| Summary: | Los peces son organismos ectotermos que, a diferencia de los endotermos, no pueden mantener una temperatura corporal constante por medio de mecanismos homeostáticos (Mednikov, 1977; Stevenson, 1985; Heinrich, 1993; Angilletta, 2009). En consecuencia, deben realizar termorregulación conductual, mecanismo a través del cual, pueden integrar la temperatura con las demandas fisiológicas, lo que resulta en una atracción hacia ambientes más cálidos o más fríos según sus demandas (Burton y col., 2011; Boltaña y col., 2013; Killen y col., 2013; Killen, 2014; Rey y col., 2017). A modo de ejemplo, luego de una infección patógena de diferente origen los peces se mueven a lugares con temperaturas más cálidas, un fenómeno conocido como fiebre conductual (Kluger, 1979; Reynolds y Casterlin, 1982; Boltaña y col., 2013; Evans y col., 2015; Rey y col., 2015). El salmón atlántico (Salmo salar) es la especie más importante en la acuicultura nacional, y las prácticas de cultivo se han adaptado, al comportamiento anádromo tratando de imitar las diferentes condiciones en la salinidad, temperatura y oxigeno del agua en las diferentes etapas de desarrollo (Torrissen y col., 2011). No obstante, los peces en condiciones de cultivo están más o menos restringidos a condiciones de temperatura espacialmente constantes (homogéneas) dentro de la unidad de contención (sistema de cultivo, tanques o jaulas). Esto contrasta con los peces en condiciones silvestres, que pueden elegir dentro del gradiente térmico natural (ambiente termal heterogéneo), diferentes condiciones según las necesidades fisiológicas.
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