regeneración y arribó otra oleada de comunidades re­ligiosas extranjeras, masculinas y femeninas. En 1947 la barri­da educativa había empezado por la influyente Escuela Normal Superior, creada 10 años atrás y continuó con la Universidad Nacional, satanizada desde el mismo 9 de abril en razón de la "rectoría marxista" (1944- 1948) de Gerardo Molina, el político e intelectual socialista más reputado del país. Las asociaciones de colegios católicos y de centros culturales obreros, la Acción Católica (que intentaba seguir el modelo de activismo preconizado para Italia por el papa Pío XII) y otras or­ganizaciones similares ganaron fuerza y permearon la adminis- Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 208 ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOLENCIA tración de la educación secundaria, predominantemente urba­na, mientras que los párrocos y los directorios políticos conser­vadores retomaron la iniciativa en la primaria, con el mismo fervor sectario que había caracterizado a los liberales. Aunque se achicaba el espacio dejado a los sectores moderados de la Iglesia y de la educación laica, éste nunca dejó de existir. Los antecedentes de Gómez no daban pábulo a la confianza de la jerarquía. Pese a sus preeminencias educativas, la Iglesia guardó prudente distancia con el régimen. Para la pastoral de 1950 el arzobispo de Bogotá escogió el tema de "¡No matarás!" y llamó a revalorizar "el respeto constante e inviolable de la vida humana" pues, "el país se hundía en la descomposición so­cial". A mediados de 1951, en una extensa pastoral colectiva, los obispos afirmaron su neutralidad política: Colombia necesi­taba paz y en cuanto a la violencia dejaban su "responsabili­dad, en lo humano, al juicio de la historia". Al año siguiente, el primado se apartó un poco más del gobierno en su "Oración por la paz de Colombia" y de modo especial los mitrados de Maniza­les, Cali y Popayán pidieron a los partidos bajar el tono e instru­yeron a los párrocos para que buscaran la concordia política entre su feligresía. En las comunidades religiosas, los vascos empezaban a me­llar el prestigio del franquismo. La derecha eclesiástica y el fanatismo antiprotestante perdían dureza. Tomaban vuelo nue­vas formas de pastoral, orientadas hacia las necesidades co­tidianas de los vecindarios campesinos de las altiplanicies andinas, y en primer lugar a la alfabetización y vivienda, como la "Acción Cultural Popular", iniciativa de un joven párroco de la población boyacense de Sutatenza, quien instaló en J948 un trasmisor y distribuyó cinco mil radiotransmisores especiales entre sus feligreses. La expansión del modelo do las "escuelas radiofónicas" fue vertiginosa, y anunciaba algunos cambios en la Iglesia colombiana. En 1950 la cobertura de la Iglesia había disminuido ligera­mente en relación con la década dorada de 1890. Desde 1912, el promedio nacional se mantenía en un sacerdote por 3.600 habitantes, aunque ya empezaba a deteriorarse pues ese año registró 3.846. Aunque no se advertía la crisis de vocaciones Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. A la sombra de la violencia 209 sacerdotales, la expansión de la educación secundaria, que se aceleró desde la posguerra, había erosionado la eficacia del se­minario como medio de movilidad social. El índice de habitan­tes por sacerdote demuestra el aumento de los desequilibrios regionales: 2.000 en la diócesis de Santa Rosa de Osos, 4.000 en la del Socorro y San Gil y 11.000 en la de Montería. Los datos del censo de 1951 dejan la impresión de que el matrimonio católico todavía era acatado por la población en general. Y había una fuerte correlación entre la capacidad de cobertura de cada párroco y las tasas de nupcialidad. En las diócesis donde las parroquias debían cubrir un área geográfica demasiado amplia, como el Chocó o la Costa Atlántica, eran mayores las tasas de uniones libres. Ni el régimen ni la Iglesia ganarían el alma de la nueva clase media, ni de las nuevas generaciones de las capas populares, propensas a asimilar los mensajes y estilos que difundían el cine, la radio y, muy pronto, la televisión. Los dirigentes libera­les, atentos a impulsar la secularización, empezaban a desen­tenderse y a rezagarse del cambio cultural, enfrascados como estaban en la mecánica de rivalidades entre santistas y lo­pistas. Los escasos intentos de diálogo del gobierno con el liberalismo y con los comandos guerrilleros quedaron en el limbo y agu­dizaron la división conservadora. Ante la abstención liberal en las elecciones de septiembre de 1951, el gobierno enfren tó la cuestión de las elecciones como un asunto interno del conserva­tismo. Al certamen acudía una nueva generación de sectarios, cuyo epítome era el alzatismo, tildado de "gaitanismo conser­vador", cuyo ascenso electoral presagiaba crisis mayores. De esta lucha, de claro trasfondo social, quedaron en la prensa es­crita abundantes y furibundos altercados. A fines de octubre la enfermedad obligó a Gómez a retirarse de la presidencia. Esta­lló entonces la división latente. El alzatismo triunfante buscó pactos con los liberales, pero en seis meses fue desalojado de todas sus posiciones por la presión de la maquinaria guberna­mental. Gómez pretendía mandar a control remoto. Pensó que sal- Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 210 ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOLENCIA daría la crisis interna de su partido y regeneraría el país me­diante una reforma constitucional. Con el sello de la pureza doctrinaria, los laureanistas tendrían todo el espacio para em­prender un grandioso cambio institucional. Aunque éste nunca pasó de ser un "proyecto final", vale la pena subrayar algunos de sus puntos centrales. Los cuerpos de representación ten­drían funciones acotadas. El poder real debía quedar en un Eje­cutivo compuesto por la "elite moral". La Iglesia recuperaría los privilegios de los Concordatos de 1887 y 1892 Y el presu­puesto nacional destinaría como mínimo 15% a educación. El proyecto consagraba una aberrante limitación a la libertad de expresión al calificar de "traición a la patria" las críticas que algunos colombianos hicieran al gobierno en la prensa extran­jera, que era precisamente lo que hacía el liderazgo liberal. Es­tablecía la censura de prensa y quitaba al Congreso la iniciativa de presentar leyes sobre el ejército y la policía. Por último con­sagraba que "el Estado podrá intervenir por mandato de la ley en la industria pública y privada, para coordinar los diversos intereses económicos y para garantizar la seguridad nacional". y añadía que "el Estado estimulará a que las corporaciones y empresas distribuyan sus utilidades con los obreros". El único asunto que suscitó un debate que no pudo ser aca­llado fue el derecho femenino al sufragio. En medio de una oleada de "culto mariano" que parecía fijar en la mujer los atri­butos y papeles más tradicionales de madre, hija y esposa, el debate ocupó la atención nacional. Grupos de mujeres presio­naron a la Comisión de Estudios Constitucionales, y plantearon su causa en la prensa. En la Acción Católica y en otras organi­zaciones antiliberales y anticomunistas, mujeres de clase alta y media habían ganado conciencia de su capacidad de liderazgo y de sus derechos políticos. Después de int nsos debates e lle­gó al acuerdo de reconocer a la mujer el derecho de voto en las elecciones de concejales y dejar que la ley reglamentara las de­más. Fórmula de compromiso que debieron aceptar los tradi­cionalistas más recalcitrantes. El proceso de la reforma constitucional no unificó al conscr­vatismo, y la rigidez sectaria dejó al régimen sin interlocutores liberales. Esto se comprobó en la campaña electoral de aquel Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. A la sombra de la violencia 211 año, a la que el liberalismo dio la espalda. Las fuerzas conser­vadoras estaban preparándose para la contienda de fondo: las elecciones de la Constituyente y la sucesión presidencial. A las primeras, gremios como la SAC incluían destacados ospinistas y aun liberales. Gómez y los laureanistas no tenían un candidato viable y Ospina empezaba a desplazarse con cautela por el occi­dente del país, su fuerte electoral. En abril, a continuación de las elecciones de Congreso, destapó su candidatura presi­dencial. Gómez la vetó. La escisión fue profunda e irreparable. Todos los puentes se quemaban. Seis meses después, los dos caudillos liberales optarían el exilio. En octubre de 1952, casi al tiempo que López y Carlos Lleras salían del país, regresaba. después de una larga comisión en Washington. el comandante de las Fuerzas Armadas. Gustavo Rojas Pinilla. Empezaría a mojar prensa en forma más ostensi­ble y frecuente que cualquiera de sus compañeros de armas. La animadversión de Gómez por el general era bien conocida. En los círculos políticos se comentaba que la ausencia de Rojas, programada por dos años, daría al presidente oportunidad de remplazarlo por alguien más dócil. Era obvio que la había des­perdiciado olímpicamente. CUARTELAZO Y DICTADURA Gómez no comprendió que los límites de su autoritarismo estaban trazados de antemano por los grupos privilegiados que le daban apoyo. Su gobierno excluía demasiados intereses. en­tre ellos el de las Fuerzas Armadas. En la noche del 13 de junio de 1953. y con el respaldo de Ospina y la plana mayor de la opo­sición conservadora, el general Rojas Pinilla anunció la consu­mación de un golpe de estado. La Iglesia, los gremios empresa­riales y todos los grupos políticos, con excepción de un puñado de laureanistas y del partido comunista. lo avalaron. Este cuar­telazo resultó en uno de los cambios de gobierno más pacíficos y festejados de la historia colombiana. Había razones para el alborozo. en particular de los libera­les. Las primeras disposiciones del gobierno militar contenían el indulto y amnistía a los presos políticos y guerrilleros en ar­mas, la restauración de la libertad de prensa con base en un Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 212 ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOLENCIA acuerdo con los directores de periódicos que aceptaron fijar ellos mismos los límites entre "libertad" y "responsabilidad" y, lo que parecía imposible, la prédica de la reconciliación entre los partidos. La Asamblea Nacional Constituyente, ANAC, esta­bleció que el 13 de junio había quedado vacante la presidencia, legalizó el título presidencial de Rojas hasta agosto de 1954 y aclaró que si a juicio del gobierno no pudiera garantizarse la sucesión presidencial, la Asamblea podría "elegirlo hasta la fe­cha en que tome posesión la persona que lo haya de suceder", y suspendió sus deliberaciones. Es falsa la presunción de que por entrenamiento Rojas no sabía "hacer política". La carrera militar exigía intrigar con los políticos y dentro del ejército, donde, por demás, abundaban sus paisanos boyacenses en todas las jerarquías. En las posicio­nes que ocupó como ingeniero en la construcción de carreteras, en la supervisión técnica de la Fábrica de Municiones y en la construcción de aeropuertos y en misiones en el extranjero, Rojas entablaba valiosas relaciones, incluida la prensa. Adqui­rió además una segunda vocación por la ganadería y el negocio de titular baldíos, parcelarlos y venderlos. Beneficiario de las rencillas conservadoras, era un ospinista, agradecido por la oportunidad de pasar por la cartera de Comunicaciones en las postrimerías del gobierno de Ospina. En el primer año de gobierno Rojas recorrió el país en gira demagógica, con la mira puesta en la reelección. Sin contrariar a los conservadores, mostró intenciones de restablecer cierto equilibrio entre los partidos; aunque, con excepción de algunos ministerios y gobernaciones ocupados por militares, los em­pleos públicos se repartieron entre azules. En esta campaña logró consolidar el consenso nacional en torno a la paz, y solu­cionó el conflicto llanero. La cifra de muertos por la violencia cayó de 22.000 en 1952-53 a 1.900 en 1954-55. A fines de 1953 atacó la corrupción del poder judicial, que todavía en muchos distritos seguía en manos de abogados y tin­terillos laureanistas. Para combatir la impunidad estableció la composición paritaria de la Corte Suprema de Justicia y satisfi­zo a los liberales al llevar a dicha corporación a sus más emi- Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. A la sombra de la violencia 213 nentes juristas, entre ellos a Darío Echandía. La Corte debía re­organizar toda la rama, lo que nunca intentó. El término "militar" que califica el gobierno de Rojas requiere aclaraciones. La legitimidad inicial del régimen provino de su proyecto de pacificación y reconciliación nacional. Rojas, el alto mando militar y la coalición ospino-alzatista controlaron el Es­tado y hasta mediados de 1955 contaron con el apoyo liberal y de la jerarquía eclesiástica. Si bien, en los últimos meses de la dictadura la oposición trató de separar al "usurpador" de las Fuerzas Armadas, durante todo el mandato gobernó en su nombre, con su estado mayor de generales y con su respaldo. Las apropiaciones presupuestales del gasto militar y de la poli­cía crecieron más que cualquier otro rubro, política seguida a raíz del bogotazo, aunque Gómez la había frenado. Pero las re­laciones del general con los partidos, en particular con los con­servadores, seguían por una ruta imprevisible. El régimen no fue endureciéndose con el tiempo. La prensa, por ejemplo, gozó de libertad autocontrolada hasta mediados de 1954 Y de nuevo desde octubre de 1956 hasta la caída del general. Hasta su "autodisolución" en marzo de 1957, la ANAC legali­zó todos los actos del gobierno. En aquel cuerpo legislativo hubo oposición, desde el pequeño grupo inicial de laureanistas verticales de la "Comisión Nacional de Acción Conservadora", hasta la más amplia de las sesiones de octubre de 1956 a marzo de 1957 y que, además de críticas políticas, denunció los chan­chullos presidenciales. Tal oposición fue considerable si pensa­mos que la iniciativa rojista de ampliar en 25 miembros la Constituyente fue aprobada por 50 votos contra 43. En 1955 y 1956, Rojas trató en vano de crear su propio movimiento poJíti­co, pero a fines de 1956 volvió a mostrar credenciales conser­vadoras. Rojas convocó la ANAC en abril de 1954, y anunció que todavía no existían "condiciones de orden público" para efectuar elec­ciones. Reiteró que dejaría el poder una vez estuviese asegu­rado el retorno de los principios democráticos. Propuso y consi­guió el establecimiento del sufragio femenino, la proscripción Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 214 ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOLENCIA constitucional del partido comunista y el remplazo de las Asam­bleas Departamentales y Concejos municipales por cuerpos ad­ministrativos. La táctica liberal consistía en ganarse la buena voluntad del "jefe supremo", requisito previo para reorganizarse y prepa­rarse para unas elecciones no muy lejanas. Pendientes del nombramiento de liberales en la ANAC, función dejada al presi­dente, sus dirigentes y la prensa decidieron solidarizarse con el gobierno a raíz de los sucesos del 9 de junio de 1954. Ese día, una marcha estudiantil que se dirigía a la céntrica plaza de Bo­lívar de Bogotá, organizada en protesta por la incursión poli­ciaca a los predios de la Ciudad Universitaria de la que resultó muerto un compañero, fue dispersada a balazos por el Batallón Colombia. Resultado: 13 estudiantes muertos y un sinnúmero de heridos. Los directorios políticos, el liberal encabezado por Luis Ló­pez de Mesa, ex rector de la Universidad Nacional, acudieron a palacio a respaldar al general. La "investigación especial" or­denada por éste no condujo a nada, porque nunca se abrió. Los estudiantes, en particular los liberales de la Nacional y del Ro­sario, organizaron la Federación Universitaria Colombiana, de la que saldrían muchos dirigentes del Frente Nacional. La pacificación del Llano, la bonanza cafetera, la estabilidad monetaria, el flujo continuo de los empréstitos internacionales, eran cartas demasiado fuertes para que alguien apostara al cambio de régimen. En agosto, la Constituyente prorrogó el mandato de Rojas hasta 1958. El general dio por terminada una fase de su gobierno y, ante el evidente vacío político pensó erigir un nuevo Estado, con él a] mando. Fue entonces cuando los liberales expresaron que había una dictadura militar. En su mensaje de año nu vo do 1955 Rojas anunció que mantendría el estado de sitio. La prensa libera] de Bogotá, que, pese a todo, gozaba de la mayor influencia y prestigio en el país. ofreció e] primer desafío abierto. El régimen apretó clavi­jas con la censura y luego clausuró El Tiempo y El Espectador, aunque los dejaría reaparecer con otros nombres: E/Interme­dio y El Independiente, respectivamente. El ministro de Gobierno maniobró en la creación de una or- Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. A la sombra de la violencia 215 garuzación de bolsillo, el Movimiento de Acción Nacional, MAN, ligado a una nueva central sindical, la Confederación Nacional de Trabajadores, CNT, afiliada a la peronista Asociación de Tra­bajadores Latinoamericanos, ATLAS. La jerarquía católica, que mantenía una posición privilegiada desde los orígenes de la dic­tadura, había identificado a la CTC, en la época liberal, como el mascarón de proa del comunismo, y puso todas sus cartas a la UTC. Por ello criticó con severidad el designio de agitar las aguas sindicales con "el peronismo", cuando eran tan visibles los desajustes morales y sociales del país. En particular, el res­paldo de los obreros de Medellín a la CNT resultaba intolerable para la jerarquía. Para aplacar a los obispos, Rojas endureció la posición anti­protestante y lanzó una cruzada anticomunista en toda la línea. Los camaradas, ya proscritos, tuvieron que alejarse del sindi­calismo y volver a su nicho artesanal. Un artesanado disperso por las ciudades y poco visible, resultaba más apto para las ru­tinas de la clandestinidad. Pero el general fue incapaz de ganar la iniciativa y dar al régimen una base popular. Los anuncios de movilizar al pueblo en la vena de Gaitán nunca se realizaron. El gobierno aplicaba la censura de prensa, manipulaba la radio y la televisión, y promovía la creación de organizaciones fan tas­mas que sólo servían para asustar a quienes debería ganarse. Estos síntomas de torpeza adquirieron magnitudes insospe­chadas en 1956. A comienzos del año fueron asesinadas en la plaza de toros de Bogotá ocho personas y más de un centenar quedaron heridas a manos de detectives y policías vestidos de civil, quienes agredieron a los asistentes a una de las tradicio­nales corridas de toros, porque no coreaban gritos de apoyo al gobierno, cuando en la corrida anterior habían ovacionado a Lleras Camargo, el jefe del "frente civil" y abucheado a María Eugenia, la hija del presidente, figura pública quien dirigía una entidad oficial, la Secretaría de Acción Social, SENDAS, inspira­da en las labores de Evita Perón. El 13 de junio, se presentó en el estadio de fútbol capitalino un espectáculo inusitado: el bautizo de la Tercera Fuerza, el nuevo partido de Rojas. Desfilando ante el "Jefe Supremo", ves­tido con todas sus galas y condecoraciones, miles de asistentes Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 216 ENTRE LA LEGITIMIDAD Y LA VIOLENCIA juraron por Dios, ser leales al "binomio pueblo-fuerzas arma­das". Rito militar, rito político, rito católico, oficiados para un caudillo despistado. El arzobispo primado envió una carta abierta al presidente, que condenaba la Tercera Fuerza en tér­minos similares a los empleados contra la CNT. Pero su protesta más sentida fue por la usurpación del juramento litúrgico. Es­tos episodios mostraban la punta del témpano. La convivencia del régimen con los laureanistas y alzatistas del norte del Valle y de Caldas había precipitado una nueva ola de la violencia que aquel año dejó más de 11.000 muertos. En febrero de 19561a Convención liberal se reunió en Mede­llín, cuna y capital nacional del conservatismo pragmático, y se trabajó con la hipótesis de que Rojas buscaba autoperpetuarse en el poder. Con miras a romper la coalición militar-conserva­dora, propuso lanzar un candidato conservador de unidad na­cional. Lleras Camargo, el nuevo jefe del partido, era la figura menos antipática para los conservadores y uno de los pocos políticos que podía plantear, con alguna credibilidad, que el binomio liberal-conservador podía ser más poderoso que el binomio pueblo-fuerzas armadas. Aunque los ospinistas y alza­tistas recogían velas a mediados de 1956, no estaban prepara­dos para hacer trasbordo al "frente civil" que les ofrecían los liberales. En las circunstancias, una alianza de liberales y ospi­nistas sería vetada por GÓmez. Acaso el viejo caudillo estaría dispuesto al acuerdo. Con el mandato de la Convención Liberal, Lleras Camargo fue a bus­carlo hasta su exilio alicantino de Benidorm. El 24 julio de 1956 los dos jefes, ambos ausentes de la reunión del palacio presi­dencialla noche del bogotazo, firmaron un comunicado conjun­to que planteaba la necesidad de unir los dos partidos contra la dictadura militar, exigía el pronto retorno del gobierno civil y planteaba la posibilidad de formar gobiernos bipartidistas: los jefes podían atar lo que los jefes habían desatado. Ése era su poder, que, a los pocos meses trasformarían en letra constitu­cional. El liberalismo y los laureanistas echaban a andar el pacto de Benidorm, pero la Tercera Fuerza no pasaba del papel. Sólo pareció servir para que en un caldeado debate la ANAC aproba- Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. A la sombra de la violencia 217 ra una enmienda que autorizaba al presidente a designar 25 nuevos miembros en representación de las "corporaciones", con lo cual se daba por descontado su predomino absoluto en aquélla. El afán reeleccionista resultaba demasiado obvio. En­tonces, los ospinistas se aproximaron al frente civil. Empeñado en mantenerse en el poder, Rojas ahondó la línea socialista de sus discursos, y cometió el error garrafal de pro­mover la disolución de la ANAC y de convoc