Summary: | Exploración de la confluencia de los ríos Apure y Orinoco, el Monte de la Encaramada, Uruana, Baraguan, Carichana. Embocadura del río Meta y la Isla Panumaná. Descripción de la embocadura del río Anaveni, el Pico de Unania, la Catarata de Mapara y los islotes Surupamana. Título con la ortografía original de la época. - Libro Séptimo. - Capítulo XIX. - Capítulo XX. A. LIS REGIONES EQUINOCCIALES DEL NUEVO CONTINENTE, HECHO EN 1799 HASTA I 8o4 , POR AL. DE HÜMBOLDT Y A. BONPLAND, REDACTADO POR ALEJANDRO DE HÜMBOLDT; CONTIKOACION IWDlSPENSABtE AI. ENSAYO político SOBRE EL REINO DE LA NUEVA ESPAÑA , POR EL MISMO AUTOR. CON MA.PA3 GEOGRÁFICOS Y FÍSICOS. TOMO TERCERO. parís, EN CASA DE ROSA, CALLE DE CHARTRES, N» 12, Ames gran patio del Palacio Real , y calle d« Montpensier, ii« 5. 1826. VIAGE Á LAS REGIONES EQUINOCCIALES NUEVO CONTINEIVTE. líf. VIAGE Á LAS REGIONES EQUINOCCIALES DEL NUEVO CONTINENTE. LIBRO OCTAVO. CAPITL'LO DIEZ Y NUEVE. Confluencia de los ríos Apure y Orinoco.— ¡Monies de la Encaramada — Uruana. — Baraguan. — Carichana, Embocadura del Meta. — Isla Panumana. Al salir del rio Apure, nos hallamos en un pais de un aspecto enteramente distinto. Una inmensa llanura de agua se extendía ante no-sotros como un lago á pérdida de vista. Las olas blanquinosas se elevaban hasta muchos pies de altura por el choque de la brisa y de la corriente. Ya ro oíamos los gritos agu-iir. , 2 LIBRO VIII. ílos de las garzas . los flamencos ni otras avos que cruzaban el rio en largas filas: buscába-mos en vano alguna de estas tribus de pájaros nadadores , cuyas mañas industriosas varían en cada una y aun la misma naturaleza parecía menos animada. Apenas podíamos distinguir en el hueco de las olas algunos cocodrilos gran-des que surcaban oblicuamente la superficie de las aguas, ayudados de sus largas colas. El ho-rizonte estaba limitado por una banda de sel-vas pero ninguna de ellas se prolongaba hasta el recinto del rio y las vastas playass constan-temente abrasadas por el sol, desiertas y áridas como las del mar , parecían de lejos unos ma-res de aguas durmientes. Las orillas arenosas, lejos de determinar los límites del rio, los ha-cían inciertos , ios ensanchaban 6 recogían se-gún la variedad del juego de los rayos inflexibles. En estos rasgos del paisage, y en este carácter de soledad y grandeza, se reconoce el curso del Orinoco, uno de los ríos mas magestuosos del nuevo mundo. Las aguas , las tierras , toda ofrece un aspecto característico é individual: el álveo del Orinoco no se parece á los del CAPITULO XIX. 3 Meta , Guaviare, Rio Negro y Amazona y estas diferencias dependen no solamente de la an-chura ó de la rapidez de la corriente, sino de un conjunto de relaciones, que es mas fácil conocer hallándose en el sitio, que definir con precisión. Soplaba un viento fresco del este nordeste. Pasamos la punta Curiquima , que es una masa aislada de granito cuarzoso, un pequeño pro-montorio de peñas redondas. El álveo del Ori-noco, en su actual estado de aguas bajas , te-nia 1906 toesas de ancho; pero esta anchura liega hasta 55 17 toesas cuando la peña de Cu-riquima y la hacienda del capuchino se con-vierten en islas. Subimos desde luego hacia el sudoeste hasta la playa de los Indios guaricotos, situada en la orilla izquierda del Orinoco, y luego hacia el sud. Es tan ancho el rio, que las montañas de la Encaramada parecen salir del agua, y como si se las viese sobre el horizonte del mar : forman una cadena continua dirijida del este al oeste á medida que se aproxima á ellas se hace el pais mucho mas pintoresco. Es-tos montes son compuestos de peñascos enor- 4 LIBRO VIH. mos de granito quebrados y amontonados unos sobre otros. Su división en peñascos es efecto de la descomposición. Lo que particularmente contribuye á adornar la situación de la Encara-mada , es la fuerza de la vegetación que cubre los costados de las peñas sin dejar descubierto sino las cimas: creeríase ver unas ruinas anti-guas que sobresalen en medio de un bosque. Detuvímonos en el puerto de la Encaramada , que es una especie de embarcadero ó sitio donde se reúnen los barcos : forma la orilla un pe-ñasco de 4o á 5o pies de altura; y se ven siem-pre las mismas peñas de granito amontonadas, así como se hallan en el Schneberg en Fran-conia, y en casi todas las montañas graníticas de Europa. Los nombres indios de la misión de San Luis de la Encaramada, son Guaja y Caramana: esta misión es un lugarcito fundado en 17/19 por el padre jesuíta Gili, autor de la Storia ded Ori-noco, publicada en Roma. Este misionero muy instruido en las lenguas de los Indios , ha vivido en aquella soledad durante diez y ocho años hasta la expulsión de los jesuítas. Para for- CAPÍTULO XIX. 5 mnrse una idea exacta del estado salvage de aquellos países, bastará recordar que el padre Gili habla deGarichana, que está á 4o ieguas de la Encaramada, como de un punto muy le-jano, y que nunca se atrevió á llegar hasta la primera catarata del rio, cuya descripción ha osado emprender. En el puerto de la Encaramada hallamos Ca-ribes de Panapana : era un cacique que subia por el Orinoco en su piragua para tener parte en la famosa pesca de huevos de tortuga. Su pi-ragua era redonda hacia el fondo como un bongo, y seguida de una canoa mas chica, lla-mada curiara. Estaba sentado debajo de un toldo construido, así como las velas, de hojas de palmera. Su gravedad fría y silenciosa , y el respeto con que ios suyos le trataban, anuncia-ban en él un personage importante. Por lo de-mas no se diferenciaba el cacique de los otros; todos estaban desnudos igualmente , armados de arco y flechas, y cubiertos de onoto , que es la fécula colorante del rocou. El gefe, los cria-dos , los muebles, el barco y la vela, lodo es- Itiba pintado de colorado. Eslos Caribes son de 6 . LIBRO viri. una estatura mucho mas atlética, y nos pare-cieron mucho mas altos que los Indios que hasta entonces habíamos visto: sus cabellos li-sos y espesos estaban cortados sobre la frente como los de los monaguillos, sus cejas pinta-das de negro, y su mirar vivo y al mismo tiempo sombrío, daban á su fisonomía una expresión de dureza extraordinaria. ]\o habiendo visto hasta entonces sino los cráneos de algunos Ca-ribes de las islas Antillas , conservados en los gabinetes de Europa, nos sorprehendímos al en-contrar en estos Indios , que eran de raza pura, la frente mucho mas arqueada de lo que se nos habia pintado. Las mugeres muy grandes, pero muy asquerosas , llevaban en hombros sus cria-turas, cuyas piernas estaban ligadas de distan-cia en distancia con ligaduras muy anchas de tela de algodón, y sus carnes comprimidas fuera de los ligamentos estaban hinchadas en los in-tersticios. En general se observa que los Cari-bes son tan cuidadosos en lo exterior de su adorno, como pueden serlo unos hombres des-nudos y pintados de colorado: ponen mucha importancia en ciertas formas del cuerpo , y una CAPITULO XIX. ^ inadre seria acusada de una culpable indiferen-cia hacia sus hijos, si por medios artificiales no procurase amoldarle las pantorrillas á la moda del pais. Como ninguno de nuestros Indios del Apure sabia la lengua caribe, no pudimos to-mar ningún conocimiento con el cacique de Panapana , sobre los acampamentos que se ha-cen en esta ocasión en muchas islas del Ori-noco parala cosecha de huevos de tortuga. Cerca de la Encaramada , esta el rio divi-dido por una isla muy larga. Pasamos la noche en una ensenada peñascosa en frente de la boca del rio Cabullare, que se forma del Payara y del Atamaica , y algunas veces se le considera como un brazo del Apure, porque comunica con esfe por el rio Arichuna. ITácia media noche se le-vantó un viento nordeste muy violento, que aunque no traía nubes, cubria de vapores la bóveda celeste: sintiéronse ráfagas tan fuertes que comenzamos á temer por la seguridad de nuestra lancha. Durante toda esta jornada no habíamos visto sino muy pocos cocodrilos , aun-que todos de una magnitud extraordinaria, de 20 á 24 pies : los Indios nos aseguraban que- 8 LIBRO VJIÍ. los cocodrilos jóvenes prefierea vivir en los pan-tanos y en los rios mas estrechos , y especial-mente se acumulan en los caños, de modo que podria decirse de ellos lo que Abd-Allalif dice de los cocodrilos del iSilo ~«que hormiguean como gusanos en las aguas bajas del rio, y al abrigo délas islas inhabitadas.» Continuando el 6 de abril de subir por el Orinoco , primero hacia el sud y luego hacia el sudoeste , divisamos la falda austral de la Serranía de ia Encaramada. La parte mas inmediata al rio , no tiene mas de i/jo á 160 toesas de altura; pero la Serranía parece eleva-dísima, por sus faldas rápidas , sus cimas pe-ñascosas y cortadas en prismas informes. Pieii-nense estos montes álos del Mato , que dan orí-gen al rio Enchivero; los de Chaviripe se pro-longan por las montañas graníticas del Corosai, de Amoco y del Murciélago, h¿icia el naci-miento del Everato ó del Yentuari. Por medio de estas montañas habitadas por Indios de un carácter dulce, aplicados á la agri-cultura , hizo pasar el general Iturriaga el ga-nado vacuno destinado para el abaslecimieiilo CAPITULO XIX. 9 de la nueva ciudad de San Fernando de Ala-bapo. Los habitantes de la Encaramada mos-traron á los soldados españoles el camino del rio Manapiari que desemboca ca el Yentuari. Descendiendo estos dos rios se llega al Orinoco y al Atabapo, sin pasar las grandes cataratas que ofrecen obstáculos casi invencibles para el transporte del ganado. El espíritu emprende-dor que tan eminentemente habia distinguido á los Castellanos, en tiempo del descubrimiento de la América, apareció de nuevo por algún tiempo en medio del siglo décimo octavo, cuando el rey don Fernando Vi quiso conocer los verdade-ros límites de sus vastas posesiones , y que en los bosques de la Guyana, en aquella tierra de tradiciones tan fabulosas , la astucia de los In-dios hizo renacer la idea quimérica de las ri-quezas del Dorado, que tanto habian ocupado la imaginación de los primeros conquistadores. Ko puedo menos de citar aquí un lieclio que no fué desconocido al padre Gil¡ , y de que se ha hablado varias veces, durante nuestra man-sión en las misiones del Orinoco. Los indíge-nos de aquellas regiones han conservado la ere- 10 LIBRO VIII. encia de que «en el tiempo de las grandes agua?, «cuando sus padres se veían obligados á ir en «canoas para libertarse de la inundación gene- «ral, venían lasólas del mar hasta batir contra «las peñas de la Encaramada. » Esta idea no se presenta aisladamente en solo el pueblo4ie los Tamanaques , sino que hace parte de un sistema de tradiciones hist(')ricas, cuyas nociones se hallan esparcidas entre los Maipnres de las grandes cataratas , los Indios del rio Everalo que desagua en el Caura , y en casi todas las tribus del alto Orinoco. Cuando se pregunta a los Tamanaques como ha sobrevivido el género humano á aquel catachismo extraordinario ó edad del agua de los Mejicanos, responden *' que un hombre y una muger se salvaron en «lo alto de un monte llamado Tamanacu, situado «en las orillas del Asiveru, y que habiendo arro- «jado tras sí, y por encima de sus cabezas el «fruto de la palmera mauritia, vieron nacer de «los huesos de este fruto los hombres y mugo- «res que poblaron de nuevo la tierra, t He aquí en toda su simplicidad, y cnlre pueblos salva-jes, una tradición que los Griegos han ador- capítulo XIX. 1 1 nado con todos los encantos de la imaginación. A algunas leguas de la Encaramada se eleva en medio de la sávana, una peña llamada Tepu-inerctne , Roca pintada ^ que ofrece figuras de animales y pinturas simbólicas semejantes á las que hemos \isto bajando el Orinoco apoca dis-tancia y debajo de la Encaramada , cerca de la ciudad de Caycara. Semejantes peñas son lla-madas en África por los \ingeros piedras de fe-tiches'i mas no me serviré de este nombre por-que el fetichismo no se conoce entre los In-dios del Orinoco, y porque las figuras de es-trellas, sol 5 tigres y cocodrilos que hemos visto trazadas en las peñas , en lugares hoy inhabi-tados , no parecen designar de ningún modo objetos del culto de estos pueblos. Entre las riberas del Casiquiare y del Orinoco, entre la Encaramada, el Capuchino y Caycara, se ha-llan á veces estas figuras geroglificas, á unas alturas muy grandes y sobre murallas de rocas, que no serian accesibles sino construyendo an-damios muy elevados. Guando se pregunta á los indígenos como se han podido esculpir aquellas figuras, responden sonriéndose , y como con- 12 LIBRO Vlir. lando un hecho que «olo un exirangero , un blanco puede ignorar, «que á la época de las «grandes aguas iban sus padres en canoas hasta «aquellas alturas.» Estas antiguas tradiciones del género hu-mano que hallamos esparcidas en la superficie del globo, como restos de un vasto naufragio, son del mayor interés para el estudio filosófico de nuestra especie; sem( ¡antes á ciertas famihas de vegetales que, á pesar de la diversidad de climas y la influencia de las alturas , conservan la impresión de un tipo común, así las tradi-ciones cosmogónicas de los pueblos ofrecen por todas partes una misma fisonomía, y unos ras-gos de semejanza que nos llenan de admiración. Tantas lenguas diversas que pertenecen á unas ramificaciones enteramente aisladas al parecer, nos transmiten los mismos hechos. El fondo de las tradiciones sobre las razas destruidas, no varia casi nunca; pero cada pueblo les da una tintura local. Tanto en los grandes continentes como en las islas mas chicas del Océano pací-fico, siempre es la montaña mas elevada y mas inmediata, la en que se salvaron los restos del CAPÍTULO :íix. i^ género humano , apareciendo este aconteci-miento tanto mas reciente, cuanto las naciones son mas incultas, y que el conocimiento que tienen de sí mismas no data de una época muy remota. Cuando se estudian atentamente los mo-numentos mejicanos, anteriores á la descubierta dti nuevo mundo, cuando se penetra en los bosques del Orinoco , y se advierte la pequenez délos establecimientos europeos 5 su aislamiento y el estado de las tribus que han quedado inde-pendientes, es imposible atribuir dichas analo-gías á la influencia de los misioneros, ni á la del cristianismo sobre las tradiciones naciona-les. Asimismo es poco verisímil que el aspecto * de los cuerpos marinos , hallados en las cimas de las montañas , haya hecho nacer entre los pueblos del Orinoco la idea de aquellas gran-des inundaciones que han apagado por algún tiempo el germen de la vida orgánica sobre el globo. El pais que se extiende desde la orilla derecha del Orinoco hasta el Casiquiare y el Ilio Negro, es un pais de rocas primilivas. He visto en él una pequeña formación de asperón ó conglo- l4 LIBRO VIH. meracion, pero ninguna caliza secundaria, nin-guna traza de petrificaciones. Un viento fresco nordeste nos condujo á vela llena , hacia la Boca de ia tortuga : echamos pié á térra , á las once de la mañana ^ en una isla que los Indios de la -misión de Uruana conside-ran como perteneciente á su propiedad, y que está colocada en medio del rio. Esta isla es cé-lebre á causa de la pesca de tortugas , ó como allí dicen , la cosecha de huevos que se hace anualmente : encontramos una reunión de mas de 5oo Indios, acampados en cabanas construi-das de hojas de palmeras ademas de los Guamos y los Otomacos de Uruana , que son mirados como dos razas salvages é intratables, había Ca-ribes y otros Indios del bajo Orinoco. En medio de aquella confusa asamblea hallamos también algunos hombres blancos, en especial pulperos ó mercaderes de Angostura, que habian remon-tado el rio para comprar á los indígenos el aceite de huevos de tortuga. Saliónos al encuentro el misionero de Uruana que era natural de Alcalá de Henares: sorprehen-diüle extraordinariamente nuestra aparición, CAPÍTULO XIX. l5 y después de haber admirado nuestros instru-mentos, nos hizo una descripción exagerada de los sufrimientos á que estaríamos expuestos si subíamos el Orinoco mas arriba de las catara-tas. El objeto de nuestro viage le pareció miste-rioso. « ¿Como se puede creer, nos decia, que «hayan vmds. abandonado su pais, por venir ff á este rio á que les devoren los mosquitos, y « á medir tierras que no les pertenecen? » Por fortuna estábamos provistos de recomendacio-nes del padre guardián de las misiones de San Francisco; y el cuñado del gobernador de Vajri-nas , que nos acompañaba , hizo desaparecer las dudas que nuestro trage , nuestro acento y nues-tra llegada á aquella isla arenosa habían hecho nacer entre los blancos. Dimos la vuelta á la isla, acompañados del misionero y de un pulpero que se gloriaba de haber concurrido diez años al acampamento de los Indios y á la pesca de tor-tugas. Hallámonos eij un arenal enteramente plano. « Todo lo que alcanza la vista á lo largo de la « playaj, nos dijeron , está lleno de huevos de « tortugajcubiertos de un manto de arena. «Tenia i6 lip.ro viir. el misionero una vara larga en la mano, y nos hizo ver que sondando con aqnclln vara, se deter-mina la extensión del 7V/5¿ro de huevos, así como el minador determina los límites de un depósito de marga, de hierro terroso ó de carbón de tierra. Hundiendo la vara perpendicularmente , se siente , por la falta de resistencia que se advierte de repente, que se ha penetrado en la cavidad ó manto de tierra movida que contiene los hue-vos. Vimos que el rastro está esparcido con tal uniformidad , que la sonda se halla en un radio de 10 toesas al rededor de una señal dada así es que se cuenta de los huevos por el terreno, al modo que un terreno de minas dividido por lotes y explotado con toda regularidad. Sin em-bargo el rastro de huevos está muy lejos de cubrir toda la isla y especialmente cesa en los parages donde el terreno se eleva repentinamente , por-que la tortuga tiene dificultad en trepar aquellas pequeñas eminencias. Yo recordé á nuestros guias las enfáticas descripciones del padre Gre-milla , que asegura que las playas del Orinoco contienen menos granos de arena que tortugas , tiene el rio, y que estos animales impedirían la CAPITULO XIX. 1^ navegación, silos tigres y los hombres no mata-sen anualmente un crecido número. « Son cuen-tos de frailes, » decia en voz baja el pulpero deAngostiira; pues como los frailes son los úni-cos viageros de aquel pais, llaman cuentos do frailes lo que en Europa llamaríamos cuentos de viageros ó de viejas. La grande tortuga Avvaxi^ huye de los sitios habitados por el hombre y frecuentados por los barcos. Es un animal tímido y receloso, que saca la cabeza fuera del agua y la vuelve á meter al menor ruido. Las playas donde parecen reunirse anualmente todas las tortugas del Orinoco están situadas entre el confluente de este rio con el Apure y las grandes cataratas ó Raudales, es de-cir , entre Cabrula y la misión de Atures; allí se hallan los tres pescaderos célebres de la En-caramada, ó Boca del Cabullare, de Cucuruparu, ó Boca de la tortuga, y el de Pararuma un poco mas abajo de Carichana. Parece que la tortuga Arrau no remonta las cataratas, y se nos ha ase-gurado que mas arriba de Atures y Maipures no se hallan sino tortugas Terecayas. La época en que la tortuga Arrau pone sus ni. Q l8 LIBRO VIII. huevos coincide con la de las aguas mas bajas: comienza acrecer el Orinoco desde el equinoccio de primavera; las playas mas bajas se hallaa descubiertas desde el fin de enero hasta el 20 ó ^5 de marzo. Desde el mes de enero salen por bandas las tortugas y^rrai/5, y se calientan al sol reposándose sobre la arena. Los Indios creen que es indispensable á la salud del animal un calor excesivo, y que la insolación favorece la aovacion : en el mes de febrero se encuentran las v^rraw5 una parte del dia en las playas á prin-cipios de marzo se reúnen las bandas dispersa-das, y nadan hacia las islas donde depositan sus huevos : es verisímil que la misma tor-tuga visite todos los años las mismas playas. En dicha época^ pocos dias antes de la aovacion, se V'^n parecer miles de aquellos animales, colo-cíkIos en filas sobre los bordes de las islas de Cucuruparu, Uruana y Pararuma, alargando el cuello y teniendo la cabeza fuera del agua, por ver si hay algo que temer de los tigres ó de los hombres. Los Indios, vivamente interesadps en que no se dispersen las bandas y que la aova-cion se haga bien tranquilamente, ponen cen- CAPITULO XIX. ig tíñelas de distancia en distancia á lo largo de la ribera , que previenen á los barcos se mantengan en el medio del rio, y no ahuyenten con sus gri-tos á las tortugas. Estas hacen siempre su aova-cion durante la noche, y comienza luego de puesto el sol : con sus extremidades posteriores que son muy largas, socavan un hoyo de tres pies de diámetro y de dos pies de profundidad. Los Indios aseguran que para cerrar las arenas, las humedece la tortuga con su orina , y se cree apercibir el olor cuando se abre un agujero, ó como allí dicen , una nidada de huevos hecha recientemente. La necesidad de poner que sienten aquellos animales es tan urgente, que algunos individuos bajan á los hoyos hechos por otros, que no es-tan todavía cubiertos , y ponen otra nidada de huevos sobre la que ya habia. En este tumul-tuoso movimiento se rompe una cantidad muy considerable de huevos; el misionero nos hizo ver removiendo la arena en varios puntos que esta pérdida puede elevarse á un tercio de la co-secha total. La yema de los huevos malogrados Contribuye, desecándose, á cimentar la arena , y eO LIBRO VIII. hemos hallado concreciones bastante volumino-sas de granos de cuarzo y cascaras destrozadas. Es tan grande el número de tortugas que soca-van las playas durante la noche, que á la ma-ñana se sorprehenden muchasanles que concluya la postura; entonces se las ve hostigadas por la necesidad de poner sus huevos y la de cubrir los nidos para que el tigre no los advierta las que se han retardado, no conocen el peligro por sí mismas, y trabajan en presencia de los Indios que visitan las playas á la madrugada. Llaman - las tortugas (ocas , y se las coge fácilmente á la mano, á pesar de la impetuosidad de sus mo-vimientos. Los tres campamentos que forman los Indios en los parages indicados comienzan desde fines de marzo y principios de abril : la cosecha se hace de un modo uniforme , y con aquella re-gularidad que caracteriza todas las instituciones monásticas. Antes de la llegada de los misioneros, se aprovechaban los Indios mucho menos de una producción que la naturaleza ha depositado con tanta abundancia; cada tribu revolviala playa á su modo , y se rompía inútilmente una cantidad CAPITULO XIX. 2 I de huevos muy considerable , porque no se ex-cavaba con precaución, y por que se descubrían mas huevos de los que podían recoger era en fin una mina explotada por manos inhábiles. Los padres jesuítas tienen el honor de haber regularizado la elaboración, y aunque los reli-giosos de San Francisco, que han sucedido á los jesuítas en las misiones del Orinoco, se glorian de haber seguido el ejemplo de sus predeceso-res, no hacen sin embargo todo lo que exigiría la prudencia. Los jesuítas no permilian que se ex-plotase toda la playa dejaban una parte in-tacta, temerosos de ver sino destruida, á lo me-nos muy desmembrada la raza de las tortugas Arraus. En el día se excava sin reserva toda la playa, y asi es que se advierte ser las cosechas cada año menos productivas. Luego que el campo está formado, el misio-nero de Uruana nombra su teniente ó comisa-rio^ el cual divide en diferentes porciones el terreno donde los huevos se hallan , según el número de las tribus de Indios que han con-currido á tomar parte en la recolección. Todos son Indios de las misiones, tan desnudos y tan 22 IIBRO VIII. incultos como los de los bosques, pero les lla-man reducidos ó neófitos, porque frecuentan la iglesia al sonido de la campana, y porque han aprendido á arrodillarse á la consagración. El comisionado del padre comienza sus opera-ciones examinando con la sonda, que es una vara larga ó junco de bambú , hasta donde se ex-tiende el rastro de los huevos. Según nuestras medidas, llega este hasta 120 pies de distancia de las orillas, y su profundidad media es de tres pies. El dicho comisionado coloca las se-ñales que indican el punto donde cada tribu deberá suspender sus trabajos. Oyese evaluar el producto de la cosecha de huevos, como el de un terreno bien cultivado; y se ha visto un es-pacio medido exactamente, de i20])ies de largo y 5o de ancho , dar cien jarras de aceite, cuyo valor es de 200 pesos fuertes. Los Indios excavan la tierra con las manos , ponen los huevos que recogen en unos cestitos llamados mappíri, los llevan al campamento, y los echan en unos lornajos de madera largos y Henos de agua, cu los cuales , después de rotos y bien revueltos con palus, los exponen al sol , CAPÍTULO XIX. 20 hasta que la yema ó parte aceitosa se haya des-prendido : según va reuniéndose esta en la su-perficie del agua, la sacan y la hacen hervir á fuego muy vivo; asegúrase que este aceite ani-mal , llamado por los Españoles tnanteca de tortugas por los Tamanaques, carapa; y por los Chaipures, tirtii^ se conserva tanto mejor cuanto mas fuerte es la ebullición á que se le somete. Cuando está bien preparada es limpia, sin olor y apenas algo pajiza; los misioneros la comparan al mejor aceite de olivas, y la emplean, no solo para las lámparas , sino también para preparar los alimentos, á los que no da ningua gusto desagradable. Sin embargo no es fácil pro-curarse un aceite de huevos bien purificado en general tiene un olor pútrido que proviene de haberse mezclado huevos en los cuales se ha-bian ya formado los tortuguillos por la acción del gol, y hemos experimentado este inconve-niente á nuestro regreso del Rio Negro , sirvién-donos de una grasa líquida^ue estaba ya pú-trida y ennegrecida. La playa de Uruana produce anualmente mil botijas de manteca, de 1,000 á 1,200 pulgadas 24 MLRO VÍII. cúbicas cada una, ó veinte y cinco botellas : el precio (le cada botija en la capital de la Guyana, llamada vulgarmente la Angostura, es de dos pesos á dos pesos y medio. Se puede sentar que el total producto de la cosecha, en las tres playas mencionadas, es de cinco mil botijas; y como 200 huevos dan una iimeta ó botella de aceite, se necesitan 5,ooo huevos para una bo-tija : evaluando después á loo ó ii6 huevos los que pone cada tortuga , y contando con que á lo menos un tercio se malogra en el momento de la aovacion, sobre todo por las tortugas lo-cas, resulta que para haber anualmente 5,ooo botijas de manteca , es necesario que 55o,ooo tortugas Arraus , cuyo peso se eleva á i65,ooo quintales, salgan á poner 55 millones de hue-vos en las tres playas donde se levanta la co-secha. Los resultados de estos cálculos son muy in-feriores á la realidad; muchas tortugas no po-nen mas que 67 ó 70 huevos; un gran número de ellas son devoradas por los jaguares al punta que salen del agua; los indios se llevan muchos Imevos para comerlos desecados al sol, y des- CAPITULO XIX. 23 Iruyen por descuido una infinidad al tiempo de recogerlos. La cantidad de huevos abiertos an-tes que el hombre pueda desenterrarlos es tan prodigiosa, que yo he visto, cerca del campa-mento de Uruana, hormiguear toda la orilla del Orinoco de tortuguillos de una pulgada de diámetro que huian con mucha dificultad de los muchachos indios. Si á estas consideraciones se añaden las de que no todas las tortucas Arraus se reúnen en las tres playas de los campamen-tos , y que hay muchas que no se han agregado á ninguna banda , y ponen algunas semanas mas tarde , será preciso admitir que el nú-mero de ellas que anualmente pone sus huevos en el bajo Orinoco, se acerca á un millón. Este número es muy considerable para un animal de tan gran tamaño, que pesa hasta medio quintal y á quien el hombre destruye tan cruelmente. Generalmente entre los animales, se multipli-can menos las especies grandes que las pe-queñas. La operación de la resolución de huevos y preparación del aceite dura tres semanas y esla es la sola época en que las misiones se comunican 26 LIBRO VII. con la costa y los países vecinos civilizados. Los religiosos de San Francisco que viven al sud de las cataratas, van á la cosecha de huevos, menos ])or procurarse aceite, que por ver, según ellos dicen, caras blancas, y por saber si el rey ha-bita el Escurial ó San Ildefonso; si los conven-ios continúan suprimidos en Francia , y sobre todo si el Turco se mantiene en tranquilidad. Estos son los únicos objetos que interesan á un fraile del Orinoco , sobre los cuales no pueden dar nociones bien exactas los mercaderes de Angostura que visitan aquellos campamentos. En aquellos países tan remotos no se duda ja-mas de una noticia que lleva un hombre blanco de la capital : dudar es casi razonar; ¿y como no hallar penoso ejercer su entendimiento , en un país donde se pasa la vida en quejarse del calor y de las picadas de los mosquitos.^ Vimos conchas de grandes tortugas vaciadas por los tigres jaguares, los cu;des las siguen en las playas donde debe verificarse la aovacion; las sorprehendcn en la arena , y para devorarlas lu^'go con comodidad las vuelven hacia ar-riba , en cuya situación no pueden moverse; CAPITULO XIX. 2-] como el jaguar vuelve muchas mas de las que come en una noche, los Indios se aprovechan á la mañana de su maligna ambición. El tigre las persigue también en el agua cuando no están en profundidad, y aun desentierra los huevos y es el mas cruel enemigo de los tortuguillos , así como lo es el cocodrilo y el buitre galliná-ceo. El año anterior habia estado la isla de Pa-raruma tan infestada de cocodrilos durante la recolección, que los Indios cogieron diez y ocho en una sola noche, por medio de unos hierros encorbados y cebados con un trozo de carne de lamantino. Habiéndonos despedido del misionero de Uruana, quenos habia tratado con mucha cor-dialidad, nos hicimos á la vela, á cosa de las cuatro de la tarde, con un viento fresco que so-plaba por ráfagas; á la entrada de la noche hici-mos alto en una isla árida siluada en medio del rio, cerca de la misión de Uruana, y cenamos con una hermosa claridad de luna, sentados sobre conchas de tortugas que habia esparci-das por la playa. ¡ Cuan viva era nuestra satis-facción de vernos unidos amistosamente en tan 28 tiBRo viir. extraviados desiertos! P'ué la noche calurosa en extremo , y el tormento de los mosquitos au-mentaba cada día; acostámonos sobre unos cue-ros extendidos en tierra, por no hallar árboles en que colgnr las hamacas. Sorprehendiúnos el \er que en aquel sitio no impedia nuestro fuego de que se nos acercasen los tigres, que pasaban á nado el brazo de rio que nos sepa-raba de tierra firme; á la madrugada oímos sus gritos de muy cerca pues habian venido al islote en que nos hallábamos. Durante la cosecha de huevos de tortugas, son mucho mas frecuentes los tigres en aquel pais, y mucho mas atrevidos que en cualquiera otra época. El 7 de abril pasamos á nuestra derecha la embocadura del gran rio Arauca, célebre á causa de las muchas aves que en él se encuentran, y á nuestra izquierda la misión de üruana , lla-mada vulgarmente la Concepción de Urbana. Este lugarcillo, que cuenta 5oo almas , fué fun-dado por los jesuilas por los años de 1748, por medio de una reunión de Indios otomaques y caveres ó cafres. A nuestro regreso de Rio Ne-gro hemos visto con nuestros propios ojos CAPITULO XIX. 29 aquellos montones de tierra que comen los Oto-maques y que son el objeto de las mas vivas dis-cusiones en Europa. Medímos la anchura del Orinoco entre las islas llamadas de Uruana y de ia Manteca , y hallamos que por las aguas altas tiene 2,674 toesas que hacen cerca de cuatro millas mari-nas; estábamos sin embargo á 194 leguas de su embocadura. La temperatura del agua en su superficie cerca de Uruana, era de 27° 8' del termómetro centígrado. La del rio Zaire ó Congo en África, á igual distancia del ecuador en el hemisferio austral, se halló por el capitán Tue-key no ser mas de 20° 9' á ^S*" 6'^ en los meses de julio y agosto. Continuamos subiendo el Orinoco á la vela, pero nos quitaban el viento las tierras altas y arboleadas; otras veces las gargantas estrechas que hallábamos nos enviaban ráfagas violen-tas, pero de poca duración: aumentábase el número de cocodrilos debajo del confluente del Árauca, y especialmente enfrente del lago de Capanaparo que se comunica con el Ori-noco, así como la laguna de Cabularito que se 5o LIBRO VIH. comunica con este y con el Arniica. Los In-dios nos decian que aquellos cocodrilos ve-nían de lo interior de las sávanas. Así que las primeras lluvias los despiertan de su letargo, se reúnen en bandas y corren hacia el rio donde se dispersan de nuevo. Eu estos para-ges de la zona equinoccial, el aumento de hu-medad los reanima, al paso que en Gergia y en la Florida , bajo la zona templada, es el au-mento del calor lo que les hace salir de un es-tado de debilidad nerviosa y muscular, du-rante el cual está suspendida la actividad de su respiración, ó á lo menos disminuida muy considerablemente. El tiempo de las grandes sequías , llamado impropiamente el verano de la zona tórrida, corresponde al invierno de la zona templada, y es un fenómeno fisioló-gico bastante curioso el de ver los ailigatores de la América selentrional sepultados por el exceso del frío en un sueño de invierno, á la misma época en que los cocodrilos de los lla-nos hacen su siesta de verano. Si fuese veri-símil que aquellos animales de una misma fa-milia hubiesen en otro tiempo habitado un CAPÍITILO XÍX 5l mismo pais setenlrional , podríamos decir qu<; avanzando hacia el ecuador, sienten igualmente la necesidad de reposarse, después de un mo-vimiento muscular de 7 á 8 meses, y que con-servan bajo un crdo nuevo unas habitudes que parecen estar íntimamente unidas á su organización. Habiendo pasado la embocadura de los ca-nales que comunican con el lago de Capana-paro, entramos en una región del Orinoco, donde el álveo del rio se halla comprimido entre las montañas del Baraguan, El paso del Baraguan ofrece un punto bastante pintoresco: las peñas graníticas están cortadas perpendicu-larmente, forman una línea de montes dirigida del noroeste al sudeste, y como el rio corta esta línea casi en ángulo recto , los picos de los montes se presentan á la manera de unos cucuruchos aislados; su elevación no suele pa-sar de 120 toesas pero su posición en medio de una pequeña llanura, sus cuestas escarpa-das y desprovistas de vegetales, les dan un ca-rácter imponente. En mitad del estrecho de Ba-raguan echamos pié á tierra para medir su an* 32 LIBRO VIII. chura, que hallamos ser de 8S9 loesas: para concebir que este paso tiene el nombre de un estrecho, es necesario recordar que la anchura del rio desde Uruana hasta el confluente del Meta es ordinariamente de i,5oo á 2,5oo toesas. En vano buscamos alguna planta en las cor-taduras de aquellas peñas escarpadas, que son como unas murallas y ofrecen trazas de estra-tificación, solo hallamos un tronco viejo de au^ bietia tiburha de los frutos grandes en forma de manzanas, y una nueva especie de la fami-lia áQ\o?>a'pocyneos [Aííamanda saiicifoiia). Pasamos la noche en la orilla oriental del Orino-co, al pié de una colina granítica, cerca del sitio donde en otro tiempo estuvo situada la misión deSanFrancisco de Regis. Hubiéramos querido hallar algún manantial en el Baraguan el agua del rio tenia un olor de cieno y un gusto adul-zado muy desagradable. Tanto en el Orinoco como en el Apure ofrecen una grande diferen-cia las partes del rio en la playa mas árida tan pronto el agua es potable , como se la encuen-tra desagradable y como si estuviese cargada de substancias gelatinosas. CAPÍTULO XlX. 35 El 8 de abril pasamos al este las emboca-duras de los rios Suapare ó Sivapuri, y del Caripo al oeste del Sinariico: este último es el mas considerable después del Arauca entre el Apure y el IMela. El Suapare, lleno de casca-das pequeñas , es célebre entre los Indios á causa de la cantidad de miel salvage que pro-ducen las selvas vecinas. El 9 de abril por la mañana , llegamos á la playa de Pararuma, donde hallamos un cam-pamento de Indios semejante al que habíamos visto en laBoca de ia tortuga. Habíanse reu-nido para recoger los huevos y fabricar la man-teca, pero por desgracia se habían equivocado de muchos días; los lortuguillos habían ya sa-lido de la cascara, antes que los Indios hubie-sen formado su campo. Entre ellos habia al-gunos hombres blancos que habían venido de Angostura para comprar la manteca; después de habernos molestado con sus quejas sobre la mala cosecha y sobre el destrozo que habían hecho los tigres en el momento de la aovacion, nos condujeron debajo de un ajupa, donde encontramos sentados en tierra, jugando á los ni. 3^' 34 LIBRO Vil. naipes y fumando en grandes pipas , á los frai-les misioneros de Carichana y de las cataratas. La reunión de Indios en Pararuma nos ofre-cía de nuevo aquel interés que pone el hom-bre civilizado en estudiar al hombre salvage, y en observar los progresos sucesivos de nuestras facultades intelectuales. En aquella infancia de la sociedad, en aquella reunión de medios im-pasibles, taciturnos y silenciosos, apenas se puede reconocer el carácter primitivo de nues-tra especie. El salvage del Orinoco nos pareció tan sucio como el del Misísipi descrito por el viagero filósofo, que ha sabido mejor pintar el hombre bajo los diferentes climas '. La mayor parte de los misioneros del alto y bajo Orinoco , permiten á los Indios pintarse el cuerpo i y aunque con sentimiento , tenemos que decir que hay algunos que especulan sobre el triste estado de desnudez de los indí-genos. Ya que no pueden venderles telas y ves-tidos , baccn los frailes el comercio de pi-miento rojo , que es muy estimado de aquellos. Yo mismo he visto en sus cabanas, llamadas * M. de Volney. CAPÍTUIO XIX. 5j pomposamente conventos, depósitos de chica, que venden hasta el precio de 16 reales vellón cada panecillo ó torta. Este pequeño comercio de chica se hace especialmente con las tribus del bajo Orinoco , donde el pais no produce la planta que da esta preciosa materia. Los Ca-ribes y los Otomaques se pintan con chica la cabeza y los cabellos solamente, pero ios Sali-vas tienen abundancia de este pimiento para pintarse todo el cuerpo. Cuando los misioneros envían por su cuenta á la Angostura sus car-gamentos de cacao, tabaco y chiquichiqui del Rio Negro, no dejan de añadir algunas tortas de chica como^un género muy escaso; algunas personas de raza europea emplean esta fécula desleída en agua como un excelente diurético. La costumbre de pintarse nc es igualmente antigua en todas las razas del Orinoco, sino que se ha extendido desde que la poderosa na-ción de los Caribes ha hecho frecuentes incur-siones en aquellos países : los vencedores y los vencidos estaban igualmente' desnudos , mas estos para agradar al vencedor tuvieron que pintarse como él. Divertiónos mucho en ci 5. 36 LIBRO ATT. campo de Pararuma , el ver que las mugeres mas ancianas estaban mucho mas ocupadas en su adorno que las jóvenes. Especialmente ob-servamos una vieja de la nación de los Otoma-ques, que se hacia frotar los cabellos con aceite de tortuga y pintarse las espaldas con onoto y earuto , en cuya operación se empleaban sus dos hijas. Consislia su adorno en una especie de enrejado eu líneas cruzadas negras sobre un tondo rojo, y en cada cuadradito que formaba esta celosía ponian un punto negro. Era una obra de paciencia increíble , y fué tal que á nuestra vuelta de una larga herborización, to-davía la pintura no estaba á mitad. Aun parece mas extraño este adorno , si se considera que los rasgos y la figura son produ-cidos por los efectos do la pintura, y que esta se borra siempre que los Indios se exponen á las grandes lluvias. Hay naciones que solo se pintan para asistir a los festines otras es-tán continuamente pintadas y entre estas es mi-rado el uso del onoto como tan indispensable, que tanto los hombres como las mugeres, ten-drían ac^so menos vergüenza de presentarse CAl'ÍTULO XIX. 37 Mil guayuco que sin pintura. Estos guayucos del Orinoco son en parle de corteza de árbol, y en parte de tela de algodón: los de los hom-bres son mas anchos que los de las mugeres, entre las cuales, según dicen los misioneros, es menos vivo el sentimiento del pudor una observación semejante fué ya hecha por Cris-tóbal Colomb. No siempre se contentan los Indios con pin-tarse de un solo color; aveces imitan con la pintura la forma de los trages europeos de un modo el mas extravagante. En Pararuma vi-mos algunos que se hacían pintar una cha- . queta azul con botones negros. Los misioneros nos han contado que los Guinaves del rio Caura tienen la costumbre de pintarse de rojo con el onoto ^ y de hacerse á lo largo del cuerpo unas rayas transversales, en las cuales aplican pajitas de mica plateado , de modo que al verlos de lejos se diría que llevan vestidos galoneados. Si los pueblos pintados hubieran sido examina-dos con tanta atención como los pueblos ves^ i'idos , se hubiera reconocido que la mas fe-cunda imaginación y el capricho mas voluble 38 LIBRO VII. han creado los usos de la piatura del mismo modo que los de los vestidos. El campamento de Pararuma nos ofreció la ocasión de examinar por la primer^^vez varios animales vivos que no habíamos visto hasta en-tonces siuo en los gabinetes de Europa. Estos animalitos son un ramo de comercio de los misioneros que cambian el tabaco, la resina mani , el pimiento de chicarlos gallitos, los 'titis . los capuchinos y otras especies de monos muy buscados en las costas, recibiendo en con-tra, telas, clavos, hachas, anzuelos y alfileres. Los gallitos ó gallos de roca, que se venden en Pararuma en unas jaulitas de petioleos de pal-mera, son mucho mas raros en las orillas del Orinoco y en todo el norte y el oeste de la Amé-rica equinoccial , que en la Guyana francesa: hasta ahora solo se han hallado cerca de la mi-sión de la Encaramada y en los raudales ó ca-taratas de Maipures. ÍNosotros los hemos visto algunas veces á la mañana aparecer en medio de la espuma del rio, llamando á la hembra y peleando del mismo modo que nuestros gallos de Europa , torciendo la doble cresta movible CAPITULO XIX. jg que tienen en la cabeza. Para conservar en nuestras colecciones el hermoso color de las plumas en el gallito macho y adulto, no se le debe exponer á la luz, porque su tintura pierde mucho mas fácilmente que en otros géneros de la familia de los gorriones. Los machos jóvenes tienen , así como la mayor parte de las aves, la misma pluma ó 1 ibrea de la madre. Entre los monos que los Indios hablan traido á la feria de Pararuma , distinguimos muchas variedades del sai, {Simia capucina) , per-tenecientes al pequeño grupo de monos lloro-nes, llamados tnatchi en las colonias españor las; de los marimondas ' ó áteles de vientre rojo , y de los litis ó viuditas. Estas dos úl-timas especies llamaron particularmento nues-tra atención, y las compramos para enviarlas á Europa \ El titi del Orinoco ( Simia sciu-rea), mal figurado hasta ahora, aunque muy conocido en nuestras colecciones, se llama bi- ^ Simia belzebuth. ^ En Pararuma se compra un hermoso saimiri ó titi del Orinoco por 809 pesos; el misionero paga un peso y medio al Indio que lia cogido y domcslícido al mono. /¡o LinRO VII. tileni entre los Indios maipures, yes muy común en el sud de las cataratas. Tiene la cara blanca y una mancha pequeña negra azu-lada que le cubre la boca y la nariz. Los titis mas elegantes de forma , y de color mas her-moso, vienen de las orillas del Casiquiare. Los que vienen de las del Guaviare son grandes y difíciles de domesticar, ningún mono hay que téngala cara de un niño como el titi la misma expresión de inocencia , la misma sonrisa ma-ligna, la misma prontitud en pasar de la ale-gría á la tristeza: sus grandes ojos se bañan en lágrimas en el mismo instante en que se ve sobrecogido del temor. Es muy goloso por los insectos y en especial por las arañas : la saga-cidad de este animalito es tal , que uno de los que llevábamos en nuestra canoa á Angos-tura, distinguía perfectamente las diferentes planchas del Cuadro eietnentai de historia natural de M. Cuvier. Las láminas de esta obra no están coloreadas, y sin embargo el tili adelantaba su manita creyendo coger una langosta ó una avispa cuando le presentábamos la undécima plancha en que oslan las pinturas CAPÍTULO XIX. 4^ de estos insectos, y permanecía indiferente cuando se le mostraban eslampas de esquele-tos ó de cabezas mamíferas. El titi es un animalíto muy tímido y deli-cado , y difícil transportarle á las costas de Caracas ó de Cumaná. A medida que salen de la región de los bosques y que entran en la de los llanos, se entristecen y abaten. No puede atribuirse este cambio á la ligera diferencia de temperatura, antes parece depender de una mayor intensidad de la luz , de un menor grado de humedad y de alguna propiedad quí-mica del aire de las costas. El saimire ó titi del Orinoco, los áteles, los sajus y otras especies de cuadrumanos conoci-dos ha mucho tiempo en Europa, contrastan singularmente en su porte y sus habitudes con el inacavahu que los misioneros llaman viudita. Este animalíto tiene el pelo suave, lus- Iroso y de un negro hermoso. Su cara está cu-bierta de una máscara en forma cuadrada de un color blanquinoso que tira á azul , que le cubre los ojos , la nariz y la boca. Es un mono muy raro y delicado que se encuentra en la 42 LIBRO VII. orilla derecha del Orinoco . en las montañas graníticas detras de la misión de Santa Bárbara: también habita las orillas del Guaviare cerca de San Fernando de Atabapo. Uno de ellos hizo el viage con nosotros del Casiquiare y del Rio Negro pasando dos veces las cataratas. Desde la misma tarde comenzaron á cargar la nueva piragua que se nos destinaba, que consistia, así como todas las canoas de los In-dios, en un tronco de árbol ahuecado por me-dio del fuego y de la hacha. Tenia cincuenta pies de largo sobre tres de ancho; tres perso-nas no hubieran podido estar sentadas de una á otra banda. Eslas piraguas son tan ligeras y exigen ima carga tan igualmente repartida, que cuando uno se quiere levantar por un ins-tante, tiene que advertir á los remeros d bo-gas, para que apoyen del lado opuesto. Sin esta precaución entraría el agua por la banda inclinada: es difícil hacerse una justa idea de las incomodidades que se sufren en tan mise-rables embarcaciones. El 10 de abril á las diez de la mañana nos hi-cimos á la vela; tuvimos mucha pena en acos- CAPÍTULO XIX. 45 tumbrarnos á nuestra nueva piragua, que con-considerábamos como una nueva prisión. La delantera del barco estaba ocupada por los In-dios remeros armados con sus pagaies de tres pies de largo en forma de cucharas. Van ente-ramente desnudos, senttidos de dos en dos, y reman con una cadencia extraordinaria. Inten-tábamos á cada instante mejorar nuestra posi-ción, pero obteníamos pocas ventajas. Mientras que uno de nosotros se tapaba la cabeza para ^ preservarse de los mosquitos , otro quemaba leña verde debajo de un toldo ó tejadillo que nos habian formado de hojas de palmera, á fin de echar con el humo los insectos que se abri-gaban en él. El dolor en los ojos y el aumento del calor hacían ambos medios impracticables. Sin embargo los viageros soportan los males que les son ya habituales, con cierta alegría de carácter , ciertas consideraciones de convenien-cia mutua, y con un vivo interés por la natura-leza mngestuosa de aquellos imponentes sitios. He entrado en estos pormenores para probar que , á pesar de* nuestra buena voluntad, no hemos podido M. Bonpland é yo multipiicar 44 LIBRO VII. nuestras observaciones, tanto como lo exigía el ínteres de los objetos que nos rodeaban. El Orinoco, lleno do islas, comienza á di-vidirse en muchos brazos, de los cuales el mas horizontal queda en seco durante los meses de enero y febrero. La anchura total del rio excede de 2,5oo á 5.000 toesas. Frente la isla Javanavo divisamos al este la boca del caño Aujacoa. En-tre este caño y el rio Paruasi ó Paruati, el pais es cada vez mas espeso. En medio de un bosque de palmeras, no lejos del Orinoco, se eleva un peñasco aislado y de un aspecto el mas pinto-resco. Es un pilar de granito, una masa prismá-tica cuyos flancos desnudos y escarpados tie-nen cerca de doscientos pies de altura; su cima^ que sobresale de los árboles mas altos de la selva, termina en un banco de peña con super-ficie lisa y horizontal : otros árboles coronan esta cima que los misioneros llaman el pico ó inogote de Cocuyza. Sus contornos muy bien marcados y el grupo de árboles y arbustos que le sirve de remate se designan sobre el azul del cielo , á la manera de un bosque que se eleva. Sobre otro bosque. CAPÍTULO XTX. 4^ Desde la bocn del rio Paruasi se estrecha de nuevo el Orinoco; lleno de islotes y de peñascos graníticos, ofrece infinitas cascadas pequeñas» llamadas ios renioHrios , que al primer aspecto pueden alarmar al \iagero por el continuo tor-bellino de las aguas; pero no son peligrosas en ninguna estación del año. El rio penetra en lo interior de las tierras y forma bahías muy es-paciosas una de ellas , estrechada entre dos promontorios desnudos de vegetación, se llama el puerto de Carichana. Pasamos la noche en el lugarcito del mismo nombre, donde fuimos recibidos en el convento, en virtud de la re-comendación del buen misionero fray José An-ton- io de Torre; quince dias habia que no ha-bíamos dormido bajo tejado. La misión de Ca-richana está situada á tres cuartos de legua del rio; ^us Indios pertenecen á la nación de los Sa-livas , y tienen un hablar nasal muy desagradable. El mas antiguo domicilio de la nación saliva parece haber estado sobre la ribera occidental del Orinoco, entre el rio Vichada ' y el Gua- ' La misión saHva, sobre el rio Vichada , fué destruida por los Caribes. ( Cassani, Hisí. gen. , cap. X^CFI.) 46 tlBRO VII. TÍare , así como entre el Meta y el Paute hoy se hallan los Salivas no solo en Carichana sino también en las misiones de la provincia de Ca-sanare, en Cabapuna , Guanapalo , Cabiuna y Macuco. En este último pueblo, fundado en 1 700 por el padre jesuíta fray Manuel Román , se eleva el número de habitantes á 1,000. Son los Salivas un pueblo sociable , suave , casi tí-mido y mas fácil, no diré á civilizar, sino á sub-yugar que las otras tribus del Orinoco se han agregado fácilmente á las misiones de los jesuí-tas por substraerse á la dominación délos Cari-bes; dichos padres en sus escritos elogian mu-cho su inteligencia y su docilidad. Los Salivas tienen mucho gusto por la música desde los tiempos mas remotos se sirven de trompetas de barro cocido , de cuatro y cinco pies de largo, con varios ensanches en forma de bolas que comunican unos con otros por unos cañones estrechos estas trompetas dan un sonido en ex-tremo lúgubre. Los jesuítas cultivaron con buen éxito el gusto de los Salivas por la música ins-truraental; y aun después de la destrucción de la compañía han conservado los misioneros del CAPÍTULO XIX. 47 rio Meta en San Miguel de iMacua una buena música* de iglesia y las escuelas de música para la juventud india. Un viagero , don José Cortés ]\íadariaga , ha visto recientemente á los natu-rales que tocaban el vioiin, el violón, el trián-gulo, la guitarra y la flauta. Es tan prodigiosa la variedad de idiomas que se hablan en las riberas del Orinoco, del Meta, del Casiquiare y del Rio Negro , que un viagero , por grande que fuese su talento por las lenguas, no podria jamas aprender bastante para ha-cerse entender en la línea de rios navegables desde Angostura hasta el fortín de San Carlos del Rio Negro. Las inmediaciones de la misión de Carichána nos han parecido deliciosas el pueblo está si-tuado en una de aquellas llanuras cubiertas de gramíneas que, desde la Encaramada hasta mas arriba de las cataratas de Maipure, separan to-das las colinas de montes graníticos. El borde de las selvas se presenta á lo lejos , el horizonte está limitado por montañas en parte desnudas y con cimas de peñascos que dora el sol poniente, y en parte cubiertas de vegetación y de un color 48 LIBRO YII. bajo y sombrío. Alejándose dos ó Ires leguas de )a misión , se descubre en aquellas llanuras mezcladas de colinas graníticas una vegetación tan rica como variada y comparando el sitio de Carichana con el de todos los demás pueblos mas arriba de las cataratas grandes, admira uno la facilidad con que se recorre el pais sin seguir el curso de los rios , y sin verse detenido á cada paso por la espesura de las selvas. M.Bonpland hizo algunas excursiones á caballo, que le sumi-nistraron una buena colección de plantas '. Solamente citaré el paraguatán, especie so-berbia de macrocnemum , cuya corteza tifie en rojo '; el guaricanco de raiz venenosa ^; el ja-caranda obtusifolia, y el jerrape ó jape de los Indios salivas % célebre en toda la Tierra Firme ' Combreluia , /ra72gu ¿ce/olíum bignonia cariclianensis b. JluvialiUs b. salicifolia hypericum eugenicefolium convolvulus discoloi\ cascaría capitala\ Soacodia orino-censis licliotropium cincrcum\ \\. filiforme. = Macrocnemum tinctorlum. ^ Ryania coccínea, 4 Dlpteriaoí/o/Yzírt, ó baryosma tongo de Gaertner. El jape produceen Carichana una excelente madera de construcción. CAPÍTULO XIX. 5 I que es también el momeato mas distante del ^naxiniurtx del calor del dia precedente luego estos sonidos de órgano que se oyen cuando se duerme con la cabeza apoyada sobre la peña, ¿no serian efecto de una corriente de aire que sale por las grietas? El 12 de abril partimos á las 4 de la mañana : el misionero preveía que tendríamos mucha pena en pasarlos raudales'^ la embocadura del Meta. Los Indios remaron sin interrupción doce ho-ras y media sin tomar otro alimento que yuca y bananos. Durante una distancia deGoo toesas, hallamos el álveo del rio todo lleno de rocas gra-níticas , á cuyo trecho llaman el raudal de Ca*- viven. Pasamos por unos canales que no tenían cinco pies de ancho, y á veces nuestra piragua estaba cogida entre dos peñascos de granito. Se evitaban los pasos en que las aguas se precipitan con un ruido espantoso y no hay ningún peligro inminente cuando se lleva un buen piloto indio , como teníamos nosotros: si la corriente era di-fícil á vencer, se echaban los rameros al agua, v ataban una cuerda á la punta de las peñas para remolcar la piragua. Desde Cabrula hasta la embocadura del rio 4 52 LIBRO VII. Sinaruco , sobre una distancia de cerca de 2" de latitud , la orilla izquierda del Orinoco está enteramente inhabitada pero al oeste del raudal de Car¿ven, un hombre emprendedor, don Feliz Relinchón , ha reunido un lugarcito con los Indios jaruros y los Otomaques. Este ha sido un ensayo de civilización en que los frailes no han tenido ninguna influencia directa, por lo cual es inútil añadir que don Feliz vive en continua guerra con los misioneros de la orilla derecha del Orinoco. Remontando el rio, llegamos alas nueve delante delMeta, enfrente al sitio donde en otro tiempo estuvo situada la misión deSanta Teresa, fundada por los jesuitas. Es el Meta el mas considerable afluente del Orinoco, después del Guaviare, y aun se le puede comparar al Danubio, no por la longitud de su curso, sino por el volumen de sus aguas : su profundidad media es de 56 pies, pero llega hasta 84; la reunión de los dos rios ofrece un aspecto muy imponente. Pasamos dos horas en una roca que se halla en medio del Orinoco, llamada la piedra de la paciencia, porque las piraguas subiendo por el CAPÍTULO XIX. 49 á causa de su fruto aromático. Este fruto, que en Caracas se pone entre las ropas , así como en Europa se mezcla al tabaco de polvo con el nombre de bava de tonca ó tongo, es conside-rado como venenoso. En la provincia de Cumaná se ha extendido la falsa opinión de que el exce-lente licor que se fabrica en la Martinica debe su aroma particularmente al jape. En las mi-siones se llama simaruha , nombre que puede causar graves errores , pues que el verdadero simaruba es una especie febrífuga del género casia ^ y no se encuentra en la Guyana española sino en el valle del rio Caura, donde los Indios paudacotes lo designan con el nombre de achec chari. El 1 1 de abril , á las dos de la tarde , parti-mos de Carichana; hallamos el curso del rio cada vez mas embarazado por los peñascos graníticos. Pasamos al oeste el caño Urupe, y luego el grande escollo conocido con el nombre de la piedra del tigre , donde es el rio tan profundo que no se alcanza el fondo con una sonda de 22 brazas. Hallámonos en la catarata de Cariven , y la impulsión del agua era tan fuerte , que con III. 4 5o LIBRO VII. mucho trabajo pudimos echar pié á tierra. La peña granítica, sóbrela cual pasamos la noche, es una de aquellas en que los viageros del Ori-noco han oido, de tiempo en tiempo, hacia el salir el sol, unos sonidos subterráneos semejantes á los de la música de un órgano : los misioneros Ua-man á estas piedras ^aya5¿/e??it/5ica. Nuestro joven piloto indio , que sabia hablar castellano, nos decia : « Eso es cosa de brujas. » Nosotros no hemos oido nunca esos sonidos misteriosos ni en Carichana vieja (que así se llamaba la peña en que nos hallábamos), ni en el alto Orinoco; pero según las noticias dadas por testigos dignos de fe, no se podría negarla existencia de un fenómeno que parece depen-der de un cierto estado de la atmósfera. Los bancos de piedra están llenos de grietas muy delgadas y profundas; aquellos durante el dia se calientan hasta 4S y oo"; yo he hallado su temperatura en la superficie, durante la noche, de 39% cuando la atmósfera ambiente estaba á los a8°. Fácilmente se concibe que la diferen-cia de temperatura entre el aire subterráneo y el exterior, llega á su inaxhnum al nacer el sol, CAPÍTULO XIX. 55 á las fiebres tercianas, se han opuesto á la eje-cución de este proyecto , de modo que de la Villa de san Carlos no ha existido otra cosa que unas armas pintadas en un gran pergamino y una enorme cruz plantada en la orilla del Me-ta. Los Guahivos, cuyo número, según dicen, se eleva á muchos millares, se han hecho tan in-solentes, que á nuestro paso por Carichana ha-blan hecho decir al misionero que vendrían en balsas á quemarle el pueblo. Desde la embocadura del Meta nos pareció el Orinoco mas libre de escollos y peñascos; navegamos por un canal de 5oo toesas de ancho, sin que los Indios tuviesen que atoar la canoa, ni que empujarla á brazos , fatigándonos con sus gritos salvages. Ya era noche cuando nos hallamos frente el raudal de Tahajé, y no queriendo los Indios arriesgar el paso de la cata-rata, nos acostamos por tierra en un parage sumamente incómodo, sobre un banco de ro-ca inclinado de mas de i3% que abrigaba en sus quebrazas una multitud de murciélagos. Toda la noche oímos de muy cerca los gritos del jaguar , á los que contestaba nuestro perro con á 56 LIBRP VII. ahullidos prolongados. Yo esperaba las estrellas, pero en vano, pues el cielo estaba ele una osbcii-ridad espantosa; el ruido sordo de las cascadas del Orinoco contrastaba con el de los truenos que resonaban á lo lejos por la parte de las selvas. El i5 de abril muy de madrugada pasamos los raudales deTabajé, y desembarcamos de nuevo: El padre Zea, que nos acompañaba, quiso decir la misa en la nueva misión de San Borja , esta-blecida dos años antes, en la cual hallamos seis casas babitadas por Guahivos no catequizados, que eij nada se diferenciaban de los Indios sal-vages. Aquí observé nuevamente, así como en-tre los Salivas y los Macos, la poca uniformi-dad que ofrecen las facciones de los Indios del Orinoco. Su mirares sombrío y triste, sin du-reza ni ferocidad. Aunque no tenian ninguna noción de las prácticas de la religión cristiana, pues que el misionero de Carichana no celebra la misa en San Borja sino tres ó cuatro veces al año, se comportaban rn la iglesia con el mayor recogimiento y decencia. Los Indios aman la represeutacioa y se someten al mo- CAPÍTULO XIX. 53 rio están algunas veces dos dias para desviarse del torbellino de agua causado por este peñasco. En él pude establecer mis instrumentos. Las alturas de sol me dieron 70° 4' 29'' por 1^ lon-gitud de la embocadura del Meta. Esta obser-vación cronométrica prueba que por este punto la carta de la América meridional de Anville está casi exenta de error en longitud, mientras que el error es de un grado en latitud. El rio Meta que recorre las vastas llanuras de Casanare, y que es navegable hasta el pié de los Andes de la Nueva Granada , será de la mayor importancia política para los habitantes de ia Guyana y de Venezuela. Desde el golfo triste y la boca del Dragón una flotilla puede remontar el Orinoco y el Meta hasta i5 ó 9.0 leguas de distancia de Santa Fe de Bogotá , y bajar por el mismo camino las harinas de la Nueva Gra-nada. El Meta es como un canal de comunica-ción éntrennos países colocados bajo la misma latitud, pero que se diferencian tanto en sus produccioDcs como la Francia y el Senegal. Es-ta circunstajicia hací- importante el conocí-mienlo exacto del origen de un rio tan mal ñ- 54 LI6R0 VII. gurado en nuestras mapas. El Meta procede de la reunión de (ios ríos que bajan de Paramos, de Chingasa y de la Suma Paz; el primero es el Rio Negro que recibe mas abajo al Pachaquiaro; el segundo es el Rio de Aguas Blancas ó ümadea, cuya reunión se verifica cerca del puerto de Marayal desde el paso de la Cabulla » en que se deja el Rio Negro , hasta la capital de Santa Fe^ no hay mas de 8 á lo leguas. Desde los lugares de Xiramena y Cabullaro hasta los de Guanapalo y Santa Rosalia de Ca-bapuna, sobre una largura de 6o leguas , es-tan las orillas del Meta mucho mas habitadas que las del Orinoco. Hálianse catorce estable-cimientos cristianos en parte muy populosos; pero desde los desagües de los rios Panto y Casanare, en un trecho de mas de 5o leguas, está el Meta infestado de Guahivos salvages. A fin de contener las excursiones de estos Indios, habían formado los capuchinos que sucedieron á los jesuítas en el gobierno de las misiones del Orinoco, el proyecto de fundar una ciudad ala embocadura del Meta , bajo el nombre de la Villa de San Carlos mas la pereza y el temor »/»^%%»^%fc*»% **%<»»»« .v«««w««« CAPITULO XX. Embocadura del rio Anaveni. — Pico de Unania. — Misión de Atures. — Catarata ou raudal de Mapara. — Islotes Surupamana y Virapuri. Una cadena de montañas graníticas atra-viesa el rio Orinoco , dirigiéndoáe del mediodia al norte, y estrechándose dos veces en su curso, se estrella con estrépito contra la& rocas que forman gradas, cascadas y diques transversales. Nada hay mas magestuoso ni mas imponente que el aspecto de estos lugares: ni el salto de Tequendama ' , ni las grandes escenas de las Cordilleras, han podido disminuir la impre-sión que produjo en mí la primera vista de los raudales de Atures y de Maipures. Posicionán-dose cualquiera en una eminencia capaz de abrazar á la primera ojeada esta serie conti-nua de cataratas, este mantel inmenso de es-puma y vapores, esclarecida por los rayos del ' Cerca de Santa Fe de Bogotá. 6o LIBRO Vil. sol poniente, creería ver suspendido el rio en el aire. Posiciones tan notables han debido, hace mu-chos siglos, fijar la atención de los habitantes del nuevo mundo. Cuando Diego de Ordaz, Alfonso de Herrera y el intrépido Ralegh fon-dearon en la embocadura del Orinoco, toma-ron conocimiento de las grandes cataratas por Indios que jamas las hablan visitado , y aun las confundieron con otras cascadas mas orienta-les. Por mas trabas que la fuerza de la vegeta-ción ponga, bajo la zona tórrida, en las co-municaciones entre los pueblos . todo lo que tiene relación con el curso de los grandes ríos, adquiere una celebridad que se propaga á distancias prodigiosas. El Orinoco, el Ama-zona y el Urugay atraviesan, como brazos de mar interiores y en distintas direcciones, una tierra cubierta de bosques y habitada por pue-blos en parte antropófagos. No hace doscien-tos año^ que la civilización y las benignas hu es de una religión mas humana han seguido Kis márgenes de estos canales antiguos, trazados ¡)or la naturaleza. Sin embargo el conocimiento de CAPÍTULO XíX. 5:Í7; mentó á cualquier sujeción cou tal que es-ten seguros de atraerse las miradas. Al tiempo de la comunión se hacían señas para anunciarse que el sacerdote iba á llevar el cáliz á sus la-bios; fuera de este gesto, estuvieron siempre inmobiles y en una apatía impertubable. Esperaron estos Guahivos la noticia de nues-tro regreso del Rio Negro por el Gasiquíare, y cuando supieron que habíamos llegado ala pri-mera catarata grande, que es la de Atures, se desertaron tou
|